Tal vez he dado la impresión equivocada haciendo tanta bambolla acerca de mi deseo de vivir en el mundo humano, como si todos los licántropos se separaran de la vida humana. No lo hacen. En realidad y por necesidad, la mayoría de los licántropos viven en el mundo humano. Si no desean crear una comuna en Nuevo México, no tienen alternativa. El mundo humano los provee de alimento, techo, sexo y otras necesidades. Sin embargo, aunque vivan en el mundo, no se consideran parte de él. Ven la interacción con humanos como un mal necesario, con actitudes que van del desprecio a la risa apenas disimulada. Son actores que hacen su papel, a veces disfrutan de su momento en la escena pero por lo general se sienten aliviados de dejarla. Yo no quería ser así. Quería vivir en el mundo humano y, en la medida de lo posible, ser auténtica al hacerlo. No elegí esta vida y no me iba a entregar a ella, renunciando ¿a todos los sueños de mi futuro, sueños mediocres y ordinarios de tener un hogar, una familia, una carrera y, por sobre todo, estabilidad. Nada de eso era posible siendo mujer loba.
Yo me crié en hogares adoptivos. Malos hogares adoptivos. Como de niña no había tenido una familia, estaba decidida a crear una. Al convertirme en licántropo, se liquidaron esos planes. Pero aunque no pudiera tener marido e hijos, eso no quería decir que no pudiera cumplir parte de aquel sueño. Estaba haciendo carrera en el periodismo. Tenía un hogar en Toronto. Y estaba formante una familia, aunque no una familia tradicional, con Philip. Hacía suficiente tiempo que estábamos juntos como para que empezara a pensar que era posible lograr un poco de estabilidad. Me sentía muy afortunada de haber encontrado a alguien tan normal y buena persona como Philip. Yo sé que soy difícil, temperamental, discutidora, para nada la clase de mujer que le interesaría a Philip. Por supuesto que no me comportaba así con Philip.
Ocultaba esa parte de mi -la parte de mujer loba-, con la esperanza de poder ir deshaciéndome de ella, como si fue librarme de una piel vieja. Con Philip tenía la oportunidad de reinventarme, convertirme en la clase de persona que él cree que soy. Que por supuesto es exactamente la clase de persona que yo quiero ser.
La Jauría no entendía por qué elegí vivir entre humanos. Las reacciones iban desde la exasperación y la sonrisa, como si fuera una adolescente en medio de un estallido rebelde, hasta la creencia de que me infligía un autocastigo al vivir con una especie inferior. No podían entenderlo porque no son como yo. Primero, yo no nací mujer loba. La mayoría de los licántropos sí, o al menos llevan la sangre en sus venas al nacer y viven su primer Cambio cuando maduran. La otra manera de convertirse en licántropo es ser mordida por uno de ellos. Pero son pocas las personas que sobreviven a la mordida del licántropo. Los licántropos no son ni estúpidos ni altruistas. Si muerden, buscan matar. Si muerden y no logran matar, acechan a su víctima hasta terminar el trabajo. Es una simple cuestión de Supervivencia. Si una es una mujer loba o un licántropo que ha logrado asimilarse cómodamente en un pueblo o ciudad, lo último que quiere es un nuevo licántropo, medio enloquecido suelto en su territorio, matando gente y llamando la atención. Aunque alguien logre escapar luego de ser mordido, son mínimas las posibilidades de sobrevivir. Las primeras veces el Cambio es un infierno para el cuerpo y la mente. Los licántropos hereditarios crecen sabiendo lo que les toca y tienen a sus padres para guiarlos. Los licántropos mordidos se las tienen que arreglar solos. Si no mueren por la tensión física, la tensión mental los lleva a suicidarse o a hacer suficiente alboroto como para que los encuentre otro licántropo y acabe con su sufrimiento antes de que puedan causar problemas. Por eso no hay muchos licántropos por ahí. Según el último censo, había treinta y cinco licántropos en el mundo. Un total de tres no hereditarios, incluyéndome a mí.
Yo. La única mujer loba existente. El gen del licántropo se transmite a través del linaje masculino, de padre a hijo, de modo que una mujer sólo puede convertirse en licántropo si es mordida y logra sobrevivir, lo cual, tal como dije, es muy raro. Y en consecuencia no sorprendente que yo sea la única mujer loba. Mordida a propósito, convertida a propósito en mujer loba. Increíble en realidad que haya sobrevivido. Al fin de cuentas, cuando hay una especie con tres docenas de machos y una hembra, la hembra se vuelve un premio a disputar. Y los licántropos no solucionan sus disputas jugando al ajedrez. Tampoco tienen tradición de respetar a las mujeres. Las mujeres cumplen dos funciones en el mundo del licántropo: sexo y comida o, si se sienten cansados, sexo seguido de comida. Si bien dudo de que algún licántropo vaya a tener ganas de comerme a mi, soy un objeto irresistible para satisfacer la otra urgencia primaria. Me fui por decisión propia, me hubieran violado hasta matarme en el primer año. Por suerte no me dejaron sola. Desde que me mordieron, estaba bajo la protección de la Jauría. Toda sociedad tiene su clase dominante. En el mundo de los licántropos, es la Jauría. Por motivos que no tenían nada que ver conmigo y sí con el estatus del licántropo que me mordió, yo fui parte de la Jauría desde el momento en que me convirtieron. Me fui hace un año. Me separé de ellos y no iba a volver. Dada la opción entre ser humana y mujer loba, elegí ser humana.
