Seguí el olor de la sangre hasta la línea del alambrado del este. Al acercarnos se desvaneció, superado por algo peor. Carne en descomposición.
Llegamos a un puente de madera sobre un arroyo. Al llegar al otro lado me detuve. Ya no sentí el olor. Volví a oler el viento este. Había rastros de la pudrición en el aire, pero ya no el olor fuerte. Me volví y miré el arroyo. Había algo pálido debajo del puente. Era un pie descalzo, hinchado, con dedos grises apuntando al cielo. Bajé trotando y me metí en el agua. Jeremy se inclinó sobre el puente, Vio el pie, luego se retiró y esperó a que investigara.
Tomándome del costado del puente, me arrodillé en el agua fría del arroyo, y me empapé los jeans del tobillo a la rodilla. El pie desnudo estaba unido a una pantorrilla delgada. El olor era insoportable. Mi estómago se convulsionó. Ahora podía sentir el olor a podrido. Volví a respirar por la nariz. La pantorrilla remataba en una rodilla, luego se veía piel y músculos destrozados y un hueso protuberante. El fémur se veía como un gran hueso de jamón mordido por un perro con más deseo de destruir que de comer. El otro muslo era un muñón infestado de gusanos, con el hueso partido por mandíbulas poderosas. Al mirar bajo el puente vi el resto de la segunda pierna, más bien pedazos de ella, desparramados, como cuando se sacude el tacho de basura y se desparraman los últimos restos. Por encima de la cadera, el torso era una masa irreconocible de carne destrozada. No vi si tenía brazos. La cabeza estaba retorcida hacia atrás, la garganta casi cortada. No quise mirar el rostro. Es más fácil de soportar si no se mira la cara, si se puede pensar que el cadáver en descomposición es sólo parte del decorado de una película de terror de segunda. Pero lo más fácil no siempre lo mejor. No era una pieza del decorado y ella no merecía que se le considerara así. Supuse que era mujer por el tamaño y porque era una persona muy delgada, pero al girar la cabeza advertí mi error. Era un joven, poco más que un muchacho. Tenía los ojos muy abiertos y llenos de tierra, opacos. Por fuera de ello, el rostro no tenía marcas, piel suave, bien alimentado y muy, muy joven.
Era otro asesinato de un licántropo. Aunque no pudiera oler al callejero por la pudrición y la sangre, lo supe por la manera brutal en que había sido destrozado el cuello y las marcas de los dientes en el torso. El callejero había traído el cuerpo aquí. A Stonehaven. No lo había matado aquí. No había señales de sangre pero había tierra allí, sobre su piel pálida. Lo había enterrado. El callejero lo había matado hacia algunos días, lo enterró, luego lo sacó de la tierra y lo tiró aquí. Anoche cuando revisábamos su departamento. Estaba trayendo el cuerpo a Stonehaven, donde pudiéramos encontrarlo. Se burlaba de nosotros El insulto me hizo temblar de niña.
– Tendremos que deshacernos del cadáver -dijo Jeremy-. Por ahora déjalo. Volveremos a la casa…
Un ruido en los arbustos lo hizo callar. Saqué la cabeza de abajo del puente. Venía alguien, haciendo tanto ruido como si fuera un rinoceronte. Eran humanos. Rápidamente me incliné, lavé mis manos en el arroyo y subí a la orilla. Había llegado arriba cuando dos hombres con chalecos de caza naranja salieron del bosque.
– Esto es propiedad privada -dijo Jeremy y su voz cortó el silencio del claro.
Los dos hombres se sobresaltaron y se dieron vuelta. Jeremy se quedó en el puente, extendió la mano y me acercó a él.
– Dije que es propiedad privada -repitió.
Un hombre, un chico de veintitantos, avanzó.
– ¿Ah sí. ¿Y entonces qué hace aquí viejito?
El hombre mayor lo tomó del codo y lo hizo retroceder.
– Perdone los modales de mi hijo. Señor. Supongo que usted es… trató de recordar el nombre pero no pudo.
– SÍ, yo soy el dueño -dijo Jeremy, la voz aún suave.
