EMBOSCADA

Camino de Bear Valley, Clay condujo, Nick fue atrás y yo me senté adelante donde eran mejores los cinturones de seguridad. Tal como lo temí, el Camaro no estaba entusiasmado por volver a andar. Cuando se resistió, Clay le apretó el acelerador hasta el fondo, llevó las revoluciones del motor hasta la zona roja, y luego empujó el cambio hasta la posición de marcha atrás, ignorando los ruidos que venían de abajo del motor. El coche se rindió y modosamente se dejó sacar la mugre durante todo el camino a Bear Valley.

– No, toma la salida siguiente -dije cuando Clay iba a tomar el primer camino a Bear Valley-. Ve al este. Al hotel.

– ¿El hotel?

– No tiene sentido perseguirnos la cola por todo Bear Valley si los callejeros no han dejado siquiera su cuarto de hotel. Pero si se fueron, tal vez pueda seguirles la pista.

Clay apreté las manos. Sabía que estaba convencido de que los callejeros querían atrapar a Jeremy e ir al hotel significaba perder un tiempo precioso. Pero tenía sentido. En vez de contestarme, salió de nuevo a la carretera, delante de un camión cargado de troncos. Cerré los ojos el resto del camino.

Cuando llegamos al motel, Clay estacionó el auto en el lugar para discapacitados junto a la entrada y ya saltaba de su asiento antes de que se apagara el motor. Yo tomé las llaves y lo seguí. Esta vez no se esforzó por engañar al empleado del mostrador Por suerte no estaba allí. Clay subió los escalones de dos en dos. En el cuarto de Le Blanc, rompió la cerradura recién arreglada y entró sin esperar a ver si habrá alguien. Yo subía los últimos escalones cuando salió.

– No están -dijo, haciéndome a un lado para bajar. Cuando estaba a mitad de la escalera advirtió que yo seguía subiendo y se dio vuelta. -Dije que no están.

– No es el único cuarto -dije-. A Marsten no lo podrían convencer de que durmiera en el piso.

Clay gruñó algo, pero yo ya iba por el corredor, deteniéndome frente a cada puerta y tratando de percibir el olor de Cain o el de Marsten. Clay volvió a subir las escaleras y me siguió por el Corredor.

– No tenemos tiempo.

– Entonces ve -dije-. Vete.

No lo hizo. Me detuve a tres cuartos del de Le Blanc.

– Cain -dije- tomando la manija.

– Bien. Sigue adelante y encuentra el de Marsten.

Marsten tenía el siguiente cuarto. Clay estaba revisando el cuarto de Cain cuando rompí la puerta de Marsten y entré. El cuarto se veía deshabitado. Sólo vi una valija de cuero italiana en un rincón. La cama estaba hecha, las mesas limpias y las toallas estaban colgadas. Claramente era el cuarto de Karl Marsten. Si tenía que rebajarse a aceptar un cuarto en el Motel Big Bear, no iba a quedarse allí ni un minuto más de lo necesario. Estaba por salir del cuarto, cuando una brisa me trajo aire fresco y un olor familiar.

Jeremy -dijo Clay detrás de mi al entrar al cuarto.

Fue hasta la ventana y corrió las cortinas. La puerta estaba abierta un poco, como si alguien la hubiese cerrado desde afuera donde no había manija.

– Se fue -dije-. Debe haber venido a investigar.

Clay asintió y me pasó con rumbo a la puerta. Volvimos al auto. A continuación Clay recorrió los estacionamientos en busca del Mercedes o el Acura En realidad no los recorrió, se metió en ellos a toda velocidad, dio vueltas y salió despedido. En el estacionamiento detrás del negocio de ropa Drake's Family Wear, encontramos el Acura de Marsten.

