DEPREDADOR

Luego de la cena empecé a prepararme para salir. La elección de la ropa era un problema. Si iba a enganchar al callejero, tenía que ponerme la mascará que mejor funcionaba con los licántropos: Elena la depredadora sexual. Lo que no significa minifalda, medias de red y blusa transparente, en primer lugar porque no tengo nada de eso, y no porque me veo ridícula con esas cosas. Los tops escasos, los tacones aguja y las polleras diminutas me hacen ver como una catorceañera jugando a mujer fatal. La naturaleza no me ha bendecido con curvas abundantes y mi estilo de vida no me ha permitido agregar relleno. Soy demasiado alta, demasiado atlética como para que algún tipo me vea como carne de revista porno.


Cuando llegué a Stonehaven mi ropa era estrictamente sport y barata, más cuando allá de cuánto dinero me diera Jeremy. No sabia qué más comprar. Cuando Antonio compró entradas para un palco en un estreno en Brodway entré en pánico. No había mujeres a quienes pedir consejo para comprar ropa, y no me atrevía a preguntarle a Jeremy por temor a terminar con una monstruosidad apta para un baile de escuela secundaria. Intenté ir a una sucesión de negocios caros en Nueva York, pero pronto me perdí. En sentido literal y figurado. Mi salvador fue alguien un poco inesperado: Nicholas. Nick se pasaba más tiempo con mujeres, en especial con mujeres jóvenes, hermosas y ricas, que cualquier hombre fuera de una película de James Bond. Su gusto era impecable. Le interesaban los diseños clásicos, telas simples y líneas suaves que de algún modo convertían mi altura y falta de curvas en cosas positivas. Toda mi ropa de vestir la había comprado llevando ¡a Nick a la rastra. No sólo no le molestaba pasarse una mañana recorriendo la Quinta Avenida conmigo, sino que ponía su tarjeta de crédito en el mostrador antes de que yo pudiera sacar una de mi billetera. Otro motivo por el que era tan popular con las damas.

Escogí un vestido para esa noche, uno que Nick me había comprado para mi cumpleaños justo antes de que me fuera de Stonehaven. Era de seda color índigo, me llegaba a la rodilla y no tenía ningún adorno. Para que no fuera tan de vestir, decidí no ponerme medias y usar sandalias.

Cuando estaba maquillándome, entró Clay y estudió mi conjunto.

– Se ve bien -dijo. Luego miró en derredor de mi cuarto de princesa y sonrió. -Por supuesto que no va con el ambiente. Necesitas algo. Tal vez un chal de encaje hecho con la tela de las cortinas. O una ramita con flores de cerezo.

Le gruñí desde el espejo y continué maquillándome estudiando un tarro de algo rosado y tratando de recordar si era para los labios o para las mejillas. Detrás de mí, Clay rebotó sobre mi cama, acomodando las almohadas y riendo. Se había puesto unos pantalones amplios, una camiseta blanca y una campera de hilo suelta. El conjunto ocultaba sus músculos y le daba un aspecto de estudiante limpito, un joven nada amenazante. Nick debió ayudarlo a escoger a ropa. Clay no sabe qué quiere decir no amenazar.


Salimos a las nueve. Nos fuimos con el Explorer. Clay odiaba ese vehículo aparatoso, pero necesitábamos espacio por si lográbamos capturar y matar al callejero. Esa noche Antonio y Nicholas se desharían del cuerpo de la joven en el basurero local. Pudimos haberles ahorrado un viaje y llevarlo nosotros, pero el olor de carne descompuesta no era buen perfume si uno buscaba mezclarse con seres humanos.

A pesar de que no me gustaba la idea de pasar la noche con Clay después de lo sucedido, pronto me tranquilicé. No mencionó lo de la noche anterior ni dijo nada de la llamada de Logan. Para cuando [legamos a la ciudad, estábamos enfrascados en una conversación perfectamente normal respecto del culto del jaguar en Sudamérica. Si no lo conociera, casi hubiera pensado que hacia un esfuerzo por ser amable. Pero lo conocía. Y fueran cuales fuesen sus motivaciones, le seguí el juego. Había que hacer un trabajo y teníamos que estar juntos toda la noche. El deber primero.

Nuestra primera parada fue en el departamento del callejero. Estacioné en el McDonald's detrás de la casa y luego dimos la vuelta. El departamento estaba a oscuras. El callejero había salido. Nuestra esperanza era encontrarlo en alguno de los bares.

No estaba en ninguno de los tres bares. El cuarto de la lista no tenía nombre, sólo una dirección que Clay había memorizado. Era la dirección de un depósito abandonado detrás de la fábrica de papel. Por los sonidos que salían de allí, esa noche no estaba “abandonado”

– ¿Que es esto? -preguntó Clay.

