Cuando me desperté, recordé vagamente haberme quedado dormida en el sofá y comencé a acomodarme en concordancia, con los brazos hacia afuera y las piernas hacia abajo para evitar deslizarme al suelo. Entonces advertí que mis miembros no estaban donde yo esperaba. Mis brazos estaban doblados debajo de una almohada y mis piernas enredadas en sábanas. Sentía olor a suavizante de ropa. Abrí un ojo para ver la silueta de una rama de árbol danzando sobre las cortitas de mi cama. Sorpresa y más sorpresa. No sólo estaba en una cama, sino que era la mía. Por lo general, si me quedaba dormida abajo con Clay, él me llevaba a su cuarto como un cavernícola que arrastra a su compañera hasta su guarida. Despertarme en mi cuarto fue una sorpresa cercana a una conmoción… hasta que me desperté lo suficiente como para sentir el brazo en mi cintura y los suaves ronquidos sobre mi espalda. Al moverme, los ronquidos cesaron y Clay se acercó.
– Es bueno que recuerdes cómo acomodarte en mi cama -dije.
– Estaba contigo cuando te quedaste dormida -murmuró adormilado. No me pareció que hiciera mucha diferencia que me quedara contigo.
Miré mi cuerpo desnudo.
– Recuerdo que estaba vestida cuando me dormí contigo.
– Quise que estuvieras cómoda
– Y tú también, según veo -dije, moviendo las piernas y sintiendo su piel desnuda contra la mía.
– Si quieres ver, tendrás que darte vuelta.
Resoplé:
– No es probable que lo haga
Se apretujó contra mi espalda. Su mano pasó de mi cadera a mi estómago. Volví a cenar los ojos, mi cerebro aún a la deriva en la niebla del semisueño. Sentía a Clay cálido contra mí, el calor de su cuerpo me defendía del fresco de la madrugada. Las cortinas mantenían la cama a oscuras e invitaban a quedarse. Fuera del cuarto, la casa estaba en silencio. No había motivo para levantarnos aún y ninguna necesidad de inventar un motivo. Estaba cómoda. Necesitábamos descansar. La idea y la sensación del cuerpo desnudo de Clay junto al mío generé algunas imágenes e ideas involuntarias, pero él no hacía nada que provocara la necesidad de resistirlas. Respiraba lento y profundo, como si estuviera durmiendo. Sus piernas estaban enredadas con las mías, pero quietas, al igual que sus manos. Pasados unos minutos, comenzó a besarme la nuca. No había motivo de alarma aún. Mi nuca difícilmente fuera una zona erógena, aunque lo que él hacía me resultaba agradable. Muy agradable, en realidad. Especialmente cuando movió su mano para sacarme el pelo del hombro y llevó la punta de sus dedos por mi quijada hasta mis labios.
Abrí un poco la boca y saqué la lengua para sentir el gusto de su dedo, luego pasé la lengua por la aspereza de su uña. Cuando abrí los labios, metió la punta de su dedo entre mis dientes. Lo mordisqueé, sintiendo las arrugas de su piel con los dientes. Bajó con sus labios por mi cuello. Su aliento me hizo cosquillas en el vello que habla por allí y me produjo un escalofrío. Mientras le mordisqueaba el dedo, sus labios y su otra mano me recorrieron la espalda y me pusieron la piel de gallina. Su mano se deslizó a acariciar la hondonada entre mis costillas y mi cadera. Cuando su mano bajó a mi estómago, solté su dedo y me volví hacia él. Me puso de costado, de cara a él y empezó a besarme. Los besos eran suaves y lentos, acompasados con el ritmo de sus manos que exploraban mi cuerpo, que se deslizaban por mis costados, mi espalda, mis brazos, mis hombros, mis muslos y mis caderas. Mantuve cenados los ojos, flotando en algún punto entre el sueño y el despertar. Me apreté a él, disfruté del calor de su piel y de los planos suaves y los tejidos de su cuerpo. Cuando sentí su dureza contra mi estómago, no había dudas de qué hacer a continuación. Mi cuerpo respondió sin instrucciones: se puso de espaldas, separé las piernas y…
– ¿Lo llamaste ayer? -me preguntó Jeremy.
