Me detuve en una gasolinera y llamó a Stonehaven. Las primeras dos veces me respondió el contestador. La tercera vez atendió Nick. Estaba medio dormido y tuve que repetirle las cosas tres veces antes de que entendiera que no estaba en la casa. Nadie se había percatado todavía de mi desaparición. Le di instrucciones y le hice escribirlas y luego leérmelas. Para entonces empezó a entender lo que le decía y lo que pensaba hacer. Corté cuando empezó a gritar.
Diez minutos más tarde estaba golpeando en la puerta del lugar donde se ocultaban los callejeros. Era una cabaña derruida, tan en lo profundo del bosque que la luz de la luna y las estrellas no podía penetrar a través de las copas de los árboles. Parada en el escalón de la puerta, traté de escuchar el susurro del viento o el canto de grillos, pero nada. El silencio y la oscuridad eran completos.
Pasaron varios minutos sin respuesta. Volví a golpear y esperé. Pasaron más minutos, pero no dudé de lo que me había dicho Olson. Era el lugar indicado. Podía sentir a Clay aquí.
Golpeé la puerta. Finalmente se quebró la oscuridad con un mínimo rayo de luz detrás de las cortinas de adelante. Se escucharon pasos en un piso de madera Miré la manija de la puerta y vi que estaba rota. Arriba de la manija había un agujero y astillas recientes, donde antes había habido un cerrojo. ¿Realmente esperaba que los callejeros compraran o alquilaran una cabaña cuando podían forzar la entrada? Qué estúpida. Cuanto tiempo desperdiciado.
La puerta se abrió. Alcé la vista. Me llevó un segundo reconocer que el hombre parado allí era Karl Marsten, en parte debido a la falta de luz y en parte por su atavío. Llevaba sólo pantalones pijamas y su pecho desnudo mostraba músculos y cicatrices normalmente ocultas bajo sus camisas de cien dólares. Parpadeó y forzó la vista, luego maldijo y salió, cerrando la puerta.
– ¿Qué carajo haces aquí? -dijo con un gruñido susurrado.
Miré la puerta cerrada.
– ¿Temes que despierte a tu esposa?
– ¿Mi…? -Miró por sobre el hombro hacia la puerta, luego se volvió hacia mí, con su expresión tranquila de siempre. -Estoy seguro de que éste es un plan maravilloso, Elena, pero realmente tengo que aconsejarte que no lo lleves a cabo. Si entras allí, te irás encadenada o muerta. Nada de eso te conviene.
– ¿Así que saliste a alertarme? Carajo, aún quedan caballeros.
– Me conoces. Si veo una oportunidad, la aprovecho.
– ¿Así que me dejarás ir a cambio de…?
– Aquello por lo que vine. -Brillaron sus ojos, y algo duro atravesó la sangre fría. -Territorio. Si me prometes eso, te dejaré ir. Y me iré. Un callejero menos para preocupar a la Jauría.
– ¿A la mierda con los demás?
– Daniel me haría lo mismo. No escuché mi nombre en el acuerdo que te propuso en el café.
Sacudí la cabeza.
– No importa. No me voy.
Extendí la mano para tomar la puerta. Marsten me aferró la muñeca, apretando lo suficiente como para dejarme moretones.
– No seas estúpida, Elena. No lo sacarás así.
– ¿Así cómo? -la voz de Daniel se escuchaba tranquila, calma, al abrir la puerta. Miró a Marsten a los ojos. -¿Así cómo, Karl?
– ¿Estabas durmiendo bien, Danny? Por Dios, toda la Jauría podría estar aullando en tu puerta antes de que te despertaras. -Marsten dirigió una mirada de desprecio a Daniel y me metió en la cabaña.
– Es una emboscada, idiota. Elena no vendría sola. Saca a tus criados a buscar en el bosque. Que sirvan para algo.
No sé si Daniel le discutió. Estaba demasiado ocupada en levan-tarme del suelo, luego de que un empujón de Marsten me había lanzado al otro lado del cuarto. Antes de que pudiera ver lo que sucedía detrás de mí, Marsten había puesto una rodilla en mi espalda y me aprisionaba contra el suelo. Pensé que me atarían. No fue así. Quizá Marsten no consideró que yo representara demasiada amenaza A los pocos instantes sentí pasos detrás de mí. Olí a Le Blanc que se unía a Daniel y a Marsten.
