El vuelo desde Seattle llegó cuarenta minutos tarde, lo que era bueno, dado que nosotros no llegamos hasta veinte minutos después de lo que tenía que arribar el avión. Un tractor volcado en la rata nos atrasó casi una hora. Antonio entró al estacionamiento del aeropuerto a las seis y media haciendo chirriar las ruedas, sorteando el tráfico como un taxista de Nueva York y nos dejo en la entrada un par de minutos más tarde. Para cuando encontró un lugar donde estacionar y se unió a nosotros en la terminal, el vuelo de Koenig estaba aterrizando. Llegamos apenas a tiempo. No sabía si interpretarlo como buen o mal presagio.
Nos mantuvimos lejos de la multitud de amigos, parientes y choferes y vimos desembarcar a los pasajeros. Jimmy Koenig resultaba fácil de divisar. Era alto y flaco, con una cara que podía confundirse con la de Keith Richards en un día malo. Representaba los sesenta y dos anos que tenía, la venganza de su cuerpo por quince años de estar sometido a toda prueba de estrés conocida por el hombre. Demasiado alcohol, demasiadas drogas y demasiadas mañanas de despertarse en un cuarto de hotel extraño junto a mujeres aún más extrañas. La gente que hace los guiones de los avisos de la campaña 'Dígale no a la droga" tendría que contratar a tipos como Jimmy Koening Si pasaran su cara por la televisión, cualquier chico con un gramo de vanidad abandonaría la bebida y la droga de por vida. Créanme.
Koenig no viajaba solo. Bajó del avión con un tipo que se veía como su escolta del FBI: de treinta y tantos, bien afeitado e higienizado, con un traje oscuro y anteojos de sol. Aunque sus ojos estaban ocultos tras los cristales, su cabeza giraba de un lado a otro como si vigilara constantemente. Casi esperaba ver a Koenig esposado a él. Cuando llegaron al pie de la rampa de salida, se detuvieron. Intercambiaron unas palabras. El tipo del FBI se veía enojado, pero Koenig no renunciaba a sus opiniones. Luego de unos minutos, el tipo del FBI se fue a buscar sus maletas. Koening fue hacia la sala de espera y se dejó caer en la silla más cercana.
– Clay, Elena, encárguense de Koenig -dijo Jeremy-. Tonio y yo iremos por su amigo, ¿Nick?
– Me quedo con Clay -dijo Nick.
Jeremy asintió y él y Antonio se dirigieron hacia la zona del equipaje. Clay y yo analizamos por un minuto la táctica, luego Clay y Nick se metieron entre la gente. Esperé a que estuvieran fuera de mi vista, luego di la vuelta a una ruidosa reunión familiar y me puse detrás de Koenig. Cuando estuve detrás de su asiento, me quedé esperando. Tardó un par de minutos en alzar la cabeza de pronto. Olfateó el aire y giró lentamente.
– ¡Bu! -dije.
Reaccionó igual que todos los callejeros cuando los enfrento. Saltó de la silla y corrió hacia la salida más cercana, temblando de terror. En mis sueños. Me miró y comenzó a buscar a Clay con la mirada. Nunca fallaba. No importa lo sólida que fuera mi reputación como luchadora, los callejeros sólo temblaban cuando yo aparecía porque por lo general significaba que Clayton andaba cerca. Yo no era más que el heraldo de la muerte.
– ¿Dónde está? -preguntó Koenig, entrecerrando los ojos y mirando la multitud.
– Estoy sola -dije.
– Sí, claro.
Di la vuelta a las sillas y me senté a su lado. Tenía poco aliento a whisky, lo significaba que había una sola copa en el avión. Tampoco estaba segura de si eso era bueno o malo. Estando sobrio era como un león sin dientes, malévolo pero no mordía. También significaba, sin embargo, que su cerebro y sus reflejos funcionaban bien.
– Clay fue a encargarse de tu amigo, el de los anteojos -dije.
– Amig… -Koenig se detuvo y gruñó.
– Se imaginó que yo podía encargarme de ti.
Los ojos de Koenig se movieron abruptamente, obviamente se consideraba insultado. Murmuró algo. Estaba por pedirle que lo repitiera cuando vi que se acercaba Nick por el otro lado. Lo observé y maldije. Koenig giró la cabeza para miran Cuando vio a Nick, su primera reacción fue de alivio. Empezó a relajarse, pero se volvió a tensar. Nick podía no ser tan malo como Clay, pero para Koenig era decididamente más motivo de preocupación que yo.