– ¿Eh? -Estaba vaciando el lavaplatos. Mi mente aún seguía en la cama con Clay
– Tu amigo llamó antes de que te despertaras. Dejaste tu celular en el corredor de adelante.
Mi mente salió del dormitorio de un salto.
– ¿Contestaste?
– ¿Hubieras preferido que esperara a que Clay contestase? ¿No lo llamaste, verdad? -No esperé respuesta -No te preocupes, no dije nada, así que cualquiera sea la historia que inventaste, estás a salvo. Parece que esperaba que regresaras hoy
– Yo lo arreglo.
– Elena.
– Yo lo arreglo.
Dejé el último plato y encaré hacia la puerta.
No había llamado a Philip porque me había olvidado de él. Sonaba horrible, pero era la verdad. Amaba a ese hombre, lo sabía, y eso hacía que la cosa fuera aún peor. Si al menos pudiera decir que no estaba enamorada de él… ¿enamorada? ¿Sentía amor por Philip? Carajo, era una expresión tan tonta y gastada. Sentir amor. No existe eso de "sentir amor,,. Existe «sentir deseo», «sentir una fijación» y “sentir una calentura», tres sentimientos normalmente destructivos que no tienen nada que ver con el amor real y duradero. Olvidé a Philip porque así era como enfrentaba este lío, partiendo mi vida en dos compartimientos, el humano y el de la Jauría. Philip pertenecía al mundo humano, y pensar siquiera en él mientras estuviera en el mundo de la Jauría de algún modo degradaba lo que habla entre él y yo. Al menos esa fue la explicación que me di.
Estaba por buscar mi celular en el corredor de adelante cuando apareció Clay. Naturalmente no podía acusarme y correr arriba con el teléfono. Así que dejé el teléfono donde estaba y salí a caminar con Clay. Pensaba llamar a Philip cuando volviéramos, pero al negar a la puerta, Jeremy nos recordó que teníamos que deshacernos del cuerpo de Cain. A partir de allí las cosas se pusieron complicadas y a la luz de lo que pasó ese día, creo que se me puede perdonar que me haya olvidado de llamar a Philip… nuevamente.
En los viejos buenos tiempos cuando no imperaba la ley y había jueces de distrito, la Jauría podía tirar los cuerpos donde quisiera. Cuando los humanos comenzaron a preocuparse más por la gente muerta y desaparecida, la Jauría tuvo que comenzar a enterrar a los callejeros que mataba Hoy, con los análisis post mortem y las unidades de detectives vinculadas a través de computadoras y los tests de ADN, deshacerse de un cuerpo es un trabajo importante que exige medio día de preparación y de trabajo. Todos los miembros de la Jauría habíamos sido instruidos en la materia y podíamos deshacernos de un cuerpo mejor que el asesino humano más conocedor de las técnicas forenses.
Fuimos con el Explorer una hora hacia el norte, evitando todas las zonas que hubiésemos utilizado para cosas similares en las últimas décadas. Pasamos otra hora recorriendo un camino de aserradero y entrando con la 4x4 hasta lo profundo del bosque. Luego sacamos el cuerpo de Caja y lo arrastrarnos a un lugar apropiado donde lo desvestimos, lavamos y examinamos para ver las heridas. la única marca en el cuerpo eran dos manchas bajo la garganta, dejadas por los pulgares de Clay cuando le quebró el cuello. Por seguridad, Clay quitó los moretones. No quieran saber cómo. Prefiero no contar los detalles. Finalmente enterrarnos a Cain a dos metros de profundidad. Yo repuse cuidadosamente la tierra mientras Clay traía dos rocas demasiado pesadas como para que las alzara un ser humano y las colocó sobre la tumba. Fuimos hasta el Explorer, cubriendo nuestro rastro, y luego fuimos hasta un segundo lugar.