– Es un lugar de' fiestas clandestinas, un rave. Ni bar, ni fiesta privada.

– Ah. ¿Puedes entrar?

– Probablemente.

– No hay problema entonces. Entra. Yo me quedo junto a una ventana.

Fui a la parte trasera. La entrada era una puerta de sótano al pie de una escalera. Salía luz por los bordes. Cuando golpeé me abrió un hombre calvo. Con una inclinación de cabeza y una sonrisa prometedora conseguí un puñado de tickets gratis para el bar. Esperaba que fuera algo un poco más difícil.

Un corredor estrecho conducía a un cuarto inmenso, más o menos rectangular. A pesar de que era lunes, el club estaba lleno. Cajas polvorientas y tablones viejos hacían las veces de bar a lo largo del muro de la izquierda. Delante del bar había desparramadas mesas y sillas herrumbrosas, el tipo de mobiliario que se podía encontrar en los remates y que había que dejar de lado si una no tenía la vacuna antitetánica al día.

Me preocupaba que eso fuera como los rave de Toronto, donde el participante promedio se pasaba más tiempo preocupado por los exámenes de la universidad que por el pago de cuotas hipotecarias. Decididamente en una fiesta así no pasaría inadvertida. Yo parecía joven, pero ya había pasado decididamente el tiempo de la ortodoncia. No hacía falta que me preocupara. Bear Valley no era una gran ciudad. Había algunos menores, pero los superaban en número los adultos jóvenes y no tan jóvenes, la mayoría de los cuales se conformaba con cerveza y marihuana. Aunque algunos se daban con heroína de manera tan abierta como bebían. Ese era el barrio de Bear Valley que los concejales trataban de ignorar. Si un político local apareciera por aquí, se habría convencido de que era toda gente de fuera del pueblo, probablemente de la ciudad de Syracuse.

El costado derecho era la pista de baile, una extensión sin muebles en la que la gente bailaba o sufría un ataque de epilepsia en masa. La música era ensordecedora, lo que no me habría molestado tanto si no hubiera sonado como algo que los matones del boliche habían grabado en el cuarto de atrás. El olor a bebida barata y perfume caro hacía piruetas en mi estómago. Contuve las náuseas y comencé a buscar.

El callejero estaba allí.

Encontré el rastro a la segunda vuelta por el cuarto. Moviéndome en medio de la gente, seguí el olor hasta que me condujo a una persona. Cuando vi a quién conducía el rastro, dudé de mi nariz y di una vuelta para volver a chequearlo. Sí, el tipo de la mesa era definitivamente el callejero. Y nunca había visto un licántropo menos impresionante. Hasta yo me veía más temible que este tipo. Tenía pelo marrón, era delgado, limpio, con cara de buena persona, el perfecto estudiante universitario. Me parecía conocido, pero no había tratado de memorizar las caras en las fotos de los archivos. No importaba quién era. Sólo importaba que estaba allí. Sentí un estallido de ira. ¿Ése era el callejero que causaba tantos problemas? Ese nene de mamá tenía a toda la Jauría enloquecida de miedo, mirando por sobre el hombro y corriendo por la ciudad para encontrarlo. Tuve que contenerme para no ir hasta él, tomarlo del cuello y arrojarlo afuera para que Clay acabara con él.

Resistí incluso el impulso de ir junto a él. Que él me encontrara. Sentiría mi olor pronto y sabría quién soy. Todos los callejeros lo saben. Recuerden que soy la única mujer loba. Por mi olor el callejero podría saber que era licántropo y mujer. Lo que significa que descubrir quién soy no es exactamente una hazaña sherlockiana para un licántropo. Pasé a cinco metros de la mesa del callejero y no sintió mi olor. Los olores del cuarto eran demasiado alertes o él era demasiado tonto como para usar el olfato. Probablemente se tratara de esto último.

Sabiendo que terminaría por olerme, pedí un ron con coca, encontré una mesa junto a la pista de baile y esperé. Mirando hacia la multitud, volví a encontrar fácilmente al callejero. Con su pelo corto, remera y cara afeitada, se veía como un fan de Paul McCartney en un concierto de Iron Maiden. Estaba sentado solo, mirando la multitud con un hambre que le quitaba inocencia a sus ojos.

Tomé unos tragos, luego miré la mesa del callejero. Se había ido. Sentí alarma. Estaba por ponerme de pie cuando me detuvo una voz a mis espaldas.

– Elena.

