Peter y Antonio salieron del cuarto rápidamente. Nick tardó un rato más, tratando de que lo mirara a los ojos, Cuando no lo hice vaciló y luego siguió a su padre. Clay se quedó en su asiento.
– Clayton – Dijo Jeremy.
– Me quedo. Tiene tanto que ver conmigo como contigo. Quizá más Si Elena cree que puede aparecer e irse de nuevo, cuando la he esperado más de un año…
– ¿Qué me vas a hacer? -dije dando un paso hacia él-. ¿Me volverás a secuestrar y encerrar en un cuarto de hotel?
– Eso fue hace seis años. Y sólo trataba de convencerte de que hablaras conmigo antes de irte.
– ¿Convencerme? Ja. Probablemente seguiría allí si no te hubiese convencido de que me dejaras ir colgándote del balcón por los tobillos. Tendría que haberte dejado caer.
– No hubiera servido de nada nena. Yo reboto. No puede deshacerte de mí con tanta facilidad.
– Yo me estoy deshaciendo de ti ahora -dijo Jeremy-. Te vas. Es una orden.
Clay se contuvo, suspiró, se puso de pie y salió del cuarto cerrando la puerta. Pero eso no significaba que se hubiera ido. No se escucharon pasos que se alejaran por el corredor. Sentí el golpe en el piso cuando se dejó caer junto a la puerta para espiar. Jeremy decidió ignorarlo.
– Necesitamos tu ayuda -dijo, Jeremy, volviéndose hacia mí-Has investigado a los callejeros. Esa era tu tarea Sabes más de ellos que cualquiera de nosotros.
– Yo tomé esa tarea cuando era parte de la Jauría. Te lo dije…
– Necesitamos tu olfato para encontrarlo y tu conocimiento para identificarlo. Luego necesitamos tu ayuda para eliminarlo. Es una situación complicada, Elena. Clay no puede manejarla.
Tenemos que proceder con total cautela. Este callejero ya mató en nuestro territorio y se insinúa en nuestro pueblo. Necesitamos encontrarlo sin llamar la atención ni permitir que lo domine el pánico. Tú puedes hacerlo. Sólo tú.
– Lo siento, Jer, pero no es mi problema. Ya no vivo aquí. No tengo que estar buscando callejeros aquí. No es mi tarea.
– Es mi tarea, lo sé. Esto nunca debió suceder. No estaba lo suficientemente atento. Pero eso no cambia el hecho de que sucedió y que todos estamos en peligro, incluso tú. Si ese callejero sigue causando problemas, corre el riesgo de que lo atrapen. ¿Si 1o atrapan, qué le impedirá hablar de nosotros a la policía?
– Pero yo…
– Todo lo que quiero es que me ayudes a solucionar este problema. Cuando se aclare, puedes hacer lo que quieras.
– ¿Y si quiero dejar la Jauría? ¿Vale lo que dijiste anoche? ¿Que soy yo la que decide?
Algo pasó en el rostro de Jeremy. Se sacó el pelo de la cara y su expresión volvió a la normalidad.
– Estaba enojado anoche. Eso no es motivo para que estés tan apurada, Elena. Dije que te dejaría ir y que vivieras tu vida y sólo te convocaría si se trataba de algo urgente. Esto es urgente. No te he llamado por ningún otro motivo. No dejé que Clay se contactara contigo. No te convoqué a otras reuniones. No esperaba que mantuvieras los archivos ni ninguna de las otras cosas que haces normalmente para nosotros. No daría ese trato a nadie más. Te lo doy porque quiero que tengas toda la libertad necesaria para tomar una decisión fundada.
– Esperas que lo supere.
– Adaptarse a esto ha sido más difícil para ti que para cualquier otro. No creciste sabiendo que serías mujer loba. Que te mordieran ya fue bastante malo, pero el modo en que sucedió, las circunstancias, lo vuelven diez veces peor. Tu naturaleza es luchar contra algo que no escogiste. Cuando elijas, quiero que sea porque has pasado suficiente tiempo afuera como para saber qué es lo quieres y no porque seas terca y quieras afirmar tu derecho a autodeterminarte aquí y ahora.
– En otros términos, esperas que se me pase.
– Te pido ayuda, Elena. La pido, no la exijo. Si me ayudas a resolver este problema podrás volver a Toronto. Nadie te detendrá. -Miró hacia la puerta, esperando la protesta de Clay, pero hubo silencio. – Te daré tiempo para pensarlo. Ven a verme cuando estés lista.
Me quedé en el estudio más de una hora. Me maldije en parte por volver; maldije a Jeremy por imponerme esto, maldije a Clay por… bueno, por todo lo demás. Quería patalear como una niña de dos años y gritar que no era justo. Pero lo era. Jeremy actuaba razonablemente. Y eso era lo peor.
