El Following Sea surcaba las suaves olas en dirección sur, hacia la isla de Catalina. En el puente, McCaleb estaba apoyado al timón. Había bajado el parabrisas de proa y el aire helado que subía desde la superficie le golpeaba de lleno, curtiéndole la piel bajo las ropas. La isla se alzaba entre la niebla como una enorme catedral de piedra en el horizonte. Ya empezaban a verse las edificaciones de la periferia, algunos de los barcos más grandes de Avalon y el tejado circular de terracota del casino, la estructura emblemática de la ciudad.
Se volvió para mirar hacia atrás. El continente sólo se intuía por la nube de contaminación que colgaba sobre él como una señal de aviso: «¡Aléjese de aquí!» Se sentía feliz de haberse librado de eso.
Pensó en Crimmins un momento. No se arrepentía de su modo de actuar en México. De esta manera nadie preguntaría sobre sus motivos y sus opciones. Pero estaba protegiendo algo más que a sí mismo. Graciela y Raymond habían pasado treinta y seis horas con Crimmins. Aunque no les había lastimado físicamente, necesitaban tiempo para recuperarse y superar la terrible experiencia. McCaleb no veía en qué forma los policías y las preguntas podían ayudar a que lo consiguieran. Graciela se había mostrado conforme.
Desde el puente miró la cubierta y observó a los dos secretamente. Raymond estaba en la silla, sujetando con sus manitas el equipo de pesca. Graciela estaba de pie a su lado, agarrada a la silla. A McCaleb le hubiera gustado poner un marlín en la caña para el chico. Pero no estaba preocupado. Habría tiempo de sobra para pescar.
Graciela pareció percibir su mirada y alzó la cabeza hacia él. Compartieron una sonrisa íntima. McCaleb sentía que su corazón se detenía cuando ella lo miraba de ese modo. Se sentía tan feliz que le dolía.
La travesía en barco era una prueba. No sólo para el barco, sino también para ellos dos. Así lo había calificado ella. Una prueba para ver si podían vencer el obstáculo que se interponía entre ambos, el doloroso conocimiento de lo que había sucedido y lo que él había hecho, de por qué él estaba allí y otros no. Sobre todo Gloria. Ya verían si podían superar eso, o al menos dejarlo de lado y pensar en ello sólo cuando fuera necesario.
Era todo lo que McCaleb había soñado. No pedía otra cosa que una oportunidad. El hecho de tenerla a su alcance le hacía sentir que su fe en ella era correspondida. Por primera vez en mucho tiempo creía que la vida tenía sentido.
Miró de nuevo hacia delante y verificó el rumbo. Vio el campanario en la colina y a su lado el tejado de la casa en la que había vivido el escritor y deportista Zane Grey. Era una ciudad hermosa y estaba impaciente por estar de regreso allí y mostrársela a ellos.
Robó otra mirada hacia la popa. Graciela se había recogido el pelo y McCaleb contempló la hermosa forma de su cuello. Había sentido algo casi parecido a la fe en los últimos días y no sabía adónde le conduciría. Estaba confundido, pero no preocupado. Sabía que no importaba demasiado. Depositaba su fe en Graciela Rivers. Al mirar hacia abajo no le cupo ninguna duda de que estaba mirando la piedra sobre la que edificaría su hogar.