– Hijo de puta -me quejé-. No debía interferit
Nick sonrió, no amigable, sino con la sonrisa depredadora de un cazador que huele la presa. Sus pasos se alargaron mientras se acercaba. Su mirada fija en Koenig.
– Nicholas… -le advertí al ponerme de pie.
Koenig se lo creyó. Pensando que estaba ocupada en prepararme para hacerle frente a Nick, huyó. Nick me dirigió una sonrisa de victoria y lo perseguimos. A pesar de que Koenig corría, no había ido muy lejos. Era como correr a través de un bosque denso. Se veía obligado a esquivar gente y sillas y sólo lograba evitar una para chocar con la siguiente. Nick y yo lo seguimos caminando a paso rápido. No sólo era más fácil esquivar obstáculos, Sino que no parecía que estuviéramos siguiendo a Koenig. Considerando el aspecto de Koenig, a nadie le parecía extraño que atravesara corriendo la sala del aeropuerto, escapando de perseguidores invisibles. La tenté probablemente creía que estaba borracho, drogado o que estaba rememorando los sesenta. Lo maldecían cuando atropellaba a alguien, pero nadie se metió con él.
Nick y yo lo seguíamos, uno a cada lado. Era la misma técnica que usarnos con el ciervo unos días antes. Hacer que corra y llevarlo hacia la línea de llegada. ¿Y adivinen quién esperaba allí? Casi me sorprendo de que Koenig cayera en la trampa. Digo "casi", porque sabía que no tenía que llamarme la atención. Los callejeros no cazan ciervos. Koenig podía tener el truco en el subconscinete, pero nunca lo había usado, así que no lo reconocía cuando se lo hacían a él.
Seguí el rastro de Clay y arriamos a Koenig fuera de la sala atestada, por un corredor desierto y detrás de una escalera estrecha. Clay saltó de allí, tomó a Koenig de la garganta y le quebró el cuello. Un anticlímax en realidad, pero no podíamos darnos el lujo de interrogarlo en el aeropuerto lleno de gente. Jeremy dijo que había que matarlo, así que eso fue lo que hizo Clay, con absoluta eficiencia. Antes de que el cuerpo de Koenig se aflojara, Clay ya lo estaba metiendo en las sombras bajo las escaleras.
¿Lo dejaremos aquí? -pregunté.
– No. Hay una puerta de salida allí. Vi tachos grandes de basura. Si ustedes montan guardia, yo lo llevo.
– ¿Nos necesitas a ambos? -pregunté-. Tal vez Tonio y Jeremy necesiten ayuda.
– Buena idea. Ve. Nick puede vigilar.
Me fui.
Para cuando llegué a la zona de recolección de equipaje, la mayoría de la gente del vuelo de Koenig ya se había ido. Sólo quedaban los inevitables rezagados junto a la cinta transportadora, mirando con tristeza. Con cada tanda de equipaje que pasaba, se despertaban, miraban, con pocas esperanzas de que apareciera el suyo, pero negándose aún a creer que habla sido devorado por el dios demoníaco de las maletas. El tipo del FBI no estaba entre ellos. Y tampoco Jeremy y Antonio. Miré por última vez y volví sobre mis pasos.
Junto a los baños, alcancé a ver al tipo del FBI. Traté de sentir su rastro de licántropo, pero se perdía en medio del hedor de los extraños. Tampoco vi a Jeremy ni a Antonio, pero eso no me Sorprendió. Primero, con todo el tráfico humano que iba y venta por allí, tenía suerte de haber percibido un rastro. Segundo, Jeremy probablemente había escogido otro camino, dado que se sentía menos inclinado a hacer tonterías infantiles como llegar junto a su blanco y decir “BU".
Seguí el rastro del nuevo licántropo, cuidándome de no chocar con él y joderle los planes a Jeremy. Pensaba que el rastro del callejero llevaría al hall central donde había estado esperando Koenig. No era así. En vez de eso, se dirigió hacia una salida de emergencia. Miré en derredor, luego probé la puerta. Como no sonaron alarmas, salí y me encontré en un camino que parecía una zona de carga. El rastro del callejero llevaba al estacionamiento.