Tenía una deuda con la Jauría que no habla terminado de pagar. Estaba en deuda con Antonio y Peter y Nick y Logan por su amistad y protección, y aunque me trataran como a una hermanita menor; a la que había que malcriar y acunar y hacerle chistes, me habían aceptado y me cuidaron cuando yo no podía hacerlo por mí misma. Pero a quien más le debía era a Jeremy. Por más que me quejara de sus exigencias y su autoridad tiránica, yo nunca me olvidaba de cuánto le debía.
Cuando me mordieron, Jeremy me había acogido, me alimentó y me enseñó a controlar mis Cambios e impulsos y a acomodarme al mundo exterior. La Jauría a menudo bromeaba diciendo que criar a Clay fue el mayor desafió para Jeremy, las siete tareas de Hércules en una sola. Si supieran lo que Jeremy pasó conmigo, quizá cambiarían de idea. Vivió un infierno conmigo durante un año entero. Cuando me traía comida, se la tiraba. Cuando me hablaba, lo maldecía y lo escupía. Cuando trataba de tocarme, lo atacaba. Cuando finalmente escapé, puse en riesgo a toda la Jauría. Cualquier otro licántropo se hubiese dado por vencido, me hubiera cazado y matado. Jeremy me rastreó, me trajo de vuelta a Stonehaven y comenzó de nuevo.
Cuando me recuperé, me alentó a terminar mis estudios universitarios, pagando los costos de los estudios, un departamento y todo lo demás. Cuando terminé los estudios y empecé a trabajar de periodista por cuenta propia, me alentó. Cuando anuncié que quería hacer la prueba de vivir sola, obviamente estuvo en desacuerdo, pero me dejó ir y me protegió desde lejos. Ahora lo maldecía por interferir en mi nueva vida. La verdad es que sin la ayuda de Jeremy, no tendría una nueva vida. Si hubiese sobrevivido, sería como los callejeros, apenas capaz de controlar mis Cambios, totalmente incapaz de controlar mis impulsos, matando humanos, yendo de un lugar a otro, escapando de las sospechas, sin empleo, sin departamento, sin amigos, ni amante, ni futuro.
Ahora me pedía algo. Un favor, que ni siquiera pedía de tal modo. Un pedido de ayuda.
No podía negarme.
Le dije a Jeremy que me quedaría el tiempo suficiente para ayudarlos a encontrar y matar a ese perro, con la condición de que, cuando se terminara el asunto sin que él o Clay intentaran impedírmelo, Jeremy aceptó. Luego fue a decírselo a los demás, y se llevó a Clay al fondo para darle una explicación especial y más extensa. Cuando Clay volvió, estaba contento, bromeaba con Peter, luchaba con Nick, habló con Antonio y me ofreció el sofá cuando volvimos al estudio a continuación de la reunión. Dado que Jeremy no le habría ocultado el arreglo a Clay, obviamente lo había reinterpretado con su propia lógica, una lógica tan indescifrable como su propio código de conducta y ética. Pronto le haría ver la realidad.
Como era de esperar, el plan era cazar y matar al perro. En vistas de lo delicado del asunto, había que hacerlo en una o dos etapas. Esta noche los cinco, todos menos Jeremy, iríamos al pueblo a rastrear al perro. Nos dividiríamos en dos grupos, Antonio y Peter por un lado y el resto en el otro grupo. Si encontrábamos su guarida, Antonio y yo actuaríamos como si la conducción del grupo en cuanto a decidir si se podía matar al perro sin peligro. Nosotros lo decidiríamos. Si no era posible teníamos que reunir la información necesaria, volver a casa y su muerte se postergaría para otra noche. Luego del fiasco con José Carter, me sorprendió que Jeremy aún estuviera dispuesto a darme la responsabilidad de tomar una decisión, pero nadie más la cuestionó, así que me quedé callada.
Antes de almorzar fui a mi cuarto y llamé a Philip, abajo Peter, y Antonio debatían a los gritos alguna sutileza de las altas finanzas. Se abrían y cerraban cajones en la cocina y me llegó el olor de cordero asado cuando Clay y Nick comenzaron a hacer la cena. Si bien no podía escuchar a Jeremy, sabía que él seguía donde lo habíamos dejado, en el estudio, estudiando mapas con el fin de estar en condiciones de determinar las mejores áreas del pueblo para el rastreo de la noche.
Ya en mi cuarto, descorrí el dosel de la cama, me instalé con el celular y dejé que se cerrara la cortina, para aislarme. Luego marqué el número. Philip contestó a la segunda llamada. Cuando me llegó su voz por la línea, me pareció que se detenía todo el ruido de abajo y me sentí transportada a otro mundo, donde planear la caza de un licántropo sólo era tema para una mala película.
– Soy yo- le dije- ¿Estás ocupado?
