Seguí a Clay al bosque. Nick quiso venir con nosotros, pero una mirada de Clay lo hizo quedarse en el cuarto. Cuando llegamos al claro, Clay se detuvo, se dio vuelta y me miró sin decir nada.
– No podemos -temblé de frío.
– ¿Por qué no? -susurró, con la voz ronca-. La noche no se acaba. No estás lista para eso.
¿Cuántas veces habíamos repetido esta escena? ¿No aprendía nunca? Ya sabía cómo terminaría esto cuando tomé las cartas. No había pensado en otra cosa desde ese momento.
Me besó. Podía sentir el calor de su cuerpo, tan familiar que podía ahogarme en él. El rico aroma de él me inundó el cerebro, tan intoxicante como el humo de peyote. Sentí que sucumbía al perfume, pero la parte de mi cerebro que aún podía pensar hizo sonar fuerte las alarmas. Ya estuve allí. Ya lo hice. ¿Recuerdas cómo resulta?
Retrocedí un poco, probando su reacción más que resistiendo seriamente. Me tiró contra un árbol, sus manos bajaron a mis caderas y me tomó fuertemente. Sus labios volvieron a los míos, sus besos se hacían más profundos y me atravesaban. Comencé a resistirme. Se apretó contra mí, atrapándome contra el árbol. Lo pateé y él se retiró, sacudiendo la cabeza. Traté de recuperarme y miré en derredor. El claro estaba vacío. Clay se había ido. Cuando mi cerebro confundido trataba de procesar eso, mis brazos fueron doblados detrás de mi cabeza, poniéndome de rodillas.
– ¿Qué…?
– No te resistas -dijo Clay desde atrás-. Trato de ayudarte.
– ¿Ayudarme? ¿Ayudarme a qué?
Traté de bajar los brazos pero me los sostenía con fuerza. Sentí algo suave en torno de mis muñecas. Sentí una rama que se movía. Entonces Clay me soltó. Moví mis brazos pero sólo unos centímetros hasta que la tela se apretó sobre mis muñecas. Una vez que vio que no me podía soltar, dio la vuelta y se arrodilló encima de mi, obviamente muy feliz de lo que veía.
– Esto no es gracioso -dije-. Desátame. Ahora.
Aún sonriente, tomo la parte de arriba de mi remera y las rasgó por el medio. Luego soltó mi corpiño. Empecé a decir algo, luego me detuve e inhalé profundo. Había tomado mi pecho en su boca y jugueteaba con mi pezón. Movió su lengua y se endureció. Sentí que el deseo nublaba mi mente. Rió y la vibración de su risa me hizo cosquillas.
– ¿Así está mejor? -susurro-. Ya que no puedes luchar contra mí, no podrías detenerme. No está bajo tu control.
Su mano bajó de mi pecho y comenzó a acariciarme el estómago, moviéndose hacia abajo con lentitud frustrante. Tuve una imagen de su cuerpo desnudo sobre mí. Se encendió el deseo. Él se movió. Sentí su erección subiéndome por el muslo. Abrí un poco las piernas y sentí sus jeans que me raspaban. Entonces se retiró.
– ¿Puedes sentir aún la noche? -susurró, doblando mi oreja-. La cacería. La persecución. Correr en la ciudad.
Tuve un escalofrío.
– ¿Dónde la sientes? -preguntó Clay, su voz más grave, sus ojos de un azul fosforescente.
Bajó las manos hasta mis jeans, los desabotonó y me los quitó. Tocó el lado interior de mi muslo. Dejó sus dedos ahí lo suficiente como para que mi corazón diera un salto.
– ¿La sientes allí?
Luego bajó su mano hasta detrás de mis rodillas, trazando el camino de los escalofríos que me recorrían. Cerré los ojos y dejé que las imágenes de la noche fluyeran por mi cerebro, las puertas cerradas, las calles silenciosas, el perfume del miedo. Recordé la mano de Clay acariciándome la piel, la chispa de hambre en sus ojos al entrar en el departamento, la alegría de correr por la ciudad. Recordé el peligro en el callejón, mientras observaba a los adolescentes, esperando, oyendo el rugido de Clay al abalanzarse sobre ellos. La excitación seguía allí, latiendo en cada parte de mi cuerpo.
