Bear Vailey era un pueblo de obreros, con una población de ocho mil almas que nació con la industrialización y tuvo su máximo esplendor en los años cuarenta y cincuenta. Pero tres recesiones y los despidos en las fábricas habían tenido su efecto. Quedaba una fábrica de tractores al este y una planta papelera al norte, y la mayoría de la gente trabajaba en alguna de las dos. Era un pueblo que se enorgullecía de sus valores familiares, en un ambiente en el que la gente trabajaba duro, jugaba duro y llenaba el estadio de béisbol, por más que el equipo de segunda división local estuviera en el primer puesto o en el último. En Bear Valley, los bares cerraban a medianoche los días de semana, la subasta anual (de la Asociación de Padres y Docentes era un evento social importante y el control de armas significaba que no se permitía a los chicos tirar con nada que superara el calibre veinte. A la noche, mujeres jóvenes cruzaban las calles de Bear Valley temiendo un poco más que a los maullidos, el chistido de unos tipos que merodeaban por el vecindario. Ellas no querían ser asesinadas por extraños, y mucho menos querían ser arrastradas, masacradas y devoradas por perros locos.
Nos separamos. Antonio y Peter se dirigieron al lado oeste del pueblo donde estaba el único edificio de departamentos de Bear Valley y dos hoteles. Lo que significaba que tenían el mejor sector, ya que era más probable que el callejero se encontrara allí; pero el problema era que Jeremy decidió que debían mantenerse en forma humana, dado que no podrían andar por el complejo de departamentos como lobos.
Clay, Nicholas y yo debíamos recorrer el este, donde podríamos encontrar al callejero en una casa o un cuarto alquilado. Llevamos mi auto, un viejo Camaro, que estaba en Stonehaven. Manejaba Clay. En realidad fue mi culpa: me desafió a correr hasta el garaje. Mi ego aceptó y mis pies perdieron. Llegamos a la ciudad poco después de las nueve y media. Clay me dejó detrás de una clínica médica que cerraba a las cinco. Me Cambié entre dos depósitos de basura que hedían a desinfectante.
Cambiar de forma al igual que cualquier otra función corporal, es más fácil cuando el cuerpo lo necesita. Un licántropo descontrolado Cambia bajo dos circunstancias: cuando se lo amenaza o cuando su ciclo interno le impone la necesidad de hacerlo. Nuestro Cambio se basa aproximadamente en los ciclos de la Luna, aunque tiene poco que ver con la luna llena. El ciclo natural podría variar entre tres días y una semana para distintas personas. Cuando se aproxima el momento, podemos sentir los síntomas: la inquietud, el escozor, los calambres y dolores internos, la sensación abrumadora de que se tiene que hacer algo y que el cuerpo y la mente no podrán descansar hasta que se satisfaga esa necesidad. Los indicios son tan reconocibles instintivamente como los del hambre. Al igual que el hambre, podemos posponerlo, pero al poco tiempo el cuerpo obliga al Cambio. Y al igual que con el hambre, podemos anticiparnos a los síntomas y Cambiar antes de que aparezcan. O podemos dejar de lado el ciclo natural por completo y Cambiar tanto como queramos. Eso es lo que nos enseñó la Jauría. Cambiar más a menudo para mejorar el control y aseguramos de no esperar demasiado, dado que eso podría provocar efectos secundarios complicados, tales como iniciar un Cambio en medio de las compras o, habiendo Cambiado, sentirnos frustrados por la ira y el deseo de sangre. En Toronto había dejado de lado las enseñanzas de Jeremy y Cambiaba sólo cuando era necesario, en parte para distanciarme de la «maldición» y en parte porque el Cambio en Toronto era una gran producción, que requería tanta planificación y cautela que me dejaba exhausta por muchos días. Así que estaba fuera de práctica. Había Cambiado ayer. Y sabía que hacerlo nuevamente menos de veinticuatro horas después sería terrible, como tener sexo sin juego previo. Sería doloroso o directamente no podría hacerlo. Debí haberle aclarado esto a Jeremy cuando dijo que teníamos que Cambiar para la cacería, pero no pude. Me sentí avergonzada. En Toronto Cambiaba lo menos posible porque me daba vergüenza. Dos días más tarde, estaba en, Stonehaven, negándome a admitir que no podía Cambiar lo mas posible, porque me daba vergüenza. Otra cosa más para que mi cerebro entrara en la confusión total.