El segundo lugar se elegía con la misma cautela que el primero, pero a más de una hora de distancia. Aquí cavamos un pozo, tiramos la ropa, la identificación y las bolsas y telas que habíamos usado para transportar y limpiar el cuerpo. Las empapamos en kerosén y las incineramos, tratando de que hubiera la menor cantidad de humo posible. Reducido todo a cenizas, Clay enterré los restos y declaramos la tarea cumplida. Probablemente no fuera perfecto, pero nadie buscarla a Zachary Cain. Los callejeros no dejan deudos.
Estábamos a menos de veinte minutos de Stonehaven cuando vi el reflejo de luces azules en el espejo retrovisor. Miré camino arriba y camino abajo, segura de que las luces eran para otro. Sabía que no habla quebrado ninguna ley. La cosa más tonta que se podía hacer después de enterar un cuerpo era cometer una infracción de tránsito, motivo por el que manejaba yo en vez de Clay. El control de crucero estaba puesto a tres kilómetros por hora por encima del límite de velocidad: manejar exactamente en el límite siempre me pareció tan sospechoso como correr: Venia viajando por un camino recto en los últimos cincuenta kilómetros y no había habido ninguna posibilidad de hacer un giro ilegal no ver una señal de detención. Miré a ver si había autos delante y detrás, poro estábamos solos. Clay miró por sobre el hombro al patrullero.
– ¿Cambió el limite de velocidad aquí? -pregunté.
– ¿Límite de velocidad?
– No importa. Voy a parar.
– No hay problema. Está todo limpio.
Me detuve en la banquina y crucé los dedos, con la esperanza de que los policías siguieran de largo, convocados para alguna emergencia. En cambio, el patrullero se detuvo en la grava detrás de nosotros. Maldije en voz baja.
– Todo está limpio -dijo Clay-. Deja de preocuparte.
Uno de los agentes fue del lado del acompañante y golpeó en la ventanilla. Clay esperó lo suficiente como para expresar su descontento, pero no lo suficiente como para ser irrespetuoso, luego tocó el botón para bajar la ventanilla.
– ¿Clayton Danvers? -preguntó el agente.
Clay miró al hombre pero no dijo nada.
El joven agente continuó.
– Mi compañero recorrió el vehículo. Esperábamos que estuviera en él. Nos ahorra un viaje hasta su casa.
Clay siguió mirando al hombre.
– ¿Podría bajar del auto por favor; señor Danvers?
Nuevamente Clay vaciló el mayor tiempo que podía ser aceptable antes de abrir la puerta. Me quité el cinto de seguridad y baje también, pero me quedé de mi lado. El pánico pedía respuesta a mi memoria. El compartimiento de atrás estaba limpio, ¿verdad? Habíamos limpiado, ¿verdad? Nos deshicimos de todo, ¿verdad? Si, sí, sí. Al menos hasta donde yo sabía. ¿Qué sucedía si se nos había pasado algo por alto? ¿Había un jirón de tela que no vimos en la parte de atrás del Explorer? ¿Nuestra ropa olía tan fuerte a humo para las narices humanas como para la mía?
El otro agente, un hombre fornido, de cerca de cuarenta, dio una vuelta alrededor del Explorer, mirando por el parabrisas trasero, luego puso la cara pegada al vidrio oscuro, con la mano por encima de los ojos para ver hacia el interior.
– Hay mucho lugar para carga ~ ¿Cuánto pueden meter aquí?
– ¿Cuánto qué? -parpadeé-. Ah, ¿valijas? Lo suficiente para unas vacaciones, calculo.
Rió.