Philip trabajó hasta tarde al día siguiente. Esperaba su llamada diciendo que llegaría tarde, cuando entró al departamento con la cena.
– Espero que tengas hambre -Dijo, dejando una bolsa de comida india sobre la mesa de la cocina.
Estaba hambrienta a pesar de haber comido dos salchichas en un puesto callejero camino a casa. Eso me había reducido el hambre, de modo que ahora bastaría con una cena normal. Otro de los millones de trucos que había aprendido para acomodarme a la vida humana.
Philip habló de su trabajo al sacar las cajas de la bolsa y poner la mesa. Corrí mis papeles a un lado para permitirle colocar mi plato y cubiertos. A veces puedo ser así de amable. Incluso cuando la comida ya estaba en mi plato, logré resistirme un segundo a comer, mientras escribía la línea final del artículo en el que trabajaba. Luego hice a un lado el papel e hinqué el diente.
– Me llamó mamá al trabajo -dijo Philip-. Se olvidó de preguntarte ayer si la ayudarías a organizar la fiesta de despedida de soltera de Becky.
– ¿De veras?
Escuché el tono de felicidad en mi voz y me sorprendí. Organizar una fiesta no era motivo para entusiasmar demasiado a nadie. Pero tampoco nadie me había invitado a hacerlo antes. Ni siquiera me habían invitado nunca a una fiesta como ésa, salvo mi compañera de trabajo, Sará, pero ella había invitado a todas sus compañeras de la oficina.
Philip sonrió.
– ¿Aceptas? Bien. A mamá le dará gusto. Le encanta esa clase de cosas.
– No tengo mucha experiencia en el asunto.
– No importa. Las damas de honor de Becky van a hacer la despedida principal, así que ésta va a ser una pequeña, limitada a la familia. Bueno, no exactamente pequeña. Creo que mamá piensa invitar a todos los parientes que tenemos en Ontario. Conocerás a todos. Estoy seguro de que mamá ya les habló a todos de ti. Espero que no te abrume.
– No – Dije-. Me encanta.
– Seguro. Eso lo dices ahora, antes de haberlos conocido.
Luego de la cena, Philip bajó al gimnasio para hacer ejercicios de reducción de peso. Cuando trabajaba en su horario normal, le gustaba hacer ejercicio temprano e irse a la cama temprano, porque admitía que se estaba volviendo demasiado viejo para sobrevivir con cinco horas de sueño por noche. El primer mes que vivimos juntos yo lo acompañé en sus ejercicios. No me resultaba fácil mostrar que me costaba mover cincuenta kilos cuando podía hacer cinco veces más. Entonces llegó el día en que estaba tan enfrascada en la conversación con un vecino que no me di cuenta de que estaba manejando un aparato con una carga de treinta kilos con una mano y hablando tan tranquila como si bajara una cortina… Cuando vi que el vecino miraba mis pesas, comprendí que había metido la pata y lo cubrí con alguna tontería acerca de que la máquina estaba mal calibra. A partir de allí volví a mi hábito de hacer ejercicio entre la media noche y las seis, cuando el gimnasio estaba vado. Le dije a Philip algo acerca de aprovechar el segundo aire a la noche tarde. Lo aceptó, como tantas otras cosas. Cuando él trabajaba hasta tarde, íbamos a nadar y correr juntos, como lo hacía cuando nos conocimos. Si no, él iba solo.
Esa noche, cuando Philip se fue, encendí la televisión. No es algo que me interesara mucho, pero cuando miraba, me hundía en lo peor de la programación, haciendo zapping con los programas educativos y las películas de alto nivel, para ir a los de chismes y conversaciones triviales. ¿Por qué? Porque me tranquilizaba al ver que había gente en el mundo en peor situación que yo. Sin importar lo que saliera mal durante el día, podía encender la TV, y ver a algún idiota decirle a su esposa y al resto del mundo que se acuesta con la hija de ella y decirme: "Bueno, yo estoy mejor que ella». Lo peor de la televisión como terapia de reafirmación. Es una maravilla-
Hoy Inside Scoop, Informe Secreto, continuaba informando de un psicótico que había escapado de una cárcel de Carolina del Norte hada unos meses. Puro sensacionalismo. El tipo se había metido en el departamento de un extraño, ató al hombre y lo mató porque "quería saber qué se siente». Los guionistas habían salpimentado la historia con palabras tales como «salvaje», «loco» y animal». Qué estupidez. Quiero ver un animal que mate a alguien por el placer de verlo morir. ¿Por qué persiste el estereotipo del «animal asesino»? Porque a los humanos les gusta. Les explica las cosas con simpleza, lleva a los humanos civilizados a la cima de la escala evolucionista y pone a los asesinos junto a los monstruos mitológicos, los hombres-bestia, como los licántropos.