– Se fue Olson -dijo Daniel.
– Supongo que se fue del todo -dijo Marsten-. ¿Cómo pudo habernos encontrado ella sino? Gran pérdida para la causa. Nunca se sabe cuándo uno puede necesitar a un violador de niñas.
– Tenía otras… -dijo Daniel, pero se interrumpió-. Thomas, afuera. Busca a los otros.
Le Blanc cerró de un portazo al salir.
– Ése sí que es un cachorro leal -dije, levantando la boca del suelo-. Sabes que trató de matarme en e] aeropuerto, antes de que me fuera a Toronto.
Un momento de silencio. Y entonces Daniel rió.
– Buen intento, Ele. ¿Tratas de dividirnos?
– No parece necesario.
– Vamos, vamos, Elena, -dijo Marsten, aplastándome más contra el piso-. Por más que admiremos esa lengua que tienes, no es el momento de usarla.
– No te olvides de quién está abajo -dijo Daniel-. Ahora no estás en condiciones de defenderlo.
Cerré la boca y calculé cuánto tiempo tardarían Jeremy, Antonio y Nick en llegar. Al menos quince minutos para despertarse, vestirse y meterse en el auto, otros treinta para llegar. Cuando volvió Le Blanc en diez minutos, supe que no había encontrado a nadie. La Jauría tardada al menos diez minutos más.
– No hay nadie -dijo le Blanc, sacudiéndose el barro de las botas.
– Toma el auto dijo Daniel-. Ve a dar una vuelta y asegúrate de que es así. Fíjate si hay un vehículo al costado del camino. Tendrían que venir en auto.
Por un momento Le Blanc no se movió. Pensé que le iba a decir a Daniel que se fuera al carajo. En cambio, tomó una campera y unas llaves y salió. Esta vez tardó al menos veinte minutos, tiempo en el cual ni Daniel ni Marsten dijeron una palabra. Cuando Le Blanc finalmente volvió, Logré girar la cabeza y lo vi sonriente.
– ¿Qué pasa? -dijo Daniel.
– Esto te va a encantan le caballería fue detenida. -Dirigió su sonrisa de tiburón hacia mí. -Están en Pinecrest, apenas saliendo de la carretera, disfrutando de la hospitalidad del departamento de policía local. Los pescó la policía. No sé por qué, pero están desarmando el auto pieza por pieza. ¿Qué te parece?
– Me parece que hablas pavadas -dije. Su sonrisa se hizo más ancha.
– Ford Exploror verde, ¿verdad? ¿Tres tipos? Los tres de pelo oscuro. Dos de más de un metro ochenta, delgados. El mayor más bajo que yo, de hombros anchos. Cuando pasé, el más joven trataba de huir hacia el bosque. Los policías lo agarraron y lo tenían tirado en el piso.
– Estupideces -dije.
Le Blanc rió.
– No tienes el mismo aire altanero de recién.
– Basta -lijo Marsten, poniéndome de pie de un tirón. -No los van a tener para siempre. -Me dobló los brazos detrás de la espalda y tomó Irás dos muñecas en una mano. -Tommy, trae a nuestro otro invitado arriba. Es hora de irnos.
Le Blanc se dio vuelta para mirarlo.
– ¿Irnos? ¿No era esto lo que querían? ¿Acabar con esta «Jauría»? Acá tenemos dos. Los últimos tres vienen en camino. Tres contra tres y ya sabemos que vienen. Tenemos la ventaja.
– Trae a Clayton arriba -dijo Daniel.
– ¿Qué carajo pasa? -Le Blanc miró a Marsten y a Daniel.
– Es el gran momento. El enfrentamiento decisivo. Hora de matar. No me digan que no les dan las pelotas.
– Tonemos más cerebro que pelotas -dijo Marsten-. Por eso seguimos con vida. Ahora ve a buscar a Clayton. Lo tenemos a él y tenemos a Elena. Eso garantiza que pronto podrás pelear, con la ventaja de nuestra parte.
