Fui con Jeremy al lugar donde hablan enterrado a Peter. No era algo que quisiera hacer; después de haber pasado por mí última crisis junto a una tumba hacía menos de treinta y seis horas. Y Jeremy no necesitaba mi ayuda para asegurarse de que la tumba estuviera bien oculta. Pero sí necesitaba mi ayuda en otro sentido, aunque no lo hubiera admitido ni pedido. Con su pierna recién cocida, no estaba en condiciones de caminar sin alguien que lo sostuviera. Así que lo ayudé a salir al patio trasero, aunque a cualquiera que viera la escena le hubiese parecido que Jeremy era el que me ayudaba a mí. Eso era intencional. El Alfa de la jauría no podía mostrarse débil, aunque acabara de salir de una batalla en la que habla estado en riesgo su vida. No es que Antonio, Nick o Clay fueran a aprovechar una oportunidad para disputarle a Jeremy el liderazgo. Pero como la Jauría le daba al Alfa el control total, la idea de que no estuviera a la altura de la tarea, aunque más no fuera en forma temporaria, podría desequilibrar a toda la Jauría.
Jeremy debía estar sufriendo un dolor tremendo, pero no lo demostró. Aceptó apoyarse en mi brazo para ir y volver de la tumba, pero nunca se apoyó más que un mínimo imprescindible. Sólo se detuvo un segundo al volver a la casa, presumiblemente para recuperar el aliento, aunque pareció estar mirando un ladrillo descascarado en el muro del jardín.
– Supongo que ahora tendríamos que dormir -dije, fingiendo que bostezaba. Yo lo necesito.
– Tú ve -dijo Jeremy-, has tenido un par de días duros. Me reuniré con los demás y te informo mañana.
– Todos deben de estar exhaustos. Podemos reunirnos por la mañana, ¿no es cierto? No quisiera perderme nada.
– Quisiera resolverlo esta noche. Si quieres estar allí, te puedes adueñar del sofá y dormitar mientras hablamos.
Bueno, olvidemos la sutileza. Hora de un ataque pleno y frontal.
– Tú eres el que necesita dormir tu pierna te debe estar matando y también tu brazo. Nadie va a pensar que pasa algo malo si demoras la reunión hasta mañana.
– Lo puedo hacer. No aprietes los dientes así, Elena; no soy dentista como para arreglarte los que se te rompan. Si quieres ayudar, reúne a los demás y llévalos al estudio, si es que no están allí ya.
– Si quieres que te ayude de veras, puedo desmayarte de un golpe hasta la mañana.
Me dirigió una sonrisa forzada que decía que mi sugerencia sonaba más tentadora de lo que quería admitir.
– Negociemos. Puedes reunir a los otros y prepararme un trago, preferentemente doble.
Antes de la emboscada, Jeremy había podido confirmar lo que Clay y yo ya sabíamos. Que había tres callejeros en Bear Valley. También descubrió algunas cosas más. Marsten había sido el primero en llegar; antes que Cain y Le Blanc. Se había alojado en el Big Bear hacía tres días, lo que significaba que estaba en el pueblo antes de la muerte de Brandon. Luego de que unos billetes de veinte ayudaran al empleado dc la recepción a recordar reportó que un joven cuya descripción coincidía con la de Brandon lo había visitado a Marsten en el hotel varias veces. Ya no quedaba duda de que Brandon había estado involucrado con los demás. Me pregunté si Marsten había estado en la fiesta aquella noche, disfrutando de un whisky con soda mientras nos observaba a Brandon y a mí, su olor y forma ocultos en un rincón oscuro y lleno de humo. Sí, estaba segura de que había estado allí. Había visto a Brandon iniciar su Cambio, advirtió lo que iba a suceder y Se fue antes de que estallara el caos, abandonando a su protegido a su propia suerte. Los callejeros podían establecer relaciones entre sí, pero sólo mientras eran provechosas para ambas partes Una vez que Marsten vio que Brandon estaba en problemas, su única preocupación habrá sido salirse de ahí antes de verse metido en el lío.
