REUNIÓN

Más allá de lo que hubiese dicho Jeremy, yo sabía que no debía intentar dejar la casa. Jeremy podía hacer de cuenta que no le importaba lo que yo hiciera, pero me detendría si intentaba irme sin escuchar lo que él me quería decir 'Tenía tres opciones. Primero, podía forzar la mano y tratar de irme. Segundo, podía subir a su cuarto y amenazar con irme si no me decía lo que sucedía. Tercero, podía ir a mi antiguo cuarto, dormir y averiguar por la mañana qué quería. Evalué las opciones. Ahora sería imposible conseguir un taxi para volver a Syracuse, dado que el servicio local había cerrado hacia más de una hora. Podía tomar uno de los autos y dejarlo en el aeropuerto, pero las posibilidades de que hubiera un vuelo a Toronto a las tres de la madrugada eran casi nulas y no me gustaba la idea de dormir en el aeropuerto. Tampoco me gustaba la idea de pelearme con Jeremy. Uno no peleaba con Jeremy Danvers; podía gritar y maldecirlo, pero él se quedaba parado con mirada inescrutable, esperando a que una se cansara, y luego con calma se negaba a discutir el asunto. Yo había encontrado la manera de superar sus defensas, pero me faltaba práctica. No, esta noche lucharía negándome a seguirles el juego. Me iría a dormir, arreglaría el asunto por la mañana y me iría. Así de simple.

Fui arriba, al mi antiguo cuarto, ignorando el hecho de que -aunque supuestamente nadie sabía que yo iba a venir- el cuarte había sido aireado, la ventana estaba abierta, había sábanas limpias y listas para dormir. 'Tomé mi celular de la bolsa y llamé a Philip. A medida que iba sonando y nadie contestaba, fui sintiendo una creciente desilusión. Probablemente ya estuviera acostado. Cuando atendió el contestado; pensé en colgar y llamar de nuevo con la esperanza de que por fin se despertara, pero sabía que era egoísta de mi parte querer hablarle para restablecer mi vínculo con el mundo exterior. Así que le dejé un mensaje breve, comunicándole que había llegado bien y que lo volvería a llamar antes de partir al día siguiente.


El silencio de la casa me despertó a la mañana siguiente. Yo estaba acostumbrada a despertarme en la ciudad, maldiciendo los sonidos del tráfico, tirando el reloj despertador al otro lado cuarto, amenazando hacer lo mismo con Philip si no me deja quedarme en la cama. Cuando nada conspiró para levantarme esta mañana, me desperté de pronto a las diez, creyendo a medias que se acababa el mundo. Entonces me di cuenta de que estaba en Stonehaven. No puedo decir que me sintiera aliviada.

Me liberé de las sábanas bordadas y las almohadas de pluma y corrí las cortinas de la cama. Despertarme en mi cuarto de Stonehaven era como despertar a una pesadilla de novela victoriana. La cama con dosel era de por si terrible, algo sacado de un cuento de hadas. Pero la cosa se ponía peor. Al pie de la cama había cajón de cedro con cobertores de pluma y perfume a madera, para el caso de que no bastaran los de algodón egipcio que había en cama. En la ventana se agitaban cortinas de voile, sobre un asiento empotrado en la pared, forrado en raso. Las paredes estaban pintadas de rosa pálido y adornadas con acuarelas de flores y atardeceres. Al otro lado del cuarto había un tocador de roble, con espejo de marco dorado y cepillo y espejo de mano con base plateada. La tapa del vestidor estaba llena de muñequitas de Dresden. Scarlett se hubiera sentido como en su casa.