– Si empaca como mi esposa, eso es mucho. -Miró al interior forzando la vista -Bien limpio. ¿No tienen chicos verdad? -Rió nuevamente y se puso en cuclillas para verificar las gomas y la base del auto. -Es uno de esos nuevos vehículos todo terreno, ¿verdad? Una 4x4 que no sirve como 4x4.
– Puede andar fuera del camino -dije esforzándome por mantener la calma mientras miraba debajo del Explorer-. Pero es demasiado grandote. Aunque para el invierno de Nueva York sirve.
– Supongo que sí. -Miró a Clay. -¿Qué capacidad de arrastre tiene uno de éstos?
– No tengo idea -dijo Clay, que se había mantenido a un lado, dejando que yo manejara las cosas. Era uno de sus trucos para controlarse. Evitar la confrontación.
– Nunca remolcamos nada – dije.
El policía mayor seguía mirando bajo el Exploren. Quizá mirara la suspensión, quizá buscaba otra cosa. Esperé todo lo que pude y luego pregunté:
– ¿Venía demasiado rápido?
– Tuvimos un llamado -dijo el agente más joven, volviéndose hacia Clay-. Un llamado anónimo por el que nos dijeron que usted sabía algo del asesinato de Mike Braxton. Necesitamos que venga a la comisaría a contestar algunas preguntas.
Clay apretó los dientes.
– ¿Espera que deje lo que sea que esté haciendo…?
Se detuvo. No dije nada, pero se dio cuenta de lo que yo estaba pensando. Enfrentarnos con los policías no iba a servir de nada. Si bien ponerse a la defensiva podría hacerlos retroceder si no tenían motivo para arrestarlo, era igualmente posible que enfrentaran la agresión con la agresión y que reaccionaran revisando el Explorer y a Clay mismo de modo exhaustivo. Los policías de los pueblos chicos no siempre tienen la reputación de cumplir con los procedimientos. Legalmente no podían obligar a Clay a hablar con ellos, poro al menos no iban a descubrir evidencias de nuestras actividades matutinas mediante una simple conversación.
Clay aceptó dedicarles una hora. Fue hasta la comisaría en el asiento trasero del patrullero. Yo los seguí en el Explorer. El autor del llamado anónimo" tenía que ser uno de los callejeros, así que esto podría ser una trampa. Si yo lo seguía en otro auto, los callejeros no iban a atreverse a intentar una emboscada Una vez dentro de la comisaría, estaríamos a resguardo, ya que no atacarían en un edificio lleno de humanos armados.
La sala de espera de la comisaría era más pequeña que mi dormitorio en Stonehaven y probablemente la habían amoblado a un coste menor de lo que valía mi espejo con marco de plata. Tenía más o menos tres metros cuadrados, con una puerta y dos ventanas. La ventana que daba al Sur era de vidrio espejado y daba a un cuarto aún más pequeño. El vidrio espejado no tenía mucho sentido si uno no tomaba en cuenta que toda la comisaría era en sus orígenes un centro de detención de la época de la depresión. La mayoría de los cuartos tenía que servir para una función doble. En el caso poco probable de que la policía necesitara observar a un sospechoso o mantener una entrevista importante, probablemente usara la zona de espera como sala de observación. Con Clay no lo utilizaron; lo habían llevado a un cuarto privado para interrogarlo en cuanto llegamos.
La segunda ventana, que tenía barrotes, daba a una jaula donde una recepcionista de veintitantos años atendía el teléfono, la recepción y la sala de espera, mientras respondía ininterrumpidamente a los agentes que le pedían que mecanografiara, archivara y les llevara café. No me pregunten por qué tenía barrotes la ventana. Tal vez por miedo a que ella se escapase. Las tres sillas de la sala de espera estaban tapizadas con una tela dorada carcomida por las polillas y arreglada con cinta aisladora. Escogí la mejor y me senté con cuidado, evitando que la tela tocara ninguna parte de mi piel y acordándome de que debía lavar mi ropa en cuanto llegara casa. Miré las revistas que habla en una mesa de aglomerado. Atrapó mi atención la palabra “Canadá” en un ejemplar de Time. Lo tomé, advertí que el artículo aludía al referendo de Quebec y dejé la revista. No sólo era un tema que curaba el insomnio del noventa por ciento de los canadienses sino que, a menos que algo menos drástico hubiese sucedido en la última semana, significaba que la revista era de hacía cinco anos. Muy actual.