Cain y Le Blanc llegaron al Big Bear la noche que murió Brandon. presumiblemente habían seguido a Logan desde Los Ángeles o lo encontraron en el aeropuerto. Atraparlo en Bear Valley hubiese sido poco menos que imposible. Mientras perseguíamos a Brandon, Logan ya estaba muerto, en el baúl de un auto alquilado, camino a Bear Valley. En algún punto deben de haber sabido por Marsten que Clay y yo estábamos en el pueblo, y allí surgió la idea de dejar el cuerpo de Logan cerca de nuestro auto. Supuse que era idea de Le Blanc. A Cain no le daba el cerebro para tanto y Marsten lo hubiera considerado algo denigrante para él.
No eran aún las siete cuando sonó la campanilla de la puerta. Todos alzamos la vista, sobresaltados. la campanilla de Stonehaven rara vez sonaba, porque la casa quedaba demasiado a trasmano para los vendedores y los Testigos de Jehová. Los envíos iban a una casilla de correo en Bear Valley. La Jauría tampoco usaba la campanilla, excepto Peter. Creo que todos lo recordarnos al escucharla. Nadie se movió hasta el segundo timbrazo, entonces Jeremy se puso de pie y salió del cuarto. Yo lo seguí. Desde la ventana del comedor podíamos ver un patrullero de la policía estacionado en la entrada.
– No necesitamos este -dije-. Realmente no lo necesitamos.
Jeremy se quitó el pañuelo que usaba a modo de cabestrillo y lo dejó en el perchero del corredor, luego tomó la camiseta de Clay que estaba allí. Le ayudé a ponérsela. La camiseta de mangas largas y grandes ocultaba el entablillado del brazo y los pantalones cubrían los vendajes de la pierna. Su ropa se vela limpia y sin arrugas, dado que se la habla cambiado hacía pocas horas. Pero los demás nos veíamos mal. Una mirada en el espejo del vestíbulo me bastó para ver que tenía la ropa cubierta de tierra y sangre, manchas en la cara, el pelo hecho un bollo.
– Llévate a los otros arriba para que se cambien -dijo Jeremy-. Diles a Clay, Tonio y Nick que se queden allí, Puedes reunirte conmigo en el porche de atrás.
– Debes invitarlos a pasar. Va a parecer sospechoso si los llevas atrás por segunda vez
– Lo sé.
– Invítalos a pasar y ofrécelos café. No hay nada aquí que pueda llamarles la atención.
– Lo sé.
– Bien, entonces nos encontramos en el estudio.
Jeremy vaciló. Saber que debía invitar a la policía a pasar era distinto que hacerlo. Los únicos humanos que llegaban a Stonehaven eran los que venían a arreglar cosas, y eso sólo cuando era absolutamente necesario, y se los sacaba de allí lo antes posible.
No había nada en Stonehaven que pudiera provocar sospechas, ni pedazos de personas en el freezer ni pentagramas en el piso de madera. Lo impresionante de Stonehaven era mi cuarto y no tenía intención de invitar a ningún policía allí, por bien que se viera en uniforme.
– El living -dijo finalmente cuando la campanilla sonó por tercera vez-. Estaremos en el living.
– Voy a hacer café -dije y me fui antes de que pudiera cambiar de idea.
Cuando negué al living, habla dos agentes con Jeremy. El mayor era el jefe, un hombre grueso y pelado de nombre Morgan. Lo reconocí de la mañana anterior, cuando la policía vino en busca del cuerpo de Mike el cazador. No reconocí al otro. Era joven y de cara blanda, la clase de tipo que uno tendría que ver veinte veces antes de recordarlo. En su chapa decía que se llamaba O’Neil. Ni el rostro ni el nombre me recordaron nada del día anterior, pero probablemente hubiese estado allí. La mirada que me dirigió indicaba que me recordaba, aunque parecía desilusionado de encontrarme vestida. Por lo menos llegué con café.