Nuevamente me sorprendió su nimbo. En vez de ir al estacionamiento, dobló por otro camino. Cuando iba a doblar, el silencio se vio sacudido por un cornetazo agudo y yo me di vuelta para encontrarme con un levanta cargas que se me venía encima. Cuando la máquina pasó a ni lado, el conductor señaló el estacionamiento con el dedo, poro no bajó la velocidad, obviamente demasiado atareado como para preocuparse por turistas que se metían en lo que probablemente era un área restringida. A partir de allí avancé pegada al muro, lista para ocultarme si aparecía otra persona.
Corrí hasta el fin del callejón, poro el callejero había desaparecido. Busqué su rastro. Se había perdido en medio de los olores de máquinas y caños de escape. Empecé a sospechar que Jeremy y Antonio no andaban por allí. El aire se sentía denso, con olor a nafta y diesel. Ellos probablemente se habían dado por vencidos. Estaba por regresar cuando, dando la vuelta a una esquina, vi al callejero a cinco metros. Rápidamente me oculté, me detuve, escuché y evalué mis opciones. Si estaba segura de que Jeremy y Antonio no andaban cerca, debía retirarme. Jeremy me arrancaría la piel viva si atacaba sola al callejero, aunque tuviera éxito. Lo sabía, poro la tentación era demasiado grande. diciéndome que sólo quería mirar mejor, me adelanté sigilosamente.
Cuando volví a doblar la esquina, el callejero ya no estaba Avancé por la calle, manteniéndome cerca del edificio que estaba a mi izquierda. Caminamos otros cuatro o cinco metros. Entonces se detuvo y miró en derredor, como si tratara de ubicarse. Yo me aplasté contra la pared y esperé. Cuando comenzó a caminar nuevamente, yo me quedé en mi lugar y lo dejé que se alejara. Estaba tan ocupada Concentrándome en mi presa que no escuché pasos detrás de mi. Demasiado tarde. Giré. Una mano me tomó de la garganta y me empujó contra la pared.
– Elena- dijo Le Blanc-. ¡qué sorpresa! ¿Tú por aquí?
Giré la cabeza para mirar por el callejón, esperando ver al tipo del FBI que volvía. Se había ido.
– ¿Es amigo tuyo? -preguntó le Blanc.
– Tuyo, mío no.
Le Blanc alzó las cejas y entonces se rió.
– Ah, ya veo. Tu lo seguiste porque lo viste hablando con Koenig. Así que pensaste que era uno de los nuestros. Pero te equivocas. Y cuánto. El protegido de Koenig no sobrevivió. No pudo soportar el Cambio. Murió ayer. Qué lástima. Daniel me envió a buscar al viejo. Los vi a ustedes por ahí, así que me oculté y vi el espectáculo. Entonces te vi alejarte y pensé que tal vez se iban a cumplir esta misión.
Mientras hablaba, me preparé para un ataque, pero antes de que pudiera golpearlo, sacó algo de su bolsillo. Un arma. Le Blanc alzó la pistola y la puso en el medio de mi frente. Sentí que se movía el piso, parecía que mis rodillas no podrían sostenerme. Basta, me dije. Es un juego No es la clase de juego al que estás acostumbrada, Pero es un juego. Si, me apunta con un arma, pero ya encontraré la manera de salir de esto. Los callejeros son bestias predecibles. Le Blanc no me mataría porque yo resultaba ser una presa demasiado valiosa como para malgastarla en unos pocos segundos de placer asesino. Yo era la única mujer loba. Podría tratar de violarme o de secuestrarme o golpearme un poco, pero no me matarla.
Me tragué el temor la bravuconada había servido la vez pasada. Úsala nuevamente.
– Los licántropos no usamos armas -dije.- Las armas son para los maricas. Ustedes lo saben, ¿verdad?
Cállate -dijo Le Blanc, inclinando la pistola hacia arriba
– Creo que tienes razón en cuanto a que no somos demasiado inteligentes -dije- Si fuera inteligente te habría roto la muñeca derecha. ¿Y cómo anda la izquierda? ¿'Te molesta?
– Cállate.
– Es para pasar el rato.
– Si quieres hablar -dijo Le Blanc-, sugiero que empieces por pedirme disculpas.
– ¿Por qué?