Sólo me estaba suponiendo que el Acura era de Marsten, pero era una buena apuesta. Le Blanc pudo haber tenido un ingreso fijo mientras vivía una vida normal en Chicago, pero por lo que se veía en su cuarto de hotel, en estos tiempos no tenía plata para autos de lujo. Marsten, en cambio, era muy exitoso… en su carrera de ladrón. En realidad el robo es la ocupación principal de los callejeros. Su estilo de vida no los alienta a quedarse en un pueblo el tiempo suficiente como para tener un empleo fijo. Y aunque tuvieran la inclinación a echar raíces, no podía durarles. Por lo menos en Estados Unidos, la Jauría rutinariamente perseguía a los descastados que parecían acomodarse a una vida sedentaria. Formar un hogar significaba adueñarse de un territorio y eso sólo lo podía hacer la Jauría Por eso la mayoría de los callejeros iban de ciudad en ciudad, robando lo suficiente como para mantenerse vivos. A los descastados les iba mejor. Marsten se especializaba en joyas, es decir, joyas de los cuellos y de los cuartos de mujeres maduras y solitarias. Tenía dinero y se consideraba mejor que los otros callejeros. A la Jauría no le importaba que pudiera hablar cinco idiomas y no tocara un whisky que tuviera menos años que él. Un callejero era un callejero.

Clay desaceleró detrás del Acura, luego apretó el acelerador y salió del estacionamiento.

– ¿No los estamos buscando? -preguntó Nick, inclinándose sobre el asiento.

– No me importa dónde están ellos. Me importa dónde está Jeremy.

Encontramos el Mercedes de Antonio a un par de cuadras en el estacionamiento de la fábrica papelera. Este rastro me resultaba más fácil de seguir, porque los olores me eran tan familiares que podía dejar que mi cerebro los procesara en piloto automático mientras yo me concentraba en buscar pistas.

El rastro daba la vuelta a la oficina del diario local, el depósito donde habla sido la fiestita, el Donut Hole y un bar donde Pasaban música country y western cerca de la calle principal. Podía entender la lógica de Jeremy en pasar por cada punto: el diario para las últimas noticias, el café en busca de chismes y el depósito en busca de pistas. Lo de la taberna era un poco más complicado, hasta que sentí el olor ácido de orina en el lugar donde Cain habla meado contra la pared trasera, presumiblemente la noche anterior después de beber. Desde ahí, el rastro llevaba hacia la fábrica de papel donde estaba el auto de Antonio.

– Están volviendo -dijo Nick-. Te apuesto a que nos cruzamos.

Caminamos cinco pasos cuando un gato hizo un sonido sibilante detrás de un tacho de basura. Nick le respondió de igual modo. El gato entrecerró los ojos, alzando la cola como un signo de exclamación ante la afrenta.

– Deja el minino -dije-. Demasiado flaco, sería apenas un bocado.

Al girar, vi algo que salía de debajo de las bolsas de basura. Al principio parecían una fila de cuatro guijarros pálidos y redondos que salían de dos bolsas. Eso parecía tan fuera de lugar que me acerqué, ignorando el hedor de la basura. Al acercarme entendí lo que veía: dedos.

– Mierda -murmuré-. Mira esto. Esos callejeros se están volviendo descuidados o dejan las cosas a la vista a propósito.

– Te apuesto veinte dólares a que es lo segundo – dijo Clay.

Dio un paso adelante y alzó la bolsa que lo tapaba para ver mejor. Los dedos estaban unidos a una mano, unida a un brazo.

Cuando Clay alzó más la bolsa, el cuerpo cayó al suelo de espaldas. La cabeza del hombre quedó en un ángulo imposible, con el cuello roto. Su pelo rojizo indómito brillaba aún en la oscuridad.

– Peter -susurré.

– No -dijo Clay-. Jeremy. ¡No!

Clay salió corriendo y sus pasos resonaron en la oscuridad del callejón. Los ojos de Nick se abrieron y encontraron los míos. Entonces algo le recordó que Jeremy no era el único que estaba con Peter. Corrió tras Clay. Los seguí, con el corazón bombeando tan fuerte que no me dejaba respirar. A cinco metros vi brillar un charco de un líquido rojo espeso bajo una luz medio apagada. De allí salían tentáculos de sangre, que convergían luego en un hilo hacia lo lejos. Seguí el rastro. Adelante, la camisa blanca de Nick se movía en la oscuridad. Escuchaba las pisadas de Clay pero no lo veía. El rastro de sangre daba la vuelta en dos esquinas. Al doblar la segunda, vi a Clay y a Nick adelante, detenidos y luego retrocediendo. Habían pasado el rastro, que terminaba en un charco de sangre junto a la esquina.