Cuando entré, Jeremy y Morgan discutían un reclamo de tierras de los lugareños. Jeremy estaba sentado en la silla y apoyado contra el respaldo, con los pies en la otomana, el brazo roto descansando contra su pierna. Su rostro estaba relajado, los ojos alertas e interesados, como si la policía viniera a su casa todos los días y no sólo supiera del reclamo de tierras, sino que le interesara, además de coincidir con las opiniones del jefe de policía con la tranquilidad de un artista consumado. El agente más joven, O'Neil, miraba el cuarto sin molestarse en disimular, como si tratara de recordar todos los detalles pera contárselos más tarde a amigos curiosos.
La conversación se interrumpió cuando entré yo. Puse el café en una mesa ratona y empecé a servir como una anfitriona perfecta.
– No tomo té -dijo Morgan, mirando la cafetera plateada como si pudiese morderlo.
– Es café -dijo Jeremy, con una sonrisa do disculpa-. 'Tendrán que perdonamos. No recibimos muchas visitas, así que Elena tiene que usar la tetera.
O'Neil se inclinó hacia delante para recibir su taza de café.
– Elena. Es un lindo nombre.
– Es ruso, ¿verdad? – preguntó Morgan, entrecerrando los ojos.
– Podría ser -deje, sonriendo ampliamente-. ¿Crema y azúcar?
– Tres de azúcar No vi a su marido por aquí- ¿Está durmiendo?
Me volqué café caliente en la mano y contuve un aullido. De modo que el invento marital de Clay había recorrido el espinel hasta que el rumor llegó al jefe de policía. Maravilloso. Maravilloso. El sentido común me indicaba que debía seguirle el juego. Al fin de cuentas, Bear Valley no es la clase de lugar que tolera mujeres que anden desnudas por el bosque con un hombre que no sea su marido. En realidad probablemente no se tolere lo de andar desnuda por el bosque y punto, pero ésa no era la cuestión. La cuestión era que eso de tranquilizar a la gente del lugar estaba bien, pero hasta cierto punto. Una cosa era permitirles entrar a la casa, tolerar su fisgoneo y dejarlos creer que no podamos diferenciar una tetera de una cafetera, pero confirmar oficialmente el rumor de que estaba casada con Clay, eso no. Una chica tiene que poner límites.
– Sí, está durmiendo – dijo Jeremy cuando me volvía para decirle cómo eran las cosas – Elena siempre se levanta temprano para prepararle el desayuno.
Le dirigí una mirada de odio para que supiera que me lo iba a pagar Hizo de cuenta que no lo advertía, pero pude ver el chispazo risueño en sus ojos. Le puse cinco cucharadas de azúcar en su café. Por supuesto que lo advertiría, pero tendría que tomarlo. Al fin de cuentas, seria una falta de amabilidad no tomar una bebida social con sus visitas.
– Como dije -comenzó Morgan-. Les pido disculpas por haber venido a verlos un domingo tan temprano, pero creí que querrían saberlo. Mike Braxton no fue asesinado en su propiedad. El forense está seguro. Alguien lo mató en otra parte y lo tiró en su propiedad.
– ¿Alguien? -dijo Jeremy-. ¿Quiere decir una persona y no un animal?
– Bueno, diría que fue un animal, pero de la variedad humana. No tiene mucho sentido. Las otras dos decididamente fueron matanzas de animales, pero el forense dice que a Mike le abrieron la garganta con un cuchillo, no con dientes.
– ¿Qué hay de las huellas que vimos? -No quería preguntar; pero teníamos que saber qué pensaba la policía.
– Creemos que son falsas. El que puso el cuerpo allí las marcó en la tierra para que pareciera que había sido otra vez un perro. Pero el tipo se equivocó. Eran demasiado grandes. Eso fue lo que nos alertó. Las huellas de perro no son tan grandes. Bueno, uno de mis hombres dice que hay una clase de perro, el mastín o algo así, que podría dejar huellas como aquéllas, pero no hay perros de esa raza por aquí. Nuestros perros de caza y ovejeros no crecen tanto, por más que les demos de comer. Recordarán que ayer fue que Mike le dejó un mensaje a alguien diciendo que venía para aquí. Resulta que se lo dijo a la esposa del muchacho, que ahora dice que pensó que Mike sonaba «raro», distinto, pero pensó que podía haber un problema en la línea telefónica. Lo más probable es que no fuera Mike quien dejó el mensaje. El que llamó debió de hacerlo para asegurarse de que viniéramos aquí y encontráramos el cadáver. Y juntando todo eso estoy seguro de que tenemos un asesino humano.