Un hombre y una mujer venían detrás de los dos hombres, y casi los derribaron. Se detuvieron y nos miraron como si fuéramos; una aparición. El hombre mayor les susurró algo y luego se volvió hacia Jeremy, mientras se aclaraba la garganta.
– Sí, señor. Entiendo que es dueño de esta tierra, pero vea hay un problema. Estoy seguro de que oyó hablar de la chica muerta hace pocos días. Fueron perros, señor. Perros salvajes. Grandes. Dos chicos del pueblo los vieron anoche. Luego nos llamaron esta mañana, diciendo que habían visto algo al otro lado del bosque por aquí, alrededor de medianoche.
– Así que está investigando.
El hombre se enderezó y esbozó una pequeña sonrisa.
– Sí. Así que, si no le importa…
– Sí me importa.
El hombre parpadeo.
– si, pero vea, tememos que ver qué pasa y…
– ¿Pasaron por lo casa para pedir autorización?
– No. pero…
– ¿Llamaron a la casa para pedir autorización?
La voz del hombre había subido una octava y el chico detrás de él se movía y gruñía. Jeremy continuó con el mismo tono, sin alterarse.
– Entonces sugiero que vuelvan por donde vinieron y me esperen en la casa. Si quieren buscar en el bosque, necesitan autorización. Dadas las circunstancias, por supuesto que les daré permiso pero no quiero tener que preocuparme por encontrar gente tirada en mi propiedad.
– Buscamos perros salvajes -dijo la mujer-. No gente.
Con la excitación de la caza se puede cometer cualquier error. Dado que son mis tierras, no quiero correr ese peligro. Yo uso este bosque. Por eso no permito cazadores aquí. Ahora, si van a mi casa terminaré mi caminata y los veré allí. Les puedo dar mapas de la propiedad y alertar a mis invitados para que no vengan al bosque mientras estén aquí. ¿Les parece razonable?
La pareja se había unido al muchacho en las quejas, pero el hombre mayor parecía estar pensándolo, sopesando los inconvenientes versus lo correcto. Justo cuando pensé que el hombre iba ¡a aceptar sonó una voz detrás de mí.
– ¿Qué carajo pasa aquí?!
C1ay salió del bosque. Yo me estremecí y me pareció ver que Jeremy hacía lo mismo, aunque pudo haber sido un efecto de la luz del sol a través de los árboles. Clay se detuvo al borde del claro y miró al grupo de gente, a nosotros y de vuelta al grupo.
– ¿Qué carajo hacen aquí? -dijo, acercándose al grupo de gente.
– Buscan los perros salvajes -dijo Jeremy suavemente.
Clay tenía los puños apretados al costado del cuerpo. Su furia se sentía de lado a lado del claro. El otro día, cuando escuchamos a los cazadores en el bosque. Clay estaba furioso. Habían invadido su territorio. Pero pudo controlarse porque no había visto a los intrusos, se le había prohibido acercárseles y olerlos y reaccionar siguiendo su instinto. Esto era distinto. Los intrusos ya no eran armas invisibles que disparaban en la oscuridad, sino seres humanos, parados delante de él, blanco de su ira.
– ¿No vieron los malditos carteles al entrar? -gruñó, volviéndose hacia el joven, el más fuerte del grupo -. ¿O son demasiadas sílabas para que ustedes las entiendan, carajo?
– Clayton -lo alertó Jeremy.
Clay no lo oyó. Me di cuenta de que sólo podía sentir la sangre que resonaba en sus oídos y la necesidad de defender su territorio que aullaba en su cerebro. Se acercó más al joven. El muchacho retrocedió hacia un árbol.
– Esto es propiedad privada. ¿Entienden lo que eso significa?
Jeremy bajó del puente y yo lo seguí. Habíamos llegado al centro del claro cuando se oyó otro sonido en el bosque. Un perro de caza aullando. Un perro siguiendo un rastro. Miré a Jeremy y a Clay. Ambos se habían detenido a escuchar, tratando de ubicar de dónde venía el sonido. Volví hacia el puente. El aullido del perro se acercaba y se repetía más y más rápido, lleno de alegría por el triunfo. Había encontrado su objetivo. Había olido el cuerpo bajo el puente.