Me incliné, puse el dedo en la sangre y lo llevé a mi nariz.

– ¿Es suya? -preguntó Clay.

– Es de Jeremy -susurré.

– Y hay mucha más aquí arriba si quieren mirarla de cerca

– dijo una voz grave.

La cabeza de Clay se volteó hacia atrás. Mirarnos en derredor y luego vimos un muelle de estibado a la derecha. Clay llegó primero. Subió de un salto y desapareció en una abertura oscura. Nick y yo lo seguimos. Jeremy estaba sentado en el fondo con su pierna derecha alzada sobre una caja de madera y Antonio hacía jirones su camisa. Cuando nos acercamos, Jeremy alzó el brazo izquierdo para sacarse el pelo de la cara, pero lanzó un quejido y cambió a la mano derecha, dejando caer la izquierda.

– ¿Están bien? -pregunté.

– Peter está muerto -dijo Jeremy-. Nos emboscaron.

– Volvíamos al auto -dijo Antonio, agregando otra venda más a la pierna de Jeromy-. Yo fui a buscar un baño. Cinco minutos. Recién había doblado la esquina y… -Se concentró en su tarea pero en cada palabra era evidente la culpa que sentía. -Menos de cinco minutos. Mientras fue a orinar…

– Esperaban una oportunidad -dijo Jeremy-. Cualquiera de nosotros podría haber ido atrás un momento y hubieran atacado a los otros dos.

Antonio miró sobre el hombro.

– El nuevo, el callejero que mató a Logan, atacó a Jeremy con un cuchillo.

– ¿Un cuchillo? -Clay buscó confirmación de Jeremy, con tanta incredulidad como si Antonio hubiese dicho que atacaron a Jeremy con un Howitzer antiguo-. ¿Un cuchillo?

Jeremy asintió.

Antonio continuó.

Acusaron a Peter y a Jeremy. No hubo tiempo de reaccionar. Los hubiera seguido, pero Jeremy sangraba mucho.

– Yo no te hubiera dejado perseguirlos de todos modos -dijo Jeremy-. No tenemos tiempo de analizar las cosas ahora. Tenemos que limpiar e irnos.

Intentó pararse. Clay saltó una caja y lo ayudo a ponerse de pie.

– Dejamos a Peter en el lugar -dijo Jeremy

– Lo sé -dije-. Lo encontramos.

– En la basura -dijo Antonio, pasándose una mano por la cara-. Eso no estuvo bien. Lo siento, pero Jeremy estaba sangrando y yo…

– Tenías que encontrar un lugar para que nos ocultáramos rápido -terminó Jeremy por él-. Nadie te culpa. Lo iremos a buscar y lo llevaremos a casa.

Clay ayudo a Jeremy a bajar del muelle. Yo me coloqué a la izquierda para tomar el otro brazo, luego recordé que estaba herido y me conformé con caminar a su lado, lista para sostenerlo si cedía su pierna. Le di mis llaves del auto a Nick y él fue a llevar el Camaro hasta el callejón para poder cargar los cuerpos. Cuando llegamos a la pila de basura, Antonio destapó a Peter y lo limpió.

– Marsten va a pagar por esto -dijo Clay, mirando al cuerpo de Peter, apretando los puños-. De veras va pagar.

– Marsten no mató a Peter. Fue Daniel.

– Dan… -Clay se ahogó-. Mierda.


Volví a Stonehaven en el Mercedes de Antonio, sentada en el asiento trasero con Jeremy por si acaso empezaba a sangrar más. Antonio manejaba en silencio. Jeremy miraba por la ventana, sosteniéndose las vendas. Traté de concentrarme en otra cosa que no fuera mirar mi auto a través del parabrisas y pensar en el cuerpo de Peter en el baúl. En lugar de eso, pensé en los callejeros.