– Estoy Yendo a almorzar con un cliente. Un cliente potencial. Recibí tu mensaje, bajé al gimnasio treinta minutos y por eso no estaba cuando llamaste. ¿Me das el número de tu teléfono allí? Espera voy a buscar un papel.
– Tengo mi celular.
– Cierto, qué idiota. Así que si quiero hablarte te llamo al celular. ¿Verdad?
– No puedo llevarlo al hospital. No dejan usarlo allí. Pero luego veré si me dejas el mensaje.
– ¿El hospital? Carajo. Lo siento. Estamos hablando hace cinco minutos y ni siquiera te pregunté qué le pasó a tu primo. ¿Fue un accidente?
– En realidad tuvo un accidente su esposa. Antes yo venía por aquí en el verano y nos juntábamos varios, Jeremy, sus hermanos, Celia, su esposa. -Philip sabía que mis padres habían muerto, pero no le había contado nada de los detalles escabrosos, ni qué edad tenía yo cuando sucedió, de modo podía improvisar libremente -Como sea, Celia tuvo un accidente con el auto, estuvo al borde de la muerte, fue cuando me llamó Jeremy. Ya pasó lo peor.
– Gracias a Dios, que horrible. ¿Y cómo lo soporta tu primo?
– Está bien. El problema son los chicos. Tienen tres. Jeremy no sabe cómo manejarse con lo preocupado que está por Celia y el lío de los chicos. Le ofrecí quedarme unos días, al menos hasta que vuelvan los parientes de Celia de Europa. En este momento están bastante sacudidos.
– Me imagino. Espera -Sentí ruido en la línea – bien, ya salí de la ruta. Lo siento. ¿Así que te quedas a ayudarlo?
– Hasta el lunes. ¿Está bien?
– Seguro, claro. Si no tuviera tanto trabajo esta semana iría a darte una mano. ¿Quieres algo?
– Tengo la tarjeta de crédito.
Rió.
Es todo lo se necesita hoy en día. Su superas tu límite me avisas y te trasfiero dinero de mi cuenta. Carajo, me pasé de la salida.
– Bueno, cortemos.
– Lo siento. Llámame esta noche si puedes, aunque supongo que estarás bastante ocupada. Tres chicos. Carajo ¿Qué edades?
– Todos tienen menos de cinco años…
– Ay. Sí que vas a estar ocupada. Te voy a extrañar.
– Será solo unos días.
– Bueno, hablamos pronto. Te quiero.
– Yo también. Chau.
Al cortar la comunicación cerré los ojos y solté el aire contenido en los pulmones. ¿Ves? No fue tan terrible. Philip seguía siendo Philip. No había cambiado nada. Philip y mi nueva vida me esperaban allí. En pocos días volvería.
Luego de almorzar fui al estudio a ver mis archivos, esperando encontrar algo que pudiera ayudarme a descubrir cuál era el callejero que estaba causando problemas en Bear Valley. Una de mis tareas en la Jauría era hacer el seguimiento de los licántropos que no pertenecían a ella. Creé un archivo con fotos y sinopsis de conducta. Podía recitar de memoria dos docenas de nombres y último lugar donde se encontraban y dividir la lista entre los buenos, los malos y los feos: los que podían contener el impulso matar, los que no y los que ni siquiera lo intentaban. A juzgar por la conducta de este callejero, pertenecía a la tercera categoría. Lo que reducía la lista de veintisiete a unos veinte.
Volví mi atención a los armarios bajo la biblioteca. Abrí el segundo, corrí las copas de brandy y tanteé el panel posterior en busca de un tarugo. Cuando lo encontré, lo hice girar y el panel se abríó. Dentro del compartimiento secreto se guardaban los únicos elementos condenatorios de Stonehaven, lo único que podía vincularnos con lo que somos. Uno de ellos era mi carpeta con el archivo. Pero no la encontré allí- Suspiré. Jeremy era el único que podría haberla sacado y se había ido a caminar hacía una hora. Podía ir a buscarlo pero sabía que no estaba simplemente haciendo ejercicio. Estaba armando los planes para nuestra caza del callejero por la noche. Y no le agradaba que lo interrumpiera en tales circunstancias.
Cuando estaba cerrando el compartimiento, vi el otro libro que se guardaba allí y, por impulso, lo saqué y lo abrí, aunque lo había leído tantas veces ya que podía recitarlo de memoria. Cuando Jeremy me habló por primera vez del Legado, esperaba enconarme con un tomo húmedo, maloliente y medio podrido. En lugar de eso, el libro que tenía varios siglos de antigüedad se veía mejor que muchos de mis libros de texto de la universidad. Por puesto que las páginas estaban amarillentas y eran frágiles, Mire cada Alfa de la Jauría lo había conservado en un compartimiento especial, libre de polvo, humedad, luz y cualquier otro de los elementos que hubiese podido arruinar el libro.
