Me desperté con una sensación de frío. Temblando, sentí el pasto mojado bajo mi piel desnuda. Árboles. Pastos altos. Un prado. Traté de alzar la cabeza pero no pude. Clay. Fue mi primer pensamiento, pero no sabía por qué. ¿Había estado corriendo con él? No podía olerlo. ¿por qué no podía alzar la cabeza? No había nada que me lo impidiera. Mis músculos se negaban a responder ¿Estaba muerta? Muerte. Clay. Recordé y mi cabeza se alzó de pronto. Sentí un dolor cegador en todo el cráneo.
Algo cálido y suave cayó de mis hombros. Me levanté, chillando de dolor al moverme. Tenía una campera sobre mi torso desnudo, con un olor tan familiar, pero tan imposible. ¿Soñaba? ¿Alucinaba? Sentí manos que me tomaban de abajo para alzarme, y eran tan familiares como el olor de la campera.
– ¿Elena?
Un rostro inclinado sobre el mío. Jeremy, con el pelo oscuro cayéndole sobre la cara, empapado hacia atrás con mano impaciente. No era posible. No aquí. Cerré los ojos.
– Elena? -voz más fuerte ahora, preocupada.
Traté de moverme, pero me dolía demasiado. Decidí abandonarme a la alucinación y abrí un ojo.
C… – tratando de preguntarle cómo había llegado él hasta aquí- C… -No salía nada más.
– No trates de hablar- dijo- Y no trates de moverte. Voy a cargarte hasta el auto. Está allí.
C… Cl…
– Lo tienen, ¿verdad? – Sentí que sus brazos me apretaban.
– D… diez…, a las… -logré decir y perdí el conocimiento nuevamente.
Esta vez me desperté sintiendo un calor artificial que soplaba sobre mi rostro. Escuché el zumbido de un motor, sentí las vibraciones y los pequeños saltos de un auto andando sobre un camino plano. Olí a cuero viejo y me acomodé bajo la campera que me cubría. Estiré las piernas, pero el dolor me hizo sollozar y contraerlas.
– ¿Demasiado calor? -la voz de Nick. Sentí que su brazo pasaba sobre mí y su mano acomodó la rejilla de ventilación para que no me diera en la cara.
– ¿Está despierta? – Jeremy cerca. Delante. El asiento delantero.
– No estoy seguro -dijo Nick-. Probablemente puedes bajar el calor para que recuperé los colores.
El clic de un dial. El soplido se redujo a un zumbido grave. Abrí un ojo y luego el otro. Estaba reclinada en uno de los asientos del medio del Explorer, con la ventana a centímetros de mí cara. Pasaba el paisaje y pasaban autos a toda velocidad. Si movía los ojos, podía ver la cabeza de Antonio que conducía- Sus ojos me buscaron en el espejo retrovisor.
– Está despierta -dijo.
Se soltó un cinturón de seguridad. El frote de tela de vaquero en la funda de tela de los asientos. Nick se inclinó sobre mí.
– ¿Está bien el calor? -preguntó-. ¿Necesitas algo?
– Ho… Ho…
– No hables Elena -dijo Jeremy-. Toma la botella de agua de la heladera, Nick, Está deshidratada. Déjala sorber un poco, pero no demasiado.
Nick buscó en la heladera. Entonces sentí una pajita de plástico en los labios. Me hice hacia atrás y negué apenas con la cabeza que se me llenó de relámpagos.
– Ho……… ra- Qu… ho… ra.
– ¿Qué hora? -Nick acercó su rostro al mío, confundido.
– ¿Qué hora es? ¿Eso es lo que preguntas?
Asentí y hubo una lluvia de chispas ardientes en mi cráneo. Nick seguía confundido, pero miró su reloj.
– Once y veinte… casi once y treinta-
– ¡No! -me alcé de pronto-. ¡No!
Nick se dio vuelta de pronto. El Explorer se bandeó y Antonio maldijo, luego volvió a enderezar el volante. Luché por salir de abajo de la campera de Jeremy.
– Elena -la voz de Jeremy y venía del asiento delantero, calma y firme-. Está bien, Elena. Cálmala Nick, antes de que le dé a tu padre un ataque al corazón.
– Me sorprendió -dijo Antonio-. Nick asegúrate…
No escuché el resto, Me liberé de la campera y la lancé a un lado, luego abrí con torpeza el cinturón de seguridad, Cada movimiento me producía un dolor insoportable pero no me importaba Estaba llegando tarde. Tenía que ir. Tenía que llegar. Ahora.
