Habla tantos Mercedes en Bear Valley como porches, así que no tuve que pasar mucho tiempo estudiando la calle para saber que el auto de Antonio no estaba allí. Sólo podía imaginar dos motivos para que me abandonaran. Uno, la mujer que controla los parquímetros andaba haciendo sus rondas y ninguno de los dos tenía una moneda para el parquímetro. Dos, no hablan podido verme en el Banco tan bien corno yo creía y, como tardé mucho, creyeron que me había escapado. Había una tercera posibilidad:
Clay estaba realmente enojado conmigo, desmayó a Antonio de un golpe y se fue, dejándome librada a mi suerte. Un lindo final dramático, pero no muy probable.
Había detrás del Banco un pequeño estacionamiento sin pavimentar para los empleados y los clientes que no quisieran gastar los diez centavos por hora en los parquímetros del frente. Miré allí y sólo había una miniván y otra Pick up. Me esforcé por escuchar. A tan pocos metros del camino todo estaba silencioso, como si los edificios de la calle principal estuvieran construidos para bloquear cualquier sonido y circunscribirlo al distrito comercial. A la distancia escuché un motor diesel bien armado. Definitivamente no era una Pick up. Cerré los ojos y eliminé todos los demás ruidos. El Mercedes estaba a pocas cuadras de distancia El sonido de su motor se desvanecía, luego volvía y se desvanecía parecía moverse lentamente en círculos. ¿Dónde? lógicamente en otro estacionamiento, donde Antonio daba vueltas, esperándome. ¿No había entendido alguna instrucción? ¿Debía encontrarlo en otro lugar? Eso no tenía sentido, ya que Clay ni siquiera quería que yo entrara sola al Banco. Bueno, cualquiera que frese el motivo, no tenía sentido que me quedara parada ahí pensando.
Había unas huellas angostas de auto que iban por un callejón en dirección al auto que daba vueltas. El pasaje estaba barroso y era apenas del ancho suficiente como para que el Mercedes compacto pudiera atravesarlo sin temor a raspar los espejos, pero sabía que a Antonio no lo preocuparía la tierra o los raspones. Tanto a Clay como a Antonio les gastaban sus autos caros, pero eran elementos puramente utilitarios, que les servían para llegar del punto A al punto B rápida y cómodamente. No les interesaba presumir.
Fui por el callejón, esquivando los charcos y las profundas huellas barrosas. A cierta altura, el callejón tenía una bifurcación hacia la derecha. No me hacía falta seguir las huellas del auto para saber que habla continuado en línea recta. Intentar una curva con tan poco espacio hubiera significado perder algo más que unas capas de pintura. Al alojarme cada vez más del camino principal, el callejón se ensanchó y se inclinó hacia arriba levemente, pasando del barro a la grava. A la derecha del pasaje se alineaban depósitos de basura, pero dejando suficiente espacio como para que pasara el Mercedes. El suelo más seco simplemente servía para que notara más la cantidad de agua barrosa que se habla metido en mis zapatos. A cada nuevo paso, mi calzado sonaba y mi ánimo empeoraba. Estaba pronta a darme vuelta, volver al Banco y llamar a Jeremy, pidiéndole que me viniera a buscar; cuando vi un brillo plateado adelante. Me detuve. A unos treinta metros el callejón desembocaba en un lote vacío y lleno de malezas. Mientras miraba, el Mercedes pasó la entrada del callejón. Agité los brazos, pero el auto desapareció.
– Vamos, muchachos -murmuré-, es demasiado temprano para jugar a las escondidas.
Seguí adelante con mis zapatos mojados, agitando los brazos en dirección al Mercedes cada vez que cruzaba el callejón y repitiendo epítetos malévolos cada vez que seguía su ruta. Al pasar otra bifurcación del callejón, escuché un ruido suave, pero lo ignoré porque no estaba de humor para curiosear. Unos tres metros más adelante, sentí pisadas en la grava y vi una gran sombra a la izquierda de mi campo de vsión. Clay Estaba a contraviento, pero no necesitaba olerlo para reconocer su clase de bromas.