Su rostro se puso colorado, los ojos llenos de sentimiento lque tardé un momento en reconocer. Odio. Odio puro, diez veces más fuerte de lo que había visto en la comisaría esa mañana. ¿Tanto lo enojaba que le rompiera la muñeca? Me produjo una conmoción. Por supuesto que la mayoría de las personas se enojaban por cosas así, pero los callejeros normalmente no se preocupaban demasiado, especialmente si era yo las que les bacía daño. En realidad habitualmente se reían, como si en algún sentido perverso les gustara que yo tuviese el coraje de hacerlo. Hace años le arranqué una oreja a Daniel. No quedó resentido. En todo caso se sentía orgulloso de que le faltara esa oreja y le respondía a cualquier callejero que le preguntara cómo fue que la perdió, como si demostrara que teníamos una relación estrecha y personal. Nada es mayor índice de amor que la mutilación permanente.
– ¿Es por la muñeca? -le pregunté-. Tú fuiste el que quiso demostrar que podías clavarme un cuchillo. Yo sólo demostré que podía defenderme.
– No digas estupideces. Te pareció gracioso humillar al tipo nuevo. ¿Qué te parece que hizo Marsten cuando volvimos a la casa? Les contó a Daniel y Olson. Y los dos se rieron bastante. -Martillé el arma. ~-Quiero que te disculpes.
Lo pensó un segundo. Pedir disculpas no era gran cosa Por supuesto que no lamentaba lo que había hecho pero él no tenía por qué saber eso. Con todo, las palabras se me quedaron pegadas en el gaznate. ¿Por qué tendría que disculparme? Bueno, estúpida, porque el tipo te apunta a la cabeza con un arma. Poro si estaba segura de que no iba a usarla… No importaba. No tenía sentido agravar la cosa
– Lo siento -dije-. No quería avergonzarte.
– De rodillas.
– ¿Qué?
– Pide disculpas de rodillas.
– Ni mierda voy a…
Le Blanc me metió el arma a la fuerza en la boca. Yo lo mordí involuntariamente. Sentí aguijones de dolor en la quijada cuando mis dientes chocaron contra el metal. Traté de moverme, pero él me sostenía contra la pared. Cuando me enterré el cañón del arma en el fondo de la boca, me dio una arcada. El gusto del metal era fuerte y repugnante. Traté de retirar la lengua, poro el cañón estaba metido demasiado adentro. Mi corazón daba saltos, pero no sentía pánico. Más allá de lo que Le Blanc dijera, yo sabía que no iba a matarme. Su expectativa era que la amenaza de muerte bastara para forzarme a hacer lo que él quisiera. Iba a darse cuenta de su error muy pronto. En cuanto Se me ocurriera cómo sacarme el arma de la boca. En el momento en que lo pensé, me di cuenta de que la respuesta era simple. Odiaba hacerlo, pero era la manera más simple.
Alcé una pierna, haciendo el gesto de que estaba dispuesta a arrodillarme. Le Blanc hizo una sonrisa retorcida y me quitó el arma de la boca.
– Buena chica -dijo Le Blanc-. Loba o no, eres mujer. Cuando las cosas se ponen difíciles, sabes cuál es tu lugar.
Yo apreté los dientes y mantuve gacha la mirada, lo que parecía ser para él la demostración de que estaba adecuadamente acobardada.
– ¿Y bien? Dijo.
Incliné la cabeza hacia delante, dejando que mi pelo ocultara mi rostro. Entonces empecé a lloriquear.
– ¿Ya no eres tan valiente, verdad? -rió Le Blanc.
Podía percibir el tono de triunfo en la voz de Le Blanc. Lloriqueé un poco más y alcé la mano para secarme los ojos. A través del pelo solo podía ver la mitad inferior de Le Blanc. Bastaba. Pasados unos segundos de llanto, bajó la mano con la pistola a su costado. Alcé ambas manos para taparme el rostro. Después las bajé de nuevo, me envolví con la mano izquierda el puño derecho y golpeé fuerte a Le Blanc en la entrepierna. Cuando trastabilló hacia atrás, me le tiré encima. Lo lancé al suelo y comencé a correr. A la mitad del callejón escuché el primer disparo. Instintivamente, me lancé al suelo. Algo dio en mi hombro izquierdo. Di en el pavimento con una media vuelta de carnero. Logré ponerme de pie y seguir corriendo. Siguieron dos disparos, pero ya había doblado la esquina.