– Así que no hay perros salvajes en el bosque -dijo Jeremy-. Eso sí que es un alivio. Aunque no puedo decir que prefiera la idea de un asesino humano que ande suelto. ¿Tienen alguna pista?
– Estarnos trabajando en eso. Es probable que fuera alguien a quien Míke conocía. Mike era un gran tipo pero… -Morgan hizo una pausa, como si no quisiera hablar mal de un muerto.- Todos tenemos problemas, ¿verdad? Enemigos y cosas por el estilo. -Otra pausa. Un lento sorbo de café. -¿Y qué hay de ustedes? ¿Tienen alguna idea de por qué alguien quisiera dejar el cadáver de Mike en sus tierras?
– No -dijo Jeremy, con la voz firme. Yo mismo me lo preguntaba.
– ¿No tiene enemigos en el pueblo? ¿Quizá tuvo un encontronazo con alguien?
Jeremy sonrió levemente. Estoy seguro de que usted es consciente de que no somos la gente más sociable del condado de Granton. No tenemos suficiente contacto con nuestros vecinos como para que haya problemas. Diría que hay dos soluciones posibles al misterio. Ya sea que el asesino pensó que culpar a los “extraños" alejaría las sospechas de él, o bien que no tenía intención de involucrarnos y pensó simplemente que éste era buen lugar para arrojar el cuerpo.
– ¿Está seguro de que no hay nadie a quien ustedes puedan haber molestado? -dijo Morgan inclinándose hacia delante-. ¿Quizás alguien que piensa que usted le debe dinero? ¿Quizás un marido celoso -Morgan me miró- o una esposa?
– No y no. No jugamos ni tenemos deudas. En cuanto a lo otro, estoy seguro de que nadie me ha visto recorriendo los bares de solteros de noche y Elena y Clayton no tienen ni la inclinación ni la energía para buscar aventuras. -Bear Valley es un pueblo chico, comisario. Si hubiera rumores acerca de nosotros, usted haría preguntas más precisas.
Morgan no contestó. En cambio miró fijo a Jeremy durante dos minutos corridos. Quizás esa táctica funcionaba con sospechosos de vandalismo de dieciséis años de edad, pero no iba a quebrar a un Alfa de la Jauría de cincuenta y un años- Jeremy simplemente le devolvió la mirada, con expresión calma y abierta.
Luego de unos minutos, Jeremy dijo:
– Lamento que hayan tenido que venir dos días seguidos, pero le agradezco que haya venido a informarnos esta mañana.
Jeremy dejó a un lado su taza y se deslizó hasta el borde del asiento, Como Morgan y O'Neil se mantuvieron en sus asientes, se puso de pie y dijo:
– Si es todo…
– Queremos volver a investigar en sus tierras un poco más -dijo Morgan por fin.
– Por supuesto.
– Quizá queramos interrogar a sus invitados. Sugiero que no se vayan rápido.
– No lo harán.
Morgan mantuvo la mirada otro minuto. Como Jeremy ni siquiera parpadeaba, gruñó y se puso de pie.
– Un asesino arrojó el cuerpo en su propiedad -dijo-. Si yo fuera usted, trataría de pensar quién pudo haberlo hecho, y si se le ocurre algo llámenos.
– No dudaré en hacerlo -dijo Jeremy-. Espero que quien sea que haya arrojado el cuerpo del señor Braxton aquí no tenga nada contra nosotros, pero si es así, no quisiera ignorarlo y quedarme esperando su siguiente movida. Aquí nadie tiene deseos de meterse con un asesino. Estamos más que dispuestos a dejar que eso lo haga la policía.
Morgan gruñó y bebió lo que quedaba de su café.
