Durante al menos diez minutos Le Blanc me estudió como si estuviera examinado alguna nueva especie de insecto. Quería irme. Tal vez era ése el plan. Dejar que esta basura se me quedara mirando suficiente tiempo como para que yo corriera al baño a lavarme las manos, donde él y Marsten pudieran arrinconarme. Traté de recordar únicamente que Le Blanc había matado a Logan, pero no pude. No dejaba de pensar en las mujeres que él había matado, los detalles que leí en su cuaderno de recortes. Por Logan quería matarlo. Por las otras lo quería muerto, pero no quería hacerlo yo misma, dado que eso exigiría tener contacto físico.
Me obligué a olvidar estas cosas y a concentrarme en analizarlo a él. La vida no se había portado bien con Thomas Le Blanc en los últimos años. Había caído muy abajo, comparado con el hombre acicalado que se vela en la foto de su arresto. Eso no quiere decir que estuviera sucio o sin afeitar o que tuviera mal aliento, cualquiera de las cosas que la persona promedio espera de un psicópata asesino serial. En cambio, se vela como un trabajador de treinta y tantos con jeans sin marca, una remera descolorida y zapatillas de Wall-Mart. Había aumentado de peso. Desgraciadamente en músculos, no en grasa.
– ¿Quieres hablar conmigo? -dije finalmente.
– Me preguntaba por qué tanto lío. – Dijo, con una mirada que indicaba que aún seguía preguntándose eso.
Volvió a quedar en la posición de mirada silenciosa tuvo que hacer un gran esfuerzo para permanecer junto a él. Me esforcé por mantener una visión amplia de las cosas: era un licántropo nuevo; yo era una mujer loba experimentada. No tenía por qué preocuparme. Pero a cada momento me cambiaba el marco de referencia. Él atacaba a mujeres; yo era mujer. Por más que lo racionalizara, por más que tratara de mostrarme dura, ese hombre me asustaba. Me asustaba en el fondo de las tripas, allí donde no llegaban la lógica ni la razón.
Pasados unos minutos, vi moverse una sombra en el cuarto al otro lado del vidrio espejado. Con ganas de una distracción, me levanté y fui hasta allí. Clay estaba en el otro cuarto. Solo. Estaba sentado frente a la mesa e inclinaba su silla hacia atrás con las piernas estiradas hacia adelante. No estaba esposado ni vigilado ni lastimado. Hasta ahí, todo bien.
– ¿Es él? -dijo Le Blanc detrás de mi-. El infame Clayton Danvers. Di que no.
Seguí observando a Clay.
– Maldito Dios -murmuró Le Blanc-. ¿Dónde los encontró a ustedes dos la Jauría? ¿En un campeonato do vóleibol? Lindo bronceado, me encantan esos rizos rubios -Le Blanc sacudió la cabeza-. Ni siquiera es tan alto como yo. ¿Qué mide, un metro ochenta? ¿Cien kilos con botas con puntera de hierro? Carajo. Esperaba un monstruo horrible, más grande que Cain, y con qué me encuentro? La próxima estrella de Baywatch. Su inteligencia podría ser lo suficientemente escasa. ¿Puede mascar chicle y atarse el zapato al mismo tiempo?
Clay dejó de jugar con su silla y lentamente se volvió hacia el espejo. Se levantó, miró el cuarto y se paré delante de mi. Yo estaba inclinada hacia delante, con una mano contra el vidrio. Clay puso sus dedos a la altura de los míos y sonrió. Le Blanc dio un salto atrás.
– Carajo -dijo-. Creí que era vidrio espejado.
– Lo es.
Clay volvió la cabeza hacia Le Blanc y dijo tres palabras. Entonces se abrió la puerta detrás de él y uno de los agentes lo llamó. Clay se encogió de hombros, me dirigió una última sonrisa y se fue con el agente. Cuando se iba sentí una confianza renovada.
– ¿Qué dijo? -preguntó Le Blanc.
– Espérame.
– ¿Qué?
– Es un desafio -dijo Marsten desde el otro lado del cuarto. No alzó la vista- de la revista. -Te invita a quedarte para conocerlo.
– ¿Tú te vas a quedar? -dijo Le Blanc.
Los labios de Marsten formaron una sonrisa.
– A mi no me invitó.
Le Blanc resopló.
