A la mañana siguiente, Jeremy y Antonio se fueron otra vez. Yo volví al trabajo. O, al menos, me preparé para volver al trabajo. Llamé al hospital para saber acerca de Philip, luego me senté frente al escritorio en el estudio, encendí la laptop de Clay y me quedé allí, mirando del teléfono a la laptop y viceversa. Eran mis únicas herramientas para encontrar a Clay y no tenía idea de qué hacer ahora con ninguna de las dos. De modo que saqué un anotador y empecé a hacer una síntesis de lo que sabía, esperando que se me ocurriera así otra vía de exploración.
Quedaban dos callejeros con experiencia, la mitad del número original. Eso era tranquilizador, hasta que recordé que habíamos eliminado a los dos callejeros menos importantes y dejado vivos a los más peligrosos. No era tan bueno. También teníamos a dos callejeros nuevos. A Le Blanc lo conocía bien y entendía cómo funcionaba. Volví a sentir cierta complacencia momentánea antes de recordar que ni siquiera habla visto al protegido de Cain, Victor Olson. Así que quedaba el siguiente paso: averiguar más acerca de Olson. Por supuesto que decidir lo que iba a hacer no era lo mismo que determinar cómo hacerlo. De las dos herramientas que tenía disponibles, Internet parecía la mejor, porque con el teléfono ni siquiera sabía por dónde empezar.
Cain había dicho que el nombre de su protegido era Victor Olson y que lo habla sacado de una cárcel de Arizona, donde estaba preso por crímenes sexuales. Dado que Daniel había encontrado a Olson, sus crímenes debían haber sido lo suficientemente importantes como para aparecer en los medios. Sólo esperaba que Victor Olson fuese su nombre real. Lo era. Una simple búsquda con el nombre y la ciudad obtuvo siete correspondencias completas. Tres se referían a Victor “Perro Loco» Olson, lo que sonaba prometedor, hasta que hice clic en el primer sitio y me encontré con una publicidad de un ahogado de juicios por daños. El cuarto se refería a un prócer de la ciudad, muerto hace muchos años, de nombre Victor Olson. Con los últimos tres tuve suerte. Victor Olson había escapado de la cárcel hacía cuatro meses, interrumpiendo así su condena a cadena perpetua por violar y matar a una nena de diez años. Volví a leer varias veces la edad de su víctima. Cain dijo que estuvo en la cárcel por “joder con un par de chicas”. Su-puse que con lo de «chicas» quería decir mujeres. Obviamente no era así. Conteniendo el asco, leí todo el artículo. Olson era un asesino de niñas de toda la vida que había sido denunciado varias veces por actos indecentes, pero los cargos siempre habían sido rechazados porque el juez consideraba que los testimonios de las víctimas “no eran confiables”. Con la última víctima, el juez tuvo que admitir que el testimonio que aportaba su cadáver era razonablemente confiable. Pasé al artículo en el segundo sitio y descubrí por qué Daniel había escogido a Olson. Era de los que acechan a su presa. Escogía a sus víctimas cuidadosamente y las seguía durante semanas antes de actuar. Un detective dijo que nunca habla visto a nadie tan bueno para la "caza”, ése era su comentario.
Pasé otra hora revisando lo que sabía. Cuando no llegué a nada fui a buscar a Nick, que estaba en el gimnasio, y le repetí todo, esperando que a él se le ocurriera algo o que al verbalizar la cosa se me ocurriera algo a mí. Nick escuchó, pero no aportó nada. Nick no estaba acostumbrado a tener ideas. Eso sonó peor de lo que debía. Lo que quise decir es que estaba acostumbrado a seguir los planes de otros fueran de Jeremy, de su padre, de Clay o míos. Era un lugarteniente entusiasta, pero no era exactamente -como decirlo de un modo benévolo- un pensador profundo. Hablar con él tampoco me ayudó. Así que dejé los papeles, apagué la laptop e hice la tarea más aburrida y embotadora que se me ocurrió. Lavé la ropa.