– ¿Algo más? -preguntó Jeremy
– Yo no andaría por ese bosque durante un tiempo.
– Ya dejamos de hacerlo -dijo Jeremy-. Pero gracias por su advertencia. Elena, ¿quieres acompañarlos hasta la puerta?
Lo hice. Ninguno de los dos policías me dijo nada, más que el "adiós" poco cortés de Morgan. Obviamente, siendo mujer, no valía la pena interrogarme.
Cuando se fueron los policías advertimos que Clay, Nick y Antonio también lo habían hecho. Si sólo hubiesen sido Clay y Nick, nos habríamos preocupado. Como Antonio había ido con ellos, Sabíamos que no estaban planeando ninguna venganza improvisada en Bear Valley
Habían pasado diez minutos desde que se habían ido los policías cuando apareció el Mercedes en la entrada. Nick saltó del asiento del acompañante. No advertí quién manejaba, porque mi atención estaba puesta en su totalidad en la gran bolsa de papel que traía Nick en la mano. Desayuno. No exactamente caliente y humeando, porque hablan tardado unos minutos en el regreso, pero yo tenía demasiada hambre como para que me importara.
Quince minutos más tarde, la bolsa estaba vacía, su contenido reducido a fantasmas de migas y marcas de grasa en los platos repartidos sobre la mesa del solario. Luego de la comida, Jeremy explicó lo que habla dicho el policía. Esperaba que Clay dijera algo, que proclamara su inocencia y esperara que le pidiera disculpas. No lo hizo. Escuchó a Jeremy, luego ayudó a Antonio a limpiar la mesa mientras yo me escapaba al estudio, ostensiblemente para leer el diario que habían traído del pueblo.
A Clay le llevó tres minutos encontrarme. Entró al estudio y cerró la puerta Y se quedó allí, mirándome leer durante dos minutos. Cuando ya no lo pude soportar, doblé el diario ruidosamente y lo lancé a un lado.
Bueno, no mataste al hombre -dije- Por una vez eres inocente. Pero si esperas que te pida disculpas por pensar que eres capaz de hacerlo…
– No lo espero.
Le lancé una mirada.
Clay continuó:
– No espero que me pidas disculpas por pensar que pude haberlo hecho. Por supuesto que podría hacerlo. Si el tipo nos hubiera visto corriendo o Cambiando o si nos hubiera amenazado de algún modo, lo habría matado. Pero te lo hubiera dicho. Eso fue lo que me enojó. Que pensaras que lo haría a tus espaldas, ocultando las evidencias y un mintiendo al respecto.
– No, supongo que no podría ocurrírsete que yo no querría que me lo dijeras. La idea de evitármelo no te entraría en la cabeza.
– ¿Evitártelo? – Clay lanzó una risa áspera. -Tú sabes lo que soy, Elena. Si intentara negarlo, me acusarías de engañarte. No quiero que vengas a mí creyendo que he cambiado. Quiero que vengas a mí aceptando lo que soy. ¿No crees que ya habría cambiado por ti si pudiera? Quiero que vuelvas conmigo. No por una noche o unas cuantas semanas o siquiera un par de meses. Te quiero definitivamente conmigo. Me siento horriblemente cuando no estás aquí…
– Te sientes horriblemente porque no tienes lo que quieres. No porque me quieras a mí.
– Carajo -Clay extendió el brazo y su puño volteó un portalapiceras de bronce que estaba sobre el escritorio. -¡No escuchas! No escuchas y no quieres ver. Sé que te amo, que te quiero a ti. Carajo, Elena, ¿Si sólo quisiera una compañera, cualquier compañera, crees que me hubiera pasado diez años tratando de recuperarte? ¿Por qué no me di por vencido y busqué otra persona?
– Porque eres cabeza dura.
– No. Yo no soy cabeza dura. Tú eres la que no puede superar lo que hice por más que…
– No quiero hablar de eso.
– Por supuesto que no. Dios no quiera que la verdad te complique la existencia.
Clay se dio vuelta y salió del cuarto con un portazo.