Le Blanc miró con desprecio a Marsten y desapareció por un corredor lateral.
Yo apreté los dientes y me concentré en mi plan. ¿Estaban los otros realmente en manos de la policía? No lo creía. No podía creerlo. Pero había visto a la policía por ahí- ¿Si venían por la carretera a todo trapo con el mismo vehículo que tanto interesó a la policía el otro día…? ¿Por qué no alerté a Nick?
Bueno. Tranquila. Hora de pasar al plan B. Si tan sólo tuviera un plan B.
Mientras lo pensaba, Marsten me hizo girar Daniel estaba sentado en el apoyabrazos de una reposera que olía a humedad. Salieron dos figuras de otro cuarto. Una se tropezó. Vi un destello de rulos rubios cuando caía.
– ¡Clay!
Sin pensar, me lancé hacia él. Marsten, que aún me tenía por las muñecas, me tiró hacia atrás, tan fuerte que me dejó sin aire. Clay estaba de rodillas, con las manos atadas atrás. Con esfuerzo alzó la cabeza y me miró a los ojos. Por un segundo sus ojos trataron de ver. Entonces me reconoció en medio de la bruma de las drogas.
– No -susurró, su voz apenas audible-. No.
Se movió apenas. El pie de Le Blanc se alzó por detrás y lo pateó en la espalda, haciéndolo caer de cara al suelo.
– ¡No! grité.
Me lancé contra Le Blanc. Nuevamente Marsten me tiró hacia atrás y casi me dislocó los brazos. No me importó. Seguí tirando. Le Blanc tomó a Clay de las esposas y lo alzó.
– Déjalo allí. -dijo Marsten. Cuando Le Blanc pasó junto a él, Marsten le sacó algo de la cintura con su mano libre. Era el arma.
– ¿Nunca vas a dejar el chupete?
L e Blanc trató de tomar la pistola. Marsten la sostuvo fuera de su alcance.
– ¿Un hombre lobo con un arma de fuego? -dijo Marsten. Qué día triste. Qué idea brillante, Daniel. Convertir una parva de asesinos humanos en licántropos. ¿Por qué no se me ocurrió a mí? Quizá porque es… estúpido. Nunca vas a lograr que dejen las armas, Danny.
A mi izquierda podía oír respirar a Clay Me obligué a no mirarlo. Sólo unos minutos más. Mientras Marsten y Daniel discutían qué hacer, miré mi reloj subrepticiamente. Diez para las seis. Si la policía habla detenido a Jeremy, ¿cuánto tiempo lo retendrían? ¿Cuánto más tendríamos que esperar? Era todo lo que se ocurría como plan alternativo? ¿Aguardar a que vinieran en nuestra ayuda? No servía. Podían llevarlos a la comisaría y tenerlos allí horas. Jeremy estaría enloquecido, pero la única alternativa sería matar a los policías y no lo haría a menos que fuera absolutamente necesario. Sabría que Daniel nos tendría de rehenes a Clay y a mí. No nos mataría, al menos ahora mismo. Dado que el peligro no era inmediato, Jeremy esperaría a que terminaran los trámites policiales. Pero para cuando llegara, ya quizá no estuviéramos allí. Mejor dicho, no íbamos a estar. Daniel ya estaba tomando su billetera y las llaves de su auto.
Miré a Clay. Seguía tirado, de cara al suelo. Su espalda era una colcha de retazos de moretones violetas, amarillos y negros, con zonas rojas hinchadas y cortes. Su pierna izquierda estaba torcida hacia un lado, como si estuviera rota y lo hubiesen obligado a caminar. Su espalda subía y bajaba con movimientos leves. Lo miré y supe lo que tenía que hacer.
– Teníamos un trato -dije, dirigiéndome a Daniel-. Estoy aquí. Suéltalo.