El Legado contaba la historia de los licántropos, en particular de la Jauría. Pero no era un relato con fechas y eventos. En lugar de eso, cada Alfa había agregado lo que consideraba importante, por lo que consistía en una mezcolanza de historia, genealogía y tradiciones.
Una sección estaba dedicada enteramente a la experimentación científica con la naturaleza y los límites de la condición del licántropo. Un Alfa de la época del renacimiento en particular se había visto fascinado por las leyendas de la inmortalidad de los licántropos. Había detallado todas y cada una, desde las historias de licántropos que se volvían inmortales bebiendo la Sangre de infantes hasta las historias de licántropos que se convertían vampiros, después de la muerte. Entonces realizó experimentos bien controlados con licántropos callejeros que capturaba, trabajaba y mataba, y luego esperaba su resurrección. Ninguno de sus experimentos tuvo éxito, pero tuvo gran éxito en reducir la población de callejeros de Europa.
Un siglo más tarde, un Alfa de la Jauría se obsesionó con tener mejores relaciones sexuales: lo único sorprendente de eso es que llevó varios cientos de años lograrlo. Comenzó con la hipótesis de que las relaciones sexuales entre licántropos y humanos eran inherentemente insatisfactorias Porque involucraban a dos especies diferentes. Entonces mordió a unas cuantas mujeres. Como no sobrevivieron, concluyó que los rumores de la existencia de mujeres lobo a lo largo de los siglos eran falsos y que tal cosa era biológicamente imposible. Avanzando, intentó variaciones de las relaciones sexuales: lobo con lobo, humano con lobo, lobo con humano. Nada de ello se acercaba al sexo entre humanos, así que volvió a las mujeres y comenzó a experimentar con variaciones de posiciones, actos, lugares, etcétera. Finalmente encontró lo máximo en satisfacción sexual: esperar hasta que sonaran las primeras notas del clímax y entonces destrozar a dentelladas la garganta de su pareja. Describió su fórmula con vívidos detalles, con toda la emoción floripondiosa de un converso. Por fortuna su práctica nunca se hizo popular en la Jauría, probablemente porque el Alfa fue quemado unos meses más tarde, luego de haber liquidado la disponibilidad de mujeres jóvenes en su aldea.
Por el lado menos fáctico, el Legado contenía incontables historias de licántropos a lo largo de los siglos. La mayoría eran historias del tipo “mi madre me contó eso de niño", muchas originadas antes de que se escribiera la Primera edición del Legado. Había historias de licántropos que vivieron sus vidas en reversa, manteniéndose como lobos la mayor parte del tiempo y cambiando a humanos sólo cuando se lo imponía la necesidad física. Había historias de caballeros y soldados y bandidos y asaltantes que supuestamente fueron licántropos. La mayoría de estos nombres desaparecidos de la historia, pero uno era conocido aún, incluso por quienes nunca hubiesen abierto un libro de historia. La historia humana cuenta la leyenda de que el árbol genealógico de Gengis Khan comenzaba con un lobo y una cierva. Según el Legado, había en eso más de verdad que de alegoría: el lobo era un licántropo y la cierva una analogía de una madre humana. Según esa línea de razonamiento, Gengis Khan mismo habría sido un licántropo, lo que explicaba su sed de sangre y su destreza casi sobrenatural en la guerra. Probablemente ésa no fuese más cierta que las innumerables genealogías humanas que incluyen a Napoleón y a Cleopatra en el árbol genealógico. Pero la historia era entretenida.
Otra historia buena se encuentra también en la mitología humana sobre los licántropos. Cualquier aficionado a los cuentos de licántropos conoce la historia del noble recién casado cuya aldea sufría los ataques de un licántropo. Una noche cuando rastreaba a la bestia, el noble escuchó un ruido en la espesura y entonces ve a un lobo monstruoso. Salta de la montura y lo persigue por el bosque a pie. La bestia escapa. En un punto se acerca lo suficiente como para cortarle al lobo una de las zarpas delanteras. La criatura escapa, pero cuando el noble va a buscar la zarpa, se ha convertido en una mano de mujer. Exhausto, vuelve a casa y va a contar a su esposa lo sucedido. Encuentra a su esposa oculta en los cuartos traseros, vendando el muñón ensangrentado de su brazo sin mano. Al comprender lo que sucede, la mata. La versión humana de la historia culmina allí, pero el Legado va más allá, dándole al final un giro en favor de los licántropos. En la historia del Legado, el noble mata a su esposa abriéndole el estómago. Al hacerlo, salen varios cachorros de lobo, sus propios hijos. A la vista de eso el noble se vuelve loco y se mata con su propia espada. Como soy una mujer loba, no me gusta demasiado la idea de tener la panza llena de cachorros. Prefiero interpretar a los cachorros como un símbolo alegórico de la culpa del noble. Cuando advierte que ha matado a su esposa sin darle oportunidad de dar explicaciones, se vuelve loco y se mata. Un final mucho más digno.