Después de que se fue Clay, decidí quedarme en el estudio… o esconderme allí, según la interpretación que cada uno quiera darle a la cosa. Estudié la colección de libros en los estantes. No habla cambiado. En realidad no cambiaba desde hacía una década Los estantes soportaban una colección variada de literatura y libros de consulta. Sólo unos pocos de los libros de consulta eran de Clay. Compraba todos los libros y revistas relacionados con su carrera y los tiraba en cuanto terminaba de leer. No tenía memoria fotográfica, simplemente una capacidad increíble de absorber todo lo que leía, de modo que le resultaba inútil guardar cualquier cosa escrita. Casi todos los libros eran de Jeremy. Más de la mitad no estaban en inglés, lo que tenía que ver con la carrera inicial de Jeremy como traductor. Jeremy no siempre tuvo dinero como para regalar autos deportivos y camas a su familia adoptiva. Cuando Clay llegó a Stonehaven, Jeremy no tenía para pagar el gas, situación derivada enteramente de la costumbre de su padre de gastar mucho y negarse a hacer cualquier tipo de trato que pudiera generar ingresos- A partir de los veinte años, Jeremy trabajó como traductor, ocupación ideal para alguien con un don para los idiomas y la tendencia a recluirse. Más tarde la situación financiera de Stonehaven mejoré marcadamente debido a dos circunstancias: la muerte de Malcolm Danven y el lanzamiento de la carrera de Jeremy como pintor. Actualmente Jeremy vendía pocos cuadros, pero cuando lo hacia, entraba dinero suficiente como para mantener a Stonehaven por algunos años.
Mientras buscaba algo para leer, Jeremy vino a recordarme que llamara a Philip. No me había olvidado, Mi intención era hacerlo antes de la cena, y no me gustó que me lo recordara, como si Jeremy pensara que me hacia falta No sabía cuánto conocía Jeremy de Philip y no quería saberlo. Prefería la idea de que cuando salí de Stonehaven, había escapado a un lugar lejano del cual la Jauría no sabía nada. Bueno, era una ilusión, pero era una linda fantasía. Sospechaba que Jeremy había investigado a Philip, pero no me molesté en preguntárselo. Si se lo preguntaba, probablemente iba a decir que me estaba protegiendo para evitar que me involucrara con un tipo que tenía tres esposas o que golpeaba a sus novias. Por supuesto que Jeremy no haría eso de interferir con mi vida. Olvídalo.
Más allá de cuánto supiera Jeremy sobre Philip, no sabía lo que yo sentía por él. Y yo no pensaba decírselo. Sabía lo que podría decirme. Se recostaría en el respaldo del asiento, mirándome me un minuto, luego empezaría a hablar de lo difíciles que eran mis circunstancias, por Clay y por ser la única mujer loba, y que no me condenaba por estar confundida y querer explorar mis opciones en la vida. Aunque no lo dijera abiertamente, insinuaría que estaba seguro de que si me daba suficiente rienda como para que aprendiera de mis errores, eventualmente entendería que mi lugar estaba junto a la Jauría. A lo largo de la conversación se mostraría completamente calmo y comprensivo, sin alzar la voz ni ofenderse por nada que yo dijera. A veces pienso que prefiero los estallidos de ira de Clay.
En realidad quería a Philip más de lo que Jeremy podía imaginarse. Quería volver con él. No lo había olvidado. Pensaba llamarlo… más tarde.