Nadie había lavado ropa desde que nos fuimos a Toronto, probablemente porque era lo último en lo que alguien pensaría. No entendí todas las implicancias de eso hasta que estaba doblando la primera carga del lavarropas y me encontré con una camisa de Clay. Me quedé allí, en el lavadero, sosteniendo la camisa. Clay la tenía puesta el día anterior a que nos fuéramos. No sé por qué lo recordé. Era una camisa de golf a franjas de color verde oscuro, una de las escasas excepciones en el vestuario de Clay a la plétora de remeras blancas y negras lisas. Tuvo que haber sido un regalo de Logan, que consideraba responsabilidad suya poner un toque de moda en el vestuario de Clay. Mirando la camisa, pensé en Logan y resurgió el dolor. Después pensé en Peter, recordó cómo le tomaba el pelo a Clay por lo monocromático de su guardarropas y lo amenazaba con darle un montón de las remeras más llamativas que pudiera encontrar. Pestañeé con fuerza, metí la camia debajo de una parva de pantalones de Nick y seguí adelante.
Luego de doblar la primera carga de ropa, la llevé arriba para guardarla. Dejé para el final la pila de Clay. Durante varios minutos me quedé parada frente a la puerta cerrada de su cuarto y dudé si poner sus cosas en otro lugar antes de reunir suficiente coraje como para entrar Hice la tarea a las apuradas, apretando las camisas, la ropa interior y las medias en sus cajones. Sus jeans fueron al ropero. Sí, él colgaba sus jeans, probablemente porque si no lo hiciera, no habría otra cosa en el ropero. Estaba poniendo los jeans en las perchas cuando vi una pila de regalos envueltos en el piso del ropero. Sin siquiera mirar las etiquetas supe lo que eran. Una parte de mi quería cerrar la puerta del ropero de un golpe y escapar. No quería verlos. Pero no pude resistirlo. Estiré la mano y tomé el regalo de arriba. Estaba envuelto en papal navideño, con bastones y arcos de caramelo. En la etiqueta habla un nombre: Elena, que cruzaba las palabras DE y k
Nick habla dicho que Clay esperaba que yo volviera. Yo misma casi esperaba volver la Navidad pasada, no por propia voluntad, sino mágicamente, como si pudiera quedarme dormida en Toronto en la Noche Buena y despertar en Stonehaven a la mañana siguiente. Las Pascuas, el día de Acción de Gracias, los cumpleaños, pasaban sin que yo los notara, sin ninguna urgencia por volver. La Navidad era diferente. La Navidad le pertenecía a Clay.
De niña yo odiaba la Navidad, De todas las fiestas, era la que más glorificaba a la familia, todas esas películas y especiales para la televisión y avisos y tapas de revistas que mostraban familias felices y sonrientes, que llevaban a cabo los ritos correspondientes a la ocasión. No esque me faltaran las cosas típicas de la Navidad, mis familias adoptivas no eran ogros totales. Me daban regalos y comía pavo. Iba a fiestas y misas de modianoche. Me sentaba en la falda de Papá NoeI y aprendía a cantar para la fiesta del colegioo. Pero sin los vínculos “normales" que deseaba, los rituales parecían tan falsos como la nieve artificial. Así que cuando me fui a vivir sola a los dieciocho, dejé de celebrar. Entonces conocí a Clay. Ese primer año que estuvimos juntos sentí por fin que era posible una verdadera Navidad, No tenía padres y abuelos y tíos y tías a mi alrededor, pero tenía a alguien. Tenía el primer vínculo con todo lo demás que tanto deseaba.
Debo decir que Clay no tenía idea de cómo celebrar la Navidad. No era una fiesta oficial de los licántropos. En realidad no hay festividades oficiales de los licántropos, pero no es ésa la cuestión. La Jauría sólo reconocía la Navidad como un momento para reunirse, como lo hacia tantas veces al año. Intercambiaban regalos, igual que en sus cumpleaños, pero hasta allí llegaba la celebración. ¿Entonces qué hizo Clay cuando sugerí que quería una Navidad con todas las letras? Éñ me dio una.