– ¿La puedes sentir allí? -preguntó, con su rostro cerca del mío. Empecé a cerrar los ojos.
– No -susurré-.
– Mírame.
Sus dedos subieron por mis muslos lentamente. Jugueteó al borde de mi bombacha un momento y luego los hundió en mi. Dejé escapar un suspiro. Sus dedos se movieron dentro de mí, encontrando el centro de mi placer. Me mordí el labio para no gritar. Justo cuando las oleadas del clímax comenzaban a subir, mi cerebro empezó a funcionar y advertí lo que hacía. Luché por resistirme a su mano, pero la mantuvo allí, con sus dedos en movimiento. El clímax comenzó a subir nuevamente, pero lo resistí no quería darle eso. Cerré los ojos fuertemente y tironeé de la atadura. El árbol crujió pero no pude zafarme. De pronto su mano se detuvo y salió. El sonido que produjo al bajar su cierre cortó el aire de la noche.
Mis ojos se abrieron y lo vi bajarse los jeans. Al ver su deseo en los ojos y en el cuerpo, mis caderas subieron hacia él. Sacudí la cabeza tratando de despejarme y me di vuelta. Clay se inclinó con su rostro junto al mío.
– No te voy a forzar, Elena. Te gustaría pensar que lo haría, pero no lo haré. Todo lo que tienes que hacer es decirme que no. Decirme que me detenga. Que te desate. Lo haré.
Su mano se metió entre mis muslos, separándolos antes de que pudiera cerrarlos. Salió a su encuentro mi calor y mi humedad, mi cuerpo me traicionó. Sentí que la punta de su pene me rozaba, pero no avanzó.
– Dime que pare -susurró-. Dímelo.
Lo miré con ira, pero las palabras no salieron de mis labios. Nos quedamos un momento mirándonos a los ojos. Entonces me tomó de abajo de los brazos y me penetró. Mi cuerpo se convulsionó. Por un instante no se movió. Podía sentirlo dentro de mí, sus caderas pegadas a las mías. Se retiró lentamente y mi cuerpo protestó, moviéndose involuntariamente con él, tratando de retenerlo. Sentí que sus brazos subían. Liberó mis manos. Entró en mí nuevamente y ya no pude resistir. Lo tomé, las manos en su pelo, las piernas envolviéndolo. Desató mis brazos y me besó, besos profundos que me devoraban mientras se movía dentro de mí. Hacía tanto tiempo. Hacía tanto tiempo y lo extrañé tanto.
Cuando se acabó nos hundimos en el pasto, jadeando como si hubiésemos corrido una maratón. Nos quedamos allí, aún enredados. Clay hundió su rostro en mi pelo, me dijo que me amaba y lentamente se fue durmiendo. Yo me quedé en una nube. Finalmente volví la cabeza y lo miré. Mi amante demonio. Hacía once años le había dado todo. Pero no fue suficiente.
– Me mordiste -susurré.
Clay me mordió en el estudio en Stonehaven. Estaba sola con Jeremy, que trataba de encontrar la manera de deshacerse de mí, aunque yo no lo sabía entonces. Parecía estar haciendo preguntas simples y benignas, del tipo que podría hacer un padre preocupado por conocer a una joven con la que su hijo pensaba casarse. Clay y yo estábamos comprometidos. Me había traído a Stonehaven para presentarme a Jeremy.
Cuando Jeremy me interrogaba, creí escuchar los pasos de Clay; pero se detuvieron. Lo había imaginado o él había ido a tomar el desayuno. Jeremy estaba parado junto a la ventana, de un cuarto de perfil hacía mí. Miraba el patio trasero.
– Para cuando se casen, Clayton habrá terminado sus estudios en la universidad -dijo Jeremy-. ¿Qué pasa si consigue trabajo en otra parte? ¿Estás dispuesta a abandonar tus estudios?