Parecía el momento más indicado para que Jeremy nos pusiera al tanto de sus planes. No lo hizo, Pero nadie más pareció notarlo. Lo más probable era que no les importara. Los licántropos de la Jauría se criaban con un conjunto de expectativas. Una de las cuales era que su Alfa se ocuparía de ellos. Preguntarle a Jeremy cuáles eran sus planes implicaría que pensaban que él no tenía ninguno. Incluso Clay, por ansioso de actuar que estuviera, le daría a Jeremy mucho tiempo antes de insinuar algo respecto de sus planes. Esa actitud de confianza me volvía loca. No es que pensara que Jeremy no estaba haciendo planes. Sabía que era así. Pero queda conocerlos. Quería ayudarlo. Cuando finalmente se me ocurrió una manera sutil de preguntarle, lo encontré afuera con un par de revólveres. No es que pensara ir tras los callejeros armado como Billy the Kid. Tampoco estaba pensando en suicidarse. Estaba tirando al blanco, algo que hacía a menudo cuando reflexionaba No es exactamente el método más seguro de lograr la concentración, ¿pero quién soy yo para juzgarlo? los revólveres eran un par de piezas antiguas y hermosas que Antonio le había regalado hacía muchos años. Junto con las armas le entregó una bala de plata con las iniciales de Malcolm Danvers, una sugerencia medio en broma que, por supuesto, Jeremy no puso en práctica. Antonio le regaló las armas precisamente para que hiciera práctica de tiro.
Para entonces Jeremy ya dominaba el arco y la ballesta y quería un nuevo desafió. No me pregunten por qué eligió como pasatiempo el tiro. Por cierto que nunca usaba los arcos ni las armas de fuego fuera del campo de práctica. Sería lo mismo que si me preguntaran por qué pintaba. Eso tampoco es un pasatiempo típico de los licántropos. Pero nadie había acusado tampoco a Jeremy de ser un licántropo típico. Como sea, cuando salí y lo encontré practicando, decidí que no era un buen momento para importunarlo respecto de sus planes. Regla veintidós de supervivencia urbana: no molestar jamás a un hombre armado.
Dejé a Jeremy y fui a echarme un rato en mi cama. Un par de horas más tarde me desperté y bajé para el almuerzo. La casa estaba en silencio, con todas las puertas de los dormitorios cerradas, como si los demás también estuvieran recuperando el sueño. Cuando me dirigía a la cocina, Clay salió del estudio. Tenía los ojos enrojecidos y oscuros. Aunque estaba exhausto, no podía dormir. Habían muerto dos hermanos de la Jauría, su Alfa estaba herido y ninguno de ellos había sido vengado. Una vez que Jeremy nos comunicara sus planes, Clay podría descansar, aunque más no fuera para prepararse.
Se paró delante de mí, Cuando traté de pasarlo, apoyé las manos a cada lado del pasillo.
– ¿Tregua? -dijo.
– Como quieras.
– Me encantan esas respuestas categóricas. Lo voy a tomar por un “sí”. No es que se haya acabado nuestra conversación, pero por ahora lo dejaré correr. Dime cuándo quieras retornarla
– Avísame cuando el diablo vaya a jugar en la nieve.
– Lo haré. ¿Quieres almorzar?
Cuando asentí, dio un paso atrás y me indicó que fuera a la cocina. Sentía que estaba muy enojado, pero se había puesto una máscara de felicidad, así que decidí ignorarlo. En una crisis los dos éramos capaces de ser lo suficientemente maduros como para saber que no podíamos darnos el lujo de desestabilizar a la Jauría con nuestras peleas. O, al menos, podíamos fingir por un tiempo.
Juntamos comida fría de la cocina, con platos llenos de carnes y pan y fruta, sabiendo que los otros se despertarían hambrientos. Entonces me senté en el porche y cargué un plato. Clay hizo lo mismo. No hablamos. Si bien no era inusual, el silencio tenía una calidad muerta que me hizo comer un poco más rápido, ansiosa por acabar y salir del cuarto. Cuando miré a Clay, estaba despachando su alimento igual de rápido y sin placer. Por suerte, el cuarto donde se desayuna en una casa de licántropos no es un lugar muy aislado en la mañana. Estábamos a medio terminar cuando entraron Jeremy y Antonio.
– Necesitamos provisiones -dije-. Estoy segura de que es lo último que le preocupa a todos, pero no lo será si nos quedamos sin ellas. Iré a buscarlas al pueblo esta mañana.
– Voy a hacer un podido por teléfono -dijo Jeremy-. Suponiendo que el lió con la policía no habrá cambiado la relación con el negocio. Mejor vayan a buscar dinero para el caso de que ya no acepten mis cheques. Alguien tendrá que ir contigo, por supuesto. Nadie sale solo o se queda solo en esta casa.