Al correr, empezó a bajar sangre por, mi hombro, pero el dolor era mínimo, no era más que un rasguño. Hombro izquierdo, pensé. Y unos quince centímetros debajo de mi hombro izquierdo, mi corazón. Apuntaba a mi corazón, Me controlé para no dejar que me dominara el pánico. Detrás alcanzaba a escuchar que me perseguía. Di vuelta en la primera esquina, la siguiente y la siguiente, corriendo sólo trechos cortos en línea recta para que no pudiera volver a disparar. Funcionó unos cinco minutos, pero entonces me lancé por un largo callejón sin otra salida que la del otro extremo. Me incliné hacia adelante y corrí lo más rápido que pude. Pero no lo suficiente. Le Blanc dobló la esquina antes de que llegara final del callejón. Otro disparo. Otra vez al suelo. Esta vez el disparo no fue preciso o yo me había movido más rápido. La bala dio en el costado de un tacho de basura. Había un auto derecho hacia delante y otro a su lado y otro y otro. Era un estacionamiento. Sentí un chispazo de felicidad, Un lugar público. Salvada.
Di la vuelta a la esquina, ya filera de su alcance. Al correr; miré alrededor buscando la mayor concentración de actividad humana. Ésa era la clave. Acercarme lo suficiente a un grupo de gente como yo llamaría la atención con gritos: un recurso femenino casi tan efectivo como llorar. A primera vista no vi a nadie, pero era difícil mirar mientras corría a toda velocidad. Di vuelta y me lancé en medio de una fila de autos, reduciendo la velocidad detrás de una minivan. Miré en derredor. No había nadie en el lado este del estacionamiento. Miré a través de la ventana del lado del conductor para observar el lado oeste. No había nadie. Absolutamente nadie. Estaba en Un estacionamiento para empleados o para estadías prolongadas
Sentí el olor de Le Blanc notando en la brisa.
Me puse de manos y rodillas en el suelo. Tomé aire, dominé el pánico que me volvía y bajé la cabeza para estudiar el terreno al nivel del suelo. Unos quince metros a mi derecha, habla un par de zapatilla Le Blanc. Giré. Rodé debajo de la miniván y moví el cuello para poder ver mujer. Las filas de gomas parecían llegar hasta el infinito en todas direcciones. Finalmente decidí que la fila de gomas a mi derecha parecía la más corta. Me arrastré boca abajo hasta el frente de la minivan, saqué la cabeza y miré a la derecha. Más allá del estacionamiento no se veía nada. Entonces vi pasar un auto al final de la fila. Luego otro. Un camino. Quizá sólo una ruta de servicio, pero donde había autos tenía que haber gente. Salí de abajo de la miniván y me lancé hacia delante, agachada detrás de los autos.
– Sal, sal de allí -canturreaba Le Blanc. Una breve pausa y luego: -No me gusta jugar, Elena. Si me fuerzas a buscarte lo lamentarás. Puedo hacer que lo lamentes. Viste mi álbum de recortes. Sabes lo que puedo hacer.
Me deslicé por detrás de un auto grande y miré al otro lado antes de cruzar un lugar vacío. Alcancé a ver un movimiento y retiré la cabeza- Por abajo del auto, vi las zapatillas de Le Blanc. Me quedé paralizada y verifiqué el viento. Sudeste. El viento le llevaría mi olor por más quieta que me quedara. Las zapatillas pasaron por el otro lado del auto y siguieron. Le Blanc ni siquiera se detuvo. Cerré los ojos y solté lentamente el aire. No estaba usando el olfato. Una preocupación menos. Esperé hasta que sus zapatillas desaparecieron, luego seguí avanzando por el estrecho pasaje entre las dos filas de autos. Cada vez que llegaba a un espacio vacío, miraba antes de cruzar. Más de una vez no hubo espacio para pasar entre dos autos. Esto era más complicado que cruzar espacios vacíos. Podía pasar por encima o por debajo. La primera vez intenté pasar por encima y sacudí el auto. Pasé unos minutos sin respirar parada allí para estar segura de que Le Blanc no lo había advertido. A partir de entonces, cuando no había espacio entre medio, Iba por debajo. Más lento pero también más seguro.