Antes de que pudiera formular una respuesta, se abrió la puerta. Quisiera poder decir que se abrió con un chirrido de goznes o algo igualmente ominoso. Pero no fue así. Simplemente se abrió. Viendo que se movía, me di vuelta. Entró un perro grande, con la cabeza gacha como si esperara que lo retaran por estar en un lugar indebido. Era inmenso, casi tan alto como un Gran Danés, pero tan sólido como un ovejero de músculos bien desarrollados. Su piel dorada refulgía. Al entrar al cuarto, me miró. Tenía ojos de un azul muy brillante. El perro me miró y abrió la boca. Yo le sonreí. Pese a su tamaño, sabia que no tenía nada que temer. Lo sentí claramente.
– Guau -dije-. Es bello. ¿O es una hembra?
Jeremy giró. Sus ojos se abrieron y palideció. Dio un paso adelante, luego se detuvo y llamó a Clay.
– ¿Lo dejó escapar Clay? -pregunté-. Está bien. No me importa.
Dejé caer mi mano, invitando al perro con mis dedos.
– No te muevas -dijo Jeremy en voz baja-. Retira tu mano.
– No hay peligro. Lo voy a dejar olerme. Se supone que hay que hacer esto con un perro extraño antes de acariciarlo. Tuve perros cuando chica. Al menos mis padres adoptivos los tenían. ¿Ves su postura? ¿Las orejas hacia delante, la boca abierta? Menea la cola. Significa que está calmo y curioso.
– Retira tu mano ahora.
Miré a Jeremy. Estaba tenso, como si se preparara para saltar sobre el perro si me atacaba. Volvió a llamar a Clay.
– De veras, no hay problema -dije, ya enojada-. Si es nervioso lo vas a asustar gritando. Confía en mí. Me mordió un perro una vez. Un chihuahua bien chiquito, pero dolió mucho. Aún tengo la marca. Este es una bestia bruta, pero es amigable. Como la mayoría de los perros grandes. Es de los chiquitos que hay que cuidarse.
El perro se acercó más. Con un ojo miraba a Jeremy, alerta, observando su lenguaje corporal, como si esperara una paliza. Sentí ira. ¿Maltrataban al perro? Jeremy no parecía esa clase de persona, pero lo conocía desde hacía menos de doce horas. Le di la espalda a Jeremy y extendí más la mano.
– Ven, muchacho -susurré-. Sí que eres lindo, ¿verdad?
El perro dio otro paso hacia mí, lento y cauteloso, como si temiéramos asustarnos el uno al otro. Su hocico vino hacia mi mano. Al alzar su nariz para oler mis dedos, de pronto tomó mi mano y la pellizcó con sus dientes. Di un grito, más por sorpresa que por dolor o temor. El perro comenzó a lamerme la mano. Jeremy saltó a través del cuarto. El perro lo esquivó y salió corriendo por la puerta. Jeremy lo siguió.
– No -le dije, poniéndome de pie-. No quiso lastimarme. Estaba jugando.
Jeremy vino junto a mí e inspeccionó la mordedura. Dos dientes habían atravesado mi piel, dejando pequeñas heridas de las que sólo salieron un par de gotas de sangre.
– Apenas si me atravesó la piel -dije-. Un mordisco de afecto. ¿Ves?
Pasaron unos minutos mientras Jeremy me examinaba la herida. Luego hubo ruido en la puerta. Levanté la vista, esperando volver a ver al perro. Pero era Clay. No pude ver su expresión. Jeremy estaba entre los dos, obstruyéndome la vista.
– El perro me pellizcó --dije-. No es nada. Jeremy se volvió hacia Clay.
– Sal -dijo, con voz tan baja que apenas lo oí.
Clay no se movió. Se quedó petrificado en la puerta.
– ¡Vete! -le gritó Jeremy.
– No es su culpa -dije-. Quizá dejó entrar al perro, pero… Me detuve. La mano empezaba a arderme. Miré hacia abajo.
Las dos perforaciones se habían puesto de un rojo subido. Sacudí fuertemente la mano y miré a Jeremy.
– Mejor voy a lavarme -dije-. ¿Tienen algún desinfectante?