Cuando giró para enfrentarlo, una mano me tomó de la camisa y me lanzó de cara al suelo. Bueno. No era Clay.
– Levántate -dijo una voz a la vez que una figura enorme pasaba sobre mi.
Alcé la cabeza, escupiendo grava y sangre.
– ¿Qué? ¿Ninguna frase ingeniosa?
– Levántate.
Cain volvió a tomarme del cuello y me alzó, para después dejarme caer con tanta fuerza que se me torció el tobillo. Me recuperé rápidamente, me limpié la tierra del rostro y me pasé los dedos por el pelo.
– Esa no es manera de saludar a una chica, Zack -dije-. Por eso siempre tienes que pagar para tener relaciones sexuales.
Cain se quedó parado allí de brazos cruzados, sin decir nada. Medía al menos dos metros y sus hombros ocupaban la mitad del ancho del pasaje. Tenía pelo rubio oscuro sobre un rostro con rasgos que se correspondían más con los de un buldog que con los de un lobo.
– ¿Esperas que corra? -pregunté-. ¿O sigues pensando tu respuesta?
Se lanzó hacia delante. Yo giré y corrí hacia el final del callejón. Un callejero siempre se queda parado y pelea. Un miembro de la Jauría siempre sabe cuándo corren Yo no podía vencer a Zachary Cain ni en mi mejor día y hoy no lo era. Medía la mitad que él pero era el doble de rápida Si podía llegar al final del callejón, estaría a salvo. Había dos tipos allí, cada uno de los cuales podía enfrentarse solo a Cain y yo no era lo suficientemente terca o estúpida como para negarme a pedir ayuda. A medio camino, el Mercedes volvió a pasar lentamente por la salida del callejón. Alcé los dos brazos para llamarlos y mi pie izquierdo se torció. Cuando me caía vi desaparecer lentamente el auto plateado.
Me puse de pie pero era demasiado tarde. Nuevamente Cain extendió la mano y me tomó de la parte de atrás de la camisa. Esta vez me levantó y me sostuvo en el aire. Mi pie izquierdo golpeó contra un tacho de metal y yo contuve un aullido de dolor. Con su mano libre, Cain me tomó de abajo del mentón y me estrelló contra la pared. Mi cabeza dio en los ladrillos y mi cráneo se llenó de relámpagos. Me sostuvo allí un momento, con los pies en el aire. Luego alzó la otra mano y me arrancó la camisa
– No hay mucho para ver, ¿no? -dije, esforzándome por hablar con la garganta apretada-. Ya sé, en estos tiempos esas cosas se arreglan. Me puedes llamar feminista, pero yo creo firmemente que el valor de una mujer no debe definirse por el tamaño de su busto, sino…
Golpeé su nuez de Adán con mi puño. Gruñó y dio unos pasos tambaleantes hacia atrás.
– …por la fuerza de su gancho de derecha -dije, lanzándome contra él antes de que recuperara el equilibrio.
Cain se derrumbó. Cuando cayó, me quedé encima de él y le apreté la garganta contra el suelo.
– Sí, puedo hablar y pensar al mismo tiempo -dije-. La mayoría de la gente puede hacerlo, aunque supongo que no podrías saberlo…
Rugiendo, Cain intentó alzar un brazo. En el aire un zapato le empujó la mano de vuelta al suelo.
– No, señor -dijo Clay parado detrás de mí. -Ya jugaste bastante con Elena. Me toca a mi.
Esperé a que Clay pusiera su pie en la garganta de Cain y entonces lo solté. Antonio estaba parado a un costado.
– ¿Una trampa? -pregunté.
Antonio asintió.
– Clay lo vio merodeando el callejón. Supusimos que vendrías a buscarnos
– De modo que dejaron un rastro y dieron vueltas en ese lote vacío, esperando que yo mordiera el anzuelo y que Cain me tomara a mí de carnada.Ns~od0
– Algo así.
Clay alzó a Cain. Habían desaparecido el color rojizo y las bolsas bajo los ojos de Clay- Ahora estaba totalmente despierto. Esto era lo que él había estado esperando.