La verdad es que si un licántropo se comportara como ese psicópata no se debería a su parte animal, sino a que aún sigue siendo demasiado humano. Sólo los humanos matan por deporte.
El programa casi había terminado cuando Philip volvió.
– ¿Estuvo bien el ejercicio? -pregunté.
– Bien no está nunca -dijo, haciendo una mueca-. Sigo esperando el día en que inventen una píldora para reemplazar el ejercicio físico. ¿Qué miras? -Se inclinó encima de mi cabeza. -¿Alguna pelea interesante? Ése es Jerry Springen No puedo verlo. Lo intenté una vez. Aguanté diez minutos, tratando de entender qué había detrás del lenguaje vulgar. Finalmente llegué a la conclusión de que todo lo que había era el lenguaje vulgar; un descanso entre programas de catch.
Philip se rió y me despeinó con la mano.
– ¿Tienes ganas de caminar? Me doy una ducha mientras tú terminas de ver el programa.
– Suena bien.
Philip se dirigió al baño para darse una ducha. Yo fui hasta la heladera y tomé un pedazo de provolone que había escondido antes entre las verduras. Cuando sonó el teléfono, lo ignoré. Comer era más importante y dado que Philip ya tenía abierta la canilla, no podría escucharlo sonar y saber que yo no lo contestaba. Me equivoqué. Al oirlo cerrar la canilla, volví a esconder el queso y corrí hasta el teléfono. Philip era la clase de tipo que atendía el teléfono durante la cena y dejaba que se le enfriara la comida para contestar las preguntas de una encuesta telefónica. Trataba de seguir su ejemplo, al menos cuando estaba él. Estaba a medio camino cuando empezó a funcionar el contestador. Mi voz lanzó un saludo nauseabundamente alegre que invitó a la persona que llamaba a dejar un mensaje. Y ésta lo hizo.
– ¿Elena? Habla Jeremy -me detuve-. Por favor llámame. Es muy importante. Llama en cuanto puedas.
Su voz se interrumpió. El teléfono siseó cuando tomó aire. Sabía que estaba tentado de decir algo más, de lanzar un ultimátum, pero no podía. Teníamos un acuerdo. No podía venir aquí ni enviar a ninguno de los otros. Resistí el impulso de sacarle la lengua al contestador. Ña-ña, no me puedes agarrar. La madurez es algo a lo que se le da un valor exagerado.
– Es urgente Elena -continuó Jeremy-. No te llamaría si no fuera así Sabes que no llamaría si no fuera así.
Philip iba a atender, pero Jeremy ya había colgado. Él tomó el auricular y me lo acercó. Yo desvié la mirada y me fui al sillón.
– ¿Elena? -dijo-. ¿No vas a llamarlo?
– No dejó un número.
– ¿No lo tienes? Sonaba como si pensara que lo tienes. ¿Es un pariente? ¿Un viejo amigo?
– Esteee… un primo segundo.
– Así que mi huérfana misteriosa tiene familia. Algún día tendré que conocer a este primo.
– No querrías conocerlo, te lo aseguro.
Rió.
– Sería justo. Yo te impuse mi familia. Ahora puedes tomarte tu venganza. La fiesta de Betsy te dará motivo para ir en busca de tus primos locos, encerrados desde hace años en algún altillo. Aunque en realidad los primos locos que viven en altillos son los más interesantes. Mejores que las tías abuelas que te cuentan la misma historia desde que eras chico y se duermen a la hora del postre.
Hice un gesto de exasperada solidaridad.
– ¿Estás listo para salir?
– Termino mi ducha. ¿Y si llamas a informaciones?
– ¿Y que me cobren, consigan o no el número?
– Cuesta menos de un dólar. Podemos darnos el lujo. Llama. Si no encuentras su número, quizás haya otra persona que lo tenga. Seguro que hay más primos de éstos, ¿verdad?
– ¿Crees que tienen servicio de mensajería en esos altillos? Tienen suerte si les dan luz.