Al avanzar, mis piernas cedieron. Lo último que ví fue que Jeremy y Clay trataban de atajarme. Y después todo se oscureció.
Luego de que Clay me mordiera, no recuperé la conciencia hasta dos días más tarde, aunque en aquel momento creía que sólo habían pasado unas horas. Me desperté en uno de los cuartos de huéspedes, el que luego se convertiría en mi dormitorio. Tuve que hacer un esfuerzo para abrir los ojos 'Tenía los párpados calientes e hinchados. Me dolía la garganta, los oídos, la cabeza. Hasta me dolían los dientes. Parpadeé un par de veces.
El cuarto se movía y luego logré enfocar la vista. Jeremy estaba sentado en una silla junto a mi cama. Alcé la cabeza. Estalló el dolor detrás de mis ojos. Mi cabeza cayó en la almohada y lancé un quejido. Oí a Jeremy pararse, luego lo vi mirándome.
– ¿Dónde está Clay? -pregunté. Sonó más bien cómo ohedaclay, como si hablara con la boca llena de malvaviscos. Tragué, y sentí más dolor. -¿Dónde está Clay?
– Estás enferma.-dijo Jeremy.
– ¿De veras? No me había dado cuenta. -El sarcasmo me costó demasiado. Tuve que cerrar los ojos y tragar antes de continuar. -¿Qué pasó?
– Te mordió.
Me volvió el recuerdo. Ahora sentía pulsaciones en la mano. Me esforcé por alzarla. Las dos heridas se habían hinchado hasta alcanzar el tamaño de un huevo de codorniz. Sentía el calor que irradiaban. No había señal de pus o infección, pero claramente pasaba algo malo. Sentí temor. ¿Estaba rabioso el perro? ¿Cuáles eran los síntomas de la rabia? ¿Qué más podía causar una mordedura de perro? ¿Moquillo?
– Hospital -dije-. Tengo que ir al hospital.
– 'Toma esto.
Un vaso apareció ante mis ojos. Parecía agua. Jeremy metió su mano detrás de mi cuello y me levantó la cabeza para que pudiera beber. Me alejé, choqué el vaso con el mentón y lo volqué. Jeremy maldijo y me quitó el cobertor mojado.
– ¿Dónde está Clay?
– Tienes que beber -dijo.
– Tomó otro cobertor que estaba al pie de la cama y lo tendió sobre mí. Me escabullí.
– ¿Dónde está Clay?
– Te mordió.
– Sé que el maldito perro me mordió -dije, alejándome de la mano de Jeremy cuando me la puso en la frente-. Contesta. ¿Dónde está Clay?
– Clay te mordió.
Dejé de resistirme y parpadeé. Creí que había escuchado mal.
– ¿Clay me mordió? -dije lentamente.
Jeremy no me corrigió. Se quedó allí, mirándome, esperando.
– El perro me mordió -dije.
– No era un perro. Era Clay. Él… él cambió de forma.
– Cambió de forma -repetí.
Miré a Jeremy y luego me moví de lado a lado y traté de levantarme. Jeremy me tomó de los hombros y me contuvo. El pánico me dominó. Luché con más fuerza de la que creía tener, agitando los brazos y pateando. Me aplastó contra la cama con tanto esfuerzo como el que necesitaría para contener a un niño de dos años.
– Basta, Elena. -Mi nombre en su boca sonaba extraño, como una palabra extranjera.
– ¿Dónde está Clay? -grité, ignorando el dolor que me hacía arder la garganta-. ¿Dónde está Clay?
– Se ha ido. Hice que se fuera cuando te… te mordió.
Jeremy me tomó de ambos brazos y me contuvo, tan firme que yo no podía moverme. Tomó aire y volvió a empezar.
– Es un… -Se detuvo, luego sacudió la cabeza. -No necesito decirte lo que es, Elena. Lo viste cambiar de forma. Lo viste convertirse un lobo.
– ¡No! -Pateé el aire. -Estás loco. Estás loco, carajo. Vi un perro. ¡Suéltame! ¡Clay!