Aunque no lo supo entonces, se pasó semanas estudiando la festividad para saber qué se esperaba. Entonces me dio una Navidad con todo. Salimos y cortamos un árbol, luego advertimos que era imposible llevarlo a su departamento en moto. Hicimos que nos lo llevaran y lo decoramos. Prepararnos galletas y descubrirnos lo difícil que es hacer figurines con masa de galleta sin un molde. Hicimos un Pan dulce, que probablemente estaría aún en el balcón de su viejo departamento, donde finalmente lo usamos para mantener abierta la puerta. Compramos luces para balcón y luego tuvimos que ir por un alargador, luego por una tijera de cortar alambre para hacer un agujero en el tejido de la puerta y pasar el cable. Escuchamos música de Navidad, vimos El Grinch y alquilamos Es una vida maravillosa, aunque Clay se durmió, bueno, en realidad nos quedamos dormidos los dos. Bebimos licor de huevo junte al fuego, mejor dicho junto a una foto de una Chimenea de una revista, que Clay pegó en la puerta Cumplimos con todas las tradiciones. Entonces, en la Noche Buena, hicimos el amor por primera vez. Yo misma fui mi regalo para él. Su regalo para mí fue su paciencia inagotable en los meses previos, hasta que superé ni temor a la intimidad. Fue la Navidad perfecta. No llegamos a las Pascuas.
No hubo Navidad al año siguiente. Supongo que la Navidad aún ocurría en el mundo exterior, pero en Stonehaven pasó sin que se notara. Para el invierno apenas si estaba fuera de la jaula. Clay seguía desterrado. Logan venia a verme, pero lo alojé, como hice la otra media docena de voces que intentó visitarme. Nick envió un regalo. Lo tiré sin abrir. Antes de que Clay me mordiera, yo había conocido a Logan y a Nick, incluso empecé a considerar los amigos. Después los culpé de no alertarme. De modo que vino y se fue la Navidad y yo apenas lo noté. Al año siguiente, Clay seguía desterrado. Yo ya estaba bien avanzada en mi recuperación. Habla perdonado a Logan y a Nick e incluso a Jeremy. Estaba conociendo a Antonio y a Peter. Empezaba a aceptar la vida como mujer loba. Llegó la Navidad nuevamente y yo pensé que pasaría una Navidad sin bambollas, al igual que el año anterior. En cambio, tuvimos una Navidad a todo trapo, con regalos debajo del arbolito, luces de colores reflejadas sobre la nieve y pavo en la mesa. Toda la Jauría vino a Stonehaven por una semana y, por primera vez, supe lo enloquecida, cansadora, ruidosa y maravillosa que puede ser una Navidad en familia. Pensé que así era como celebraba la Jauría todos los años cuando tenía que vérselas con una nueva mujer loba rabiosa, No fue hasta enero que supe la ventad. Clay se había comunicado con Jeremy y le pidió que hiciera eso por mí. Fue el regalo que me hizo. Mi regalo para él fue pedirle a Jeremy que pusiera fin a su destierro,
Después de eso, todos los años tuvimos grandes celebraciones de Navidad en Stonehaven. La Jauría me permitía vivir mi fantasía por completo, sin hacerme sentir jamás que lo hacían para darme el gusto. No puedo decir que todas las Navidades fueran felices. A veces Clay y yo estábamos bien, la mayor parte de las veces no, pero estábamos siempre juntos. Si esa última Navidad de Clay había sido difícil, hubo una cosa que la hizo tolerable: saber que él estaba en alguna parte. Al mirar la pila de regalos en su ropero, advertí que también valía para cada día de mi vida, no sólo para la Navidad. De algún modo, saber que Clay estaba allí, esperándome si decidía volver, me daba un consuelo en la vida. La nuestra podía ser la relación más volátil que se pudiera imaginar y Clay mismo podía ser la persona más irritable que yo conociera pero, de un modo perverso, él era la cosa más estable de mi vida. Hiciera yo lo que hiciese, él estaría allí, me sucediera lo que me sucediese siempre podía volver a Stonehaven. ¿Y si no estuviese? La idea me llenó de algo tan helado que mi aliento pareció congelarse en mis pulmones y tuve que esforzarme para poder respirar. No le había mentido a Jeremy la noche anterior. Éste no era uno de esos cuentos de hadas en que la heroína reconoce su amor imperecedero por el héroe cuando él está en peligro de muerte. En esta historia no había héroes ni heroínas y no habría un final feliz para siempre, aunque recuperáramos a Clay. Aún no podía imaginarme vivir con él, ni podía pensar en mi mundo sin él. Lo necesitaba. Tal vez eso fuera increíblemente egoísta. Casi con certeza lo era. Pero era honesto. Necesitaba a Clay y tenía que recuperarlo. Volví a mirar los regalos y supe que no estaba haciendo lo suficiente.