Di otro paso hacia atrás. Antes de que pudiera pensar, el perro salió del bosque. Se dirigía derecho a mí, sin ver, su cerebro dominado por el olor. Llegó a un metro de mí y se detuvo. Olía algo más. Yo.
El perro me miró. Era una cruza de ovejero y lebrel colorado. Por un segundo bajó el hocico y parpadeó confundido. Entonces alzó la cabeza y gruñó. No sabía qué era yo, pero no le gustaba lo que olía. Uno de los hombres gritó. El perro lo ignoró. Volvió a gruñir, alertándome. El hombre mayor dio un salto hacia delante y corrió hacia el perro. Viendo que se evaporaba mi oportunidad, miré al perro a los ojos y le mostré mis dientes. Ven a pelear. Lo hizo.
El perro me atacó. Sus dientes tomaron mi antebrazo. Caí al suelo, alzando mis brazos como para protegerme. El perro me aferró con fuerza. Cuando sus dientes se hundieron en mi brazo, lancé un aullido de dolor y temor. Pateé débilmente a la bestia, tocando apenas su estómago. Escuché un tumulto. Algo arrastró al perro hacia atrás, tirando de mi brazo. Cuando el perro quedó exangüe. Soltó mi brazo. Vi a Clay parado sobre mí, con las manos aún tomando la garganta del perro muerto. tiro el cadáver a un costado y se puso de rodillas. Hundí la cabeza en mis brazos y comencé a sollozar.
– Vamos, vamos -dijo, abrazándome y acariciando mi pelo -. Ya pasó.
Se esforzaba por no reír, pero se sacudía por el esfuerzo. Resistí el impulso de pellizcarlo y seguí gimoteando. Mientras seguíamos sentados en el suelo, el alboroto se hacía mayor Jeremy exigió saber quién era el dueño del perro y si sus vacunas estaban al día. La gente del grupo gritaba sus disculpas. Alguien fue en busca del dueño del perro. Clay y yo nos quedamos en el suelo, yo sollozaba y él me consolaba. Lo disfrutaba demasiado, pero no me atreví a pararme por temor a que la gente advirtiera que no había lágrimas en mis ojos y que me veía llamativamente compuesta para ser una joven a la que había atacado una bestia salvaje.
Pasados unos minutos apareció el dueño del perro, y no estaba nada feliz de encontrarse a su sabueso favorito muerto. Cambió de tono cuando supo lo sucedido y comenzó a prometer que pagaría los gastos médicos, temiendo probablemente un juicio. Jeremy lo sermoneo por dejar a su perro suelto en propiedad privada. Cuando Jeremy acabó, el hombre le aseguró que el perro estaba vacunado y luego se llevó el cadáver con ayuda del joven. Esta vez, cuando Jeremy les dijo que se fueran, nadie lo discutió. Cuando se acabó el caos me saqué a Clay de encima y me puse de pie.
– ¿(Cómo está tu brazo? -preguntó Jeremy, viniendo hacia mi. Examiné la herida. Había cuatro agujeros de donde aún manaba sangre, pero no me había desgarrado. Abrí y cerré el puño. Dolía mucho pero todo parecía funcionar bien. No me preocupé demasiado. Los licántropos cicatrizan rápido, lo que probablemente fuera el motivo por el que nos lastimábamos al jugar sin preocuparnos mucho.
– La primera herida de guerra -dije.
– Ojalá sea la última – dijo Jeremy cortante, tomando mi brazo para examinar el daño. Pudo ser peor, supongo.
– Sí que lo hizo bien Elena – dijo Clay.
Lo miré con odio.
– No habría tenido que hacerlo si no hubieras venido gritando como un loco. Jeremy ya casi se los había sacado de encima cuando llegaste.
Jeremy se movió a la izquierda, impidiéndome ver a Clay, como si fuéramos peces siameses de riña que no pudiéramos atacar si no nos veíamos.
– Ven conmigo a la casa y te limpiaremos el brazo. Clay, hay un cuerpo bajo e1 puente. Ponlo en el cobertizo y nos desharemos de él esta noche.
– ¿Un cuerpo?
– Un chico. Probablemente fugado.
– ¿Quieres decir que ese callejero trajo un cuerpo…?
– Sácalo de aquí antes de que decidan volver.