El asiento en la ventana había sido el motivo principal por el que Jeremy escogió este cuarto para mi. Eso y que los cerezos florecían justo debajo de la ventana. Parecía apropiadamente lindo y femenino. La verdad es que Jeremy no sabía nada de mujeres y esperar que me volviera loca por las flores de cerezo había sido el primero de muchos errores. No se podía esperar que supiera demasiado. Las mujeres cumplían un papel casi insignificante en mundo de los licántropos. El único motivo que tiene un licántropo para averiguar lo que piensa una mujer es encontrar la mejor manera de llevarla a la cama. La mayoría ni siquiera se moleta en averiguar eso. Si uno es diez veces más fuerte que la fabulosa pelirroja sentada junto al bar, por qué molestarse en comprar un trago. Ese es al menos el punto de vista de los que no forman parte de la Jauría. Los de la Jauría son más sutiles. Si un licántropo quiere vivir en un lugar, no puede mantener el hábito violar a una mujer cada vez que siente necesidad. Los licántropos de la Jauría incluso tienen amantes y novias, aunque nunca forman lo que los humanos llaman relaciones estables. Por supuesto que no se casan. Tampoco permiten a las mujeres criar a sus hijos. Es ley de la Jauría que todo hijo varón debe ser separado de su madre en la infancia y se deben cortar todos los lazos con ella. Así que no se podía esperar que Jeremy supiera demasiado acerca del sexo opuesto, puesto que se había criado en un mundo en el que las madres, hermanas y tías eran sólo palabras en un diccionario. Y no había mujeres lobo. Excepto yo, por supuesto. Cuando me mordieron, Jeremy esperaba encontrarse con una criatura infantil y dócil que tímidamente aceptaría su destino y se contentaría con un cuarto bonito y ropa linda. Si hubiese previsto el futuro, quizá me hubiera echado… o algo peor.

El que me mordió me había traicionado de la peor manera posible. Yo lo amé, confié en él y él me convirtió en un monstruo. Entonces me dejó con Jeremy. Decir que reaccioné mal es poco decir. Lo del cuarto no funcionó. En una semana Jeremy tuvo que encerrarme en una jaula. Mis Cambios se volvieron tan descontrolados como mis ataques de furia. Nada que Jeremy dijera hacía que yo lo escuchase. Lo odiaba. Era mi captor; el único al que podía culpar de todos mis tormentos, físicos y emocionales. Si la jaula era mi infierno, Jeremy era mi Satán.

Finalmente me escapé. Conseguí viajar a 'Toronto comprando el pasaje con lo único que tenía para dar a cambio: mi cuerpo. Pero a los pocos días de llegar comprendí que mi valoración de la jaula era totalmente inexacta. No era el infierno. Era sólo una estación de paso camino al infierno. Vivir sin límites e incapaz de controlar mis Cambios era el noveno círculo del infierno.

Empecé matando animales para sobrevivir, conejos, mapaches, perros e incluso ratas. Al poco tiempo perdí toda ilusión de controlarme y comencé a hundirme en la locura. Incapaz de razonar, apenas si podía pensar y sólo respondía a las urgencias de mi estómago. Los conejos y mapaches ya no bastaban. Comencé a matar gente. Luego del segundo asesinato, Jeremy me encontró, me llevó a casa y me entrenó. No volví a intentar escapar. Había aprendido la lección. Había cosas peores en el mundo que Stonehaven.


Me bajé de la cama y caminé por el piso de madera frío hasta la alfombra. Mi bolsa estaba abajo, pero no importaba. El vestidor y el ropero estaban llenos de ropa que había acumulado a lo largo de los años. Encontré jeans y una camisa y me los puse. No tenía ganas de peinarme, así que me hice una trenza.

Ya semipresentable abrí la puerta del cuarto y miré la puerta cerrada al otro lado del corredor. Los ronquidos de Clay lograban traspasar su puerta y yo me aflojé un poco.

Ese era un problema que quería evitar esta mañana.

Salí al corredor y pasé su puerta. En forma sorprendentemente abrupta se detuvieron los ronquidos. Maldiciendo, bajé los primeros escalones. La puerta de Clay se abrió con un crujido y luego escuché sus pies descalzos sobre el piso de madera. “No te detengas", me alerté. «No te detengas". Entonces por supuesto me detuve y me di vuelta.

Estaba parado arriba, y se veía suficientemente exhausto como para caer por la escalera. Sus rulos dorados estaban en desorden y aplastados con el sudor del sueño. Tenía una sombra de barba rubia. Sus ojos estaban abiertos a medias y se esforzaban por enfocarme. Llevaba sólo los calzoncillos blancos con huellas de zarpas negras que le compré para hacerle una broma durante uno de los períodos en que nos llevamos mejor hace unos años. Desperezándose, giró los hombros hacia atrás, exponiendo los músculos de su pecho.

– ¿Pasaste una mala noche vigilando mis rutas de escape? -pregunté.

Se encogió de hombros. Cuando yo tenía un mal día en Stonehaven, Clay se pasaba la noche haciéndome guardia. Como si yo fuera tan cobarde como para escabullirme por la noche. Bueno, es cierto que lo había hecho, pero no era ésa la cuestión.