Me llevó más de media hora Cambiar, el triple del tiempo normal. ¿Dolía? Bueno, no tengo mucha experiencia con el dolor que no tenga que ver con el cambio de forma, pero creo que se puede decir que si me descuartizaran me dolería un poco menos. Cuando se terminó, me quedé allí otros veinte minutos, descansando y agradecida de haber podido Cambiar. Frente a la opción entre la agonía que significaba el Cambio y admitir delante de Clay y los demás que ya no podía Cambiar a mi gusto, escogía el descuartizamiento. El dolor físico desaparece antes que el orgullo herido.
Comencé por una subdivisión de hileras de casas viejas que no se habían convertido en condominios y probablemente nunca lo harían. Eran más de las diez, pero las calles ya estaban desiertas. Los padres ansiosos habían sacado a sus hijos de las plazas, largas horas atrás. E incluso los adultos se guarecían al caer el sol. Pese a que era una cálida noche de mayo, no había nadie tomando aire en los porches ni chicos jugando en las entradas de los garajes. En cambio había ventanas cerradas a través de las que salía la luz de los televisores. Se oían risotadas de los programas de televisión, que ofrecían un escapismo para los nerviosos. Bear Valley tenía miedo.
Me deslicé por el frente de las casas, oculta entre las paredes y los arbustos que las adornaban. En cada puerta sacaba el hocico y olfateaba, luego corría a ocultarme tras la siguiente hilera de arbustos. Cada destello de luces de autos me paralizaba. Mi corazón bombeaba, lleno de excitación nerviosa. No era divertido, pero el peligro agregaba un elemento que no experimentaba desde hacía niños. Si me veían, siquiera un segundo, estaría en peligro. Era una loba husmeando por el pueblo, en medio de una pesadilla colectiva por un supuesto perro salvaje. Si mi silueta se recortaba por un segundo a la luz de las ventanas, saldrían con escopetas en un instante.
Pasada más de una hora, estaba a medio recorrido de mi cuarto callejón de casas en fila, cuando sentí pasos que taconeaban en la acera. Me apreté contra los ladrillos frescos de la casa y escuché. Venía alguien por la acera y cada paso resonaba con su clic. Pensé por un instante en Clay. ¿No lo haría, verdad? Mejor que no. Me detuve oculta tras las ramas bajas de un cedro y traté de ver. Era una mujer que venía rápido por la vereda, con los tacos golpeteando sobre el cemento. Llevaba un uniforme de algún tipo, con una pollera de poliéster que apenas cubría sus anchas caderas. Llevaba una bolsa imitación cuero apretada en las manos y caminaba lo más rápido que le permitían sus tacos de cinco centímetros. A cada paso miraba hacia atrás. Olfateé y sentí un leve olor a colonia Obsesión, mezclada con el hedor de la grasa y el olor a cigarrillo. Una mesera que volvía a casa del trabajo y que no esperaba que la calle estuviera tan oscura. Cuando se acercó más olí otra cosa. Temor. Inconfundible temor. Rogué que no se largara a correr. No lo hizo. Lanzando otra mirada de temor, entró en su casa y cerró la puerta. Volví al trabajo.
Unos minutos más tarde se escuchó un aullido en el silencio de la noche. Era Clay. No utilizó el aullido típico del lobo, que hubiera llamado inevitablemente la atención, sino que imitó el llamado de un perro solitario. Había encontrado algo. Esperé. Cuando me llegó un segundo aullido, lo ubiqué y comencé a correr. El suelo fluía bajo mis pies mientras iba tomando velocidad. Me mantuve en el borde de la calle, pero no me preocupé demasiado por ocultarme. A esta velocidad, cualquiera que me viera sólo divisaría un poco de piel clara.
Al llegar al camino principal me encontré con que tenía que cruzarlo. Eso me llevó unos minutos. Al otro lado de la calle estaba el distrito de Clay, una subdivisión de casas y dúplex de la época de la guerra. Justo cuando trataba de encontrar su rastro, percibí otro, que me hizo detener y casi caí hacia atrás. Me sacudí, maldiciendo mi torpeza y retrocedí. Allí, en el cruce de dos calles, oh un licántropo, alguien a quien no reconocí. El rastro era viejo, pero claro. Había pasado por allí más de una vez. Miré calle abajo. Era en la dirección de donde había escuchado a Clay, así que cambié de rumbo y comencé a seguir el rastro del callejero.