Nick tomó el cinturón de seguridad, pero yo ya lo había abierto y me lo quitaba. Nick me tomó de los hombros.
– ¡No! -grité y me quité sus manos de encima.
Me tomó nuevamente, más fuerte esta vez. Luché, mostrándole los dientes y rasguñándolo donde pudiera.
– Paren el auto – Paren ahora.
El Explorer desaceleró, como si Antonio tratara de decidir qué hacer.
– No te detengas -dijo Jeremy- Está delirando. Continúa. Nick luchaba por mantenerme en el asiento, con rostro decidido. Sentí un ruido adelante. Por encima del hombro de Nick vi bajarse a Jeremy de su asiento. Junté fuerza y control y golpeé a Jeremy en el estómago. Abrió los codos y se dobló. Me horroricé de mí misma, pero no me importaba, la fiebre en mi cerebro incineraba cualquier sentimiento consciente. Tenia que escapar. Llegaba tarde. No importaba nada más.
Alejé a Nick y me lancé hacia la puerta del otro lado. Tomé la manija, la abrí y miré hacia abajo. Veía pasar la grava como un borrón gris. Nick gritó. Chillaron los frenos. El Explorer viró a la derecha. Yo iba a saltar. Dos pares de manos me tomaron, uno de la espalda, el otro de los hombros, y me arrastraron al interior. Sentí las manos de Jeremy que iban a mi cuello, luego presión en el costado de mi garganta y nuevamente la oscuridad.
Me desperté con un recuerdo. Me dolía cada parte de mi cuerpo. Había Cambiado anoche. El recuerdo era vago, un montón de imágenes: dolor, temor, ira, descreimiento. Pero no había estado corriendo a través del estado de Nueva York. Había Cambiado en una celda de tres por dos, atada de pies y manos. Mi séptimo Cambio. Hacia siete semanas que estaba en este lugar. No tenía idea de qué día era, pero sabía cuántas veces había pasado esa tortura y me servía para determinar el tiempo. Cuando desperté, seguía en la jaula. Había estado allí cinco semas, cinco Cambios desde que el hombre dejó de intentar tenerme en la casa. Sabía su nombre: Jeremy; pero no lo usaba, ni con él, ni cuando Pensaba en él. Me negaba a hablar con él. En mi mente simplemente era “el” o “el hombre”, una designación libre de idea y emoción.
Desperté sintiendo la tela rugosa del colchón. Había tenido sábanas, sábanas suaves y un cobertor. Entonces él me encontró haciéndolas tiras y pensó que me iba a colgar No era así. No le daría el placer de verme muerta y librarse de mí. Rompí las sábanas por el mismo motivo que destruí los libros y revistas que me trajo, la ropa que trajo para que me pusiera, los lindos cuadros que puso en las paredes de piedra. No quería nada de él. No quería aceptar nada que hiciera parecer a esta jaula algo distinto del agujero inmundo que era. Lo único que aceptaba era la comida y comía sólo porque tenía que tener tuerza para escapar. Eso era lo que me mantenía viva, la idea de escapar. Pronto volvería a la ciudad, a la gente que podría ayudarme, sanarme.
Abrí los ojos y vi una figura en la silla fuera de la jaula. Al principio pensé que era él. Estuvo sentado allí la mayor parte del día, mirándome y hablándome, tratando de lavarme el cerebro con la locura que salta de sus labios. Cuando pudo ver, la figura se aclaró, un hombre inclinado con los codos sobre las rodillas, sus rulos dorados brillando bajo la luz artificial. La única persona a la que odiaba más que al hombre. Rápidamente Cerré los ojos y fingí dormir pero era demasiado tarde. Me había visto. Se puso de pie y comenzó a hablar. Quise taparme los oídos pero no servía de nada. Ahora escuchaba demasiado. Aunque pudiera bloquear las palabras, sabía lo que estaría diciéndome. Decía lo mismo cada vez que venía, a hurtadillas cuando sabía que no estaba el hombre. Trató de explicar lo que había hecho y por qué. Pedía disculpas. Me pedía que me calmara y obedeciera al hombre para poder salir de la jaula. Quería que hablara con el hombre, que le pidiera que revocara su exilio para que pudiera volver y ayudarme. Pero había una sola manera en que él podía ayudarme. Cada vez que venía, cada vez que juraba que haría cualquier cosa para compensar lo que había hecho, le decía lo mismo. Lo único que le decía. Sáname. Deshaz lo que hiciste.
– Clay.
El sonido de mi voz me despertó. Estaba desnuda, mirando una lámpara en un techo de cemento blanqueado. Giré la cabeza y vi paredes de piedra. Ninguna ventana. Ningún ornamento. Sentí el colchón que me sostenía. ¿Jaula?