Cain medía sus buenos quince centímetros más que él y lo superaba en peso por treinta kilos. Era una pelea entre pares.
Los dos dieron un paso atrás y se miraron. Entonces Cain dio un paso a la izquierda en dirección a Clay. Clay se adelantó hacia la derecha. Repitieron el movimiento, mirándose fijo a los ojos, cada uno vigilando al otro. El patrón de ese ritual estaba incorporado en nuestros cerebros. Dar un paso, girar, observar. Para ganar, había que lanzarse sin que el otro pudiera preverlo o advertir que el otro estaba por hacerlo y correrse. La cosa siguió varios minutos. Entonces Cain perdió la paciencia y se abalanzó. Clay se corrió, lo tomó de la cintura y lo lanzó contra el muro. Cain se recuperó en un instante y golpeó a Clay en el pecho, lanzándolo al suelo.
No voy a contar los detalles, en parte porque seria un aburrido recitado de golpe, codazo, gruñido, tropezón, recuperación, y también en parte porque no miré tan atentamente. No es que no me interesara, al contrario, no miraba porque estaba demasiado interesada. Quedarme sin hacer nada mientras golpeaban y pateaban y lanzaban a Clay contra la pared era más de lo que podía soportar. Y no es que de vez en cuando yo misma no quisiera hacerlo, pero esto era diferente. Me hubiera sentido del mismo modo viendo a cualquiera de mis hermanos de Jauría metido en una pelea. No era sólo por Clay. De veras.
Aunque no miraba la pelea, eso no me impedía olerla. Olí la sangre de Cain primero, pero en seguida la de Clay. Al levantar la mirada, caía sanare de la nariz y la boca de Clay, lo que lo hacía toser.
Antonio y yo tentamos que quedarnos mirando. Así luchamos. Uno contra otro, sin armas ni trucos. Era el lobo en cada uno de nosotros el que dictaba las reglas del combate: el lado humano nos llevaría a ganar a cualquier costo. Eso no quiere decir que fuéramos a permitir que Clay se hiciese matar. Si tal posibilidad llegaba a parecer cierta, la lealtad con el hermano de Jauría estaba por encima de todos los demás códigos de conducta. Pero hay mucha sangre y huesos rotos entre la vida y la muerte, y hasta que se cruzara esa línea no podíamos intervenir.
Terminó finalmente con Cain tirado en la grava. Como no se levantaba, pensé que estaba muerto. Entonces vi que su espalda se movía con un ritmo de respiración regular.
Inconsciente -dijo Clay agotado, pasándose la manga de la camisa par la nariz ensangrentada-. Ahora puedes mirar.
– Estaba mirando -dije-, me di vuelta porque pensé que oí algo al fondo del callejón.
Clay sonrió y un nuevo chorro de sangre saltó de su labio superior partido.
– No empiecen- dijo Antonio-. Tenemos que llevar a este callejero a Stonehaven para que Jeremy pueda interrogarlo. Elena, ¿puedes ir hasta el auto? Asegúrate de que no haya nadie a la vista. Clay, tú toma las llaves y abre el baúl. Yo lo cargo
El callejón terminaba en un lote vacío, tal como pensé. En un tiempo se podía acceder al camino hacia el norte, pero ahora había una barricada de vaciaderos de basura, de modo que la única salida era hacia el sur por el callejón. Los tachos que cerraban el paso no impedían pasar caminando, así que fui a vigilar desde allí. Detrás de mi, Antonio y Clay cargaron a Cain en el baúl. Luego Clay vino a mi lado.
– ¿Estás bien? – preguntó
– Fuera de mi mejilla raspada, el tobillo torcido, una posible conmoción cerebral, las zapatillas embarradas y la camisa rota, estoy muy bien. Usenme de carnada cuando quieran.
– Me alegro de que lo veas así
– Ten cuidado o tendrás algo más que tu nariz ensangrentada y el labio partido. -Le dirigí una mirada fugaz. -¿Es todo?
– Tal vez unas cuantas costillas lastimadas. Nada permanente.
