Cuanto intenté abrir la puerta del departamento, dio en algo y reboté. La Volví a empujar. Se abrió unos centímetros y se trabó. Empujé más fuerte. Lo que estuviera allí era pesado, pero se movía, frotándose contra la alfombra. Mirando hacia abajo, vi una pierna estirada en el suelo. Me metí por la abertura estrecha, casi tropezando con la pierna.
Era Philip. Estaba tirado en el suelo. Al mirarlo, mi cerebro se negó a registrar lo que vela. Me quedé allí, mirando estúpidamente, pensando perversamente, no "ay Dios,,, sino cómo había llegado allí". Incluso al ver la sangre que caía de su boca, y la larga marca en la alfombra, mi cerebro sólo aceptaba explicaciones simples y ridículas. ¿Se había desmayado? ¿Tuvo un ataque al corazón? ¿Un infarto? ¿Un ataque de otra cosa? Todavía confundida, me arrodillé a su lado y comencé a hacer lo básico en primeros auxilios. ¿Estaba consciente? No. ¿Respiraba? Sí. Pulso? Ni fuerte ni débil. Alcé sus brazos, pero no sabía qué quería verificar. Al subirle la camisa, mis dedos rozaron su costado y se hundieron en una gran herida. Retiré la mano y miré mis dedos ensangrentados.
Clay.
Me dio una arcada; me aparté de Philip como si temiera mancharlo y vomité bilis en la alfombra. La conmoción se me pasó en un segundo y empecé a temblar, alternando entre el temor y la ira. Clay hizo esto. No, no pudo hacerlo. Si, pudo, pero no lo hubiera hecho. ¿No? ¿Por qué no? ¿Qué lo detendría? Yo no estaba aquí para impedírselo. Pero no haría algo así. No a mí ¿Por qué no? ¿Porque se había portado bien unos cuantos días? ¿Me había olvidado de lo que era capaz él? No de esto. Esto no. Clay no atacaba a los humanos. A menos que representaran una amenaza. Pero Philip no sabía lo que nosotros éramos, así que no era peligroso para la Jauría ni para nuestro modo de vida. ¿Quizá no para el modo de vida de la Jauría, pero sí para el de Clay…?
Philip se movió. Me puse de pie de un salto, recordando de pronto que había olvidado lo principal de los primeros auxilios. Corrí al teléfono, lo tomé y marqué el número de emergencias, 911. Tardé unos segundos en advertir que no escuchaba nada. Apreté el botón varias veces y volví a marcar Nada. Silencio. Miré bacía abajo. El cordón estaba enroscado en la pata de la mesa, cortado, y saltan cables de colores del extremo. Alguien había cortado el cordón. Supe entonces que no fue Clay quien le hizo esto a Philip. No es que no fuera capaz de hacerle esto a Philip, sino que no lo dejaría desangrarse lentamente. Ese sadismo no se correspondía con la naturaleza de Clay.
Corrí al ropero del corredor y lo abrí. El portafolio de Philip estaba en el lugar habitual y su celular adentro de él. Marqué el 911 en el celular. Dije a la operadora que mi novio estaba herido e inconsciente, que había vuelto a casa y lo encontré así y no tenía idea de si estaba muy herido o cómo había sucedido. No supe si me creyó y no me importaba. Anotó la dirección y prometió una ambulancia. Con eso bastaba
Fui hasta el ropero, tomé una sábana y la hice tiras. Mientras le vendaba a Philip el costado, me acerqué lo suficiente como para oler al que le había hecho esto. El olor que me llegó de su ropa no fue el de Clay, pero si el de alguien que conocía. Y su olor me sorprendió. Thomas Le Blanc Me pregunté cómo me había encontrado, dónde estaba, si volvería, pero no pasé tiempo con preguntas ni con respuestas. La primera prioridad era Philip. Entonces tendría que encontrar a Clay para decírselo.