Así que era Daniel. Lo que significaba un problema serio. Daniel sabía cómo operaba la Jauría, cómo operaba cada uno de nosotros. Daniel había sido de la Jauría. Se habla criado con Nick y con Clay… o, más bien, creció en su "entorno». "Con ellos” suena como si hubieran sido amigos, cosa falsa. Antes de que llegara Clay, Nick y Daniel hablan jugado juntos a veces, acercados por su edad, como dos primos que juegan juntos en las reuniones familiares porque no hay nadie más con quien entretenerse. Entonces llegó Clay. Yo no conocía bien los detalles, pero me habían dicho que Clay y Daniel se odiaron a primera vista. El hecho desencadenante parece haber ocurrido la primera vez que se encontraron, cuando Daniel obsequió a la Jauría con la historia de cómo habían expulsado a Clay del jardín de infantes, que había tenido que ver con una disección del chanchito de la India de la clase para ver cómo era por dentro, pero, como fue, yo no conocía los detalles. Cuando le pregunté a Clay acerca de eso, lo único que dijo fue “ya estaba muerto", lo que supuestamente explicaba todo. Cualquiera que haya sido la historia, avergonzó a Jeremy, que habla ocultado los detalles cuando les explicó a los demás por qué Clay sólo había durado un mes en la escuela. Al molestar a Jeremy, Daniel se había ganado el rencor eterno de Clay.

En los años que siguieron, la relación entre los dos se volvió más difícil, porque Daniel y Clay luchaban por la posición suprema en la generación joven. O debería decir que Daniel luchó por eso. Clay simplemente dio por sentado que le correspondía y aplastó las aspiraciones de Daniel con el desprecio aburrido de alguien que espanta un mosquito. Cuando los tres tenían poco más de veinte años, Jeremy se convirtió en Alfa. Ni vez he dado la impresión de que fue un ascenso sin sangre. No lo fue. Siete miembros de la Jauría respaldaron a Jeremy y cuatro no, incluyendo a Daniel y su hermano Stephen. La disensión se volvió más virulenta y Stephen intentó asesinar a Jeremy, pero Clay lo mató. Daniel insistió en que su hermano era inocente y que Clay lo había asesinado para aplastar la oposición a la conducción de Jeremy. Cuando Jeremy fue nombrado Alfa, Daniel decidió que no habla lugar para él en la nueva Jauría.

Desgraciadamente ése no fue el fin de la historia. Pese a que ya no eran hermanos de jauría, Daniel y Clay tuvieron muchos encontronazos desde entonces. Después de que aparecí yo, la cosa se puso peor. Daniel decidió que debía poseerme, aunque más no fuera porque yo le “pertenecía" a su archirrival. Cuando Daniel se me acercó por primera vez, llegué a pensar que era un tipo decente. Mi opinión cambió el día en que lo fin a visitar y lo encontré ocultando a una mujer en el ropero. No habría sido tan malo si la mujer hubiera estado viva. Aparentemente lo estaba justo hasta el momento en que toqué el timbre, momento en el que Daniel le rompió el cuello y trató de meterla en un ropero para que no lo encontrara con alguien. A partir de allí, empecé a creer más en las advertencias do Clay respecto de Daniel. La mujer en el ropero no era la primera que mataba Daniel. Cuando dejó la Jauría, abandonó sus enseñanzas y leyes y se convirtió en asesino. Como todos los callejeros asesinos exitosos y de vida prolongada, Daniel aprendió cómo convenía matar a humanos, el mismo truco que usa un lobo cuando se enfrenta a una gran manada: separar a los que están en el borde. Si uno se limitaba a los marginales – drogadictos, adolescentes escapados, prostitutas, gente sin hogar, había muchas probabilidades de que no lo agarraran. ¿Por qué? Porque no les importan a nadie. Por supuesto que dicen que si, los políticos y la policía y todos los que se suponen que defienden la ley, pero en realidad no. La gente puede desaparecer y, mientras no aparezca, no le importa a nadie. No hablo de dictaduras del tercer mundo ni de metrópolis de Estados Unidos famosas por sus tasas de criminalidad. En Vancouver desaparecieron treinta prostitutas de un solo barrio antes de que las autoridades sospecharan que había un problema. Créanme, si esas mujeres hubiesen sido estudiantes de la universidad de Columbia Británica, la gente se habría preocupado mucho antes. En eso fue que se equivocó Thomas le Blanc, al elegir como presa a hijas y esposas de clase inedia. Si se hubiera limitado a las prostitutas y chicos escapados, aún estaría haciendo grandes negocios en Chicago. En todas mis discusiones con Jeremy respecto del sistema jerárquico de la jauría siempre defendí el modelo democrático, donde todos supuestamente son igualmente importantes. Por supuesto que no es así. Si bien la jauría tenía una jerarquía estricta, no permitiría que quedara sin vengar la muerte incluso del último de sus miembros.