– ¿Quieres que te acompañe a desayunar? -preguntó.

– No.

Otra vez se encogió de hombros adormilado. Dentro de unas horas no dejaría pasar el rechazo sin pelear. Carajo, en unas cuantas horas no se molestaría en preguntar si podía acompañarme. Seguí bajando. Di tres pasos, cuando se despertó de golpe, me siguió y me tomó del codo.

– Yo te preparo el desayuno -dijo-. Te veré en el porche. Quiero hablar contigo.

– No tengo nada que decirte, Clayton.

– Dame cinco minutos. Ya bajo.

Antes de que pudiera contesta; subió corriendo y desapareció en su cuarto. Podría haberlo seguido, pero hubiese significado seguirlo a su cuarto. Decididamente eso no era una buena idea.

Al llegar a la planta baja, me llegó el aroma de jamón con miel y panqueques, mi desayuno favorito. Fui al porche y miré la mesa Sí, había pilas de jamón y panqueques sobre un plato. No habían llegado solos allí, pero me hubiera sorprendido menos que fuera así. La única persona que podía haberlo preparado era Jeremy, pero él no cocinaba. No es que no pudiera, no lo hacia. Eso no quiere decir que él esperase que Clay o yo lo sirviéramos, pero cuando él preparaba el desayuno, lo único que echaba humo era el café. Lo demás era una mezcolanza de panes, quesos, fiambres, frutas y cualquier otra cosa que requiriera una preparación mínima.

Jeremy entró detrás de mí a la sala.

– Se enfría. Siéntate y come.

No dije nada del desayuno. Cuando Jeremy tenía un gesto amable, no le gustaba que se le agradeciera. Por un momento estuve convencida de que ésa era la manera de Jeremy de darme la bienvenida. Entonces reaparecieron las viejas dudas. Quizá sólo había preparado el desayuno para tranquilizarme. Nunca podía descubrir las intenciones de Jeremy. A veces estaba segura de que me quería en Stonehaven, otras veces pensaba que sólo me aceptaba porque no le quedaba más remedio, porque me hablan metido en su vida y tenerme calmada y controlada era lo mejor para su Jauría. Sé que yo pensaba demasiado en eso, esforzándome por interpretar cada gesto suyo, demasiado ansiosa por ver una señal de aprobación. Quizás aún estuviera atrapada en los viejos patrones de la infancia, deseando un padre más de lo que estaba dispuesta a admitirlo. Deseaba que no fuera así. La imagen que quería proyectar no era precisamente la de una niña carenciada.

Me senté y empecé a comer. Los panqueques estaban preparados con una mezcla sacada de una caja, pero no me quejé. Estaban calientes y me llenaban y tenían manteca y jarabe de arce. La cosa auténtica, no la porquería de imitación que siempre compraba para ahorrar un poco. Tragué la primera parva y me serví la segunda. Jeremy no movió un pelo. Una cosa buena de Stonehaven era que yo podía comer todo lo que quisiera sin que nadie lo comentara o lo notara.

Parece que mientras Clay estaba vigilando la ventana de mi cuarto anoche, Jeremy me esperaba aquí esta mañana. Su caballete estaba puesto entre la ventana y su silla. Había allí una hoja con unas cuantas líneas. No había avanzado mucho en el nuevo bosquejo. Las pocas líneas que había trazado evidentemente habían sido borradas y vueltas a trazar varias veces. En un lugar el papel amenazaba con romperse.

– ¿Vas a decirme qué pasa? -pregunté.

– ¿Vas a escuchar? ¿O estás buscando otro motivo de pelea?

Trazó otra línea sobre el fantasma de la anterior y volvió a borrarla Se veía el marrón de la madera del caballete a través del agujero que dejó.

– Aún no superas lo que pasó, ¿verdad? -le dije -. El motivo por el que me fui. Aún estás enojado.

No levantó la vista del bosquejo. Carajo, ¿por qué no me miraba?

– Yo no estaba enojado contigo, Elena. Tú estabas enojada contigo misma. Por eso te fuiste. No te gustaba lo que hiciste. Te asustaste y creíste que podías dejarlo atrás si te ibas. ¿Fue así?

No contesté.