Él se rasgó la camisa y usó la tela para contener la sangre.
Cuando llegamos al auto, Antonio estaba cerrando el baúl. El cuerpo inconsciente de Cain ocupaba hasta el último milímetro.
– No buscaremos las provisiones, supongo -dije.
– Parece que no -dijo Antonio- tendremos que comprar algo para comer camino a casa.
Creí que bromeaba. No era así. Antes de salir del pueblo, Antonio se detuvo en un centro comercial y fue en busca de sandwiches y ensaladas, dejándonos a Clay y a mí medio desnudos y sangrando en el auto y a Cain inconsciente en el baúl. No es para sorprenderse que yo esté tan ansiosa por volver a Toronto. Si una se pasa demasiado tiempo con esta gente, empiezan a no importarle la ropa ensopada en sangre y los tipos encerrados en el baúl del auto.
En Stonehaven, Antonio y Nick llevaron a Cain, aún inconsciente, a la jaula, mientras Jeremy inspeccionaba nuestras heridas. Me dio dos aspirinas para el dolor de cabeza, y desinfectante y conmiseración por mis raspaduras y golpes. Clay recibió unos puntos en su labio cortado, un corsé de vendas para las costillas y un llamado de atención por usarme de carnada Pese a lo que yo le había dicho a Clay, eso no me molestaba. Cazar a Cain valía una camisa desgarrada y un dolor de cabeza. Clay sabía que podía soportarlo y yo estaba contenta de eso. Me sentiría más enojada si él pensara que no me las puedo arreglar con los muchachotes. Por supuesto que no lo perdoné ni lo defendí. Al menos en voz alta. Si lo hubiera hecho, Jeremy se habría preocupado mucho más por el golpe en mi cabeza.
Una vez que Cain quedó enjaulado y Jeremy terminó con sus tareas curativas, pudimos almorzar Y después, Nick y Antonio fueron de nuevo al pueblo para buscar las provisiones, mientras Jeremy, Clay y yo hablábamos de la información que queríamos obtener de Cain. Alrededor de la media tarde, gritos y ruidos que llegaban desde el sótano nos dijeron que el prisionero estaba despierto. Lavamos los platos y luego Jeremy y Clay bajaron a la jaula para iniciar la tarea
Yo me quedé arriba. Podía bajar si quería, pero sabia lo que se iba a venir; así que me quedé en el estudio, donde podía oír lo que Cain dijera sin necesidad de ver lo que lo estaba obligando a hablar. Me incomoda la tortura. Tal vez suene tonto, considerando la cantidad de violencia de la que he sido testigo y en la que he participado en mi vida. Pero había algo respecto de que se maltratara a alguien que no podía defenderse que me producía escalofríos y pesadillas al dormir. Quizá fueran vestigios de mi patología de víctima en la niñez, enterrada en lo profundo de mi psiquis. Hace años fui a ver una película de terror con Clay. Cuando llegó una escena en la que quemaban gente con gasolina, yo me tapé los ojos y Clay miró sin mosquear. Aunque yo no pensaba que él le habría hecho eso a alguien, él ya había hecho cosas igual de terribles. Y yo lo sabía porque habla estado allí. Lo había visto hacerlas y lo que más me asustaba era su mirada. No ardían de excitación sus ojos como cuando perseguía a su presa. Se veían azul hielo e impenetrables. Cuando torturaba a un callejero, era completamente metódico y no mostraba ninguna emoción. Por supuesto que me preocuparía mucho más si eso lo hiciera feliz, pero hay algo igual-mente terrible en alguien que puede hacer cosas así tan concentrado. La mayoría de la gente tortura en busca de información. Clay lo hacia por otro motivo: para dar un ejemplo. Por cada callejero que mutilaba y dejaba vivo, habla cinco más que veían al callejero y aprendían una lección: “no se metan con la Jauría". Por cada uno que mataba, había una docena que se enteraba. El que pensara en atacar a un miembro de la Jauría sólo tenía que recordar esas historias para cambiar de idea. La mayoría de los licántropos no temían morir, pero había cosas peores que la muerte y Clay Se aseguraba de que lo supieran
Sentada en el estadio y escuchando lo que sucedía abajo, tuve que reconocer que los métodos de Clay tenían otra ventaja. Cuanto más se conocía su reputación, menos tenía que hacer para mantenerla. No había chillidos que helaran la sangre mientras Clay interrogaba a Cain. En las cuatro largas horas de interrogatorio, escuché tres gruñidos de dolor cuando Clay presumiblemente golpeó a Cain por no responder. Que Clay estuviera allí parado y saber lo que podía hacer bastaba para hacer a hablar a Cain.