De regreso en la casa, Jeremy me pidió que lo ayudara con sus heridas. Quizá supuso que sería una enfermera más suave, más tolerable que los hombres. Correcto. Jeremy puede no saber mucho de mujeres, pero ha aprendido lo suficiente de ésta en particular como para no confundirme con la madre Teresa. Lo más probable es que haya pensado que, ante la opción de hacer de enfermera o cavar una tumba, sería mucho más feliz poniéndome cofia y uniforme. Mi último episodio junto a una tumba no era de los que hubiese querido repetir demasiado pronto. Al menos, si cuidaba de Jeremy, podía olvidar un poco lo que sucedía en otras partes.

Normalmente, Jeremy seria el encargado de las tareas de enfermería. Era el médico de la Jauría. No, ése no era un papel que se heredera a través de las generaciones de licántropos, Fue algo que Jeremy tomó a su cargo cuando Clay, de niño, saltó cinco pisos por el pozo del ascensor de un centro comercial (no pregunten) Y se fracturó el brazo en varias partes. Para no poner en riesgo la movilidad futura de Clay con un entablillado improvisado, Jeremy lo llevó a un médico. Aunque tuvo el cuidado de aducir motivos religiosos para impedir que se le hicieran estudios de sangre y otros tests de laboratorio, el médico los hizo igual. Los resultados pudieron haber pasado sin que nadie se sorprendiera, dado que no tenían mucho que ver con un brazo roto, pero un técnico de laboratorio del turno de la noche que estaba aburrido descubrió algo extraño y llamó a Jeremy a las dos de la mañana. La sangre de licántropo tiene algo raro. No me pidan más explicación, apenas si aprobé biología en la secundaria. Lo que sé es que no debemos permitir que nos saquen sangre y la analicen. Lo que el técnico de laboratorio vio en la sangre de Clay le hizo pensar que tenía algún problema grave y ordenó a Jeremy que lo llevara inmediatamente al hospital. El resultado de todo ese lío fue que tanto el técnico como los resultados del análisis estaban desaparecidos por la mañana. A partir de allí, Jeremy compró y estudió un cargamento de libros de medicina. Hace unos años cometí el error de regalarle una copia de una guía de primeros auxilios, le gustó tanto que me hizo comprar ejemplares para todos para que los tuviéramos a mano y pudiéramos curar nuestras propias amputaciones. Podrán decir que soy una maricona, pero si alguna vez pierdo un miembro y no hay nadie cerca, me daré por muerta, aunque la guía tenga maravillosas instrucciones (con ilustraciones muy útiles) acerca de cómo se debe atar la herida con un palo y una bolsa de plástico para desperdicios.

– ¿La pierna primero? -le pregunté a Jeremy cuando sacó su caja de provisiones médicas del armario del baño.

– El brazo. Yo me Coloco el hueso. Tú lo entablillas.

Eso no sonaba demasiado mal. Jeremy se sentó en el inodoro y yo me agaché a su lado mientras trabajaba. Como había sido un golpe limpio, sin fracturas, sólo tenía que retirar la basura de la piel y el hueso antes de realinearlo sosteniéndolo justo debajo de la muñeca- Luego traje una venda y siguiendo las instrucciones de Jeremy, la coloqué debajo de su codo y encima de la muñeca- Entonces hice un cabestrillo para mantenerle el brazo en alto. El entablillado llevó un rato pero fue fácil… al menos comparado con lo que quiso que hiciera a continuación.