Alcé la mirada y vi que la recepcionista me observaba con gesto desconfiado que la gente reserva habitualmente para los mendigos y los perros rabiosos. A través de la ventana podía ver al joven agente que había ido a Stonehaven, que estaba apoyado en el mostrador y hablaba con la recepcionista. Como los dos me miraban, supuse que era yo el tema de la conversación. Algo me dijo que no hablaban del lamentable estado de mis Reebok sucias. Sin duda él estaba contándole la historia de mis andanzas por el bosque. Justo lo que me hacía falta. Diez años dedicados a crearme una reputación decente en Bear Valley y se iba todo al diablo en un día, porque me vieron correteando desnuda por el bosque en una fría mañana de primavera y luego encontraron mi ropa hecha jirones, producto de algún extraño ritual sadomasoquista. Los pueblos como Bear Valley tenían un lugar especial para las mujeres como yo: invitadas de honor en el picnic y fogón anual del verano.
Mientras pasaba las hojas de las revistas, la puerta de la sala de espera se abrió. Alcé la vista para encontrarme con Karl Marsten, seguido de Thomas Le Blanc. Marsten llevaba pantalones de tela de algodón, zapatos de cuero que costarían mil dólares y una remera cara. No advertí lo que tenía puesto Le Blanc. Junto a Marsten, nadie se fijaría en él. Marsten entró con el aire descuidado, no fingido, de alguien que se ha pasado años estudiando cómo actuar así. 'Tenía las manos en los bolsillos, lo suficiente como para lucir relajado, no lo suficiente como para que sus pantalones se deformaran de un modo poco elegante. La media sonrisa en sus labios era la mezcla perfecta de interés, aburrimiento y diversión. Cuando le sonrió a la recepcionista, ella se enderezó y sus manos instintivamente acomodaron su blusa. Él murmuró unas palabras. Ella se sonrojó y se acomodó en la silla con los ojos brillantes. Marsten se acercó a los barrotes y dijo algo más. Entonces se volvió hacia mi y alzó la vista. Sacudí la cabeza. El único rasgo positivo de Karl Marsten es que sabia exactamente lo falso que era-
– Elena – dijo, sentándose a ni lado. Mantuvo baja la voz, aunque no susurró – Se te ve bien.
– No practiques conmigo, Karl.
Rió.
– Quiero decir que te vez sorprendentemente bien luego de haberte topado con Zachary Cain. Supongo que por eso tienes un raspón en la mejilla. También supongo que ya no está en el juego.
– Algo así.
Marsten se inclinó hacia atrás y cruzó los tobillos, obviamente muy preocupado por el deceso de su socio
– No te he visto por un tiempo. ¿Cuánto ha pasado, dos años? Demasiado. No me mires así. No estoy practicando contigo y no te ataco. Dios me ha dado unos gramos de cerebro. Simplemente quise decir que extraño hablar contigo. Aunque más no sea, tu compañía es siempre intrigante.
Le Blanc se había sentado al otro lado de mi. Lo ignoré. Dada la opción, prefería hablar con Marsten antes que con el hombre que había matado a Lagan.
– Leí un par de artículos tuyos en la revista -continué Marsten-. Muy bien escritos. Parece que tienes una carrera exitosa.
– No tanto como otros -dije, mirando su Roler-. ¿Lo compraste o es robado?
Le brillaron los ojos.
– Adivina.
Lo pensé.
– Lo compraste. Sería más fácil -y más barato- robarlo, pero tú no usarías el reloj de otra persona. Aunque no te molestaría comprarlo con el dinero que obtuviste robando las joyas de alguien.
