PREPARADA

Jeremy, Antonio y Nick aparecieron finalmente en la cabaña. Entraron cuando yo utilizaba las ligaduras de Clay para atar a Marsten. Naturalmente Jeremy estaba increíblemente impresionado por lo bien que había manejado yo las cosas por mi cuenta y juró no dejarme nunca afueera de nada. Sí, claro. En realidad sus primeras palabras no las puedo repetir. Entonces dijo que si alguna vez yo volvía a hacer algo tan estúpido, él… bueno, esa parte tampoco, la puedo repetir aunque Clay, Antonio y Nick la repitieron rápidamente, agregando cada uno sus propias amenazas. Así, el alma valiente que salvó el día tuvo que irse con el rabo entre las piernas, sentada en el asiento trasero de su propio auto. Pudo ser peor podrían haberme puesto en el baúl. En realidad, Nick lo sugirió, pero sólo bromeaba… creo.


Jeremy le dio a Marsten su territorio. Wyoming para ser precisos. Cuando Marsten se quejó, Jeremy ofreció cambiar por Idaho. Marsten se fue murmurando algo acerca de sombreros de diez galones y pantalones de vaquero. Por supuesto que no se conformaría con retirarse a un rancho. Volvería en busca de un territorio más adecuado a su estilo de vida, pero por el momento sabía que debía cerrar la boca y tomar lo que se le ofrecía.


Clay tardé un tiempo en sanarse. Mucho tiempo en realidad. Tenía una pierna y cuatro costillas rotas y un hombro dislocado. Lo habían golpeado tanto que sentía dolor acostado, sentado, parado… en todo momento. Estaba exhausto, famélico, deshidratado y lleno de drogas en cantidad suficiente como pera tener a un rinoceronte tumbado durante un mes. Me pasé una semana en una silla junto a su cama antes de sentirme tranquila de que iba a sobrevivir. Incluso entonces, sólo me iba de su cuarto para preparar las comidas y sólo porque decidí que lo que cocinaba Jeremy le estaba haciendo más mal que bien a Clay.

Yo tenía que volver a Toronto. En realidad lo supe desde el primer día, pero lo estuve posponiendo, diciéndome que Clay estaba demasiado enfermo, Jeremy necesitaba mi ayuda en la casa, el Camaro no tenía nafta, cualquier excusa que pudiera encontrar Pero tenía que volver Philip me esperaba. Tenía que averiguar cómo pensaba manejarse él frente a lo que habla visto. Terminado eso, volverla a Stonehaven. No había duda de cuál iba a ser mi hogar. Quizá nunca la hubo. Stonehaven era mi hogar. La idea aún me molestaba. Supongo que nunca iba a sentirme tranquila con esta vida, porque no la había elegido y yo era demasiado obcecada como para aceptar jamás algo que me había sido impuesto. Pero Clay tenía razón Aquí yo era feliz. Siempre habría una parte humana de mí que vería mal esta forma de vida, una moralidad humana que se sentiría abrumada por la violencia, vestigios de puritanismo que se rebelarían contra la total inmersión en la satisfacción de necesidades y urgencias primitivas. Pero incluso cuando Stonehaven no me hacía feliz, cuando yo estallaba de furia contra Jeremy o contra Clay o contra mí misma, de un modo perverso seguía sintiéndome contenta y satisfecha.

Todo lo que buscaba en el mundo humano lo encontraba aquí. ¿Quería estabilidad? La tenía en un lugar y con gente que siempre me recibiría con los brazos abiertos, hiciera lo que hiciese. ¿Quería una familia? La tenía en mi Jauría, con una lealtad y un amor que iban más allá de las simples etiquetas de madre, padre, hermana, hermano. Por lo tanto, al advertir que todo lo que quería estaba aquí, ¿me sentía preparada pera hacer a un lado mis aspiraciones humanas y enterrarme pera siempre en Stonehaven? Por supuesto que no. Siempre necesitaría encajar en el mundo. No había terapia o autoanálisis que fuera a cambiar eso. Aún tratarla de tener un trabajo en el mundo humano, tal vez escaparme por un tiempo cuando la vida aislada de la Jauría me abrumara. Pero Stonehaven era mi hogar. Ya no me escaparía.

Y tampoco podía seguir escapándome de mí misma. No me refiero a la parte de licántropo que hay en mí. Creo que eso lo acepté muchos años antes, quizás incluso lo disfruté porque me daba la excusa para tantas cosas en la vida. Si me mostraba beligerante y cortante, era por la sangre de loba que habla en mis venas. Si atacaba a otras personas, nuevamente la sangre de loba.

Y lo mismo respecto de toda tendencia violenta. ¿De humor cambiante? ¿Enojada? ¿Proclive a estallar? Carajo, tenía motivos para eso, ¿verdad? Yo era un monstruo. Y eso no es exactamente una condición que fomente la paz y la armonía interior. Pero tenía que admitir la verdad. No fue convertirme en licántropo lo que me hizo así. Bastaba pensar en Jeremy, Antonio, Nick, Logan, Peter. Cada uno de ellos podía compartir alguna de mis características menos atractivas, pero lo mismo sucedería con cualquier extraño que pudiera encontrar en la calle. Si, ser licántropo me hacía más capaz de actuar en función de la ira y vivir en este mundo hacía que tal conducta fuese más aceptable, pero todo lo que era yo, ya lo era antes de que Clay me mordiera. Por supuesto que saberlo y aceptarlo eran dos cosas diferentes. Todavía tengo que trabajar en eso.