Además de escribir estas historias y divagaciones, cada Alfa tenía que hacer la crónica de la genealogía de la Jauría durante su reinado. Eso incluía no sólo el árbol genealógico, sino también breves descripciones de la historia de cada de persona y de sus vidas. La mayoría de los árboles genealógicos eran largos y complicados. Pero en la actual Jauría había tres excepciones, nombres sin antecesores. Clay y yo éramos dos de ellos. Logan era el tercero. A diferencia de Clay y de mí, Logan era un licántropo por herencia. Nadie sabía quién era el padre de Logan. Lo habían dejado en adopción de bebé. Cuando lo adoptaron de niño, con él vino un sobre que debía ser abierto en su decimosexto cumpleaños. En el interior del sobre había un pedazo de papel con dos apellidos y dos direcciones: los Danvers en Stonehaven y los Sorrentino en su mansión en las afueras de Nueva York. Era improbable que el padre de Logan fuese de la Jauría, ya que ningún miembro de la Jauría daría a su hijo en adopción. Pero su padre sabía que la Jauría no echaría a un licántropo de dieciséis años, al margen de quiénes fueran sus padres, por lo que dirigió a su hijo a ellos, asegurándose de que Logan descubriera lo que era, antes de su primer Cambio y, al hacerlo, tuviera la oportunidad de iniciar su nueva vida con la necesaria educación y protección. Quizá la historia de Logan fuese una prueba de que no todos los callejeros son malos padres o quizá que las anomalías son posibles en cualquier forma de vida.
La mayoría de los demás árboles genealógicos de la familia tenían muchas ramas. Al igual que los Danvers, la familia Sorrentino tenía sus orígenes en el comienzo mismo del Legado. El padre de Antonio, Dominic, fue Alfa hasta su muerte. Tuvo tres hijos, Gregory, que había muerto, Benedict, que dejó la Jauría antes de que yo llegara, y Antonio, el menor. El único hijo de Antonio era Nick. En el Legado, junto a las iniciales de Nick aparecía anotado LKB entre paréntesis. Nick no sabía lo que significaba. Hasta donde yo sabía, nunca preguntó. Si es que llegó a leer el Legado, lo que dudo, habrá llegado a la conclusión de que si nadie le había explicado su significado no debía tener importancia. Así era Nick, aceptaba todo. Las letras eran importantes, pero no tenía sentido decirle a Nick su significado, provocando interrogantes sin respuesta y emociones que no encontrarían satisfacción. LKD eran las iniciales de la madre de Nick. Era el único lugar del Legado en el que figuraba una madre. Jeremy fue quien las puso allí. Ni Jeremy ni Antonio me lo explicaron. Fue Peter quien me contó la historia hace años.
Cuando Antonio tenía dieciséis años y era alumno de una escuela privada muy cara en las afueras de la ciudad de Nueva York, se enamoró de una chica del lugar. Sabía que no tenía que contárselo a sus padres, pero sí se lo contó a su mejor amigo, Jeremy, que por entonces tenía catorce años. Y los dos ocultaron la relación a la Jauría. La cosa funcionó durante un año. Entonces la niña quedó embarazada. Por consejo de Jeremy, Antonio se lo contó a su padre. Aparentemente Jeremy creyó que Dominic entendería que su hijo estaba enamorado y le permitiría quebrar la ley de la Jauría. Supongo que todos fuimos jóvenes alguna vez. Jóvenes, románticos y muy ingenuos. Incluso Jeremy. Las cosas no funcionaron como esperaba Jeremy. Gran sorpresa. Dominic sacó a Antonio de la escuela y lo confinó en la casa mientras la Jauría aguardaba el nacimiento del bebé.
Antonio escapó con ayuda de Jeremy, volvió con la chica y se declaró independiente de la Jauría. A partir de allí la cosa se puso realmente fea. Peter no entró en detalles. Tan sólo narró que Antonio y su chica se ocultaron mientras Jeremy hacía de intermediario entre el padre y su hijo, desesperado por reconciliarse. En medio de todo eso nació Nick.