El rastro me llevó a una casa de ladrillos de una sola planta, con adiciones de chapa de aluminio atrás. El patio trasero era pequeño y el césped estaba recién cortado, pero los yuyos competían de igual a igual con el pasto. Había basura apilada junto a la entrada y el olor me molestó. Parecía haber dos agregados a la casa, uno con puerta lateral y otro con la puerta presumiblemente atrás. La casa estaba oscura. Olfateé la vereda. El olor del licántropo era fuerte y no podía distinguir un rastro de otro. El factor más notorio era su antigüedad. Había estado pasando por aquí durante una semana. Aquí se había quedado.
Estaba tan excitada por encontrar el departamento, que no vi la sombra que se me acercaba. Cuando la advertí, giré la cabeza para ver a Clay en forma humana. Pasó su mano sobre mi nuca. Le tiré un mordiscón y me oculté tras los arbustos. Luego de Cambiar a forma humana, salí.
– Sabes que odio eso -murmuré, pasándome los dedos por el pelo ensortijado-. Cuando estoy Cambiada, te mantienes Cambiado o respetas mi privacidad. Acariciarme no sirve de nada.
– No te estaba "acariciando”, Elena. Dios, hasta el mínimo gesto… -Se contuvo, tomó aire y volvió a empezar. -Éste es el lugar del callejero, el departamento del fondo, pero no está aquí.
– ¿Estuviste adentro?
– Estaba investigando un poco y esperándote.
Miré su cuerpo desnudo y luego el mío.
– Supongo que no te habrás molestado en buscar ropa mientras andabas por aquí.
– ¿Esperas que encuentre algo colgado en la soga a esta hora? Lo siento, cariño. Como sea, esto tiene sus ventajas. Si viene el dueño, estoy seguro de que puedes convencerlo de que no llame a la policía.
Resoplé y fui a la puerta trasera. Sólo tenía una cerradura común. Fue fácil forzarla. Apenas si había abierto una rendija cuando me llegó el olor fétido de carne podrida. Tuve que esforzarme por no toser. Olía como un matadero. Al menos para mí. La nariz común probablemente no hubiese olido nada.
La puerta daba al living. Se veía como el típico departamento de soltero, con ropa sin lavar tirada sobre el sofá y latas de cerveza vacías en un rincón. Obviamente el alquiler no incluía servicio de limpieza. Había cajas con costras de pizza y restos de pescado y papas fritas sobre una mesa en el rincón. Pero ésa no era la fuente del mal olor. El callejero había matado aquí. No había señal de un cadáver; pero el fuerte olor a sangre y carne podrida lo delataba. Había traído a una mujer a su departamento, la mató y ocultó los restos en otra parte.
Empecé por el cuarto principal, mirando en los roperos y bajo los muebles, en busca de algún indicio de la identidad del callejero. No reconocí su olor, pero quizá pudiera saber quién era con un par de pistas.
Como no encontré nada, fui al cuarto donde Clay buscaba. Estaba en el piso, mirando debajo de la cama. Cuando entré, sacó un cuero cabelludo y lo tiró a un lado y siguió buscando algo interesante. Miré la cosa sangrienta y sentí que vomitaría. Clay le prestó tanta atención corno a un pañuelo de papel, más preocupado por haberse manchado las manos que por otra cosa. Clay tenía un cociente de inteligencia de más de ciento sesenta, pero no podía entender por qué matar humanos es tabú. No mataba gente inocente, por lo mismo que cualquier persona no mataría intencionalmente un animal con su auto. Pero si un humano representaba una amenaza, el instinto le decía que hiciera lo necesario. Jeremy le prohibía matar humanos, y lo evitaba sólo por ese motivo.
– Nada -dijo en voz baja. Salió de abajo de la cama. -¿Y tú?
– Lo mismo. No deja nada que lo identifique.
– Pero no sabe que no tiene que atacar a la gente del lugar.
– Hereditario, pero joven -dije-. Huele a nuevo, pero ningún licántropo mordido podría tener esa clase de experiencia, así que debe de ser joven. Joven y engreído. Su papi debe haberle enseñado 1o básico, pero no tiene suficiente experiencia como para evitar problemas, mantenerse lejos del territorio de la Jauría.
– Bueno, no va a vivir lo suficiente como para tener la experiencia necesaria. Su primera metida de pata ha sido la última.