De los tres callejeros con experiencia en Bear Valley, Zachary Cain era la peor opción como informante. Los planes que Daniel y Marsten se hubieran dignado comentarle se habían perdido en el desierto de su cerebro. Según Cain, Jimmy Koenig también era parte del "alzamiento revolucionario", pero aún no había aparecido.
Cain se había sumado a ellos porque quería liberarse de la tiranía, frase sin duda asimilada por haber visto Corazón valiente demasiadas veces. Como dijo Cain de modo tan elocuente, estaba "cansado de tener que mirar para atrás cada vez que meaba para el lado equivocado". Como la Jauría nunca se interesaba en los hábitos urinarios de los callejeros. Supuse que aludía a que luchaba por su derecho a matar seres humanos sin temor a represalias. Cosa que estoy segura de que está cubierta por las subcláusulas para licántropos de la Constitución de los Estados Unidos- Según Cain, Koenig quería lo mismo: exterminar a la Jauría, del mismo modo que los asesinos sueñan con eliminar a la policía Por algún motivo, estaban convencidos de que si se terminaba la Jauría tendrían más libertad para ejercer el canibalismo sin temor a represalia. Daniel, como siempre, tenía planes más grandiosos. Quería liquidar a la Jauría y crear la suya propia. Probablemente pensando en alguna forma de mafia de licántropos. Cain no tenía claros los detalles y no le interesaba. En cuanto a Marsten, Cain no sabía por qué se les había unido. Y tampoco le importaba.
En cuanto a los nuevos reclutas, Daniel había ideado el plan. Había hecho investigaciones, encontrado a los sujetos y cumplido con el papel psicópata del Padrino: Les hizo una oferta que no pudieron rechazar. Si lo ayudaban a eliminar a unos cuantos viejos enemigos, les garantizarla el cuerpo del asesino perfecto. Ninguno se negó. A partir de allí, Daniel había asignado un recluta a cada uno de sus camaradas. Daniel se había hecho cargo de dos, mordiendo y entrenando a Thomas Le Blanc y al callejero que Jeremy había matado en la emboscada. Marsten se había hecho cargo de Scott Brandon. Aún no conocíamos al protegido de Cain. Aparentemente era un hombre llamado Victor Olson, que se había quedado esperando en el auto el día que Cain nos hizo perseguirlo por el bosque. Jeremy le preguntó a Cain qué habla hecho Olson en su vida humana. Ésa era la pregunta que habría hecho yo, y creo que Jeremy sólo la hizo para darme el gusto… y porque sabía que estaba escuchando. Cain no tenía en claro los detalles, porque le interesaba tan poco el pasado de Olson como cualquier otra cosa que no le concerniera directamente. Sólo sabía que Olson había estado preso por "meterse con un par de chicas y matar a una de ellas. Eso sonaba a violador en ascenso hacia el tipo de asesino que era Thomas Le Blanc. No era exactamente un asesino experimentado, pero Daniel debe de haber visto un potencial en él, ya que había enviado a Cain hasta Arizona para sacarlo a Olson de la cárcel.