Hacía dieciséis meses había ido a investigar el informe de que alguien vendía información sobre los licántropos. La Jauría no sale a perseguir a cada tipo que dice que tiene pruebas de la existencia de licántropos. Eso sería un trabajo de tiempo completo para cada licántropo existente dentro y fuera de la Jauría. Seguimos las historias que suenan verídicas, excluyendo palabras claves tales como balas de plata, asesinato de bebés y criaturas mitad hombre, mitad bestia, que asuelan el mundo. Lo que queda es una tarea de algunas horas que cumplimos Clay y yo. Cada uno cumple un rol. Si un licántropo de afuera estaba causando problemas y Jeremy quería darle un castigo ejemplar, enviaba a Clay. Si el problema iba más allá de lo que pudiera resolverse rápidamente -O Si había un humano involucrado- entonces requería cautela y fineza. Para esos casos me enviaba a mí. El caso de José Carter requería de mis servicios.

José Carter era un mercachifle especializado en fenómenos paranormales. Se había pasado la vida engañando a los crédulos y vulnerables diciéndoles que sus seres queridos muertos querían entrar en contacto con ellos desde el más allá. Entonces, hace dos años, mientras trabajaba en América del Sur, llegó a un pueblo donde se afirmaba que había un licántropo. No iba a perderse esa oportunidad y Carter fue al lugar para empezar a reunir lo que suponía que eran evidencias falsas. El problema es que no eran falsas. Uno de los perros había estado de viaje por Ecuador, atacando una aldea detrás de otra y dejando un rastro de cadáveres. El perro pensó que tenía la solución perfecta, al atacar aldeas tan remotas que nadie vería una relación entre ellas. No contaba con José Carter. Y Carter nunca había pensado que iba a encontrar la cosa verdadera, pero cuando lo hizo supo lo que era rápidamente. Se fue de Ecuador con informes de testigos, muestras de pelo, moldes tomados de las pisadas y fotografías. Al volver a EEUU se contacto con varias sociedades paranormales e intentó vender la información. Estaba tan seguro de lo que había encontrado que ofreció acompañar de vuelta a Sudamérica al que hiciera la mejor oferta para rastrear la bestia.

Yo lo encontré a José Carter en su 'subasta de información” en Dallas. Traté de desacreditarlo. Traté de robar las prueba Cuando nada funcionó hice lo único que me quedaba. Lo maté. Lo hice por mi cuenta, sin órdenes de Jeremy y sin siquiera contactarme con él. Luego volví al hotel, me bañé y disfruté de un buen sueño. Cuando desperté, recién comprendí lo que había hecho.

No tanto lo que había hecho sino cómo lo había hecho, lo fácil que me resultó. Maté a un hombre con tanta preocupación moral como la que me hubiera provocado matar una mosca.

Camino de regreso a Nueva York, preparé mis argumentos para explicar a Jeremy por qué había actuado sin consultarlo. Carter era una amenaza real. Hice todo lo que pude para detenerlo. Se acababa el tiempo. Si llamaba a Jeremy me hubiera dicho que lo hiciera, así que simplemente me ahorre un paso y me encargué de la cosa. Antes de llegar a Stonehaven comprendí que no era a Jeremy al que quería convencer, sino a mí misma. Había cruzado la raya. Había actuado con el solo propósito de proteger a mi Jauría, sin una gota de compasión. Actué como Clay. Eso me asustó, me asustó tanto que escapé y juré nunca volver a esa vida.

¿Había cambiado? ¿Me sentía totalmente en control de mis instintos e impulsos? No lo sabía. Por un año no había hecho nada tan terrible, pero tampoco me encontré en una situación donde se diera la oportunidad. Otro motivo por el que no había querido volver a Stonehaven. No sabía si ya me lo había sacado de encima y no estaba segura de querer averiguarlo.


Una conmoción en la puerta me sacó de mi distracción. Al levantar la vista una figura alta de pelo oscuro irrumpió en el cuarto. Nicholas Sorrentino me vio, llegó junto a mí en tres pasos y me alzó de mi asiento. Enganché la silla con un talón y la volqué. Gruñó en broma al abrazarme.

– Te fuiste demasiado tiempo, hermanita. Demasiado.

Nick me alzó y me besó. El beso decididamente no era fraternal, un beso profundo, que me dejó sin aliento. A cualquier otro le hubiera dado una cachetada, pero nadie más besaba como Nick, así que decidí no reprobar su indiscreción.

– Ponte cómodo -dijo una voz con acento sureño desde la puerta.