Estábamos revisando por última vez el departamento cuando Nick pasó la puerta, jadeando.
– Iba a llamar -dijo-. ¿Encontraste su departamento? ¿Está aquí?
– No -dije.
– ¿Podemos esperar? -pregunto. Nick, esperanzado.
Vacilé y luego negué con la cabeza.
– Nos olería antes de llegar a la puerta. Jeremy dijo que lo matáramos sólo si podíamos hacerlo sin peligro. Y no podemos. No es para nada un novato; él percibió nuestro olor. Con algo de suerte, entendió la indirecta y se fue de la ciudad. No obstante podemos atraparlo y asesinarlo luego, fuera de aquí, un trabajo totalmente limpio.
Clay extendió la mano y tomó de la mesa de noche las cosas que había quitado de debajo de la cama. Me entregó dos cajitas de fósforos.
– Ahora sabemos dónde pasa las noches -dijo-. Si no está aquí cuando vengarnos mañana, apuesto a que estará en alguno de estos mercados de carne buscando la cena.
Miré las cajas de fósforos. La primera era de la Taberna de Rick, uno de los apenas tres establecimientos autorizados del área. La segunda era una cajita marrón barata, con una dirección anotada en el dorso. Memoricé los nombres de los bares, ya que no podríamos llevárnosnos nada, pues no teníamos bolsillos.
– De vuelta al auto -dijo Clay-. Mejor Cambiamos.
El corazón empezó a latirme acelerado.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? Bueno, cariño, creo que tres personas desnudas corriendo por la calle podrían llamar la atención.
– Hay ropa aquí
Clay resopló.
– Profiero que me vean desnudo antes que ponerme la ropa de un callejero. -Como no le contesté, se volvió con el ceño fruncido. -¿Pasa algo, cariño?
– No, sólo… No. No pasa nada.
Me volví y fui al cuarto, dejando un poco abierta la puerta, para poder salir cuando Cambiara, si es que lograba hacerlo. Por suerte a nadie le pareció extraño que quisiera Cambiar en privado. Es lo que hace la mayor parte de la Jauría. No importa la confianza que se tenga con alguien, hay cosas que uno no quiere que los demás vean. Clay era la excepción, como en todas las cosas. No le importaba quién lo viera Cambiar. Para él era un estado natural y nada de qué avergonzarse. Aunque a la mitad del Cambio uno fuese algo digno de un circo. Para Clay, la vanidad era otro concepto extraño de los humanos. Nada natural debía ocultarse. Las cerraduras de los baños en Stonehaven están rotas desde hace veinte años. Nadie se molesta en arreglarías. Algunas cosas no vale la pena discutirías con Clay. Pero trazábamos la raya con respecto a Cambiar.
Pasé al otro lado de la cama para que nadie pudiera verme a través de la abertura de la puerta. Entonces me puse en el piso y me concentré esperanzada. No pasó nada por cinco largos minutos. Empecé a sudar e intenté con más ahínco. Pasaron varios minutos más. Creí sentir que las manos se me convertían en zarpas, pero cuando miré, eran sólo mis dedos muy humanos hundidos en la alfombra.
Por el rabillo del ojo vi moverse la puerta. Una nariz negra se metió en el cuarto. La siguió un morro dorado. De un salto, cerré la puerta antes de que Clay pudiera verme. Gimió con tono interrogativo. Gruñí, con la esperanza de que el sonido fuera suficientemente canino. Clay respondió con otro gruñido y se alejó de la puerta. Un respiro, pero breve. En menos de cinco minutos lo intentaría de nuevo. Clay era muy impaciente.
Empujé un poco la puerta para poder abrirla si Cambiaba -cuando, por favor; cuando Cambiara-. Pero por las dudas pensé en un plan alternativo. ¿Tomar algo de ropa y escapar por la ventana? Mientras evaluaba si podría saltar por la ventana, comencé a sentir un cosquilleo en la piel que se me estiraba. Miré y me encontré con que se me engrosaban las uñas, se me acortaban los dedos. Con un fuerte suspiro de alivio cerré los ojos y dejé que la transformación siguiera su curso.
Atravesamos el patio trasero y salimos al lado norte del centro comercial de Bear Valley donde había locales de todas las cadenas de comida chatarra. Escabulléndonos por las playas de estacionamiento, nos metimos en un laberinto de callejones en medio de galpones. Corno ya no estábamos a la luz de los reflectores, nos atrevimos a correr.