– Voy a Bear Valley -dije.
Era el día siguiente. Nick y yo estábamos en el patio de atrás, almorzando. Jeremy y Antonio se habían ido hacía una hora, Desde entonces, trataba de pensar cómo decirle a Nick lo que planeaba. Luego de media docena de intentos fallidos, me decidí a decirlo sin vueltas.
– Le dije a Daniel que quería verlo.
– ¿Eso decías en esa nota? Cuando Antonio y Nick se fueron a enviar la última carta de Jeremy a Daniel le deslicé a Nick una nota para agregar a la de Jeremy. Nick no me hizo ninguna pregunta, probablemente porque él quería Ignorar la respuesta.
– Sí. Me voy a encontrar con él alas dos.
– ¿Cómo logró comunicarse contigo?
– No lo hizo. Le dije que lo vería a las dos. Y él va a estar allí.
– ¿Y Jeremy está de acuerdo?
Me di cuenta por el tono de Nick de que él sabía perfectamente que yo no se lo había mencionado a Jeremy. La pregunta era su manera prudente de referirse al asunto. O quizá tuviera la esperanza imposible de que esto fuera algo que yo había planeado con Jeremy y habíamos olvidado mencionárselo.
– Ya no me voy a quedar quieta -dije-. No puedo hacerlo. Lo intenté, pero no puedo.
Nick bajó las piernas y se sentó en el borde de su reposera.
– Sé lo duro que es para ti, Elena. Sé cuanto lo amas…
– No es eso. Mira, ya hablé todo esto con Jeremy. Necesitamos recuperar a Clay. La Jauría lo necesita- Yo voy a hacer que vuelva. Que quieras ayudar es asunto tuyo.
– Lo que vuelva, pero no voy a ayudarte a que te hagas matar.
– ¿Y eso qué quiere decir?
– Lo que parece. Te vi cómo estaba. Hace un par de días…
– ¿De eso se trata? ¿Por qué perdí el control hace tres días? Mírame ahora. ¿Te parece que estoy fuera de control?
– No y eso probablemente me asusta más que si lo estuvieras.
– Voy a ir. -dije
– No sin mí
– Bueno.
– Pero yo no voy. Así que tú tampoco.
Me paré y fui hacia la puerta trasera. Nick se puso de pie de un salto y me cerró el paso.
– ¿Qué vas a hacer? -pregunté-. ¿Vas a desmayarme de un golpe y encerrarme en la jaula?
Desvió la mirada, pero no se movió. Sabía que no haría nada. Llegados a eso, no usaría la fuerza física para detenerme. No era parte de su naturaleza
– ¿Dónde es el encuentro? -preguntó por fin-. ¿En un lugar público? Porque si no…
– Es en el Donut Hole. Lo más público que pude lograr. No importa lo que pienses, no estoy haciendo nada que pudiera ponerme en peligro. No haría nada para ponerte a ti en peligro tampoco. El único riesgo es que desobedezco las órdenes de Jeremy. Y sólo lo hago porque se equivoca al excluirme.
– De modo que te encontrarás con Daniel en el café y yo estaré allí. Detendremos el auto adelante. No iremos a ninguna parte con él, ni siquiera a caminar por la calle.
– Exacto.
Nick se volvió y entró a la casa. No lo hacía feliz, pero me iba a acompañar. Algún día se lo compensaría.
Cuando estacioné delante del café, pude ver a Daniel a través de la ventana. Estaba sentado en un reservado. El pelo castaño le llegaba hasta los hombros y lo llevaba detrás de su oreja izquierda, su única oreja, en realidad, a causa de esa pequeña mordedura de hacía unos años. Su perfil era duro, pómulos altos, mentón puntiagudo y nariz fina, bien parecido, pero se asemejaba más a un zorro que a un lobo, lo que iba mejor con su personalidad.