Nick se volvió hacia Clay y sonrió. Aún me tenía cautiva. Se acercó a Clay y lo golpeó en la espalda. Clay le tomó la cabeza en una llave. Me liberó y alejó a Nick. Nick recuperó el equilibrio, sonrió y volvió a acercarse.

– ¿Cuándo llegaste? -me preguntó y luego clavó un dedo en las costillas de Clay-. ¿Y por qué no me dijeron que venía?

Alguien me tomó desde atrás y me alzó del suelo.

– La hija pródiga ha regresado.

Giré la cara para ver un rostro tan familiar como el de Nick.

– Eres tan malo como tu hijo -dije liberándome de él-. ¿No saben dar la mano?

Antonio rió y me bajó.

– Tendría que apretarte más fuerte. Quizás así aprenderías a quedarte en casa.

Antonio Sorrentino tenía el mismo pelo oscuro ondulado y los ojos marronas impactantes de su hijo. Generalmente se hacían pasar por hermanos. Antonio tenía cincuenta y tres y parecía la mitad de eso, cosa que debía tanto a su pasión por la vida saludable como a que era un licántropo. Era más bajo y macizo que su hijo, con hombros anchos y bíceps que hacían que los de Clay parecieran los de un peso pluma.

– ¿Llegó Peter ya? -preguntó Antonio, sentándose junto a Jeremy, que sorbía su segundo café sin que lo perturbara la conmoción.

Jeremy negó con la cabeza.

– ¿Vienen todos? -pregunté.

– Termina tu desayuno -dijo Jeremy, con mirada crítica-. Has perdido peso. No puedes hacerlo. Si no tienes suficiente energía perderás control. Ya te alerté sobre eso.

Haciendo por fin a un lado su caballete, Jeremy se volvió para hablar con Antonio. Clay extendió la mano por sobre mi hombro, tomó un pedazo de jamón y se lo tragó entero. Cuando lo miré fastidiada, me dirigió un gesto de "sólo trataba de ayudarte".

– No metas la mano en su plato -dijo Jeremy sin volverse. Lo tuyo está en la cocina. Hay para todos.

Antonio fue el primero en salir. Cuando Nick iba a seguirlo, Clay lo tomó del brazo. No dijo nada. No necesitaba hacerlo. Nick asintió y se fue a llenar dos platos mientras Clay seguía a mi lado.

– Prepotente -murmuré.

Clay alzó las cejas, con los ojos azules destellando su perfecta inocencia. Su mano intentó sacar otro pedazo de jamón de mi plato. Le clavé el tenedor en la mano con suficiente fuerza para hacerlo aullar. Jeremy nos ignoró.

Antonio volvió al cuarto, con el plato tan cargado que pensé que en cualquier momento los panqueques se deslizarían al suelo, porque además sostenía el plato con una mano. La otra mano estaba ocupada en llevarse un panqueque a la boca. Nick llegó detrás de su padre y dejó caer el plato de Clay delante de él, luego acercó una quinta silla, la dio vuelta y se sentó con el respaldo delante. Hubo un maravilloso silencio por unos minutos. Los licántropos no hablan mucho en la comida. La tarea de llenarse el estómago exige concentración total.

El silencio pudo haber durado más si el timbre no lo hubiera hecho añicos. Nick fue a atender y volvió con Peter Myers. Peter era bajo y duro, con una sonrisa fácil y pelo rojo rebelde que siempre se veía como si él se hubiese olvidado de peinarlo. Nuevamente el ritual de abrazos de oso, golpes en la espalda, morrazos juguetones, los saludos en la Jauría era tan entusiastas como físicos, y muchas veces dejaban tantos moretones como una pelea.

– ¿Y Logan? -pregunté, cuando todos volvían a su tarea alimenticia.

– No viene. -dijo Jeremy-Tuvo que volar a Los Ángeles por un juicio. Le conté lo que sucede, pero tendremos que arreglarnos sin él por ahora.

– Lo que me recuerda algo -dijo Clay, dirigiéndose a mí-. La última vez que hablé con Logan, me comentó que habló contigo en las pascuas. Por supuesto que eso no es posible ya que dejaste de tener contacto con la Jauría, ¿verdad?