Nadie contestó. Marsten y Daniel me miraron como si me hubiese vuelto loca. Hace una hora, ésta era exactamente la reacción que yo me había esperado. Pensaba aparecer en la puerta y entregarme a Daniel. Por supuesto que se sentirían conmocionados. En algún momento, entre la sorpresa y la eventual celebración, llegaría la Jauría. Mi versión del viejo truco del Caballo de Troya sólo que no había guerreros a la vista. El regalo estaba en el campo enemigo y no había modo de sacarlo de allí ahora.
– No… te… atrevas. -El susurro de Clay llegó desde el suelo.
Alzó la cabeza lo suficiente como para mirarme con odio. Yo desvié la mirada. Todos los demás lo ignoraron. Por primera vez en su vida, Clay estaba con un grupo de callejeros que no le prestaban atención. No sólo le habían quitado las fuerzas, sino también la dignidad. Era mi culpa. Se suponía que en Toronto yo debía permanecer cerca de él, pero no lo había hecho. ¿Qué fue lo que me distrajo tanto que dejé a Clay? Una propuesta de matrimonio de otro hombre. Mi estómago se tensó al recordarlo.
Me volví hacia Daniel.
– Me querías, me tienes. Querías a Clay de rodillas. Lo tienes. Ahora cumple tu parte del trato. Déjalo ir y me iré contigo ahora mismo. -Me esforcé por ver a Marsten. Trate de que deje a Clay aquí y tendrás tu territorio. Clay le dirá a Jeremy que hice el trato. El lo cumplirá.
Más silencio. Marsten y Daniel pensaban. Tenían lo que querían. ¿Les bastaba? No querían un enfrentamiento cara a cara. Pasaba el tiempo y con cada segundo aumentaba la probabilidad de que aparecieran Jeremy, Antonio y Nick. Yo me resistiría a que me sacaran de aquí. Lo sabían. Tendrían que dominarme y atarme y entonces llevarnos a Clay y a mí al auto.
– No hay trato.
Alcé la cabeza. La respuesta vino del lado de Daniel, pero no sonaba como si fuera su voz. Detrás de Daniel, Le Blanc se adelantó, con las manos en los bolsillos.
– No hay trato -repitió. Su voz era suave, pero cortaba el silencio como una navaja.
Marsten rió bajo.
– Ah, la revuelta de los campesinos. Supongo…
Antes de que pudiera terminar; la mano de Le Blanc salió de su bolsillo. Hubo un destello plateado. Su mano apareció de pronto delante de la garganta de Daniel y cortó horizontalmente. Por un milisegundo pareció que nada había sucedido, Daniel se quedó allí, se veía un poco confundido. Entonces su garganta se abrió en un tajo rojo. Brotó sangre. Daniel llevó las manos a su cuello. Se le salían los ojos de las órbitas, sin poder creer lo que pasaba. La sangre se derramó entre sus dedos y bajó por sus brazos. Abrió la boca. Lanzó un globo rosa, como una macabra goma de mascar. Y entonces se deslizó al suelo.
Me quedé parpadeando con la vista en Daniel, tan incapaz de creerme su muerto como él. Daniel se moría. El callejero que había sido el mayor peligro para la Jauría por toda una década, que había sabido esquivar las maniobras de Clay y mías para que cometier un error que justificara ejecutarlo. Muerto. Y no luego de una pelea larga y peligrosa. No muerto por Clay Ni siquiera por mí sino por un callejero con un cuchillo. Muerto en un instante. Con un truco tan cobarde y tan completamente humano que Marsten y yo no pudimos hacer otra cosa que quedarnos mirando.
Mientras Daniel yacía allí, tratando de respirar, agonizando en el suelo, Le Blanc pasó sobre él como si fuera un tronco caído. Alzó la hoja. Estaba casi limpia, sólo había unas gotas rojas en el borde.
– No hay trato -dijo, avanzando hacia Marsten.
Marsten tomó el arma de la mesa y le apuntó a Le Blanc.
– Sí, ya sé. Dije que los verdaderos licántropos no usan armas. Pero vas a descubrir que sé adaptarme cuando se trata de salvar mi cuero -. Marsten sonrió, los ojos helados. ¿Éste es tu duelo? ¿Cuchillo versus pistola? ¿Quieres apostar quién gana?