– Para ser un montón de monstruos asesinos, todos ustedes no son más que una broma, con sus reglas, desafíos y poses. -Agitó una mano hacia mi. -Como tú. Parada allí tan tranquila, haciendo de cuenta que no estás preocupada en lo más mínimo por tenernos a nosotros dos en el cuarto.
– No lo estoy.
– Deberías. ¿Sabes lo rápido que podía matarte? Estás parada a menos de un metro de mi. Si tuviera una pistola o un cuchillo en el bolsillo, estarías muerta antes de que tuvieras tiempo de gritar.
– ¿De veras? Qué tal.
Le Blanc tuvo un tic en la mejilla~¿No me crees, verdad? ¿Cómo -Como sabes que no llevo un arma?
No hay detector de metales en la puerta. Podría sanarla ahora, matarte y escapar en treinta segundos.
– Entonces hazlo. Sé que no te gustan nuestros jueguitos, pero dame el gusto. Si tienes una pistola o un cuchillo, sácalo. Si no, haz de cuenta- Demuestra que puedes.
– No necesito demostrar nada. Por cierto que no a una charlatana…
Sacó la mano en la mitad de la oración. Se la aferré y le quebré la muñeca. El sonido resonó en el cuarto. La recepcionista miró, pero Le Blanc estaba de espaldas a ella. Le sonreí y ella desvió la mirada.
– Maldita puta -dijo Le Blanc, tomándose el brazo-. Me quebraste la muñeca.
– Entonces gano yo.
Su rostro se puso violeta.
– Pedazo de…
– A nadie le gusta un mal perdedor -dije-. Aprieta los dientes y aguanta. No hay llorones en los juegos de los licántropos. ¿No te enseñó eso Daniel?
– No que ya no eres bienvenido -dejo Marsten, poniéndose de pie y lanzando la revista a la pila.
Como Le Blanc no se movía, Marsten se acercó a él e intentó tomarlo del brazo. Le Blanc se hizo a un lado, me miró con odio y luego salió del cuarto.
– Los placeres de cuidar niños -dijo Marsten-. Me voy entonces. Saluda a Clayton.
Marsten se fue.
Me quedé allí con el corazón golpeándome en el pecho. Lo había logrado. Oculté mi temor haciéndome la mala y Le Blanc ni siquiera notó la diferencia. Qué fácil. Podía ganarle a ese callejero sin problemas. ¿Entonces por qué mi corazón seguía saltando como un conejo en una jaula?
Veinte minutos más tarde yo seguía en la sala de espera, tratando de encontrar algo para leer. Un estudio de la revista Cosmo me llamó la atención. El título era: Discusiones constructivas; ¿Está fortaleciendo su relación con su amante o alejándolo. Interesante especialmente en la parte acerca de alejarlo, pero me obligué a dejar la revista. Cosmo nunca dice nada que tenga que ver conmigo. Sus estudios siempre hacen preguntas tales como "¿Cómo reaccionaría si su amante le anunciara que va a irse a trabajar a Alaska?. Y saltar de alegría no es jamás una de las elecciones. ¿Mudarme a Alaska? Carajo, mi amante tenía treinta y siete y a no se habla ido de casa. ¿Dónde estaban las preguntas relevante para mi vida? Qué tal: “¿Cómo reaccionaría si encontrara pelo y huellas de su amante junto a un hombro muerto?” Muéstrenme eso en Cosmo y tendrán una suscriptora más
Aún buscaba algo para leer cuando entró Clay. La recepcionista volvió a despertarse. Sonrió y murmuró algo que no escuché. Clay le respondió con una mirada y una mueca de desinterés. Cuando ella casi se desinfló y volvió a sus tareas casi me dio tristeza. Clay puedo ser encantador.
¿Pena de muerte? -pregunté cuando se me acercó.
– En tus sueños. Eran estupideces,, cariño. Puras estupideces y yo me quedé sin almuerzo.
– Deberías demandarlos.
– Tal vez lo haga. -Fue hasta la puerta y la abrió para mi.
– ¿Así que tuviste visitas?
– Marsten y Le Blanc.
¿Quién? Ah, el tipo nuevo. ¿Qué quería Marsten?
– Me ofreció un collar.
– ¿A cambio de…?
– Nada. Karl actuando como Karl. -amable como siempre, sin preocuparse por la pequeña cuestión de que estamos en una batalla sangrienta y a muerte. Hablando de muerte, Le Blanc alardeó de que podía matarme en la sala de espera. Le quebré la muñeca. No se mostró impresionado.