– Yo voy -dijo Clay, con la boca llena de melón. Tengo un paquete en el correo.
– Seguro que sí-dijo.
– Es así -dijo Jeremy-. El cartero dejó un anuncio el otro día.
– libros que encargué a Inglaterra -dijo Clay.
– Cosa que necesitas ahora mismo -dije- para leer algo liviano entre un asesinato y otro.
– No debieran quedarse en el correo -dijo Clay-. Alguien podría sospechar
– ¿De textos de antropología?
Antonio se inclinó sobre la mesa para tomar un racimo de uvas. Tengo que mandar un par de faxes. Iré con los dos para hacer interferencia.
Retiré la silla de la mesa.
– Bueno, entonces no hace falta que vaya yo, ¿no es cierto? Estoy segura de que ustedes pueden encargarse del pedido que hará Jeremy por teléfono.
– Pero tú eres la que quería ir-dijo Clay.
– Cambié de idea.
– Van los tres -dijo Jeremy-. Les vendrá bien como distracción.
Antonio sonrió.
– Y a ti no te vendrían mal un par de horas de paz y tranquilidad.
Cuando levanté la mirada, podría haber jurado que vi a Jeremy alzar los ojos, exasperado, pero el movimiento fue tan rápido que no lo puedo asegurar. Antonio se rió y se sentó a desayunar. Justo cuando yo iba a discutir, empezó a contar una anécdota acerca de que se encontró con un callejero en San Francisco la última vez que estuvo allí por motivos de negocios. Para cuando terminó, ya se había olvidado de lo que iba a decir, lo que probablemente había sido el motivo para contar la historia.
Una hora más tarde, mientras Antonio y Clay me llamaban al auto, recordé que no quería ir y trataba de encontrar la manera de evitarlo cuando Antonio me interrumpió. Para entonces ya era tarde. No podía encontrar a Jeremy, Antonio esperaba en el Mercedes y Nick desvalijaba la cocina, liquidando la poca comida que quedaba. Alguien tenía que ir a buscar las provisiones, y si no lo hacía yo, me pasaría maldiciendo mi terquedad para la hora del almuerzo, De modo que fui.
El Banco estaba frente al correo, Como Antonio pudo encontrar un lugar donde estacionar; los convencí de que era seguro para mí ir sola al Banco mientras Clay iba solo al correo. Desde su lugar, Antonio prodría vemos a ambos en todo momento. Y así se reducía un poco el tiempo que tenía que pasar yo con Clay
La cuenta bancaria de Jeremy también estaba a mi nombre y el de Clay, lo que nos permitía retirar dinero. Yo tenía una tarjeta para el cajero automático, pero me había deshecho de ella el año anterior al irme de Stonehaven. Ahora deseaba no haberlo hecho. Bear Valley era la clase de pueblo en el que la gente seguía yendo al mostrado; así que las máquinas siempre estaban libres. Haciendo la cola durante quince minutos, mientras un anciano le contaba al cajero acerca de sus nietos, miré con tristeza el cajero automático. Cuando empezó a mostrar sus fotografías, me pregunté cuánto tardaría yo en sacar una nueva tarjeta para la máquina. Suspirando, abandoné la idea. Probablemente tendría que llenar dos formularios en triplicado y esperar a que volviera el gerente de su descanso de media mañana de una hora de duración. Como fuera, no pensaba quedarme en Stonehaven lo suficiente como para necesitarla.
Finalmente llegué hasta el mostrador y tuve que mostrar tres identificaciones firmadas y con fotografía antes de que me dejaran retirar un par de cientos de dólares de la cuenta. Puse el dinero en el bolsillo, fui hacia la puerta y vi una pick up marrón en el lugar donde se había estacionado el Mercedes. Pensando que debía de estar confundida respecto de dónde se había estacionado Antonio, salí y miré en derredor. El lugar detrás de la pick up estaba vacío. Había un Buick adelante. Miré en una y otra dirección. No habla señal del Mercedes.