– No -susurré-. No.
Giré la cabeza y vi los barrotes. Había alguien sentado en una silla al otro lado. Mi corazón dio un salto. Entonces la figura se puso de pie, sus ojos negros fijos en los míos.
– No -volví a susurrar mientras me sentaba.Carajo, no.
– tuve que hacerlo, Elena -dijo Jeremy-. Temía que te hicieras daño. Ahora, si estás sintiéndote mejor…
Me lancé contra los barrotes. Jeremy se alejó, cauto pero no sorprendido.
– ¡Déjame salir! -grité
– Elena, si…
– ¡No entiendes!
– Sí que entiendo. Daniel tiene a Clay. Lo atrapó en Toronto. Quería que estuvieras en el hotel hoy a las diez. Hablaste en sueños camino de regreso.
– Tú… -me detuve y tragué saliva-. ¿Lo sabes?
– Sí, yo…
– ¿Sabes y me tienes encerrada aquí? ¿Cómo pudiste hacerme eso? -Me tomé de los barrotes con fuerza. -¿Cómo pudiste hacerlo? Sabías que tenía que ir. Sabías que estaba en peligro la vida de Clay y me dejaste aquí. ¿Cómo pudiste hacerme eso?
– ¿Qué crees que pensaba hacer Daniel, Elena? ¿Tomarte a ti y soltar a Clay? Por supuesto que no. Si vas allí, los perdemos a los dos.
– ¡No me importa!
Jeremy se frotó la cara con una mano.
– Sí te importa, Elena. Estás demasiado conmovida corno para pensar con lógica…
– ¿Lógica? ¿Lógica? ¿Realmente eres así de frío? Tú lo críaste. Eres todo para él. Se pasó la vida protegiéndote. Arriesga su vida para protegerte, la arriesga continuamente por ti. Y tú te quedas tranquilo, evalúas con lógica la situación y decides que no vale la pena arriesgarse para salvarlo.
– Elena…
– Si está muerto, es tu culpa
– ¡Elena!
– Es mi culpa. Si está muerto será porque no llegué a tiempo…
Jeremy me tomó el brazo pasando sus manos entre los barrotes, sus dedos parecían llegar hasta mis huesos.
– ¡Basta, Elena. No está muerto. Sé que estás conmocionada, pero si te calmas…
– ¿Qué me calme? ¿Dices que estoy histérica?
– Cálmate y piénsalo y sabrás que Clay no está muerto. Piénsalo. Daniel sabe lo importante que Clayton es para la Jauría Para ti. Para mí. Es un rehén demasiado valioso como para matarlo.
– Pero Daniel no sabe por qué no aparecí. Quizá piense que no nos importa, que hemos abandonado a Clay, que lo hemos dado por muerto.
– Daniel sabrá que no es así. Pero para asegurarme, le envié una nota. Me dio una casilla de correo para que lo contacta la semana pasada cuando me exigió que te entregase. Tonio y Nick dejaron una carta diciendo que no te permitíamos ir a esa hora, pero que estoy dispuesto a negociar mientras no le causen daño a Clay. Estoy seguro de que Daniel ya lo sabe, pero quería dejárselo bien claro. No voy a correr ningún riesgo con la vida de Clay, Elena.
En algún nivel sabía que Jeremy tenía razón. Pero no me tranquilizaba Seguía pensando, ¿ Y si se equivoca? ¿Y si algo salió mal y Clay ni siquiera llegó a Nueva York? ¿Y si se despertó y lucharon y estaba tirado en un basurero en alguna parte? ¿Y si Daniel no pudiera resistir la oportunidad de destruir a su enemigo de toda la vida mientras lo tenía drogado e impotente? Y aunque Daniel lograra controlarse, ¿qué pasaba con Le Blanc? Ya había demostrado que no le importaba lo que pensara Daniel. Si Clay provocaba a Le Blanc, éste lo mataría. Aunque Clay no le hiciera nada a Le Blanc, podía matarlo porque si. Mientras me pasaban tantas posibilidades por la cabeza, cedieron mis piernas doloridas y me derrumbé sobre el suelo, todavía aferrada a los barrotes.
– No me alertaste -dije-.
Jeremy se agacho y puso una mano sobre la mía.
– ¿De qué no te alerté, corazón? -preguntó suavemente-.
– No lo pensé. Tendría que haberlo sabido.
– ¿Saber qué?
– Que él también estaba en peligro. Él me cuidaba. Pero yo no lo cuidé.