Como Cain ya estaba filera de circulación, quedaban dos callejeros experimentados y dos nuevos. ¿Verdad? Ojalá. Como dije, Koenig aún no había llegado. Su recluta se recuperaba de haber sido mordido, pero pronto estarán en Bear Valley. Luchar contra esos tipos era como enfrentarse con una Hidra. Cada vez que cortábamos una cabeza, aparecían unas cuantas más. Clay trató de sacarle más cosas a Cain, pero no insistió mucho. Hasta entonces Cain no había tratado de guardarse nada, así que no era probable que empezara a hacerlo ahora. Su vida estaba en juego. Diría absolutamente todo con tal de salvarse de la tortura, aunque eso significara condenar a muerte a sus compañeros de conspiración. La lealtad de un callejero era algo que elevaba el espíritu.
Eran pasadas las diez cuando Jeremy subió. Vino al estudio donde yo estaba acurrucada en su silla.
– ¿Algo más? -preguntó.
Sacudí la cabeza y volvió abajo. Hubo un grito, un sonido apagado, mitad furia, mitad ruego. Luego silencio. Segundos más tarde, se abrió la puerta del Sótano y escuché los pasos de Jeremy yendo hacia el patio trasero. Sabía que debía dejarlo sólo por un rato. Cuando se abrió la puerta por segunda vez, saqué la cabeza del estudio. Clay se frotaba la cara con una mano. Tenía la camisa llena de gotas de sangre. Se veía exhausto, como si se hubiese pasado las últimas cuatro horas aporreando a Cain en vez de quedarse callado y amenazante. Al verme, logró sonreír apenas.
– Ey.
– ¿Listo? -pregunté.
– Sí. Está muerto. Lo sacaremos mañana. Ahora está en la jaula. -Se frotó la nuca. ¿Comiste?
Sacudí la cabeza.
– Tonio hizo un estofado. ¿Quieres? -pregunté.
– En este momento quiero bañarme, pero si calientas la cena, bajaré antes de que esté lista. Jeremy no va tener hambre por un rato, así que tendrás que comer conmigo. ¿Está bien?
Asentí y él subió las escaleras.
Una hora más tarde, Clay y yo entramos al estudio y encontramos a Jeremy allí, recostado en su silla con los ojos cerrados. Los abrió a medias cuando entramos.
– lo siento -dije-. ¿Quieres que nos vayamos?
Con su mano sana nos indicó que entráramos, luego volvió a cerrar los ojos. Yo me senté en el sofá mientras Clay preparaba unos tragos. Dejó uno junto a Jeremy, pero él no se movió.
– Así que tenemos cuatro en el pueblo -le dije a Clay cuando se sentó a mi lado-. Más otros dos en camino. La cosa es qué haremos.
– Matarlos a todos.
– Buen plan -murmuró Jeremy, sin abrir los ojos-, muy sucinto.
– Oye, si no quieres oír lo que pienso, no escuches.
– Yo llegué aquí primero.
– Creímos que dormías -dije.
Jeremy alzó una coja, luego volvió a quedarse en silencio, con los ojos aún cerrados. Clay pasó la mano detrás de mí en busca de su copa, tomó un sorbo, luego volvió a poner un brazo detrás de mi cabeza, con sus dedos tocándome el hombro.
– Debemos liquidar a Daniel primero -dijo-. Es el jefe. Nadie más sabe cómo organizar una Jauría. Si arrancamos el centro, todo se cae a pedazos.
– Cierto -dije-. Será fácil. Es tan fácil. El único motivo por el que no mataste a Daniel hasta ahora es que no puedes superar el profundo cariño que sientes por tu compañero de juegos de la infancia, ¿no es cierto?
Clay resoplé.
– Exactamente -dije-. Está vivo porque sabe cómo operas y no va a caer en una trampa como Cain. Yo digo que vayamos tras los dos nuevos primero. Son dos imponderables. Si nos deshacemos de ellos, sabremos exactamente con qué nos enfrentamos.
– No voy a perder mi tiempo con un par de callejeros nuevos.
– Entonces lo haré yo. Sin ti.
– Mierda. Golpeó la cabeza contra el respaldo del sofá. Jer, ¿estás escuchando esto?
– Ahora estoy dormido -dijo Jeremy.
Se quedó en silencio un momento. Como no retomamos la conversación, suspiró y abrió los ojos.