Tres meses más tarde Antonio tuvo su primer Cambio. En los seis meses siguientes comprendió que su padre tenía razón. Por más que amara a la madre de Nick, la cosa no iba a funcionar. No sólo le arruinaría la vida a ella, sino que arruinaría la de su hijo, condenándolo a vivir como callejero. Una noche tomó a Nick, dejó un sobre con dinero en la mesa y se fue. Le entregó a Nick a Jeremy y le dijo que Ilevara el bebé con Dominic. Entonces desapareció. Antonio estuvo ausente tres meses y ni Jeremy sabía a dónde se había ido. Reapareció abruptamente. Se hizo cargo de la crianza de Nick y nunca volvió a mencionar a la niña. Todos creyeron que ahí terminaba la historia. Pero años más tarde Peter vino a visitar a Antonio y lo siguió hasta un suburbio, donde lo encontró en su auto frente a una plaza, observando a una joven mujer que jugaba con un niño pequeño. Me pregunté cuántas veces habría hecho eso, me pregunté si seguía haciéndolo, eso de ver cómo andaba la madre de Nick, quizá viéndola jugar con sus nietos. Al ver a Antonio -ruidoso, seguro de sí mismo- no puedo imaginarlo manteniendo encendido el fuego de un amor perdido, pero desde que lo conozco nunca lo oí mencionar a ninguna mujer. Hay mujeres en su vida, pero nunca duran lo suficiente como para que haya motivo para hablar de ellas.
En aquel entonces me pregunté por qué Peter me lo había contado, un capítulo de la historia de la Jauría que nunca aparecería en el Legado. Más tarde comprendí que pensó que al hacerme conocer un secreto inofensivo de la Jauría, me haría sentir más integrada y me ayudaría a entender mejor a mis hermanos de la Jauría. Peter hacía eso seguido. No es que los demás me excluyeran o me hicieran sentir rechazada. Nada por el estilo. Del único que llegué a dudar al respecto era de Jeremy y quizás eso fuera más problema mío que suyo. Conocí a Logan y a Nick, a través de Clay, antes de convertirme en licántropo. Luego de que me mordieran, los dos estuvieron a mi lado, y cuando estuve dispuesta a aceptar su ayuda hicieron todo lo que estaba a su alcance para levantarme el ánimo. Todo lo que se puede levantar el ánimo a alguien que acaba de enterarse de que se acabó sin remedio la vida que llevó hasta entonces. Cuando conocí a Antonio en mi primera reunión de la Jauría, me lisonjeó y bromeó conmigo y conversó conmigo con tanta facilidad como si me conociera desde hacía años. Pero Peter fue diferente. A él no le bastaba con la aceptación. Siempre hacia un esfuerzo más. Fue el primero que me contó de sus antecedentes, como un tío recién descubierto que me informara cosas de la familia.
Peter fue criado en la Jauría, pero a los veintidós decidió dejarla. No fue por una pelea o por rebelión. Simplemente decidió probar la vida fuera de la Jauría, más bien un ejercicio en el conocimiento de otros estilos de vida que una rebelión contra la Jauría. Como decía Peter, Dominic no lo consideraba ni peligroso fuera de la Jauría ni necesario dentro de ella, de modo que dejó que se fuera. Habiendo obtenido su título universitario en tecnología audiovisual, Peter tomó el trabajo más apasionante que pudo imaginar: técnico de sonido de bandas de rock. Comenzó con bandas que tocaban en bares y, en cinco años, llegó a trabajar en grandes conciertos. Ahí fue que se volvió peligroso su deseo de nuevas experiencias, porque asimiló todo el estilo de vida de las bandas de rock: drogas, alcohol y fiestas interminables. Entonces sucedió algo, algo malo. Peter no me lo explicó, pero dijo que fue algo lo suficientemente malo como para justificar que la Jauría lo matara si llegaba a descubrirlo. Pudo haber corrido a ocultarse con la esperanza de que la cosa pasara. Pero no lo hizo. En vez de eso se puso a analizar su vida y lo que había hecho y advirtió que la cosa no se pondría mejor si escapaba. Simplemente volvería a hacer 1o mismo. Decidió pedir clemencia a la Jauría. Si Dominic ordenaba su ejecución, al menos su primer error sería el último. Sin embargo, esperaba que Dominic lo absolviera, permitiéndole regresar a la Jauría, donde podrían ayudarlo a recuperar el control de su vida. Para tener mayores probabilidades de éxito, apeló al hermano de la Jauría en el que más confiaba. Llamó a Jeremy. En vez de llevar el asunto a Dominic, Jeremy file a Los Ángeles llevando consigo a Clay, que por entonces ya tenía diez años. Mientras Peter cuidaba de Clay, Jeremy pasó una semana borrando todos los rastros del error cometido por Peter. Luego llevó a Peter de regreso a Nueva York y organizó su vuelta a la Jauría sin decir palabra de su mal paso en California. Hoy nadie podría adivinar que Peter hubiese cometido un error de tal magnitud, ni siquiera que hubiese dejado la Jauría. Quería con tanta devoción a Jeremy como Clay y Antonio, aunque a su manera, silenciosa. Jamás discutía ni disentía. Lo único que quedaba del pasado de Peter era su trabajo. Seguía trabajando de técnico en sonido y era uno de los mejores. Habitualmente se iba de gira, pero Jeremy nunca se preocupaba por él ni dudaba de que actuara con absoluta circunspección en el mundo exterior. Jeremy incluso me permitió irme con Peter unas semanas cuando recién comenzaba a orientarme como licántropo. Peter me invitó a acompañarlo en una gira de U2 por Canadá. Fue la mejor experiencia de mi vida, me hizo olvidar los problemas que enfrentaba, lo que era precisamente la intención de Peter.