Agaché la cabeza, la apoyé en las rodillas y sentí las lágrimas que se formaban en mis ojos.
Jeremy me dejó en la jaula toda la noche. Por más que yo quisiera pensarlo contrario, sabía que él no estaba siendo insensible. Una vez que yo había empezado a llorar, era posible pensar que ya renunciaba a la pelea y aceptaría la voluntad de Jeremy. Alguien que no me conociera podría en eso. Pero Jeremy sí me conocía. Incluso cuando estaba llorando en el suelo, no me dejó salir y ni siquiera entró a la jaula. Me acarició, pasando los brazos entre los barrotes, y me alcanzó pañuelos de Papel, pero no abrió la puerta. Cuando terminé de llorar y me limpié las lágrimas, estallé nuevamente. Rompí la cama, lo único que podía romper dentro de la celda. Pateé el inodoro, pero lo único que se rompió fueron un par de dedos míos. Tiré la cena al suelo y lo lamenté en cuanto el aroma de la carne me hizo gruñir el estómago. Maldije a Jeremy con todas mis fuerzas. No lo lamenté, aunque supiera que no estaba siendo justa. Y cuando se acabó, tendría que haberme sentido mejor, ¿verdad? No fue así. Me sentí estúpida. Sentí que había tenido un ataque de histeria y había quedado como una idiota. Tenía que controlarme. No le hacía ningún bien a Clay con mis escenas.
Por supuesto que por más que estuviera lista para salir de la jaula, eso no significaba que Jeremy me iba a dejar salir. Me dejó allí toda la mañana, acercándose cada tanto para asegurarse de que no había retomado mi imitación de El exorcista. Cuando volvió con mi almuerzo, trajo un sobre tamaño carta color manila. Antes de darme la fuente de comida, me pasó el sobre.
Dentro había una foto instantánea de Clay. Estaba sentado en el suelo, con las rodillas dobladas y los brazos detrás. Ambas manos y pies estaban fuera del cuadro, pero a juzgar por su posición, tendrían que estar atadas. Sus ojos estaban medio cerrados y tan nublados por las drogas que se veían grises y no azules. Aunque no se veían barras, sabía que estaba en una jaula. Ningún licántropo tendría cautivo a Clay sin asegurarse de que no pudiera Cambiar y escapar. Solo podrían tenerlo seguro con drogas, ataduras y/o una jaula. Daniel utilizaría las tres cosas. Ya había luchado con Clay y no iba a correr el riesgo de tener que enfrentarlo otra vez.
Volví a mirar la foto. Tenía moretones en los brazos y el torso desnudo, un corte grande que le partía en dos la mejilla izquierda, tenía los labios hinchados y partidos y un ojo en compota. Pese a eso, miraba a la cámara o a la persona que tomaba la foto, con una mirada aburrida y de enojo, como un supermodelo al que le han tomado una foto demás ese día. Mostrarse desafiante los hubiese provocado. Clay sabía que no debía hacerlo.
Metí la mano dentro del sobre y estaba vacío. Miré a Jeremy por primera vez desde que me encerró en la jaula lo miré realmente. Tenía ojeras y el pelo le caía sobre la frente, como si no hubiera dormido ni se hubiera bañado en varios días. Tenía arrugas en torno a los ojos y la boca. Casi parecía de su edad.
– ¿Dónde está la carta? -pregunté, con más suavidad de lo que quería-. Sé que Daniel debo de haber mandado una carta. ¿Puedo verla?
– Dice que tienen a Clay, lo cual os obvio, y que no está bien, pero sí vivo, cosas obvias. Si miras la foto de su perfil izquierdo verás que hay alguien con un diario. Es el New York Times de hoy, presumiblemente para demostrar que las fotos fueron tomadas hoy
– ¿Qué quiere Daniel?
– Clay no está en peligro inmediato.
– ¿Vas a contestar directamente a alguna pregunta que te haga?
– Envié una nota. Exigí fotos diarias mientras negociamos.
Puse cara de enojo y fui hasta el otro lado de la celda, recordándome a mi misma que tenía que portarme bien. Si estallaba de nuevo, no iba a salir rápido de la jaula.
– Mira, sé que me descontrolé ayer -dije-. Pero ahora estoy bien. Quiero ayudar ¿Puedo salir?
– Come tu almuerzo. Volveré en un rato para ver si sigues con hambre.
Jeremy pasó la bandeja a través de la abertura cerca del piso y subió. Me mordí la lengua para no decir nada insultante de lo que pudiera arrepentirme… al menos hasta que ya no me pudo escuchar.