Al poco rato, Clay y yo comenzamos a correr carreras. Era más una carrera de obstáculos que otra cosa, con resbalones y tropezones. Yo estaba a la cabeza cuando oímos que un tacho de basura se caía al final del callejón. Los tres nos detuvimos resbalando para escuchar.
– ¿Qué mierda estás haciendo? -dijo una voz joven-. Ten cuidado y ponte en marcha. Si mi viejo descubre que nos escapamos me va a desollar.
Otra voz masculina contestó con una risita de borracho. El tacho de basura se arrastró por la grava y luego aparecieron dos cabezas. Traté de retroceder a las sombras y di contra una pared. Estaba encerrada entre una pila de basura y un montón de cajas. Enfrente de mí, Clay y Nick se metieron en un portal, hundiéndose en la oscuridad, de modo que sólo se divisaba el fulgor azul de los ojos de Clay. Me miró a mí y luego a los muchachos, diciéndome que las sombras no me ocultaban. Era demasiado tarde. Sólo podía esperar que los muchachos estuvieran demasiado borrachos como para prestar atención a lo que los rodeaba mientras avanzaban a tropezones.
Los muchachos hablaban de algo, pero las palabras pasaron por mis oídos como ruido blanco. Para entender el habla humana estando bajo esta forma, tenía que concentrarme, como tenía que concentrarme para entender a alguien que hablara en francés. Ahora no podía ocuparme de eso. Estaba demasiado ocupada mirándoles los pies a medida que se acercaban.
Cuando llegaron junto a la pila de basura, me agaché y me aplasté contra el piso Sus borceguíes dieron tres pasos más, y Pasaron justo delante de mi escondrijo. Me obligué a no escuchar; a mirar sus rostros solamente y guiarme por lo que viera. No tenían más de diecisiete años. Uno era alto y llevaba chaqueta de cuero con la cabeza rapada y aros en los labios y en la nariz. Su compañero estaba ataviado de modo similar, pero sin la cabeza rapada y los aros, y le faltaba el coraje o la idiotez para convertir una moda en una desfiguración semipermanente.
Continuaron hablando mientras se alejaban. Entonces el chico rapado tropezó. Al caer; giró para tomarse del costado del basurero y me vio. Parpadeo una vez. Luego tironeó de la manga de su amigo y me señaló. El instinto me llevaba a responder a la amenaza con el ataque. La razón me obligó a esperar. Hace diez años habría matado a los chicos en el momento en que entraron al callejón. Hace cinco años, habría saltado en cuanto uno de ellos se hubiera dado cuenta de mi presencia. Aún hoy podía sentir el impulso en las tripas, un temor que hacía tensar mis músculos, listos para atacar. Era eso -la batalla por el control de mi cuerpo-- lo que más odiaba.
Un gruñido grave hizo eco por el callejón, y era yo la que gruñía. Tenía las orejas aplastadas contra la cabeza. Por un momento, mi cerebro trató de controlar el instinto, y luego advertí que era mejor rendirme a él, dejar que los chicos vieran lo cerca que estaban de morir.
Gruñí más fuerte. Los dos muchachos saltaron hacia atrás. El que tenía pelo, se dio vuelta y corrió por el callejón, tropezando con la basura. Los ojos del otro muchacho siguieron a su amigo. Pero entonces, en vez de correr tras él, su mano tomó algo de la basura. Algo brilló a la luz de la Luna. Se volvió hacia mí con una botella rota en la mano, el temor reemplazado por una mueca de poder. Hubo un movimiento borroso a sus espaldas y yo alcancé a divisar a Clay a punto de saltar. Miré al muchacho y salté. Clay saltó. En el aire, esquivé al muchacho y choqué directo con Clay. Caímos juntos y corrimos al llegar al suelo. Nick nos siguió, probablemente antes de que el chico supiera lo que veía. Corrimos el resto del camino hasta el auto.
Llegamos a casa poco después de las dos. Antonio y Peter no habían vuelto, pero no había manera segura de rastrearlos y decirles que ya habíamos descubierto dónde se alojaba el callejero. Cuando entramos, la casa estaba silenciosa y oscura. Jeremy no se había molestado en esperar levantado. Sabía que si hubiese pasado algo, lo despertaríamos. Clay y yo corrimos hasta los escalones, peleando por ser el primero en subir. Detrás, Nick se burlaba de nuestra pelea, siguiéndonos de cerca. Llegamos arriba y corrimos hacía el cuarto de Jeremy en el extremo del corredor. Antes de que pudiéramos llegar allí se abrió la puerta.