Al bajar del auto, sus ojos verdes me siguieron, pero no registró mi presencia con ningún gesto, ya que había descubierto tiempo atrás que yo no respondía bien a la adulación. Su cuerpo era delgado y compacto. Medíamos lo mismo, alrededor de uno ochenta Una vez que tuve que encontrarme con Daniel para transmitirle una advertencia de Jeremy, yo tenía puestos tacos de cinco centímetros y disfruté la sensación de hablarle desde arriba, hasta que me dijo lo sensuales que me quedaban los tacos. Desde entonces nunca me había visto de otro modo que con mis zapatillas más viejas y maltratadas.
Eso día Daniel se habla puesto una remera negra y jeans, que era lo que se ponía casi siempre. Copiaba el vestuario monocromático de Clay, estilo obrero de la construcción, como si eso le diera cierta clase. No era así.
Marsten estaba frente a Daniel. Como de costumbre, estaba vestido como si hubiese salido de una revista de modas, lo que hacía parecer descuidado a Daniel. Bueno, Karl Marsten haría parecer descuidada a cualquier persona, pero no es ésa la cuestión.
Cuando Nick y yo entramos, Marsten se puso de pie y se acercó a la puerta para saludarnos.
– Viniste -dije-. Me sorprende que Danvers te lo permitiera. ¿O acaso no lo sabe?
Me pateé mentalmente. Hasta entonces no había pensado en lo que pensarían los callejeros sí yo resultaba estar violando las órdenes de Jeremy. Divisiones en la Jauría. Maravilloso. Era seguro que Marsten se iba a dar cuenta en cinco segundos.
– Te ves bien, Elena -continué Marsten, sin esperar mi respuesta-. Un poco cansada, pero eso era de esperarse. Con suerte esto se acabará pronto.
– Eso dependerá de ustedes -dije
– En parte. Se volvió hacia el hombre que atendía el mostrador. -Dos cafés. Sin nada para la dama y… -miró a Nick-¿Una de crema y dos de azúcar, verdad?
Nick sólo lo miró con odio.
– Uno sin nada. El otro con una de crema y dos de azúcar -repitió Marsten al hombre-. Póngalo en mi cuenta. Se detuvo y luego se volvió hacia mí sonriendo. -No puedo creer que acabe de decir eso en un café. Tengo que salir de este pueblo.
Yo desvié la mirada.
– Hacía mucho tiempo que no te vela, Nicholas -continuó Marsten-. ¿Cómo está tu padre? Invertí en una de sus empresas el año pasado. Ganancias del treinta por ciento. Por cierto que aún maneja bien las cosas.
Ignorándolo, Nick se sentó en un taburete frente al mostrador y estudió la oferta de masas. Marsten se sentó a su lado en otro taburete y me indicó que fuera con Daniel.
– Tú ve a hacer lo tuyo. Yo me quedo con Nicholas. Daniel no levantó la mirada cuando me acerqué. Revolvió el café y sólo me saludó con un movimiento de su cabeza. El hombre del mostrador trajo mi café. Lo hice a un lado y me senté frente a Daniel, al otro lado de la mesa. Siguió revolviendo el café. Me quedé sentada allí unos segundos. En otras circunstancias, yo habría esperado más para ver cuánto podía estirar él esa indiferencia fingida de revolver el café antes de sentirse obligado a mirarme. Pero el tiempo de jugar se había acabado.
– ¿Qué quieres? -pregunté.
Aún revolvía, con los ojos en la taza, como si pudiera escapársele si dejaba de mirarla.
– ¿Qué quiero habitualmente?
– ¿Venganza?
Alzó la vista y me miró a los ojos, después me recorrió lentamente con la mirada como de costumbre. Apreté los dientes y esperé. Luego de unos segundos, me sentí tentada de chasquear los dedos delante de su rostro y decirle que no había tanto que mirar.