Jeremy me tomó del brazo sano y me alejó antes de que Clay pudiera discutir.
Camino de la casa hablamos. O debo decir que Jeremy habló y yo escuché. Cada hora que pasaba, el peligro parecía aumentar. Primero nos habían visto en la ciudad. Luego encontramos un cuerpo en la propiedad. Entonces tuvimos un choque con la gente del lugar, llamando la atención y provocando sospechas. Todo en doce horas. El callejero tenía que morir. Esa misma noche.
Cuando Clay volvió a la casa quiso hablar con Jeremy y conmigo. Yo inventé una excusa y me fui a mi cuarto. Sabía lo que quería decir. Quería pedir disculpas por complicar las cosas. por enfrentarse con la gente y crear problemas. Que lo absolviera Jeremy. Era su tarea.
Después de charlar con Clay. Jeremy llevó al resto al estudio. Mientras él les contaba a los demás lo que había sucedidofui a mi cuarto y llamé a Philip. Me contó sobre una campaña publicitaria en la que trabajaba, algo respecto de condominios frente al lago. Tengo que admitir que no presté mucha atención a sus palabras. En cambio, escuché su voz, cerrando los ojos e imaginando que estaba junto a él, en un lugar en el que los cadáveres en el patio trasero hubiesen sido motivo de horror indescriptible y no motivo para concretar planes de exterminio. Traté de pensar como lo hubiera hecho Philip, sentir compasión y pena por ese chico muerto, una vida tan plena como la mía liquidada.
Mientras Philip hablaba, yo estaba pensando en la noche con Clay. No necesitaba esforzarme mucho para saber cómo lo haría sentir eso a Philip. ¿Qué diablos había estado pensando? No pensé y ese fue el problema. Si antes no sentía culpa, la sentía ahora, escuchando a Philip e imaginando cómo reaccionaría si supiera dónde pasé la noche. Yo era una idiota. Tenía un hombre maravilloso que se preocupaba por mí y yo andaba de juerga con un monstruo que me había traicionado de la peor manera posible.
Todo lo que podía hacer ahora era reconocer que me había equivocado y jurar que no lo repetiría.
Luego de un almuerzo tardío, Jeremy se llevó a Clay a caminar para darle instrucciones sobre lo que había que hacer por la noche. Ya me las había dado a mí. Clay y yo iríamos tras el callejero, juntos. No tenía opción, pero aun así se lo discutí. Yo encontraría al callejero y lo conduciría a un lugar seguro donde Clay lo liquidaría. Era una vieja rutina y, aunque yo no quería reconocerlo, funcionaba.
Mientras los demás lavaban los platos, me escabullí. Vagué por la casa y terminé en el estudio de Jeremy. El sol de la media tarde bailaba a través de las hojas del castaño afuera, lanzando sombras que hacían piruetas en el piso.
Hojeé una pila de lienzos que estaba junto a la pared, escenas de lobos jugando y aullando y durmiendo juntos, con sus miembros enredados y sus cueros variopintos. Junto a esos había dibujos de lobos en callejones, mirando pasar transeúntes, lobos que permitían que los niños los tocaran mientras sus madres miraban para otro lado. Cuando Jeremy aceptó vender uno de sus cuadros, lo que el público quiso fue el segundo estilo. Las escenas eran enigmáticas y surrealistas, pintadas en rojos, verdes y púrpuras tan oscuros que parecían tonos de negro. Había toques de amarillo y naranja que electrificaban la oscuridad en lugares incongruentes, como el reflejo de la luna en un charco. Peligroso tema. Pero Jeremy era cuidadoso. Los vendía bajo seudónimo y nunca aparecía en público. Nadie fuera de la Jauría venía a Stonehaven, salvo gente que viniera a hacer el service de algo, de modo que sus cuadros estaban a resguardo aquí en el estudio.
Jeremy también pintaba modelos humanos, aunque sólo miembros de la Jauría. Uno de sus favoritos estaba en la pared de la ventana. Aparecía yo al borde de un barranco, desnuda y de espaldas. Clay estaba sentado en el suelo junto a mí, su brazo en torno de mi pierna. Al pie del barranco, una jauría de lobos jugaba en un claro del bosque. El título estaba escrito abajo, en un rincón: Edén.