Tardé casi un mes desde aquel día en Toronto para entender qué había querido decir Clay cuando aseguró que sabía por qué escogí a Philip y por qué no podía funcionar mi relación con él. Las primeras dos semanas después de que recuperamos a Clay fueron un infierno, algunos días ni siquiera estaba segura de que fuera a sobrevivir. Por lo menos así me parecía a mí. Lo miraba inconsciente en la cama y de pronto me parecía que su pecho había dejado de moverse. Lo llamaba a Jeremy. No, borren eso. Llamaba a gritos a Jeremy y él venía corriendo. Por supuesto que Clay estaba respirando perfectamente, pero Jeremy nunca me hizo sentir que estaba exagerando. Murmuraba algo acerca de que se quedaba brevemente sin aliento, quizás una apnea menor, y examinaba a Clay exhaustivamente antes de sentarse en la silla de al lado de la cama para vigilarlo por si había una "recaída". Para la tercera semana, Clay ya recuperaba la conciencia por periodos más prolongados y hasta yo tenía que reconocer que el peligro por fin parecía haber pasado. Lo que no quiere decir que yo dejara de acampar al lado de su cama. No lo hice. No podía. Y mientras yo insistía en estar allí, Jeremy insistió en reemplazarme en mi puesto mientras yo dormía o iba a correr, aunque los dos supiéramos que esa vigilancia constante sólo era necesaria para que yo estuviera tranquila.

Cerca del fin de la tercera semana, volví de ducharme y me encontré con Jeremy en mi lugar junto a la cama de Clay en la misma pose vigilante en que lo había dejado veinte minutos atrás. Me quedé junto a la puerta observándolo, las ojeras, su rostro enjuto. Supe entonces que tenía que parar, controlarme y admitir que Clay estaba bien y continuaría así -o incluso mejoraría- sin necesidad de vigilancia permanente. Si yo no dejaba de hacerlo, terminaría destruida y Jeremy me seguiría sin protestar.

– ¿Te sientes mejor? -preguntó sin darse vuelta.

– Mucho mejor.

Extendió la mano hacia atrás y tomó la mía cuando me acerqué.

– Pronto va a despertar. Su estómago gruñe.

– Dios no quiera que se pierda la cena.

– Hablando de eso, tú y yo vamos a salir esta noche. A algún lugar a donde haya que ir de traje y corbata y afeitado, al menos yo. Vienen Antonio y Nick. Ellos se quedarán con Clay.

– No es nece…

– Es muy necesario. Necesitas salir. Dejar de pensar en esto. Clay estará bien. Llevaremos tu teléfono celular para el caso de que algo suceda.

Mientras asentía y me sentaba en la silla junto a Jeremy, la respuesta al acertijo de Clay me asaltó de pronto con tanta fuerza que tuve que sostenerme. Y me di un golpe en castigo por no haberlo advertido antes. ¿Por qué escogí a Philip? La respuesta había estado mirándome a la cara desde mi retomo a Stonehaven, ¿A quién me recordaba Philip? A Jeremy, por supuesto.

Debo decir en mi defensa que Jeremy y Philip, al menos en su aspecto exterior, no tenían demasiado en común. No se parecían físicamente, No tenían los mismos gestos. Ni siquiera actuaban del mismo modo. Philip no tenía el mismo control de sus emociones que Jeremy, ni su autoritarismo, ni su callada reserva. Pero ésas no eran las cualidades que yo más admiraba en Jeremy. Lo que vi en Philip fue un reflejo más superficial de lo que valoraba en Jeremy: su paciencia sin límites, su consideración, su bondad innata. ¿Por qué subconscientemente busqué a alguien que me recordara a Jeremy? Porque en Jeremy yo veía una versión infantil del Príncipe Encantado, alguien que me llevara flores y me cuidara más allá de las cagadas que yo hiciera. El problema era que no me sentía atraída sexualmente por Jeremy. Lo amaba como amigo, como líder y como figura paterna. Nada más. De modo que al encontrar una versión humana de mi ideal, encontré a un hombre al que estaba segura de que iba a amar, pero nunca con la pasión que podía llegar a sentir por un amante.

¿Eso me hizo sentir mejor? Por supuesto que no. Al excusarme por no poder sentir amor sexual por Philip, quería poder decir que se debía a algún problema de él, algo que a él le faltaba. La verdad es que todo se debía a mí. Me había equivocado y, por más bueno y decente que fuera Philip, él iba a sufrir por eso.