Verifiqué la respiración y el pulso de Philip nuevamente. Seguía igual. Me incliné sobre él, acuné su cuello en una mano y empecé a alzarlo para ver si tenía más heridas en la espalda. Al acuclillarme, vi algo bajo la mesa del corredor. Una jeringa. Sentí alarma nuevamente.¿Le Blanc le había inyectado algo a Philip? ¿Lo había envenenado? Corrí hasta la mesa. Estaba por inclinarme para tomar la aguja cuando vi el anillo sobre la mesa. Un anillo de oro tan familiar que supe lo que era sin acercarme más. El anillo de matrimonio de Clay. Debajo había un pedazo de papel con una nota escrita a mano. Por un instante, pensé que Clay se había quitado el anillo, que había llegado antes que Le Blanc, se quitó el anillo, escribió la nota, luego me dejó. Alguna emoción comenzó a brotar en mí, pero antes de que pudiera analizarla, advertí que ésa no era la escritura de Clay. Comenzaron a temblarme las manos. Tomé la nota. El anillo rodó. Alcancé a tomarlo antes de que cayera a la alfombra y lo sentí frío. Leí la nota.
Elena.
Motel Big Bean Citano 211. Ma Sana. A tas 10:00.
D.
Me sentí desfallecer. Al inclinarme para tomar la jeringa, ya sabía lo que iba a oler. El olor de Daniel en el émbolo. El de Clay en la aguja
– No -susurré.
Saqué el émbolo y olfateé. Un fuerte olor medicinal, pero no supe qué~-. Veneno, no, me dije. Daniel no usaría veneno. Le Blanc tal vez si, pero Daniel no. Si fuese veneno, habrían dejado a Clay y no sólo su anillo. El anillo y la nota eran una señal. Clay seguía con vida. ¿Seguía vivo? La idea me atravesó como un cuchillo helado, no que estuviera vivo sino que tuviera que pensar siquiera en esa alternativa, que tuviera jamás que pensar en esa alternativa.
– Ay Dios -susurré y vacilé, tomándome de la mesa para no caer.
Cálmate, me dije. Clay está bien. Daniel le dio algo para desmayarlo. Por eso me sentí mareada más temprano, una manifestación del vínculo simpático entre nosotros. Daniel lo drogó a Clay y se lo llevó, pero está bien. Si no, yo lo sabría. Ay Dios, cómo deseaba saber que estaba bien. Volví a mirar la nota. Un encuentro. Daniel tenía a Clay y quería que me viera con él a las diez en Bear Valley. Y si no aparecía…
Dejé caer el papel y corrí hacia la puerta. El cuerpo de Philip seguía bloqueando el paso.
– Lo siento -susurré-. Lo siento mucho.
Me incliné para correrlo. Cuando lo toqué, sus ojos se abrieron y su mano me tomó de la muñeca
– ¿Elena? dijo, mirando confundido, sin poder hacer foco con la mirada.
– Estarás bien -dije-. Llamé una ambulancia.
– Habla un hombre… Dos hombres…
– Lo sé. Te hirieron pero estarás bien. Viene una ambulancia.
– Preguntaban por ti… No les dije. Luego Clayton… Luchó con ellos…
– Lo sé -empezaba a haber pánico en mi voz. Tenía que irme. Ya. -Voy a bajar a esperar la ambulancia.
– No… Podrían estar aquí aún… Buscándote…
– Tendré cuidado. -Traté de quitarme los dedos de Philip de la muñeca pero él apretó. Usando la menor fuerza posible me liberé, luego me puse de pie. Él se levantó unos centímetros y volvió a caer; bloqueando la puerta. Puso una mano en mí pierna
– No -dijo nuevamente- No puedes irte.
– Tengo que hacerlo,
– ¡No!
Sus ojos ardían de fiebre y dolor. Sentí angustia, Yo le había hecho esto. Tenia que quedarme y ayudarlo. Si se enojaba conmigo, la cosa iba ponerse peor. Unos minutos no cambiarían nada. Apreté las manos. Con el anillo apretado en la palma derecha me enderecé. A las diez. Tenia que llegar a las diez. Tenía que irme ahora, Philip dijo algo, pero no lo escuché. Me dominé el pánico.