– Llama Elena -gruñó, aunque era en broma, y volvió al baño. Cuando se fue del cuarto, me quedé mirando el teléfono. Philip podía haber bromeado, pero yo sabía que él esperaba que le contestara el llamado a Jeremy. ¿Y por qué no? Era lo que haría cualquier ser humano decente. Philip había escuchado el mensaje, escuchó el tono urgido en la voz de Jeremy. Si me negaba a contestar lo que parecía una llamada muy importante daría la impresión de ser insensible. Un humano llamaría. La clase de mujer que yo quería ser llamaría.
Podía hacer de cuenta que llamaba. Era tentador, pero no evitaría que Jeremy llamara una y otra vez. No era la primera vez que intentaba comunicarse conmigo en los últimos días. Podía hacer de cuenta que llamaba. Los licántropos tienen cierto grado de comunicación telepática entre si. La mayoría de los licántropos la ignoran y prefieren modos menos místicos de comunicación. Jeremy había refinado esa capacidad hasta convertirla en un arte, principalmente porque le daba un recurso más para meterse debajo de nuestra piel y molestarnos hasta que hiciéramos lo que él quería Él trataba de conectarse y yo lo evitaba. Entonces recurrió al teléfono. No era tan efectivo como bombardearle el cerebro a alguien, pero pasados unos días de cintas llenas de mensajes, me rendiría, aunque más no fuera para librarme de él.
Me paré junto al teléfono, cerré los ojos y respiré hondo. Podía hacerlo. Podía llamarlo, saber qué quería Jeremy, agradecerle amablemente por decírmelo y negarme a hacer lo que fuera, sabiendo muy bien que algo me iba a pedir. Aunque Jeremy fuera el Alfa de la Jauría y yo hubiera estado condicionada a cumplir sus órdenes, ya no estaba obligada a hacerlo. Yo ya no formaba parte de la Jauría. Él no tenía control sobre mí.
Tomé e] auricular y marqué de memoria el número. Sonó cuatro veces, luego atendió el contestador. Una voz con un fuerte acento sureño, no el tono profundo de Jeremy, lo que me hizo cortar antes de escuchar todo el mensaje. Tenía sudor en la frente. El aire en el departamento parecía haber subido cinco grados y perdido la mitad del oxígeno. Me pasé las manos por la cara, sacudí la cabeza y me alejé.
A la mañana siguiente, antes del desayuno, anuncié que iba a tratar de comunicarme nuevamente con Jeremy. Nuevamente Philip me dejó sola y se fue a buscar el diario abajo. Volví a llamar a Jeremy y otra vez el contestador.
Aunque no quisiera reconocerlo, ya me estaba empezando a preocupar. No podía evitarlo. Preocuparme por mis antiguos hermanos de Jauría era instintivo, algo que no podía controlar. O, al menos, eso es lo que me dije cuando mi corazón comenzó a latir fuerte a la tercera llamada sin respuesta.
Jeremy debía estar allí. Rara vez salía de Stonehaven y prefería reinar desde su trono, enviando a los agentes de la Jauría a hacer el trabajo sucio en el mundo exterior. Bueno, no era una descripción justa del estilo de conducción de Jeremy, pero no me sentía con ánimo de pensar bien de él. Me dijo que llamara y, carajo, allí debía estar cuando lo hiciera.
Cuando volvió Philip, yo estaba junto al teléfono, mirándolo con ira como si pudiera obligar a Jeremy a atender.
– ¿No contesta? -preguntó Philip.
Negué con la cabeza. Miró mi rostro con más atención de lo que yo quería. Cuando iba a darle la espalda, atravesó el cuarto y me puso la mano sobre el hombro.
– Estás preocupada.
– En realidad no. Sólo…
– Estás preocupada, corazón. Si fuera alguien de mi familia estaría preocupado. Quizá tendrías que ir allá. Ver qué pasa. Sonaba urgente.
Me alejé.
– No, eso es ridículo. Voy a seguir llamando.
– Es de tu familia, cariño -dijo, como si eso pudiera anteponerse a cualquier argumento. Para él era así. Eso no se lo podía discutir. Justo cuando Philip y yo empezamos a tener una relación más firme, se venció el contrato de alquiler de su departamento. El dijo con toda claridad que quería venir a vivir conmigo, pero yo me resistí. Entonces me llevó a conocer a su familia. Y entonces vi como se relacionaba con su madre y su padre y su hermana, hasta qué punto estaban integrados a su vida. Al día siguiente le dije que no renovara su alquiler.
Ahora Philip consideraba que yo debía ayudar a alguien que él creía que era un familiar. Si me negaba, ¿pensaría que no era la clase de persona que él quería? No podía correr ese riesgo. Prometí que iba a seguir intentando comunicarme. Y prometí que si hasta el mediodía no lograba hacerlo, me tomaría un avión e iría a ver qué le pasaba.
Cada vez que llamé en las siguientes horas rogué que alguien atendiera. Pero siempre atendió el contestador automático.
Philip me llevó al aeropuerto en el auto después del almuerzo.