Miré a Clay, pero no contesté. No necesité hacerlo. Podía ver la respuesta en mis ojos. Su rostro enrojeció de ira y atacó una feta de jamón con fuerza suficiente para sacudir la mesa. Sí, había hablado con Logan en las pascuas, el día de su cumpleaños y el mío, en Navidad y media docena de veces. Me dije que mientras no lo viera, no estaba faltando a mi voto. Además, Logan era más que mi hermano en la Jauría, era mi amigo, quizás el único verdadero amigo que he tenido. Teníamos la misma edad y compartíamos algo más que saber los nombres de ambos integrantes de la banda de rock Wham. Logan entendía el atractivo del mundo exterior. Disfrutaba de la protección y el compañerismo que ofrecía la Jauría, pero se sentía igualmente a gusto en el mundo humano, donde tenía un departamento en Albany, una novia de larga data y sentaba carrera de abogado. Cuando me enteré que Jeremy había convocado a una reunión, pensé que era genial que Logan viniera. Pero ahora quizás yo no tendría ninguna compensación ante esta visita indeseada.


Unos minutos más tarde, Jeremy y Antonio se fueron a hablar al porche de atrás. Como era el amigo más cercano y más viejo de Jeremy, Antonio muchas veces le servía para probar sus ideas, una especie de asesor de la corte. Antonio y Jeremy se habían criado juntos, hijos de las dos familias más distinguidas de la Jauría. El padre de Antonio había sido el Alfa de la Jauría antes que Jeremy. Cuando murió Dominic, muchos en la Jauría supusieron que Antonio ocuparía su lugar, aunque la jefatura no era hereditaria Al igual que sucede con los lobos verdaderos, el Alfa de la Jauría tradicionalmente era el mejor luchador. Antes de que creciera Clay, Antonio era el mejor guerrero. Además tenía más inteligencia y sentido común que una docena de licántropos normales. Pero a la muerte de su padre, Antonio apoyó a Jeremy, viendo en él virtudes que salvarían a la Jauría. Con la ayuda de Antonio, Jeremy pudo liquidar todas las objeciones a su sucesión como Alfa. Desde entonces nadie lo había desafiado. El único licántropo con poder para disputar la posición de Jeremy era Clay y Clay se hubiera cortado el brazo derecho antes que desafiar al hombre que lo había rescatado y criado como a un hijo.


Cuando Jeremy tenía veintiún años, su padre volvió con una extraña historia de una de sus salidas. Estaba pasando por Luisiana cuando sintió el olor de un licántropo. Lo rastreó y descubrió a un niño lobo, preadolescente, que vivía como un animal en los pantanos. Para Malcolm Danvers, no había sido más que una historia intrigante en la cena, ya que nadie había oído hablar antes de un niño lobo. Si bien los licántropos hereditarios no vivían su primer Cambio hasta ser adultos, generalmente entre los dieciocho y los veintiún años, un humano mordido por un licántropo se volvía licántropo de inmediato cualquiera fuera su edad. La persona más joven en convenirse en licántropo hasta entonces había tenido quince años. Se suponía que si un niño más joven era mordido, moriría, si no por la mordedura, sin duda por la conmoción. Aunque sobreviviera milagrosamente al ataque, entre los licántropos era un hecho aceptado que nadie de menos de quince años tenía la fortaleza para sobrevivir al primer cambio. El niño de Louisiana parecía no tener más que siete u ocho años, pero Malcolm lo había visto en ambas formas, de modo que era claramente un licántropo mordido. La Jauría consideró que su supervivencia era sólo cuestión de suerte, una casualidad, que no tenía nada que ver con la fuerza o la voluntad. El niño lobo sin duda no viviría mucho más. La siguiente vez que Malcolm visitara Louisiana, seguramente se enteraría de que el niño había muerto hacía tiempo. Incluso hizo apuestas con sus hermanos de la Jauría.

Al día siguiente, Jeremy tomó un vuelo a Baton Rouge, donde encontró al niño, que no tenía idea de qué le había sucedido o desde cuándo era lobo. Había vivido en los pantanos y conventillos, cazando ratas y perros y niños. A tan temprana edad sus cambios eran incontrolables y pasaba de una forma a otra continuamente, lo que casi lo había vuelto loco. El niño parecía un animal aun en su forma humana, desnudo con crenchas de pelo pegoteado y uñas como garras.

Jeremy llevó al niño a su casa y trató de civilizarlo. Resultó que la tarea era tan imposible como civilizar a un animal salvaje. Lo más que se puede hacer es domarlo. Clay había vivido tanto tiempo como licántropo que no recordaba haber sido humano. Se había vuelto lobo, más lobo de lo que sería ningún licántropo normal, dominado por los instintos más elementales, la necesidad de cazar para conseguir comida, de defender su territorio y proteger su familia. Si Jeremy dudaba de eso, el primer encuentro de Clay con Nicholas terminó con sus dudas.