– Te mordió, Elena. Eso significa… significa que eres lo mismo que él. Te estás volviendo lo mismo que él. Por eso estás enferma. Tienes que dejarme ayudarte. Tengo que ayudarte para que puedas sobrevivir.
Cerré los ojos y grité, ahogándole las palabras. ¿Dónde estaba Clay? ¿Por qué me había dejado con ese loco? ¿Por qué me había abandonado? Me amaba. Sabía que me amaba.
– Sé que no me crees, Elena. Pero mírame. Sólo mírame. Es la única manera.
Giré el rostro para no verlo. Sólo podía sentir su brazo que me aprisionaba contra la cama. Pasado un momento, su brazo pareció temblar y contraerse. Sacudí la cabeza, sintiendo que el dolor me rebotaba dentro como un carbón encendido. Se me nubló la vista y luego se aclaró. El brazo de Jeremy había entrado en convulsiones, su muñeca se angostaba, la mano se retorcía. Quería cerrar los ojos, pero no pude. Me dominaba lo que estaba viendo. Se le engrosaron los pelos negros del brazo. Aparecieron más pelos, que le salían de la piel, cada vez más largos. Se aflojó la presión de sus dedos. Miré y ya no había dedos. Había una zarpa negra. Cerré los ojos entonces y grité hasta que el mundo volvió a apagarse.
Me llevó un año comprender realmente en qué me había convertido, que no era una pesadilla ni una locura y que no se acabaría, que no había cura alguna. A Clay se le permitió volver dieciocho meses más tarde, pero la cosa nunca volvería a ser igual entre nosotros. No podía serlo. Hay cosas que no se pueden perdonar.
Me desperté unas horas más tarde, sintiendo el brazo de Clay que me abrazaba, mi espalda contra él. Sentí una lenta oleada de paz que me arrullaba. Pero entonces me desperté de pronto. Su brazo. Mi espalda contra él. Acostados en el pasto. Desnudos. Mierda
Me separé de él sin despertarlo, y me fui rápido hasta la casa.
Jeremy estaba en el porche trasero, leyendo el New Cork times con la primera luz del alba. En cuanto lo vi me detuve, pero ya era tarde. Me había visto. Sí, estaba desnuda, pero ése no era el motivo por el que hubiese deseado evitar a Jeremy. Los años de vida con la jauría me habían hecho perder toda vergüenza Cuando corríamos, siempre terminábamos desnudos y muchas veces lejos de donde habíamos dejado la ropa. Al principio era algo desconcertante eso de despertarse del descanso después de correr y encontrarse con tres o cuatro tipos desnudos. Experiencia desconcertante aunque no del todo desagradable, dado que esos tipos eran todos licántropos y por lo tanto estaban en excelente estado físico y no se veían demasiado mal al natural. Pero me estoy yendo del tema. La cuestión es que hacía años que Jeremy me veía desnuda. Cuando salí de entre los árboles sin ropa ni siquiera lo advirtió.
Dobló el diario, se levantó de la silla y esperó. Alcé el mentón y avancé hasta el porche. Él iba a sentir el olor de Clay en mí. No podía escapar a eso.
– Estoy cansada -dije, tratando de pasar de largo-. Ha sido una larga noche. Me voy a la cama.
Quisiera saber qué encontraron anoche.
Su voz era suave. Un pedido, no una orden. Hubiese sido más fácil ignorar una orden. Parada allí, la idea de irme a la cama, de quedarme a solas con mis pensamientos, me abrumó. Jeremy me ofrecía una distracción. Decidí aceptarla. Me hundí en una silla y le conté toda la historia. Bueno, no fue todo, pero le conté que encontramos el departamento del callejero, sin mencionar lo de los muchachos en el callejón y excluyendo todo lo sucedido desde que volvimos. Jeremy escuchó y dijo poco. Justo cuando terminaba, divisé un movimiento en el jardín. Clay salía del bosque, los hombros rígidos, la boca dura.
– Ve adentro -dijo Jeremy-. Duerme. Yo me ocupo de él.
Escapé al interior de la casa.