Tenia que irme. Tenia que irme ya.
Traté de razonar, calmarme, pero era demasiado tarde. Mi cuerpo ya respondía al temor. Un sacudón de dolor me dobló en dos. Fui consciente de que el anillo de Clay caía al piso, de que Philip se inclinaba sobre mi, diciendo algo. Mi cabeza se hundió en mi pecho. Di un alarido que me lastimó la garganta. Me ahogué. Trataba de respiran Mientras me derrumbaba hacia adelante, mis brazos se extendieron para amortiguar la caída. Philip me tomé de los hombros. Traté de alejarme, con la cabeza gacha, pero mis piernas tuvieron un espasmo y mi cabeza se volcó hacia atrás. A través de la bruma del dolor vi el rostro de Philip delante de mí, vi sus ojos, vi la repulsión y el horror. Me soltó y tropecé hacía atrás. Me puse en cuatro patas, hundiéndome en mi misma. Mi espalda se alzó. Se me rasgó la camisa Volví a aullar, un aullido de otro mundo. El Cambio se producía tan rápido y con tanta fuerza que no podía siquiera pensar en detenerlo. Mi cerebro dejó de funcionar. Quedó en blanco, lleno de temor y agonía, Mi cuerpo se convulsionó una vez y otra vez, con ataques tan fuertes que temía romperme en dos y no me importó, consciente de que terminaría con el dolor. Entonces terminó.
Alcé la cabeza y supe que era loba. Hubo un momento de cansancio total que desapareció rápidamente. En su lugar sentí pánico y terror. Alcé la vista. Philip yacía a unos pasos. Sólo podía ver sus ojos mirándome con horror impotente.
Giré, atravesé corriendo el cuarto, cerré los ojos y me lancé a través de las puertas que daban al balcón. El vidrio explotó. Pedazos de vidrio roto atravesaron mi piel, pero apenas los sentí. Sin pensarlo ni detenerme, salté la baranda del balcón. Por un momento estuve en el aire. Luego di en el pasto tres pisos más abajo. Se me torció la pata izquierda. Sentí dolor en la pierna. Alguien gritó. Yo corrí.
Di la vuelta al edificio y me metí en el garaje subterráneo. Oculta tras el primer auto, me detuve a escuchar si me seguían. No venía nadie. Me sacudí y traté de tranquilizarme y concentrarme. Aunque nadie me persiguiera, estaba atrapada. Mientras estuviese ansiosa y llena de pánico, no estaba segura de poder Cambiar. Y si lo lograba estaría desnuda en un garaje. Quizá pudiera conseguir ropa. ¿Y entonces? Mi billetera con el dinero, las tarjetas y la identificación estaban en el departamento. Sin esas cosas no podría salir de 'Toronto. No sólo necesitaría ropa, sino también volver al departamento. Pero no podía hacerlo. Philip me había visto y la ambulancia llegaría en cualquier momento. Quizá si esperaba… ¿Cuánto tiempo? ¿Cuándo podría volver? ¿Cuánto me llevaría encontrar ropa? La nota de Daniel. 10 de la mañana. La hora límite. La ansiedad volvió a surgir, desalojando todo pensamiento racional.
Ve.
Ve ahora.
Vaciló sólo un momento y luego obedecí.
Anduve por los callejones de Toronto cuando podía y por caminos laterales cuando no podía. Me vieron. Lo sabía, pero no importaba. seguí corriendo. Cuando salí de Toronto, corrí por campos y bosques. Por supuesto que mí corrida no tenía sentido. Mejor me hubiera quedado en el garaje, para volver al departamento luego de una hora o algo así y tomar un avión a Nueva York Pero eso no se me ocurrió. Cada fibra de mi ser se rebe1é ante la idea de esperar. El instinto me decía que debía actuar y lo hice.