De niño, Clay no quería tener nada que ver con niños humanos, de modo que Jeremy había arreglado un encuentro con uno de los hijos de la Jauría, pensando que Clay quizás iba a sentirse más dispuesto a aceptar a un compañero de juegos que, no siendo aún licántropo, al menos tuviera esa sangre en las venas. Como dije, se separaba de sus madres a los hijos de la Jauría y los criaban sus padres. Más aún, los criaba toda la Jauría. A los chicos se los mimaba. Tal vez era para compensarlos por la vida difícil que tenían por delante, pero más probablemente fuera porque se buscaba crear los vínculos necesarios para mantener unida a la Jauría. Los niños muchas veces pasaban las vacaciones de verano yendo de una casa a otra, pasando todo el tiempo posible con los “tíos" y «primos" que serían sus hermanos de Jauría. Dado que la Jauría nunca era numerosa, por lo general tampoco había más de dos muchachos de la misma edad. Cuando Clay vino a vivir con Jeremy sólo había dos hijos de la Jauría menores de diez años: Nick, que tenía ocho, y Daniel Santos, que estaba por cumplir los siete, precisamente la edad que Jeremy le asignó oficialmente a Clay. Nick sería el primero de sus compañeros de juegos. Quizá Jeremy era hijo de su mejor amigo. O quizá ya había visto algo en Daniel que lo hizo pensar que no sería buen compañero de juegos. Más allá de cuál fuera el motivo, la elección de Jeremy tuvo Consecuencias a lo largo de toda la vida de los tres chicos.

Pero ésa es otra historia.

Antonio trajo a Nick a Stonehaven y se lo presentó a Clay, esperando que los dos chicos se fueran a jugar a los policías y ladrones o algo así Según narra Antonio, Clay se paró un momento evaluó al muchacho mayor y más alto, luego saltó, aprisionando a Nick contra el suelo, apretando su garganta con el brazo, y Nick se hizo pis en los pantalones. Molesto por el poco valor de su adversario, Clay decidió dejarlo vivir y pronto descubrió que podía usar a Nick como muñeco para golpear; chico de los mandados y seguidor devoto. Lo que no quiere decir que nunca hayan jugado a los policías y ladrones, pero cuando lo hacían, fuera cual fuese el rol de Nick, siempre terminaba amordazado, atado a un árbol y a veces abandonado.


Eventualmente Clay aprendió a controlar mejor su instinto, pero incluso entonces era una batalla contra su propia naturaleza. El instinto dominaba a Clay. Había aprendido trucos que podía emplear si se le daba una noticia anticipada de las cosas, como por ejemplo que se oyera a cazadores en las tierras de propiedad de Jeremy a cierta distancia. Pero si no mediaba tal alerta, lo dominaba la ira y explotaba, con lo que a veces ponía en peligro a la Jauría. Por inteligente que fuera, no podía controlar su instinto. A veces yo pensaba que eso le hacía más dura la cosa, ya que tenía inteligencia como para darse cuenta de que se estaba haciendo mal, pero sin poder evitarlo. Otras veces me imaginaba que si de veras era tan inteligente, tendría que haber sido capaz de controlarse. Quizá no ponía suficiente empeño. Esa última explicación era la que más me gustaba.


Cuando Jeremy y Antonio volvieron de su charla, nos trasladamos al estudio, donde Jeremy explicó la situación. Había un hombre lobo en Bear Valley. La historia del perro salvaje era una explicación plausible de los vecinos, que buscaban desesperadamente una respuesta. Al fin de cuentas, se habían encontrado huellas de canino en torno del cadáver. La forma del crimen también era canina, con la garganta destrozada y el cuerpo devorado en parte. Por supuesto que nadie podía explicarse cómo era que la joven andaba por el bosque de noche, con pollera y tacos altos. Parecía que la mató un perro, y los vecinos decidieron que era así. Nosotros sabíamos que no.