Mientras pensaba en todo eso, un par de manos me tomaron de las axilas y me levantaron de la silla.
– ¡Despierta! -dijo Antonio, haciéndome cosquillas y luego me dejó caer nuevamente en el sillón. Se inclinó por sobre mi hombro y tomó el Legado.
– Justo a tiempo, Pete. Cinco minutos más de lectura y estaría en coma.
Peter se movió delante de mí, tomó el libro de manos de Antonio e hizo una mueca.
– ¿Somos tan mala compañía que prefieres ocultarte aquí leyendo esa cosa?
Antonio sonrió.
– Creo que no es a nosotros a quien busca evitar, sino a un cierto tornado rubio. Jeremy lo envió de compras con Nicky, así que puedes salir de tu escondite.
– vinimos a decirte si quieres ir a caminar -dijo Peter-. Estirar las piernas, ponernos al día.
– En realidad…
Antonio volvió a tomarme de las axilas y esta vez me obligó a ponerme de pie.
– En realidad iba a buscarnos para decir cuánto nos extrañaba y que se moría por ponerse al día.
– Yo…
Peter me tomó de las muñecas arrastrándome hacia la puerta. Clavé los talones.
– Voy a ir -dije-. Sólo quería decir que vine a leer los archivos, pero Jeremy los debe de haber sacado de aquí. Pensé que podrían servirme para descubrir quién es el responsable de todo esto. ¿A ustedes se les ocurre algo?
– Muchas cosas. -dijo Antonio-. Ahora ven a caminar y te diremos.
Cuando dejamos el jardín y entramos en el bosque, Antonio dijo:
– Yo apuesto a que es Daniel.
– ¿Daniel? -Peter frunció el entrecejo-. ¿De dónde sacas eso?
Antonio alzó la mano y empezó a enumerar las razones.
– Uno, era de la Jauría y sabe lo peligroso que es matar así en nuestro territorio, que no podemos y no nos iremos del lugar. Dos, odia a Clay. Tres, odia a Jeremy. Cuatro, nos odia a todos. Con excepción de a nuestra querida Elena que, convenientemente, estaba fuera de Stonehaven y no se vería afectada, cosa que estoy seguro de que Daniel sabía. Cinco, realmente odia a Clay. Seis -ah, un momento, la otra mano- seis, es un hijo de puta canibal asesino. Siete, ¿dije ya que eligió hacerlo cuando Elena no estaba por aquí? Ocho, Elena podría estar buscando nueva pareja y él podría llamar su atención. Nueve, de veras, de veras, DE VERAS, odia a Clay. Diez, juró vengarse de toda la Jauría, en particular de aquellos miembros que viven actualmente en Stonehaven. Se me acabaron los dedos, amiguito. ¿Cuántos motivos más necesitas?
– ¿Qué tal alguno que tenga que ver con la estupidez suicida? No te ofendas, Tonio pero creo que te imaginas a Daniel metido en esto porque es lo que deseas. Es fácil echarle la culpa y querer voltearlo. Y no es que no me gustaría ser quien lo voltee. Pero si se abren las apuestas, pequeñas, por favor; no tengo tanto capital como tú, yo lo haría por Zachary Cain. Estúpido, bruto. Seguro que se despertó una mañana y pensó: "Ey, ¿por qué no mato a alguna chica en el territorio de la Jauría para divertirme?” Probablemente se preguntó por qué no lo había pensado antes. Porque es estúpido, estúpido.
– Puede ser alguien más insignificante -dije-. Uno de los que odian verse lejos del centro de la cuestión. ¿Algún callejero anduvo haciendo líos últimamente?
– Cosas chicas -dijo Antonio-. Ninguno de las ligas menores anduvo haciendo jugadas grandes. De los cuatro grandes, Daniel, Cain y Jimmy Koenig han estado tranquilos. Karl Marsten mató a un callejero en Miami el invierno pasado, pero no creo que eso lo haya provocado él. No es su modus operandii, a menos que además de matar humanos ahora le guste comerlos. No es probable.
– ¿A quién mató? -pregunté.
– A Ethan Ritter -dijo Peter--. Disputa por una zona. Matanza limpia. Desapareció por completo. Cosa típica de Marsten. Sólo lo supimos porque pasó por Florida en la primavera con una banda. Marsten me encontró, me invitó a cenar, me dijo que había liquidado a Ritter así que podías quitarlo de tus archivos. Tuvimos una linda charla, la cena costó una suma astronómica y él pagó en efectivo. Preguntó si habíamos sabido de ti y envió saludos.