Ya había pasado quince autos y estimaba que me mataban otros diez cuando escuché pasos a mi izquierda. Me dejé caer, no me moví y escuché. Sabia que Le Blanc estaba a mi izquierda, poro la última vez que verifiqué, estaba atrás. Estos pasos venían de la izquierda y adelante. No sonaban como zapatillas. Zapatos de suelo dura en el pavimento. Quien fuera que estuviera a mi izquierda con sus zapatos de suela se movía rápido y venía casi directo hacia mí. Me tiré boca abajo y miré bajo los autos. Zapatos marrones por la fila inmediatamente a mi izquierda. Una mujer que iba hacia su auto. Pensé en pararme, agitar los brazos, llamar la atención. ¿Una testigo bastaría para evitar que Le Blanc disparase?
– Ajá -gritó Le Blanc.
Alcé de pronto la cabeza y golpeé en la base del auto fuertemente. Le Blanc maldijo y comenzó a correr. Miré en todas direcciones, tratando de ver sus pies o descubrir para dónde corrían. La mujer: tenía que correr el riesgo e ir hacia ella. Pero no podía oír sus pasos. ¿Ya habíaa subido a su auto?
– ¡La puta que lo parió! gritó Le Blan~. No lo puedo creer. ¡Elena!
Dejé de moverme. ¿Por qué me llamaba? Él sabía dónde estaba yo, ¿no es cierto? Aunque no me hubiese estado llamando, tenía que haber oído el golpe de mi cabeza contra el auto. El golpe fue tan fuerte que reverberó por todo el estacionamiento. Le Blanc seguía maldiciendo. Seguí el sonido y vi las zapatillas de Le Blanc a unos cinco metros. Y junto a los zapatos de Le Blanc, el cuerpo de una mujer; tirado en el pavimento, con sus ojos abiertos mirándome bajo un cráter sangriento en el medio de la frente. Cuando Le Blanc gritó no me vió a mí. El ruido que escuché no era de mi cabeza golpeando el auto. Había visto un movimiento, una mujer moviéndose rápido, alcanzó a ver su pelo claro y disparó. Al ver a la mujer muerta empecé a temblar. Me dije que el horror que sentía era por ella, muerta inocentemente en un estacionamiento. No era cierto. El nudo en mi garganta y los fuertes latidos en mi pecho no eran por ella sino por mí. Observé su cuerpo que miraba la eternidad sin ver, y me imaginé yaciendo allí. Se suponía que era yo. Muerta en un segundo. Un breve segundo. Viva y corriendo. Entonces muerta. Terminado. Todo. ¿Habría oído el disparo? ¿Lo habría sentido? Podría haber muerto hoy en este estacionamiento. Aún podía morir. Esta mañana podría haber sido la última vez que me había despertado. El almuerzo mi última comida. Hacia una hora en el aeropuerto, la última vez que hubiera visto a Antonio, Nick, Jeremy… Clay. Empecé a temblar más. Podía morir. Realmente. Pese a todas mis batallas, nunca lo había pensado. Nunca pensé realmente lo que significaba. El fin podía llegar en un segundo imposiblemente corto. Ahora tenía miedo. Más miedo que nunca en mi vida.
Sentí dolor en mis puños apretados. Los abrí y el dolor disminuyó, sentí un tirón, una pulsación como sí algo se moviera bajo mi piel. Lo ignoré. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Pero la sensación no se iba. Se puso peor. Miré mis dedos que se retraían hacia el interior de mis manos, el pelo que me salía del dorso. Parecían estar cambiando, pero yo no había hecho nada para precipitar el Cambio, ni siquiera lo había pensado. Sacudí mis manos y las flexioné, deseando detener la transformación. Al mover los dedos, sentí nuevos dolores en mis brazos. Entonces mis pies empezaron a cosquillear. Cerré los ojos y ordené a mi cuerpo que se detuviera. Se arqueó mi espalda. Comenzó a romperse mi camisa "¡No!», gritó mi cerebro. "¡Ahora no! ¡Detente!» Pero no se detuvo. Mis piernas tuvieron espasmos, queriendo meterse debajo de mi cuerpo, pero no habla espacio suficiente. Estaba metida bajo el auto con apenas centímetros de espacio. No podía alzarme en cuatro patas. No podía poner mis piernas y brazos en posición. Apreté los ojos y me concentré. Nada sucedió. Sentí la primera alarma Y el Cambio se aceleró, mi ropa se desgarré y mi cuerpo intentó contorsiones imposibles. Era el temor. El temor de estar atrapada en este estacionamiento con un asesino era lo que había provocado el Cambio y ahora el temor a quedar atrapada bajo el auto lo hacía peor. Sabía lo que tenía que hacer. Tenía que salir. Una nueva chispa de temor hizo que mi torso se alzara, golpeando mi espalda contra la base del auto. Esta vez supe que el ruido era real. Escuché apenas las zapatillas de Le Blanc chillando contra el pavimento. Lo oí decir algo. Lo oí reírse…