– Tendrás que coserme la pierna -dijo.

¿Coser…?

– No puedo hacerlo con una mano. -Se puso de pie y, apoyado en el lavamanos, se desabrochó los jeans con su mano buena y se los quitó con esfuerzo. Necesitaría tu ayuda para sacármelos, si no es demasiado pedir.

– Seguro -dije-. Soy buena para desnudar hombres. En cambio no sé si soy buena para coser gente. Tal vez el corte no sea tan malo. Despegué la camisa empapada desangre del muslo de Jeremy. La piel y el músculo se abrieron como el Mar Rojo, analogía muy adecuada teniendo en cuenta el chorro de sangro que salió de allí. No tenía ningún problema de ver a Jeremy sin pantalones, pero esa visión interna era más de lo que quería ver.

– Toma la toalla de mano -me dijo sentándose rápidamente y apretando una toalla grande contra el corte.

Mojé la toalla de mano, lavé la herida y luego le puse antiséptico. No trabajé lo suficientemente rápido y para cuando estaba terminando tenía sangre derramándose por mis dedos.

– Toma la cinta adhesiva -dijo Jeremy-. No, esa cinta no. La otra. Bien.

Utilizando la cinta y haciendo unas maniobras complicadas, logramos detener la hemorragia antes de que Jeremy se desmayara. Tomo algo llamativamente parecido a aguja e hilo de su kit y me lo entregó.

– Déjate de vueltas, Elena. No te va a morder. Toma la aguja y empieza de una vez. No pienses en el asunto. Simplemente frata de hacer una línea lo más recta posible.

– Suena fácil, pero tú nunca viste mi letra.

– No, pero he tenido el gusto de sufrir tus dotes de peluquera. Como dije, trata de coser en línea recta.

– Siempre te corté derecho el pelo.

– Si pongo la cabeza en cierto ángulo, está perfectamente derecho.

– Cuidado. Tengo una aguja.

– Y quizá si te hago enojar lo suficiente, te decidirás a clavármela y empezar a coser antes de que me desangre.

Me di por aludida. Pese a lo que Jeremy dijo, no fue como coser tela y tampoco podía hacer de cuenta que lo fuera. La tela no sangra. Me concentré en hacer la cosa bien, sabiendo que si no lo hacía, me harían burla por el resto de mi vida por la cicatriz de Jeremy. Estaba terminando cuando sentí un ataque de ira por el hecho de que un callejero se hubiese atrevido a hacerle esto a Jeremy, lo que me hizo pensar en cómo sucedió, lo que me hizo recordar que Peter estaba muerto. Mis manos empezaron a tensarse. La vieja serpiente de la ira comenzó a moverse en mi interior. Me detuve, tomé aire y empecé de nuevo, pero no pude evitar que me temblaran los dedos.

– De modo que enfrentamos a tres callejeros experimentados -dijo Jeremy, interrumpiendo mis pensamientos.

Tragué el nudo en mi garganta y me rendí a su intento de distraerme.

– Y al menos uno nuevo.

– No lo he olvidado, pero me preocupan más los experimentados. Son buenos -como lo demuestran mi brazo y mi pierna -pero no están al nivel de Daniel.

Corté el hilo.

– Dices eso porque conoces a Daniel. Y aunque no conozcas tanto a Marsten y a Cain, sabes qué esperar de ellos porque son como tú. Piensan como tú, reaccionan como tú, matan como tú. Los nuevos no. Los licántropos no ahorcan a la gente. Así mató Le Blanc a Logan y lo logró porque es lo último que Logan hubiese esperado. Y luego te atacó con un cuchillo. Te esperarías eso tanto como un samurai estaría atento a una patada en las bolas. Por eso Le Blanc sigue vivo. Te sorprendió. Si…

– Ya cavamos la tumba -dijo Antonio, entrando al baño-. Lo siento. ¿Interrumpo algo?

– Nada que no pueda concluirse más tarde -dijo Jeremy, poniéndose de pie y probando los puntos. Como no saltaron ni sangraron, asintió. -Perfecto. Me vestiré y veré la tumba.

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