El asesino era un licántropo. Todos los indicios estaban allí. Lo sorprendente era que aún estuviera en Bear Valley, que hubiera llegado alíL ¿Cómo había logrado uno de los piojosos acercarse tanto a Stonehaven? ¿Cómo había matado a una mujer local antes de que Jeremy y Clay supieran que estaba allí? La respuesta era simple: complacencia. Pasados veinte años desde la última vez que un licántropo llegó más al norte de la ciudad de Nueva York, Clay había relajado su vigilancia. Jeremy había monitoreado la cosa en los papeles, pero prestó más atención a los eventos en otras partes del territorio de la Jauría. De esperar problemas, habrían sido quizás en Toronto o Albany, donde Logan tenía un departamento, es en la región de las montañas Catskills, donde estaba la casa de los Sorrentino, o en Vermont, donde vivía Peter. Pero no cerca de Stonehaven. Nunca cerca de Stonehaven.

Cuando desapareció la mujer que luego fue encontrada muerta, Jeremy se enteró, pero no le prestó atención. La desaparición de humanos no era algo inusual. No había ningún indicio de que la desaparición tuviera algo que ver con un licántropo. Pero hacía tres días habían encontrado el cuerpo de la mujer. Para entonces ya era demasiado tarde. Ya había pasado la oportunidad de despachar al intruso de forma rápida y segura La gente del pueblo ya se había alzado en armas por la desaparición. Cuando se encontró el cuerpo, aparecieron las armas. En pocas horas los cazadores ya estaban recorriendo el bosque, buscando depredadores, humanos o caninos. Por más que fuera respetado en la comunidad, Jeremy no dejaba de ser un foráneo, alguien que vivía allí pero se mantenía al margen del resto. Durante mucho tiempo la gente de Bear Valley y sus alrededores había respetado la privacidad de los Danvers, alentados por las grandes sumas que llegaban de Stonehaven cada Navidad para mejoras en la escuela o una nueva biblioteca o lo que filera que necesitara financiar el consejo de la ciudad. Pero cuando aparecía un peligro, la naturaleza humana llevaba a buscar un foráneo. No tardarían mucho en mirar a Stonehaven y sus habitantes generosos pero misteriosos, y decirse: Saben, en realidad no los conocemos, ¿No es cierto?

– Lo que tenemos que hacer antes que nada es encontrar a este callejero -dijo Jeremy-. Elena es la que tiene el mejor olfato, así que ella…

– No me quedaré -dije.

El cuarto se quedó en silencio. Todos se volvieron hacia mí. La expresión de Jeremy era inescrutable. Clay apretó los dientes, listo para pelea; Antonio y Peter parecían conmocionados y Nick me miraba totalmente confundido. Me maldije por haber permitido que la cosa llegara hasta ese punto. En medio de una reunión, no era el momento para afirmar mi independencia de la Jauría. 'Traté de decírselo a Jeremy la noche anterior; pero él obviamente había preferido ignorarlo, a ver si yo cambiaba de idea luego de dormir bien una noche. Tendría que haberlo llevado aparte por la mañana para explicárselo, en vez de sentarme a desayunar y dejar que todos pensaran que las cosas habían vuelto a la normalidad. Así funcionaba Stonehaven. Yo volvía, me enredaba -corriendo con Clay, discutiendo con Jeremy, durmiendo en mi cuarto, encontrándome con los demás- y todo lo demás quedaba olvidado. Ahora, cuando Jeremy me quería imponer sus planes, volvía a lo anterior.

– Creí que habías vuelto -dijo Nick, quebrando el silencio-. Estás aquí. No entiendo.

– Estoy aquí porque Jeremy me dejó un mensaje urgente de que lo llamara. Traté de llamar pero no contestó nadie, entonces vine a ver qué pasaba.

Advertí que esto sonaba débil en el momento en que las palabras salían de mi boca.

– Llamé- dije-. Y llamé y llamé y llamé. Estaba preocupada. Entonces vine a ver qué quería Jeremy. Traté de averiguarlo anoche, pero no me lo dijo.

– Entonces ahora que sabes, te vas. De nuevo -dijo Clay, su voz baja pero dura.

Me volví hacia él.

– Te lo dije anoche…

– Jeremy te llamó por un motivo, Elena -dijo Antonio, interponiéndose entre Clay y yo-. Necesitamos saber quién es este perro. Tú eres la que lleva los archivos. Los conoces. Es tu tarea.

– Era mi tarea.

Nick se enderezó. Su confusión mezclada con alarma.

– ¿Qué significa esto?

Clay comenzó a pararse.

Jeremy se interpuso.

– Significa que Elena y yo tenemos que discutir algo en privado. Continuaremos esta reunión después.

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