– Cómo siempre, acertaste.
– Los negocios deben de andar bien.
Marsten volvió a reír.
– Me va bastante bien, gracias, considerando que soy un inútil para cualquier otra cosa Y hablando de eso, me encontré con algo hace unos meses que me hizo pensar en ti. Un collar de platino con un dije con la forma de una cabeza de lobo. Una artesanía exquisita. La cabeza está hecha de filigrana de platino con ojos de esmeralda. Muy elegante. Pensé en enviártelo, pero calculé que terminaría en el tacho de basura más cercano.
– Excelente predicción.
– Pero no me deshice de él. Si lo quieres, es tuyo. Sin condiciones. Te quedaría bien, un gesto irónico que sabrías apreciar.
– Sabes, me sorprende que estés involucrado en esto -dije.- Creí que no te gustaba Daniel.
Marsten suspiró teatralmente.
– ¿Tenemos que hablar de negocios?
– Nunca te imaginé anarquista
– ¿Anarquista? -rió-. Difícil. Los otros tienen sus motivaciones para querer liquidar a la Jauría, la mayoría de las cuales tiene que ver con poder practicar algunos hábitos sociales más bien malévolos. A mi la Jauría nunca me trajo problemas. Por supuesto que tampoco nunca hicieron nada por mi. Así que, como gesto de reciprocidad, no me importa lo que pase con la Jauría. Sólo quiero mi territorio.
– ¿Si tuvieras eso te retirarías de la pelea?
– ¿Y abandonar a mis compañeros anarquistas? Eso me convertiría en un ser despreciable e inconsciente. Alguien al que sólo le interesa su bienestar, a expensas de los demás. ¿Te suena como algo que yo haría?
Le Blanc hizo un ruido de impaciencia a mi lado. Antes de que pudiera retomar el tema con Marsten, agité la mano para llamar la atención del otro.
– Éste quería conocerte -dijo Marsten-. Cuando vinos que seguías a la policía hasta el pueblo, decidió que quería hablar contigo. Vine para presentartelo. Si empieza a aburrirte, grita~ Yo leeré una revista. -Marsten tomó una de la pila – Revista de caza, hummm. Quizás encuentre buenos consejos.
Marsten se acomodó en su silla y abrió la revista Le Blanc le dirigió una mirada de desprecio. Obviamente había decidido ya que Marsten era un licántropo de tercera, que apenas merecía el título. Se equivocaba. Karl Manten era el segando callejero más peligroso del mundo, después de Daniel. ¿De dónde había sacado la reputación? ¿Matando más humanos que cualquier otro? Atormentando a la Jauría o causándonos problemas? No y no. Marsten era uno de los pocos callejeros que no mataba humanos. Como tantas cosas, eso no era digno de él. En cuanto a la Jauría, cuando se encontraba con nosotros era tan cortés y amable como lo había sido ahora conmigo. Pero lo seguíamos más de cerca que a cualquier otro callejero fuera de Daniel. ¿Por qué? Porque poseía un poder de concentración y una fuerza de voluntad comparables con los de Clay. Cuando Marsten se mudaba a un pueblo nuevo, tomaba contacto con los licántropos que hubiera en el área, los llevaba a cenar a lugares caros, charlaba con ellos, les avisaba que debían irse del pueblo, y luego los mataba si no se iban para medianoche. Lo que Marsten quería, Marsten tomaba… sin sentirse compungido y sin rencor. Yo tenía una idea de por qué Marsten se había unido a Daniel. Quería territorio. Por varios años había estado diciendo que quería establecerse en un lugar, bromeando con que estaba llegando a la edad de jubilarse. La Jauría lo había ignorado. Ahora Marsten estaba cansado de esperar. Hoy se sentaría a mi lado y hablaría del trabajo y me ofrecería joyas. Mañana, si me ponía en su camino me "sacaría del juego». Nada personal. Era su manera de trabajar.