En la pared de enfrente había dos retratos. En el primero se veía a Clay al fin de la adolescencia, sentado al fondo en una silla de paja, blanca. Tenía una media sonrisa soñadora en el rostro, con la mirada enfocada en algo por arriba del pintor. Parecía el David de Miguel Angel, vivo, perfección juvenil, todo inocencia y ensoñación. En un buen día el retrato parecía una expresión de deseos de Jeremy. En un mal día parecía un autoengaño.
El retrato junto a ése era igualmente inquietante. Era yo. Estaba sentada de espaldas al pintor, girando de modo de que se me viera el rostro y la parte superior del cuerpo. Mi pelo caía suelto para cubrir mis pechos. Pero, al igual que en el cuadro de Clay, la expresión era lo central. Mis ojos azul oscuro se veían más claros y definidos que lo normal, con lo que adquirían un brillo animal. Sonreía con los labios separados y mostrando los dientes. El efecto era de sensualidad salvaje, con un toque peligroso que yo no veo al mirarme en el espejo.
– Ajá – dijo Nick desde la puerta-. Así que aquí te escondes. Llamada para ti. Es Logan.
Salí tan rápido que casi vuelco una pila de pinturas. Nick me siguió y señaló el teléfono en el estudio. Cuando iba por el corredor, Clay entró por la puerta de atrás. No me vio. Me metí en el estudio y cerré la puerta mientras escuchaba que Clay le preguntaba a Nick dónde estaba yo. Nick dio una respuesta vaga, sin atreverse a decirle la verdad y enojarlo. Clay seguía enojado de que me hubiera contactado con Logan durante mi ausencia. No es que sospechara que me acostaba con Logan ni nada tan banal. Sabía la verdad: que Logan y yo éramos amigos, muy buenos amigos pero eso bastaba para provocarle celos, no de mi cuerpo, sino de mi tiempo y mi atención.
Tomé e1 teléfono del escritorio y dije "hola".
– ¡Ellie! -La voz de Logan resonó a través de la estática. -No puedo creer que estés allí. ¿Cómo estás? ¿Sigues viva?
– Hasta ahora sí, pero sólo han pasado dos días. Dale tiempo a la cosa. -La línea zumbó. se interrumpió la comunicación un segundo luego volvió. -Los Ángeles tiene peor servicio que el Tibet o tú me hablas desde un celular. ¿Dónde estás?
– Voy en el auto hacia el juzgado. Escucha, las cosas se están arreglando rápido aquí. Tenemos un acuerdo. Por eso llame.
– ¿Vienes para aquí?
Su risa llegó distorsionada por la línea.
– ¿Estás ansiosa por verme? Me sentiría halagado si no sospechara que sólo quieres protección contra Clayton. Sí, vuelvo No sé exactamente cuándo, pero debería ser esta noche o mañana por la mañana, hora de Nueva York. Tenemos que terminar el trabajo aquí y tomo el primer avión que pueda.
– Qué bien. Tengo muchas ganas de verte.
– Lo mismo digo, aunque sigo ofendido porque no me permitiste ir a Toronto en Navidad. Quería comer tus galletas de jengibre quemadas. Otra gran tradición festiva que se pierde.
Quizá lo hagamos este año.
– Este año, sin duda. -El teléfono chisporroteó y volvió quedarse en silencio unos segundos y luego volvió. -¿…la?
– Sigo aquí.
– Bueno. Mejor corto antes de perderte. No me esperes levantada. Te veo mañana y te llevo afuera a almorzar así puedes relajarte por un rato. ¿De acuerdo?
– Absolutamente de acuerdo. Nos vemos.
Dijo adiós y cortó. Cuando colgué, alcancé a escuchar a Nick que juntaba jugadores para un partido de fútbol. Se detuvo junto a la puerta del estudio y golpeó.
– Yo juego -dije-. Nos vemos allí.
Volví a mirar el teléfono. Venía Logan. Eso bastaba para hacerme olvidar de todos los problemas y molestias del día. Sonreí salí por la puerta, con el espíritu en alto y de pronto deseosa algunos sacudones antes de la excitación de la cacería nocturno del callejero.