– Me sorprende que no envíe tarjetas de Navidad -dijo Antonio-. Me las imagino. De buen gusto, las mejores que pueda robar. Pequeñas notas de saludo con caligrafía perfecta. "Felices fiestas. Espero que todos estén bien. Hice trizas a Ethan Ritter en Miami y esparcí sus restos en el Atlántico. Mis mejores augurios para el año nuevo. Karl".
Peter rió.
– Ese tipo nunca decidió de qué lado del cerco estaba.
– Sí que lo decidió -dije-. Y ése es el motivo por el que nos invita a cenar y nos pone al día con sus matanzas de callejeros. Espera que olvidemos de qué lado del cerco está.
– Cosa poco probable -dijo Antonio-. Un callejero es un callejero y Karl Marsten es claramente un callejero. Y peligroso. Asentí.
– Pero como tú dijiste no es probable que ande comiendo humanos en Bear Valley~ Yo le tengo tanta antipatía como tú, pero realmente me gusta la idea de que sea Daniel. ¿Sabemos dónde está?
Hubo un instante de silencio. Y luego más. Mucho más silencio.
– Nadie lo ha estado vigilando -dijo Peter por fin.
– No es grave -dijo Antonio con una sonrisa, y me alzó y me lanzó por los aires. Olvidemos la Jauría. Dinos en qué andas. Te extrañarnos.
Pero el asunto era grave. Yo sabía por qué bromeaban. Porque era mi culpa. El seguimiento de los callejeros era mi tarea. Si le hubiese dicho a Jeremy el año pasado que iba a dejar la Jauría, hubiera buscado a otro que lo hiciera. Si hubiese llamado en cualquier momento para decir que no volvía, también hubiera buscado a otro. Pero yo me fui dejando la puerta abierta para volver. Como siempre. Ya me había escapado antes de Stonehaven, para escaparme de Clay, Juego de una pelea, en busca de un descanso reparador. Pasaban días y hasta semanas, pero volvía. Esta vez, las semanas se volvieron meses, luego un año. Pensé que se habrían dado cuenta, que entenderían que no iba a volver, pero quizá no, quizá seguían esperando, como Clay, que me esperó todo el día en el portón de la entrada, confiando en que volvería porque siempre lo hacía y porque no había dicho que no lo iba a hacer. Me pregunté cuánto habrían esperado.
Luego de la cena, cuando me dirigía a mi cuarto para ponerme ropa más abrigada, de pronto Nicholas salió del cuarto de Clay, me tomó de la cintura y me arrastró al interior. El cuarto de Clay era opuesto al mío, tanto en ubicación como en decorado. Estaba pintado de blanco y negro. La alfombra era blanca. Jeremy había pintado las paredes de blanco, con figuras geométricas negras. La cama de Clay era de bronce y enorme y estaba cubierta con un cobertor negro y blanco, que tenía bordados los símbolos de alguna oscura religión.
A lo largo de la pared oeste había un sistema de entretenimiento de lo último, con el único equipo de estéreo, de video y de televisión de la casa. La otra pared estaba cubierta de fotos y dibujos de mí, montaje que me recordaba los «altares" que se encuentran en las casas de psicópatas obsesionados, lo que, pensándolo bien, no era tan mala descripción de Clay.
Nick me arrojó sobre la cama y saltó sobre mí, sacándome la camisa de los jeans para hacerme cosquillas en la panza. Sonrió sugestivo, con los dientes blancos brillando bajo su bigote oscuro.
– ¿Te entusiasma lo de esta noche? -preguntó subiendo los dedos desde mi ombligo hacia arriba. Lo palmeé la mano y la bajó nuevamente a mi estómago.
– No se supone que nos vayamos a divertir -dije-. Es una cuestión seria y requiere una actitud seria.
Del baño llegó una risotada. Salió Clay, secándose las manos con una toalla.
– Casi lo dices seria, cariño. Estoy impresionado.
Levanté los ojos exasperada y no dije nada.
Clay se dejó caer junto a mí, haciendo crujir los resortes del colchón.
– Vamos, admítelo. Te gusta.
Me encogí de hombros.
– Mentirosa. ¿Cuántas veces podemos correr por la ciudad? Un pichicho cazador oficialmente sancionado.
A Clay le brillaron los ojos. Extendió la mano para acariciar la parte interior de mi antebrazo y yo me estremecí. Sentí una sensación de nervios en mi estómago. Girando la cabeza, Clay miró el atardecer por la ventana. Me hizo cosquillas en el lado interior del codo. Mi mirada recorrió su rostro, su quijada, los tendones de su cuello, la sombra de su barba y la curva de sus labios. Sentí un calor en el estómago que se irradió hacia abajo. Giró para mirarme. Tenía las pupilas dilatadas y podía oler su excitación. Rió con risa ronca, se inclinó hacia mí y susurró esas cinco pequeñas palabras.
– Es hora de cazar, cariño.