Le Blanc jugueteó con el cuchillo, como si meditara la posibilidad de arrojarlo. Entonces se detuvo.
– Hombre inteligente -dijo Marsten. ¿Qué tal si nos ahorramos un poco de sangre y hacemos un nuevo acuerdo? Partes iguales. Yo me quedo con Clayton. Tú con Elena. Desde aquí iremos por caminos separados.
Como Le Blanc no respondió, Marsten continuó.
– Es lo que quieres, ¿verdad? Por eso mataste a Daniel, porque Elena te humilló y aún quieres venganza.
Por la mirada en la cara de Le Blanc supe que no había matado a Daniel para tenerme a mí. No lo había matado para conseguir nada. Le Blanc se había sumado a esta batalla porque le gustaba matar. Ahora que se acercaba un alto el fuego, se había vuelto contra sus compañeros, no por ira o avaricia, sino simplemente porque estaban allí, más vidas para liquidar antes de que se acaban la diversión. Ahora sopesaba las cosas. ¿Tenía que darse por satisfecho si se quedaba conmigo? ¿O podía también acabar con Marsten y con Clay?
– ¿No la deseas? -preguntó Le Blanc-. Creí que todos ustedes la deseaban.
– Nunca fui de los que siguen la corriente -dijo Marsten-. Si bien Elena tieno su atractivo, no se compadecería con mi estilo de vida Yo quiero territorio. Clayton es una pieza mejor para negociar. Y estoy seguro de que te vas a divertir más con Elena
– Hijo de puta -rugí.
Me di vuelta, soltándome de Marsten. Apunté un golpe a su estómago, pero se movió en el último instante y mis nudillos le rozaron el costado. Su pie enganchó el mío y me arrojó al suelo. Mi cabeza dio en un ángulo de un armario para rifles vacío, Me desvanecí un momento. Cuando me recuperé, los ojos grises de Marsten perforaban los míos. Parpadeé y traté de pararme, pero me tenía contra el suelo. Cambió de posición y empujó mi mentón para que quedara mirando a la pared.
– Está inconsciente -dijo, poniéndose de rodillas-. Tanto mejor. Ya no nos quedan muchos sedantes.
– ¿Inconsciente? Volví a parpadear, lentamente, sintiendo que mis ojos se cerraban y volvían a abrirse. Miraba una fila de deposiciones de ratón a lo largo de la pared. Estaba claramente despierta ¿Marsten no me había visto abrir los ojos? Empecé a alzar la cabeza, luego lo pensé mejor y me quedé quieta. Que pensaran que estaba inconsciente. Necesitaba todas las ventajas que pudiera tener.
Marsten se paró. Lo oí alejarse un par de pasos.
– ¿Qué haces? -preguntó Le Blanc en tono agudo.
– Me llevo mi parte del botín y me voy, que es lo que sugiero que hagas tú también. Si Elena no es suficiente premio, puedes quedarte con todo el dinero de Daniel y Vic que haya.
– No lo desates -dijo Le Blanc.
Marsten susurró.
– No me digas que Daniel te volvió paranoico a ti también. Clayton apenas si respirar. No podría lastimar a un Chihuahua. Estoy apurado. Si puede caminar quiero que lo haga.
– No hemos acordado nada todavía.
Con los ojos cerrados, moví lentamente el mentón, luego los espié. Marsten estaba inclinado sobre Clay. Lo tenía de rodillas. Clay se bamboleaba. Se veía apenas el azul de sus ojos semicerrados. La pistola estaba tan sólo a tres metros, abandonada. Dudaba de que Marsten supiera usarla.
– Dije que dejaras de desatarlo -dijo Le Blanc.
– Por Dios -murmuró Marsten-. Bueno.
Se enderezó. Pero entonces, aún antes de estar bien parado, se lanzó contra la Blanc. Marsten y Le Blanc cayeron al suelo. Mientras los dos peleaban, me puse en cuatro patas y fui junto a Clay. Cuando tomé las esposas, se alzó su cabeza. Me miró por sobre el hombro.
– Vete -graznóó.
Tomé los dos extremos de la cadena y tiré con fuerza. Los eslabones se estiraron pero no se rompieron.
