La génesis de este libro fue una historia de principios de 1995, año en que estuve trabajando en su redacción; antes de Navidad tenía un borrador que me satisfacía. Luego, el domingo 29 de enero de 1996, cuando mi editor se disponía a leer el manuscrito, vi en el Sunday Times un artículo titulado «John Biblia vive tranquilamente en Glasgow», basado en un libro que iba a publicar Mainstream en abril. Se trataba de Power in tbe Blood de Donald Simpson. Su autor afirmaba que había conocido a un hombre con quien había hecho amistad y que finalmente le había confesado que era John Biblia. Simpson afirmaba igualmente que en determinado momento aquel hombre había querido matarle y que tenía pruebas de que el asesino había operado desde Glasgow. Efectivamente, quedan muchos crímenes por resolver en la Costa Oeste, y otros dos ocurridos en Dundee en 1979 y 1980, en los que la víctima apareció desnuda y estrangulada.
Puede que sea coincidencia, claro, pero ese mismo día el Scotland on Sunday afirmaba que la policía de Stratchclyde tenía nuevas pruebas para la investigación abierta sobre John Biblia. Gracias a los últimos adelantos sobre el ADN habían obtenido una especie de huella digital genética de un resto de semen encontrado en los muslos de la tercera víctima, y la policía había localizado a todos los sospechosos que pudo para hacerles un análisis de sangre. Uno de ellos, John Irvine Mclnnes, se había suicidado en 1980, por lo que fue un familiar quien facilitó la muestra de sangre. El resultado les pareció lo bastante parecido como para obtener un permiso de exhumación del cadáver de Mclnnes y efectuar los análisis pertinentes. A principios de febrero abrieron el féretro (junto con el de la madre, que reposaba sobre el del hijo). Para los interesados en el caso comenzaba una larga espera.
Mientras escribo esto (junio de 1996) la espera prosigue. Pero ahora se tiene la impresión de que la policía y su equipo científico fracasarían -de hecho, ya han fracasado- en la búsqueda de pruebas incontrovertibles. Pero hay quien piensa que el mal ya está hecho y que John Irvine Mclnnes seguirá siendo para algunos el sospechoso número uno; y es cierto que su historial, comparado con el perfil psicológico de John Biblia trazado en su momento, constituye una lectura apasionante.
Pero subsiste igualmente una duda sustancial, parte de ella basada en el perfil del delincuente. ¿Dejará un asesino en serie de matar para suicidarse once años después? Un periódico plantea que John Biblia «se asustó» por la investigación, lo que le impidió volver a matar, pero según un experto en la materia, cuando menos, esto no cuadra con el perfil esbozado. Está, además, la testigo ocular en quien el inspector jefe Joe Beattie tanto confiaba. Irvine Mclnnes formó parte de una rueda de identificación pocos días después del tercer asesinato y la hermana de Helen Puttock no lo reconoció. Había ido en taxi con el asesino, había visto a su hermana bailar con él y ambas pasaron horas en su compañía. En 1996, ante unas fotos de John Irvine Mclnnes, repitió lo mismo: el hombre que mató a su hermana no tenía las orejas tan prominentes de Mclnnes.
Pero hay otras cuestiones: ¿Diría el asesino su auténtico nombre de pila? ¿Era verdad lo que contó a las dos hermanas durante el trayecto en taxi? ¿Habría optado por matar a la tercera víctima a sabiendas de que había un testigo presencial? Hay muchos, entre ellos miembros de la policía e innumerables personas como yo, a quienes no convence un análisis comparativo del ADN. Para nosotros, John Biblia sigue libre y, como se demostró por los casos de Robert Black y Frederick West, no es el único.