– Quieres venganza -repetí, para hacer que su cerebro volviera a funcionar-
Daniel se reclinó en el asiento, alzando una pierna para mostrarse muy tranquilo y relajado.
– No. Nunca quise eso. No importa lo que me haya hecho la Jauría, ya lo superé. No merecen mi tiempo. Pero tú sí.
– Otra vez la misma historia -murmuré.
Daniel me ignoré.
– Sé por qué estas con ellos, Elena. Porque temes irte, temes lo que te harán y temes lo que te pasará sin su protección. Estoy tratando de mostrarte que no pueden hacerte daño y no pueden protegerte. Si quieres un compañero, un verdadero compañero, mereces algo más que un monstruo que tiene que dar tres vueltas antes de acostarse. Yo puedo darte algo mejor.
– ¿Así que esto es para ganarme a mí? No digas estupideces.
– ¿No crees que lo vales? Creí que te valorabas más.
– Mi inteligencia está por encima de eso. No es por mí. Nunca lo fue. Es por ti y Clay. Crees que me tiene, así que me quieres. Tu motivación es tan compleja como la de un chico de dos años que ve a otro con un juguete. Lo quieres para ti.
– Te subestimas.
– No, no subestimo cuánto lo odias. ¿Qué pasó? ¿Siempre le dieron la porción más grande de torta cuando eran chicos?
– Mi vida fue un infierno gracias a ellos. Él y el indio toro aquel -Daniel miró con odio en dirección a Nick-. Pobre Clay. Tiene problemas. Tuvo una vida dura. Debes tratarlo bien. Debes ser su amigo. Es todo lo que he escuchado siempre. Lo único que veían era un cachorro de lobo. Si mostraba los dientes, les parecía simpático. Nos mandaba como si fuera un Napoleón en miniatura y ellos lo consideraban bonito. Para mí no era ni bonito ni simpático. Era…
Alcé la mano.
– Estas desvariando.
– ¿Qué?
– Quería que lo supieras. Estas desvariando. Es un poco feo. Si sigues así terminarás informándome de tus planes para dominar el mundo. Eso es lo que hacen todos los villanos después de desvariar acerca de su motivación. Esperaba que tú fueras distinto.
Daniel tomó un gran trago de café, luego sacudió la cabeza y se rió.
– Bueno, ya me diste el cachetazo para ubicarme. Siempre fuiste buena para eso. Tú dices que ladre y yo pregunte si alto o bajo.
– Digo que sueltes a Clay…
Daniel hizo una mueca
– Y yo digo: ¿por qué habría de molestarme? Bueno, hay un límite para mi obediencia. No lo soltaré sólo porque tú lo quieres, Elena. Podrías hacer pucheros y ojitos y rogarme y, si bien eso me resultaría muy excitante, no me haría soltarlo. Te haré la misma oferta que a Jeremy Tú por Clay
– ¿Por qué?
– Ya te dije.
– ¿Porque me deseas tanto que estas dispuesto a arriesgar tu vida para tenerme? Dame una explicación mejor o me voy.
Daniel se quedó en silencio un momento y luego se inclinó hacia delante.
– ¿'Has pensado alguna vez en tener tu propia Jauría? No reclutar callejeros medio idiotas, sino crear una dinastía. No somos inmortales, Elena, pero hay una manera de asegurarnos la inmortalidad.
– Realmente espero que no estés insinuando lo que pienso.
– Niños, Elena. Una nueva raza de licántropos. No medio licántropos, medio humanos, sino licántropos plenos, que hereden los genes de ambos padres. Licántropos perfectos.
– Vaya. Realmente quieres dominar el mundo.
– Hablo en serio.
– Seriamente loco. Lo siento, pero este útero no se vende ni se alquila.
– _Ni siquiera por el precio de una vida? ¿La vida de Clay?
Me recosté hacia atrás e hice de cuenta que lo estaba pensando. Era el momento de redoblar la apuesta.
– ¿De modo que si acepto, lo dejas en libertad?