– Bien. ¿Para qué vino?
– Para mirarme, creo. Me parece que tampoco se quedó muy impresionado con lo que no.
Clay resopló y frimos hacia el estacionamiento.
Estacionamos en la entrada al llegar a Stonehaven. Jeremy nos esperaba en la puerta delantera.
– No llegaron para el almuerzo -dijo-. ¿Pasó algo malo?
– No -dijo Clay-. Me llevaron a la comisaría Para interrogarme.
– Después de que llevamos a Cain -dije, antes de que a Jeremy le diera un ataque al corazón-. La policía nos detuvo en la ruta cuando veníamos de vuelta. Parece que Daniel les dijo que Clay podía saber algo acerca de la muerte de Mike Braxton. Seguramente tenía la esperanza de que nos encontraran con el cuerpo de Cain en camino a deshacernos de él. Pero no tuvo suerte.
– ¿Cuánto parecía saber la policía?
– No mucho -dijo Clay-. Las preguntas eran bastante generales. Salieron a la pesca?
– ¿Registraron el auto?
– Difícil saberlo -dije-. Uno de ellos miró bastante por las ventanillas y por debajo. Actuó como si sólo le interesara el Explorer en general, cuánto carga, cómo anda fuera del camino, cosas ni. Por otro lado, pudo ser su manera de registrar a plena vista de modo sutil.
– Maravilloso -dijo Jeremy, sacudiendo la cabeza-. Vengan adentro. tendremos que irnos pronto.
– ¿Se te ocurrió cómo enviar un mensaje a Daniel? -pregunté.
Jeremy agitó la mano.
– Eso no fue problema. Ya le transmití mi mensaje.
– ¿Contestó?
– Sí, pero no tiene nada que ver con lo que vamos a hacer. Apúrense. No tenemos mucho tiempo.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Clay, pero Jeremy ya estaba en la casa.
Menos de una hora después, los cinco estábamos en el Explorer. Era la primera vez que los integrantes de la Jauría no necesitábamos usar varios vehículos para viajar juntos. Sólo quedábamos cinco. Por supuesto que ya lo habla advertido, pero no lo comprendí realmente hasta que pudimos salir a la rata en un solo auto. Que-dábamos cinco. Cuatro hombres y una mujer que no estaba segura de contarse como parte del grupo. ¿Si me iba, habría Jauría? ¿Se podía considerar a dos padres y a dos tíos una jauria? Dejé de lado la idea. Con o sin mi, la Jauría sobreviviría. Siempre lo había hecho. Además, no había ninguna necesidad urgente de que yo declarara mi independencia ahora y ni siquiera en el futuro cercano. Aún pensaba en volver a Toronto cuando esto se acabara, pero como Jeremy había dicho, no había necesidad de tomar una decisión apresurada respecto de mi estatus en la Jauría.
Íbamos al aeropuerto a encontrarnos con Jimmy Koening. Llamémoslo un comité de recepción sorpresa. Jeremy habla sabido que Koenig llegaba hoy a la ciudad de Nueva York en el vuelo de las seis y diez proveniente de Seattle. No me pregunten cómo lo supo. Supongo que obtuvo la información a resultas de varías llamadas telefonicas, unas cuantas mentiras y muy buenos modales. Ése era el método habitual de Jeremy Era asombroso lo que se podía obtener de los empleados de las aerolíneas, el personal de reservas en hoteles, los representantes telefónicos de tarjetas de crédito y otros empleados de servidos al cliente, simplemente armando una buena historia y siendo muy amable al contarla. Como decía, supuse que eso era lo que Jeremy había hecho. No se molestó en comentar «cómo" cuando transmitió la información. Nunca lo hacía. Si fuera otro, sospecharía que estaba alardeando, como un mago que sacan un conejo de la galera sin revelar el truco. Yo sabía que Jeremy no tenía tal motivo. En todo caso él pensaría que dar una explicación sería alardear, como si esperan que lo aplaudieran por su inteligencia.
El plan era esperar a Koenig a la salida, ayudarlo con su equipaje y escoltarlo a Bear Valley con gran estilo, luego de retornar con relaciones tomando unos tragos en el “21”. De veras.
Bueno. Ése no era el plan.
El plan era acabar con el pobre callejero antes de que pudiera ver el Empire State. Se había terminado el período de explorar cuidadosamente el problema. Por fin, entrábamos en acción.