– Clay tiene razón en que hay que centrarse en Daniel -dijo Jeremy-. Pero matarlo no es tan fácil. Me conformaré con hablar con él,
– ¿Rabiar con él? -dijo Clay-. ¿Por qué?
– Porque sé cómo es y quizá pueda ser más fácil apaciguarlo que poner en riesgo más vidas al luchar contre él. Si Daniel sale del cuadro, los otros se separarán, tal como dijiste. Entonces los atacamos individualmente y destruimos cualquier amenaza futura. En cuanto a Daniel mismo, será más fácil encargarse de él cuando esté solo. Toleré muchas cosas de él porque era de la Jauría y su padre era un buen hombre. Ya no. Le damos lo que quiere esta vez, después lo vigilamos. Si mata a un ser humano, aunque sea en Australia, morirá.
– ¿Qué os lo que te hace pensar que Daniel va a negociar? -dije-. Cain parecía pensar que quiere eliminar a la Jauría
– Quizá, pero más que eso quiere venganza – dijo Jeremy-. Nos quiere de rodillas. Si le ofrecemos negociar, verá que ha tenido éxito. Cuando advierta que Zachary Cain está muerto, comenzará a preocupa rse. Jimmy Koenig aún no aparece. Todo lo que tiene es a Karl Marsten.
¿Y los dos callejeros nuevos?
– Ellos no tienen nada que ganar en esta batalla. Se los ha reclutado para una guerra que no les concierne. Sólo pelean porque hicieron un trato con Daniel. Ya tienen lo que querían de él. Cuando vean que las cosas se les vuelven en contra, se irán. ¿Qué motivación los retiene aquí? No han tenido suficiente trato con la Jauría como para desear venganza. No han sido licántropos suficiente tiempo como para que les nazca la necesidad de tener territorio. Por qué habrían de pelear?
– Por diversión. -Me volví hacia CIay -Tú viste a Brandon en el bar, corno mató a ese hombre, el placer que le dio. ¿Alguna vez se vio a un licántropo actuar así?
– No estamos restándoles importancia, cariño -dijo Clay-. Le Blanc morirá por lo que le hizo a Logan y a Jeremy. No lo olvidaré.
La mano de Clay cayó del sofá a mi hombro y jugueteó con mi polo. Me recliné contra él, sintiendo el efecto de un trago con mucho alcohol y las noches sin sueño. Cuando Jeremy cerró los ojos nuevamente, yo hice lo mismo, mientras dejaba caer mi cabeza sobre el hombro de Clay. Él se inclinó hacia mí y apoyó su otra mano en mi pierna. Sentí el calor a través de mis jeans. Su aliento olía a whisky. Estaba a punto de dormirme cuando la puerta se abrió de golpe.
– ¿Qué es esto? -dijo Nick- ¿Es hora de dormir?
Nadie contestó. Mantuve los ojos cerrados.
– Te ves contento, Clayton -continuó Nick, dejándose caer en el suelo-. ¿No tendrá nada que ver con el hecho de que Elena está acurrucada contra ti, verdad?
– Hace frío aquí -murmuré.
– No siento frío.
– Hace mucho frío -gruñó Clay.
– Podría encender un niego.
– Yo también podría hacerlo -dijo Clay-, con tu ropa Y sin quitártela.
– Te está sugiriendo algo, Nick -dijo Antonio desde la puerta-~ Sugiero que entiendas lo que te está diciendo. No tengo deseos de pasar mi vejez sin un hijo que me cuide.
Escuché a Antonio atravesar el cuarto. Sonaron vasos cuando sirvió dos tragos. Luego se acomodó en la otra silla. Nick se quedó en el suelo, estirado y apoyado en nuestras piernas. Pasados unos minutos, hubo silencio nuevamente, interrumpido sólo por ocasionales murmullos de conversación. Pronto la somnolencia que me afectaba encendió sus suaves tentáculos a los demás. Las voces se volvieron murmullos, la conversación se hizo escasa, y luego se evaporó en el silencio. Estiré mis dedos sobre el pecho de Clay, para sentir el latido de su corazón y dejar que me fuera arrullando hasta que me quedara dormida.