– No hay tiempo -dijo tratando de volverse hacia mí-. Vete.
Al mirar sus ojos supe lo equivocada que había estado. No había venido para llevarlo de vuelta a Jeremy o a la Jauría. Había venido a buscarlo para mí. Porque lo amaba, lo amaba tanto que estaba dispuesta a arriesgar todo ante la menor esperanza de salvarlo. Incluso en ese momento, al darme cuenta de que él tenía razón, que no tenía tiempo de sacarlo, sabía que no lo iba a dejar allí. Prefería morir.
Miré en derredor enloquecida en busca de un arma, entonces me detuve. ¿Arma? ¿Estaba buscando un arma? ¿Me había vuelto loca? Ya tenía la mejor arma posible. Si sólo tuviera tiempo para prepararme. Me puse en cuatro patas y me concentré. Vagamente escuché a Clay gruñir mi nombre. Me alejé. El Cambio se inició a su ritmo normal. No bastaba. ¡No hay tiempo suficiente! Mis pensamientos se convirtieron en pánico por un momento. Traté de controlarlos, entonces advertí que el Cambio se aceleraba. Dejando de lado todo control, dejé que me dominaran mis temores. Si fracasaba, moriría. Si fracasaba, Clay moriría. Había hecho tan mal las cosas. El temor y el dolor se retorcieron dentro de mí. Me doblé y me rendí a ellos. Hubo un relámpago agónico. Y luego victoria.
Me paré. Vi a Le Blanc inclinado sobre el cuerpo caído de Marsten. Alzaba la mano. Destelló la hoja de la navaja. Le Blanc se detuvo y me miró. Me lancé contra é. Dejó caer el cuchillo y rodó a un costado. Saltó con demasiada fuerza y caí torcida, dando una vuelta de carnero, y me estrellé contra la pared, Para cuando me recuperé, Le Blanc ya no estaba.
Escuché una voz y volteé en su dirección. Marsten se levantaba, tratando de respirar. Señaló la puerta trasera abierta y tosió sangre. Cayó más sangre de los cortes en sus brazos y su pecho. Miré la puerta trasera. No podía dejar escapar a Le Blanc. Una mujer lo había hecho correr. No descansaría hasta lograr su venganza. Marsten dijo algo pero no pude entenderlo. La sangre me golpeaba en los oídos, urgiéndome a seguir a Le Blanc. Iba hacia la puerta. Detrás de mí, Clay se quejó al intentar pararse. Me volví hacia Marsten. No iba a dañarlo con Clay. Agachando la cabeza gruñí. Marsten se quedó petrificado. Movió los labios. Sólo un montón de sonidos incomprensibles. Me agaché más.
– ¡Elena! -dijo Clay
A él sí podía entenderlo. Me detuve. Clay estaba de pie ahora.
– No… pierdas… tiempo -dijo.
Miré a Marsten. Dijo una palabra. Aún no podía entenderlo, pero
podía leer sus labios. Territorio. Era todo lo que quería. Todo lo que le importaba… Había sabido que estaba consciente en el suelo. Le había servido a sus planes. Era un hijo puta traicionero, pero no le haría daño a Clay. Matar a Clay no le daría a Marsten el territorio que quería. Tenerlo vivo y a salvo sí.
Gruñí una vez más a Manen, luego salí corriendo tras Le Blanc.
Fue fácil encontrar su rastro. Ni siquiera tuve que buscar su olor. Podía escucharlo correr en medio de las malezas. Idiota Me lancé al bosque y empocé a correr. Sentí ramas que se me enganchaban en la piel y me golpeaban la cara. Cerré los ojos casi por completo para protegerlos y seguí corriendo. Le Blanc habla abierto una senda en la maleza. La seguí. Pocos minutos más tarde el bosque quedó silencioso. Le Blanc se habla detenido. Habrá advertido que su única esperanza era Cambiar- Alcé la trampa y probé la brisa. El viento del este traía leves rastros de su olor, pero cuando me llegó aire del sudeste, venía cargado do él. Alcé una pata delantera y la dejé caer sobre hojas muertas. El suelo estaba mojado de rocío mañanero y apenas si sonaba a mi paso. Bien. Viré al sudeste y avancé a rastras.