Me lancé hacia delante, al costado del auto. Mis uñas rasparon el pavimento. A medio camino mis piernas se trabaron y caí de cara al suelo, Todos los músculos de mis brazos y piernas tuvieron espasmos simultáneos. Salió un aullido de agonía de mi garganta. Apreté los dientes. Mis codos se me salían de las órbitas por el dolor. Demasiado tarde para revertir el Cambio. Ya había pasado el punto medio, ir hacia delante llevaría menos tiempo que volver atrás. Concentré mi energía en terminar, alimentándome de miedo. Por fin, la última fase me produjo una oleada de agonía tan terrible que me desmayé. Me despabilé en cuanto mí hocico dio en el pavimento, luego quedé boca abajo, jadeando y tratando de respirar. No quería moverme. Podía escuchar sus pasos que se acercaban. Me había oído. Sabía aproximadamente dónde estaba y reducía el área de búsqueda. Por un momento me sentí demasiado exhausta como para que me importara. Entonces giré la cabeza y vi a la mujer muerta. Con gran esfuerzo me puse de pie y comencé a correr.
Abandoné toda idea de escapar con cautela y sigilo, dominada por la necesidad de alejarme lo más rápido posible. Salí de entre los autos al camino abierto y corrí a toda velocidad. No me puse a escuchar ruidos de persecución. No podía gastar energía en eso. Puse todo lo que tenía en correr. Escuché vagamente un grito. Y luego un disparo. Luego otro. Los dos pasaron sobre mi cabeza No anduve más lento ni cambié de dirección. Me cerré a todo y seguí adelante. Finalmente se terminó la fila de autos. Estaba en un camino. Alguien tocó una bocina. Pasó un ventarrón de un camión que agitó mi piel. Sin embargo, no reduje la marcha. Al otro lado del camino había dos edificios. Corrí entre ellos, sin saber a dónde iba, sólo que tenía que escapar.
Al emerger entre los dos edificios, escuché un grito. Mi nombre. Alguien me llamaba. El sonido venía de cerca. Corrí más rápido. De pronto un muro de ladrillos. Traté de detenerme, pero demasiado tarde. Me deslicé y di contra el muro. Detrás de mi, Le Blanc seguía corriendo, gritando mi nombre. Me puse de pie y me di vuelta a tiempo de ver la figura de mi perseguidor. No había tiempo de escapar. No había terminado de girar y ya me lancé contra él. Mientras yo iba en el aire, se llevó el brazo a la garganta para cubrirse. Le di en el pecho y caímos Alcé la cabeza y le mostré los dientes. Al intentar morder, la niebla roja de pánico que me enceguecía se desvaneció y vi a quién tenía debajo. No era Le Blanc. Era Clay
Me contuve justo a tiempo. El cambio de dirección me lanzó de costado. Cuando intenté pararme, Clay me tomó y me sostuvo. Susurró algo, pero no entendí. Al ver que no comprendía, esperó un segundo y volvió a hablar, lentamente.
– Se ha ido – dijo- No te preocupes. Se ha ido.
Vacilé y miré entre los dos edificios, segura de que Le Blanc aparecería en cualquier momento, pistola en mano. Clay sacudió la cabeza
Se fue, cariño. Cuando cruzaste el camino se fue. Demasiado público.
Seguí esperando y temblando. Clay hundió sus manos en mi piel y trató de acercarme a él, pero me resistí. Teníamos que estar listos para correr. Empezó a decir algo cuando escuché pasos haciendo eco. Me puse de pie de un salto, pero Clay me retuvo. Jeremy, Antonio y Nick dieron la vuelta al edificio. Me quedé un momento parada, con las piernas temblando, olfateando para asegurarme de que los ojos no me engañaran. Sí, estaban ahí. Todos. Estaba a salvo. Esperé un segundo y me dejé caer al suelo.