– ¿Lo encontraron? -preguntó Jeremy, una voz sin cuerpo que salía de la oscuridad.
– Descubrimos dónde para -dije-. Está…
– ¿Lo mataron?
– No -dijo Clay-. Demasiado arriesgado. Pero…
– Bien. Me cuentan el resto por la mañana.
La puerta se cerró. Clay y yo nos miramos. Me encogí de hombros y retrocedí por el corredor.
– Te tendré que ganar mañana --dije.
Clay me corrió y saltó sobre mí, arrojándome al piso. Se quedó encima de mí, sosteniéndome los brazos contra el suelo y sonriendo, con la excitación de la cacería aún en los ojos.
– ¿Te parece? ¿Qué tal si lo decidimos con un juego? Tú decide cuál juego.
– Póker -dijo Nick.
Clay se volvió para mirarlo.
– ¿Y por qué jugamos?
Nick sonrió.
– Lo habitual. Hace mucho tiempo.
Clay rió, salió de encima de mí y me alzó. Cuando llegamos a su cuarto, me tiró en su cama y fue hasta el bar para preparar bebidas. Nick se lanzó encima de mí. Lo hice a un lado y me levanté.
– ¿Qué los hace pensar que quiero jugar? -pregunté.
– Nos extrañaste. -dijo Nick.
Se desabotonó la camisa y se la quitó, asegurándose de que le viera los músculos, desvestirse era un maldito ritual de apareamiento con estos tipos. Parecían creer que a la vista de un rostro bello, bíceps musculosos y un estomago plano me convertirían en una masa de hormonas indefensas, dispuesta a jugar a sus juegos juveniles. Por lo general funcionaba, pero ésa no es la cuestión.
– ¿Whisky y soda)? -dijo Clay desde el otro lado del cuarto.
– Perfecto -dijo Nick.
Clay no se molestó en preguntar lo que yo quería. Nick me quitó el clip del pelo y comenzó a mordisquearme la oreja, con su aliento cálido que olía levemente a salsa de tacos. Me relajé en la cama. Cuando sus labios me recorrieron el cuello, giré el rostro y lo hundí en el suyo e inhalé su olor familiar. Bajé hasta el hueco de su clavícula y sentí que su corazón daba un salto.
Nick dio un respingo. Alcé la vista y vi a Clay que apretaba un vaso frío contra su espalda. Tomó a Nick del hombro y me lo sacó de encima de un tirón.
– Ve a buscar las cartas -dijo.
– ¿Cómo voy a saber dónde las guardas? -preguntó Nick.
– Busca. Te mantendrá ocupado un rato.
Clay se Sentó junto a mi cabeza y me entregó la bebida. Bebí ron y coca. Tragó el suyo y se inclinó sobre mí.
– Noche perfecta, ¿verdad?
– Pudo serlo -le sonreí- Pero tú estabas allí.
– Lo que significa que fue sólo el comienzo de una noche perfecta.
Al inclinarse sobre mí, sus dedos me rozaron la cadera y se deslizaron sobre ella. El olor grueso y palpable de Clay me hizo sentir un calor que se irradiaba hacia abajo desde mi estómago.
– Te divertiste -dijo-. Reconócelo.
– Quizá.
Nick volvió a la cama.
– Hora de jugar. ¿Van a mantener la apuesta? ¿El ganador le dice a Jeremy lo que pasó esta noche?
Los labios de Clay se curvaron en una lenta sonrisa.
– No. Yo quiero otra cosa. Si gano, Elena viene conmigo al bosque.
– ¿Para qué? -pregunté.
La sonrisa se amplió, mostrando sus dientes blancos perfectos.
– ¿Importa eso?
– ¿Y si yo gano, que me dan? -pregunté.
– Lo que quieras. Si ganas, escoges tu premio. Puedes decirle tu Jeremy lo que pasó, o puedes matar mañana, o cualquier otra cosa que quieras.
– ¿Puedo matarlo?
Tiró la cabeza hacia atrás y rió.
– Sabía que eso te gustaría. Seguro, querida. Si ganas, el callejero es tuyo.
Era una oferta que no podía resistir. Así que jugamos. Clay ganó.