Ya había pasado la noche. El amanecer iluminaba las copas de los árboles y llegaban rayos dispersos de sol al suelo del bosque. Al pasar por un charco de luz, sentí el sol en la espalda y la promesa de un día caluroso de fines de la primavera. Los pastos altos y los arbustos lanzaban su bruma húmeda al aire, la tierra fresca de la noche se alzaba para encontrarse con la cálida mañana. Inhalé la humedad, cerrando los ojos para disfrutar del limpio olor a nada. Un azulejo comenzó a cantar a mi izquierda. Una mañana hermosa. Volví a inhalar, bebiendo el aire, sintiendo que el temor de la noche cedía a la excitación de la caza. Aquí se terminaría. Todo terminarla en esta mañana hermosa.
Cuando sentí la respiración de Le Blanc, me detuve. Inclinó la cabeza para escuchar. Estaba agachado detrás de unos matorrales, respirando con dificultad mientras Cambiaba. Avancé lentamente hasta encontrarme al borde de su claro y miré a través de los pastos. Tal como supuse por la altura del sonido de su respiración, estaba agachado. Pero me equivocaba respecto de una cosa. No estaba Cambiando. Ni siquiera se había desvestido. Sentí un temblor de excitación. Él tenía miedo, pero en vez de entregarse al miedo, luchaba con el Cambio. Metí el hocico entre los pastos y bebí el sabor de su miedo. Eso me levantó la temperatura, convirtiendo el entusiasmo en algo parecido a la lujuria. Le Blanc podía asustarme en el estacionamiento del aeropuerto, pero éste era mi terreno.
Le Blanc se acomodó y se inclinó hacia delante para mirar desde su lugar “Usa el olfato”, pensé. "Olfatea y sabrás la verdad". Pero no lo hizo. Llevó una pierna hacia atrás. La rodilla le sonó y se quedó congelado, respirando agitado. Movía la cabeza de un lado a otro, escuchando y mirando. Alzó la navaja, la abrió y luego esperé a que el sonido me llevara a él. Algo más allá un gato o un zorro o algo igualmente pequeño y silencioso. Le Blanc se tensó, alzando el cuchillo. Idiota. Me estaba cansando de esto. Quería correr. Quería cazar. Retrocedí una docena de pasos. Luego alcé el hocico y aullé. Le Blanc saltó del matorral y corrió. Yo lo perseguí.
Le Blanc me llevaba la delantera. Lo dejé mantenerla. Anduvimos entre los arbustos y los árboles, saltando troncos, pisoteando flores silvestres y haciendo que dos faisanes se lanzaran al cielo. Siguió avanzando hacia lo profundo del bosque. Finalmente dejó de correr. Cuando advertí que ya no podía oírlo, desemboqué en un claro. Algo me cortó la pierna trasera y caí hacia adelante en el pasto. Al caer me di vuelta y vi a Le Blanc parado detrás, con las piernas separadas, en pose de luchador que espera la siguiente vuelta. Hizo una mueca y dijo algo. No necesitaba oírlo para saber lo que decía. Ven a buscarme. Sentí un enorme placer. Realmente era un idiota.
Sin vacilar, me agaché y salté sobre él. No me molesté en tratar de evitar la navaja. No importaba. Sentí que la hoja me cortaba levemente el costado del cuello y se deslizaba sobre mi hombro. La sangre se derramó caliente sobre mi piel. Pero no era un chorro y el dolor no era más que una pequeña molestia. Mi piel era demasiado gruesa. El cuchillo sólo me rasguñó. El brazo de Le Blanc retrocedió para lanzar otro ataque, pero ya era demasiado tarde. Ya estaba sobre él. Cayó hacia atrás, y la hoja saltó de su mano para ir desaparecer entre los árboles. Cuando mi cara quedó frente a la suya, se le abrieron los ojos. Conmoción. Incredulidad. Temor. Me permití beber en su derrota un largo instante. Entonces le abrí la garganta de una dentellada.