En mi cuarte torné el celular de mi bolsa y llamé a Toronto. No llamé a Philip, pero no porque me sintiera culpable. No lo llamé porque sabía que debía sentirme culpable y como no era así, no me parecía bien llamar. ¿Tiene sentido? Probablemente no.
Si hubiera tenido sexo con otro que no fuera Clay, me habría sentido culpable. Por otro lado, la posibilidad de que lo engañara a Philip con alguien que no fuera Clay era tan infinitesimal que la cosa no tenía sentido. Yo era leal por naturaleza, lo quisiera o no. Pero lo que había entre Clay y yo era tan viejo, tan complejo, que acostarme con él no podía considerarse sexo normal en absoluto. Era rendirme ante algo tan profundo que toda la ira y el dolor y el odio del mundo no podían evitar que volviera a él. Ser mujer lobo. Estar en Stonehaven y unirme a Clay eran cosas tan entrelazadas que no podía separarlas. Rendirme a una cosa era rendirme ti todas. Entregarme a Clay no era traicionar a Philip era traicionarme a mí misma. Eso me aterrorizaba. Sentada en la cama, con el teléfono en una mano, podía sentir cómo perdía el control. La barrera entre los dos mundos se solidificaba y yo estaba atrapada del lado equivocado.
Me quedé allí, mirando el teléfono, tratando de decidir a quién llamar; que contacto de mi vida humana tenía el poder de llevarme de regreso al otro lado. Mis dedos marcaron botones por propia iniciativa. Cuando sonó el teléfono, me pregunté a quién habría llamado. Entonces escuché el contestador. "Hola, se comunicó con Elena Michaels del Focus Toronto. Ahora no estoy en la oficina, pero si me deja su nombre y su número cuando escuche el tono, lo llamaré lo antes posible. Sonó el bip. Colgué, abrí la cama, me acosté, luego tomé el teléfono y apreté el botón para que volviera a marcar el mismo número.
A la quinta llamada, me dormí.
Era casi mediodía cuando me desperté. Mientras me vestía, escuché en el corredor unos pasos que me paralizaron.
– ¿Elena? -Era Clay. Sacudió la manija.
– Te escuché levantarte. Déjame entrar. Quiero hablarte.
Terminé de ponerme los jeans.
– ¿Elena? Vamos. -La puerta se sacudió más fuerte-. Sabes que puedo romper esto. Estoy tratando de ser amable. Déjame entrar. Tenemos que hablar.
Me puse un sujetador en el pelo. Luego crucé el cuarto, abrí la ventana y salté, dando en el suelo con un golpe. Sentí dolor en las pantorrillas pero no me había lastimado. Un salto de un piso de alto no era peligroso para una mujer lobo.
Arriba, Clay había comenzado a golpear mi puerta. Di la vuelta a la casa y entré por adelante. Jeremy y Antonio venían por el corredor cuando entré. Jeremy se detuvo y alzó una ceja.
– ¿Las escaleras ya no te gustan? -preguntó.
Antonio rió.
– No tiene nada que ver con el gasto. Creo que es por el lobo malo que quiere derribar su puerta. -Gritó por la escalera. -Puedes dejar de sacudir la casa, Clayton. Se te escapó. Está aquí abajo.
Jeremy sacudió la cabeza y me llevó hacia la cocina.
Para cuando Clay bajó, yo había terminado ya la mitad del desayuno. Jeremy le indicó una silla en la otra punta de la mesa. Se quejó pero obedeció. Nicholas y Peter llegaron poco después y, en el caos del desayuno, me relajé y pude ignorar a Clay. Cuando terminamos de comer, les dijimos a los demás lo que habíamos descubierto, mientras hablábamos, Jeremy miraba los diarios. Yo estaba terminando cuando Jeremy dejó el diario y me miró.
– ¿Es todo? -preguntó.
Había algo en su voz que me estaba desafiando, pero asentí de todos modos.
– ¿Estás segura? -preguntó.
– Sí. Me parece que si…
Dobló el diario con gran alaraca y lo puso ante mí. La primera plana de Bear Valley Post. “Perros salvajes en la ciudad»”
– Ay -dije- Up.