Mi cerebro se apagó mientras corría, los instintos dominaban mis músculos. Horas más tarde llegué a un obstáculo que no podía manejar sólo por instinto: el cruce fronterizo de las cataratas del Niágara. Pasé casi una hora dando vueltas detrás de un depósito, con las ideas resbalándome en la mente como un auto con ruedas gastadas que giran en vano sobre el hielo. Finalmente me controlé lo suficiente como para analizar el problema y encontrar una solución. Había una inmensa fila de camiones sobre el puente, cumpliendo con alguna nueva norma de ingreso a los Estados Unidos. Gracias a la burocracia, tuve tiempo de escoger un camión con un acoplado cubierto por una lona y esconderme allí. Por suerte no verificaron la carga en la frontera y el camión continuó su viaje de Niágara en Ontario a Niágara en Nueva York. Me quedé en el camión hasta que salió de la ciudad y me dirigí al sudeste. Las tripas me gritaban que era la dirección equivocada y me encontré saltando del camión antes de que mi cerebro tuviera tiempo de protestar. Di duro contra el cordón y caí al costado de la calle. Cuando me puse de pie, la pata que se me había lastimado al saltar del balcón cedió. El estómago me avisó con un gruñido que era de noche y que había salteado dos comidas. Pensé en ir un poco más lento, buscar un bosque y cazar mi cena, pero me seguía dominando el pánico y me impedía toda forma de razonamiento superior. Corre, decía el pánico. Y así lo hice.
Para la noche sólo me empujaba el temor y la inercia. Por más hambre que tuviera, estaba segura de que si me detenía, no volvería a correr. «A las diez", gritaban mis tripas cada vez que pensaba en detenerme para descansar o comer “A las diez” Si te detienes un segundo, no llegarás. Y si no llegas…", me negué a pensarlo. Era más fácil seguir corriendo.
Debió de ser cerca de medianoche cuando sentí un terremoto en mi cabeza y caí en el pasto. Al levantarme volví a sentir el rugido. Lloriqueé, bajé la cabeza y la sacudí para rascarme la oreja derecho con la pata delantera. Tengo que correr. No puedo detenerme. Me lancé hacia delante.
"¡Elena!", el ruido en mi cabeza se convirtió en una voz y en una palabra. Jeremy. Su voz rugió otra vez y me partió el cráneo con su intensidad. "¡Elena! ¿Dónde estás?»
Bajé la cabeza y lloriqueé. Vete Jeremy. Vete. Me haces detener, No puedo detenerme.
– ¿Dónde estás Elena? No pude conectarme con Clay. ¿Dónde demonios estás?
Traté de contestar, al menos para que se callara, pero mi cerebro no podía formar palabras, sólo imágenes. Jeremy se quedó callado y yo me quedé ahí, aturdida y preguntándome si lo había escuchado. ¿Estaba alucinando? ¿Estaba despierta, verdad? Jeremy no podía contactarse con nosotros cuando estábamos despiertos. Estaba durmiendo o me estaba volviendo loca? No importaba las diez, las diez, las diez. No llegarás. Corre.
Tropecé y volví a corren Pronto empecé a dejar de pensar. Seguía en movimiento, pero todo se desvanecía. Tenía las piernas entumecidas. Podía oler la sangre que manaba de mis patas. Un instante el suelo era como una cama de clavos bajo mis patas, al siguiente era como algodón y yo flotaba, corriendo más rápido que el viento. De pronto fue de día y luego de noche nuevamente. Corría por una ciudad. No, corría por Toronto, con la torre de CNN a la distancia. Escuché voces. Un grito. Una risa. La risa de Clay. Traté de ver en la oscuridad. La bruma venía del lago Ontario, pero podía oírlo reír. El cemento se volvió pasto. La bruma no venía del lago sino de una laguna. Nuestra laguna. Estaba en Stonehaven, corriendo por los campos. Clay corría delante de mí. Podía ver su piel dorada saltando entre los árboles. Me esforcé y corrí más rápido. De pronto se acabó la tierra. Estaba corriendo en el aire. Luego caía. Seguí cayendo. Traté de afirmarme en algo, pero no había nada más que una oscuridad total. Y luego nada.