Sin darme vuelta, olisqueé. Era el callejero. Me volví a sentar, tomé otro sorbo y seguí mirando la pista. Dio la vuelta a la mesa, me miró y sonrió. Luego tomó una silla.

– ¿Puedo sentarme? -preguntó.

– No.

iba a sentarse.

Lo mire.

– Dije que no, ¿verdad?

Vaciló, sonriendo mientras esperaba alguna señal de que yo estaba bromeando. Enganché la silla con el pie y la volví a acercar a la mesa. Dejó de sonreír.

– Soy Scout -dijo. Scott Brandon.

El nombre me hizo cosquillas en el fondo de la mente. Cuando traté de encontrar mentalmente su página en el archivo de la Jauría, no lo logré. Había pasado demasiado tiempo. Necesitaba ponerme al día.

Dio un paso hacia mí. Lo miré con ira y retrocedió. Volví a beber y lo miré sobre el borde de la copa.

– ¿Sabes qué le sucede a los callejeros que se meten en el territorio de la Jauría? -pregunté.

– ¿Debería?

Resoplé y sacudí la cabeza. Joven y desafiante. Mala combinación. Pero era más molesta que peligrosa. Obviamente el papi de callejero no le había contado nada acerca de Clay. Un bache en su educación que pronto se solucionaría. Casi sonreí.

– ¿Y qué te trae o Bear Valley? – dije, fingiendo un aburrido interés por el tema- La fábrica de papel no contrata gente desde hace años, así que espero que no estés buscando trabajo.

– ¿Trabajo? -una sonrisa malévola en los ojos-. No. No me gusta trabajar. Busco diversión. Nuestro tipo de diversión.

Lo miré un largo minuto y luego me puse de pie y me alejé. Brandon me siguió. Llegué hasta el muro del lado opuesto antes de que Brandon me tomara del codo. Sus dedos apretaron hasta el hueso. Pegué un tirón y me di vuelta para enfrentarlo. Ya no estaba la sonrisa. Había sido reemplazada por una expresión dura mezclada con el mal humor petulante de un niño mal criado. Todo bien. Ahora todo lo que tenía que hacer era escapar y dejar que me siguiese afuera. Para entonces estaría suficientemente iracundo como para no ver a Clay hasta que fuera demasiado tarde.

– Te estaba hablando. Elena.

– ¿Y?

Me tomó de los dos brazos y me empujó contra la pared. Alcé los brazos para alejarlo, pero me contuve. No podía darme el lujo de hacer una escena y una mujer luchando con un hombre siempre llama la atención, en particular si puede lanzarlo al otro lado del cuarto.

Cuando Brandon se inclinó hacia mí, una sonrisa fea desfiguró su rostro. Con un dedo me acarició la mejilla.

– Eres tan hermosa, Elena. ¿Sabes a qué hueles? -Inhaló y cerró los ojos. -Una puta alzada. -Se apretó contra mí para que sintiera su erección. -Podríamos divertirnos mucho.

– No creo que te guste mi tipo de diversión.

Su sonrisa se volvió depredadora.

– Estoy seguro de que sí. Estoy seguro de que tenemos mucho en común, Elena. He sabido que no te diviertes mucho. Tienes a la Jauría sobre ti, ahogándote con todas sus normas y leyes. Una mujer como tú merece algo mejor. Necesitas a alguien que te enseñe lo que es matar, matar de verdad, no a un conejo o a un ciervo, sino a un humano, un humano que piensa, respira, un humano consciente.

Se detuvo y luego continuó.

– ¿Has visto alguna vez los ojos de alguien que sabe que va a morir, en el momento que se da cuenta de que tú eres la muerte?

– Inhaló, luego exhaló lentamente, con el borde de la lengua entre los dientes. Los ojos llenos de deseo. -Eso es poder, Elena. Verdadero poder. Te lo puedo mostrar esta noche.

Sin soltar mis brazos, se hizo a un lado para mostrarme la multitud.

– Escoge a alguien, Elena. Cualquiera. Hoy morirá. Esta noche son tuyos. ¿Cómo te hace sentir?

No dije nada.

Brandon continuó.

– Escoge a alguien e imagínalo. Cierra los ojos. Imagínate conduciéndolo afuera, llevándolo a un bosque para abrirle la garganta. -Lo recorrió un estremecimiento. -¿Puedes ver sus ojos? ¿Puedes oler su sangre? ¿Puedes sentir la sangre por todas partes, que te empapa, el poder de la vida fluyendo a tus pies? No será suficiente. Nunca lo es. Pero yo estaré allí. Yo haré que sea suficiente. Te haré el amor allí mismo, en el charco de su sangre. ¿Te lo puedes imaginar?