Jeremy hizo un ruido que pudo haber sido interpretado como un gruñido, pero no dijo nada. En vez de eso, esperó a que yo leyera el artículo. Eran los dos chicos que habíamos visto en el callejón. Sus padres habían despertado al editor del diario en su casa. Habían visto a los asesinos. Dos, quizá tres, inmensos perros tipo ovejeros en el corazón mismo de la ciudad.
– Tres. Dijo Jeremy, la voz contenida-. Los tres. Juntos.
Peter y Antonio se fueron de la mesa. Clay miró a Nick y le indicó con el mentón que podía irse también. Nadie culparía a Nick de esto. Jeremy sabía distinguir a los instigadores de los seguidores. Nick sacudió la cabeza y se quedó. Aceptaría su parte de la culpa.
– Volvimos del departamento del callejero -dije-. Los chicos doblaron por el callejón. Me vieron.
– Elena no tenia dónde -intervino Clay-. Uno de ellos tomó una botella rota. Yo me descontrolé. Los ataqué. Elena me detuvo y escapamos. No les pasó nada.
– A ellps no pero a nosotros sí -dijo Jeremy señalando el diario; dije que anduvieran separados.
– Lo hicimos -dije-. Eso fue después de que encontramos el departamento.
– Les dije que Cambiaran luego de encontrarlo.
– ¿Y qué íbamos a hacer? ¿Ir hasta el auto desnudos?
Jeremy hizo una mueca. Hubo un minuto de silencio. Luego Jeremy se puso de pie, me indicó que lo siguiera y salió del cuarto. Clay Nick me miraron, pero sacudí la cabeza. Ésta era una invitación privada, por más que quisieran compartirla. Seguí a Jeremy.
Jeremy me condujo al bosque por las sendas. Habíamos andando un kilómetro y medio antes de que dijera nada. E incluso entonces no se dio vuelta, siguió adelante.
– Sabes que estamos en peligro -dijo.
– Todos lo sabemos.
– No estoy seguro de que sea así. Quizás estuviste alejada demasiado tiempo, Elena. O quizá crees que porque te mudaste a Toronto, esto no te afecta.
– ¿Estas sugiriendo que saboteé el asunto a propósito…?
– Por supuesto que no. Digo que tal vez haya que recordarte lo importante que es esto para todos nosotros, no importa dónde vivamos. La gente de Bear Valley busca a un asesino, Elena. El asesino es un licántropo. Nosotros somos licántropos. Si lo atrapan, ¿cuánto tiempo crees que tardarán en venir aquí? Si encuentran a ese callejero vivo y descubren lo que es, lo conectarán directamente conmigo y con Clayton y, a través de nosotros, con el resto de la Jauría y, eventualmente, con todo licántropo existente, incluyendo a los que tratan de negar su vinculación con la Jauría.
– Lo que me incluye a mí. ¿Crees que no lo entiendo?
– Eras tú la que debías llevar la batuta anoche, Elena.
– Bueno, entonces ése fue tu error -le ladré-. No pedí que confiaras en mí. Mira lo que pasó con Carter. Confiaste en mi. ¿verdad? El que se quema con leche…
– En 1o que a mi concierne tu único error con Carter fue no avisaste antes de actuar. Sé que significa más para ti, pero ese es precisamente el motivo por el que tienes que contactarte conmigo, para que yo dé la orden. Yo tomo la decisión. De matar o no matar Sé que tú…
– No quiero hablar de eso.
– Por supuesto que no.
Caminamos en silencio. Sentí que las palabras trataban desesperadamente de salir de mi garganta. Quería tener oportunidad de hablar de lo que había hecho y de lo que había sentido. Mientras caminábamos percibí un olor y las palabras se disiparon.
– ¿Hueles eso?
Jeremy suspiró.
– Elena. Quisiera que…
– Lo siento. No quise interrumpirte, pero… -Mi nariz se frunció, registrando el olor en la brisa. -Ese olor. ¿Lo hueles?
Se abrieron los orificios nasales de Jeremy. Movió la cabeza de un lado a otro, olisqueando. Luego parpadeó. Esa pequeña reacción bastaba. Lo había olido también. Sangre. Sangre humana.