– Correcto. Sólo que no voy a confiar sólo en que vengas conmigo y te quedes, de modo que aclaremos eso de entrada. Tengo un lugar para ti, romántico y adecuadamente remoto y seguro. Estarías confinada. Algo así como la jaula de Stonehaven, pero mucho más lujoso. Si me das lo que quiero, todo lo que quiero, no estarás allí mucho tiempo. Cuando te haya convencido de que soy tu mejor opción, te dejo salir. Si tratas de escaparte te encierro nuevamente.
– Caray, qué tentador.
· -Estoy siendo honesto contigo, Elena. Es un intercambio. Su cautiverio por el tuyo.
Hice de cuenta que lo pensaba, mirando por la ventana. Entonces volví a mirar a Daniel.
– Ésta es mí condición. Quiero verlo libre. Lo harás a la luz del día en un lugar público. Estaré allí para verlo. Cuando él esté libre, seré tuya.
– No funciona así. Cuando seas mía, él queda libre.
– No tienes intención de soltarlo -dije, volviéndome para mirar a Daniel a los ojos-. Es lo que pensé.
· Me puse de pie, – y salí del café. Tanto Nick como Daniel me siguieron rápido. Cuando llegué al auto, Daniel me impidió abrir la puerta.
· -¿Has visto las fotos, verdad? -preguntó. Me detuve, pero sin mirarlo.
– Sé que has visto las fotos -continuó Daniel-. Has visto en qué estado está. Has visto que la cosa se pone peor. ¿Cuánto más piensas que puede resistir?
Me di vuelta lentamente. Me volví y vi el rostro de Daniel y la satisfacción en sus ojos y perdí el control. Durante la última media hora, me había esforzado por no pensar en Clay. Mientras hablaba con Daniel, me esforcé por no recordar que él era el que tenía cautivo a Clay, que lo había drogado y golpeado hasta que apenas le quedara un centímetro de piel sin marca. Me concentré en hablarle a Daniel como lo había hecho cientos de veces, como si se tratara de transmitirle otro mensaje de Jeremy diciéndole que se enmendase o tendría un castigo. Realmente intenté olvidar lo que pasaba. Pero cuando se quedó parado allí y amenazó con matar a Clay, ya no pude fingir. La ira me desbordó antes de que pudiera controlarla.
Lo tomé de la camisa y lo lancé contra el auto con tanta fuerzaa que la ventana del lado del conductor se hizo añicos.
– Hiena repugnante me acerqué a él hasta que nuestros rostros estaban a pocos centímetros. – Lo secuestras con una inyección. Lo encadenas a la pared para poder golpearlo. Pero eso no basta. Tienes que drogarlo. Tienes que estar absolutamente seguro de que no pueda juntar fuerzas suficientes como para escupirte en la cara. Entonces lo golpeas. ¿Te hace sentir bien? ¿Te hizo sentir muy hombre apalear a tu enemigo cuando no podía defenderse? No eres hombre y no eres lobo, Eres una hiena, un cobarde carroñero. Si lo vuelves a tocar, si veo una sola marca más, voy a hacerte algo que hará que esa oreja arracada parezca un pellizcón. Y si lo matas, te juro por Dios y el Diablo y cualquiera que escuche, si lo matas, te cazaré. Te cazaré y te ataré y te torturaré de todas las maneras que se me ocurran. Te dejaré ciego y te castraré y te quemaré. Pero no te mataré. No te dejaré morir. Te pondré en el infierno y allí vivirás por el resto de tu vida.
Tiré a Daniel a un costado. Se tropezó, recuperé el control y se volvió para enfrentarme. Su boca se abrió, se volvió a cerrar, volvió a abrirse, pero él no parecía poder pensar en una respuesta adecuada, así que se dio vuelta y fue hacia el café. Escuché un silbido y me volví para ver a Marsten apoyado contra la parte de atrás del auto.
– Ha vuelto la bruja -dijo Marsten-. Bueno, bueno. Esto puede ponerse interesante.
– Te vas al carajo -le rugí.
Abrí la puerta del auto, subí y lo puse en marcha cuando Nick se sentó del lado del acompañante. El Camaro salió rugiendo del estacionamiento, con chillido de gomas. No miré el velocímetro en todo el camino de regreso a Stonehaven.
En una cosa yo tenía razón. Se había acabado el tiempo para juegos.