Le sonrei y no dije nada En vez de eso, bajé un dedo por su pecho y su estómago. Jugué un momento con un botón de su bragueta, luego lentamente metí la mano bajo su camisa y acaricié su estómago, haciendo círculos en torno de su ombligo. Al concentrarme podía sentir que se engrosaba mi mano, las uñas se hacían mas largas. Clay me había enseñado esto, un truco que ningún otro licántropo conocía, cambiar sólo parte del cuerpo. Cuando mis uñas se volvieron garras, las raspé sobre el estómago de Brandon.

– ¿Lo sientes? -susurré en su oído, apretándome contra él.

– Si no te retiras ahora mismo, te voy a arrancar las tripas y te las haré comer. Ésa es mi clase de diversión. Brandon trató de alejarse. Lo contuve con mi mano libre. Me tiró contra la pared. Hundí mis garras a medio formar en su estómago, sintiendo cómo atravesaba su piel. Sus ojos se abrieron y chilló, pero la música tapó su grito. Miré en derredor, para asegurarse de que nadie restara atención a la pareja de jóvenes abrazados en el rincón. Cuando me volví hacia Brandon, advertí que había dejado que el juego se prolongara un poco demasiado. Su cara se contorsionaba su cuello se ponía rígido y sus venas se ponían saltonas. Su rostro brilló y se onduló como un reflejo en una corriente de agua en movimiento. Su frente comenzó a engrosarse y sus mejilla a irse hacia su nariz. El clásico reflejo de temor de un licántropo entrenado: el Cambio.

Tomé a Brandon de un brazo y lo arrastré hasta el corredor más cercano. Mientras buscaba una salida, pude sentir que su brazo se transformaba en mi mano, se rompió la manga de la camisa, su antebrazo pulsaba y se contraía. Estaba casi al final del corredor cuando advertí que no era una salida, sólo llevaba a dos puertas de baño. Se abrid la puerta del baño de caballeros y un hombre eructó con fuerza. Otro rió. Miré de nuevo a Brandon, con la esperanza de que su Cambio no hubiese ido más allá del punto en el que se lo pudiera ver como una deformidad. Pero no era así. A menos que la gente estuviera 1o suficientemente borracha para no prestar atención a alguien cuyo rostro se veía como si tuviera gusanos gigantes moviéndose bajo la piel. Salió un hombre del baño. Hice girar a Brandon y vi un depósito a pocos metros. Lo empujé hacia adelante y corrí en dirección a la puerta, rompí la cerradura, abrí la puerta y empujé a Brandon al interior.

Apoyada contra la puerta, mi mente buscaba a toda velocidad una solución. ¿Podía sacarlo? Seguro, le ponía un collar y una cadena a un lobo de setenta y cinco kilos y lo podía llevar así hasta la puerta. Nadie se daría cuenta. Me maldije. ¿Cómo pude permitir que esto sucediera? Lo tenía. En el momento en que me ofreció matar a un ser humano lo tenía. Sólo tenía que decir que si. Escoger a alguien que saliera del bar y seguirlo a la calle. Brandon me hubiera seguido y Clay estaría esperando afuera. Final del juego. Pero no, no me bastaba. Tenía que llevar la cosa más lejos, para ver hasta dónde podía llegar.

– Mierda, mierda, mierda -murmuré.

Detrás de la puerta cerrada había un rugido de dolor, que la música no alcanzaba a tapar. Dos mujeres que pasaban se dieron vuelta para miran

– Mi novio -dije, tratando de sonreír-. Está enfermo. Droga mala. Un nuevo vendedor.

Una de las mujeres miró la puerta cerrada.

– Tal vez tendrías que llevarlo al hospital -dijo, pero luego siguió caminando, después de haber dado su consejo y cumplido con su deber.

– Clayton -susurré – ¿Dónde estás?

No estaba sorprendida de que Clay no hubiese tirado abajo la puerta cuando Brandon me arrinconó. Clay nunca subestimaba mi capacidad de defenderme. Sólo venía al rescate cuando estaba en peligro. No estaba en peligro ahora, pero necesitaba su ayuda. Desgraciadamente, donde estuviera oculto, no podía verme en el corredor.

Dentro del depósito sentí un ruido fuerte. Brandon había terminado su Cambio. Ahora trataba de salir. 'Tenía que impedirlo. Y para impedirlo, casi con certeza tendría que matarlo. ¿Podía hacerlo sin llamar la atención? Otro ruido del interior del cuarto, seguido del sonido de madera rota. Luego silencio.

Abrí la puerta. Había ropa destrozada en el suelo. En la pared que daba al sur había una segunda puerta. En medio del aglomerado barato había un inmenso agujero.

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