Luego de cinco semanas de postergar el retorno a Toronto, decidí hacerlo de una vez. Clay dormía la siesta. Yo estaba en la cama junto a él, adormilada, cuando me di cuenta de que tenía que partir en ese mismo momento, antes de que cambiara de idea. Me levanté y escribí una nota para Clay. Jeremy estaba en el fondo arreglando el muro de piedra. No le dije a dónde iba. Temía que él quisiera primero hacerme cenar o que lo esperara para que él pudiera llevarme al aeropuerto o alguna otra demora que me diera tiempo a perder impulso.


No llamé a Philip para decirle que iría. Escuchar su voz era una cosa más que podía hacerme cambiar de idea. Fui directo al departamento y entré. Él no estaba. Me sentó en el sofá a esperarlo. Volvió una hora más tarde, jadeando por haber corrido bajo el calor de junio. Abrió la puerta, me vio y se detuvo.

– Hola -dije, logrando producir una débil sonrisa.

Vi el temor en sus ojos y entonces supe que la cosa nunca habría podido funcionar. Por más que consiguiera intimar yo con un ser humano, si se enteraba de la verdad acerca de mi, siempre habría miedo. No había modo de superarlo.

– Hola -dijo por fin -. Vaciló, luego cerró la puerta y se secó el sudor de la cara. Después de tomarse el tiempo necesario para recuperar el aliento, dejé la toalla en la mesa del corredor y vino al cuarto.

– ¿Cuándo llegaste?

– Acabo de llegar. ¿Cómo estás?

– Bien. Recibí tus flores. Gracias, Respiré hondo. Por Dios, qué incómodo era esto. ¿Siempre había sido así? Habían pasado tan sólo cinco semanas y ya no podía recordar cómo hablábamos. Ya no había ninguna sensación de familiaridad.

– 'Tu herida… eh… debe de estar mejor -dije-. Si fuiste a correr.

– A caminar. A correr no. Todavía no.

Se encogió de hombros y se sentó en la reposera frente a mí. Volví a tomar aire. Esto no estaba funcionando. No había manera de hacerlo.

– Lo que viste el otro día… -comencé. No dijo nada.

– Lo que me viste hacer…

– No vi nada -su voz era suave, apenas audible.

– Sé que sí y tenemos que hablar de eso. Me miró a los ojos.


– No vi nada

– Phiiip, sé…

– No. -Escupió la palabra, luego se contuvo y sacudió la cabeza -No recuerdo nada de ese día, Elena. 'Te fuiste a trabajar. Tu primo vino a buscarte. Otros dos hombres vinieron por ti. Alguien me apuñaló. Y luego no recuerdo nada.

Yo sabía que él me estaba mintiendo. Por la seguridad de la Jauría, tenía que continuar, Conseguir que él reconociera lo que había visto y encontrar la manera de explicárselo. Pero algo me decía que esto era mejor para Philip. Dejarlo que se lo explicara a su manera. Le debía eso.

– Me voy -dije.

Me puse de pie. No dijo nada Vi mis valijas apiladas en el corredor, junto a unas cajas que contenían sus cosas.

– Me voy a mudar cuando se termine el contrato de alquiler -dijo

– Yo-se frotó la nariz. -Te hubiese llamado a tu celular. Estaba… Preparándome para hacerlo.

– Lo siento.

– Lo sé. -Me miró a los ojos por primera vez desde que llegué y logró esbozar una sonrisa. -Aún así fue bueno. Un error, pero un error bueno. Si vuelves a Toronto algún día quizá -podrías buscarme. Podríamos tomar una copa

Asentí. Al tomar mis maletas, mi mirada se dirigió a la mesa del corredor.

– Está en el cajón – dijo Philip suavemente.

Me volví para decir algo, pero él iba hacia el dormitorio, dándome la espalda. Cerró la puerta.

– lo siento -susurré.


Abrí las puertas que daban a la calle y salí con dos maletas pequeñas. 1e había dicho a Philip que podía dar el resto a obras de caridad o arrojarlo a la basura o lo que quisiera. No había nada allí que yo necesitara. Sólo tomé las maletas para que no pensara que abandonaba mis cosas enojada. Había tina sola cosa que yo quería en el departamento. Lo que había sacado del cajón de la mesa del corredor. Aún lo tenía en mi mano. Al salir del edificio, me detuve, dejé las maletas en el suelo y abrí el puño. El anillo de matrimonio de Clay destelló bajo las luces de la calle.

Clay.

¿Qué iba a hacer con respecto a Clay?

Pese a todo lo que habíamos pasado aún no podía darle lo que él quería. No podía prometerle mi vida, jurar que estaría a su lado a cada momento, despierto o dormido, hasta que la muerte nos separase Pero lo amaba. Completamente. Ya no habría otros hombres en mi vida, otros amantes. Podía prometerle eso. En cuanto a lo demás, bueno, tendría que ofrecer lo que podía y esperar que fuera suficiente.

– Estás aquí.

Levanté la mirada bruscamente. Clay estaba parado bajo la inquieta luz amarillenta de un farol. Por un momento creí que era una alucinación mía. Entonces él avanzó, arrastrando la pierna izquierda, aún no recuperado del todo.

– ¿No leíste mi nota? -pregunté

– ¿Nota?

Sacudí la cabeza.

– No deberías estar aquí. Se supone que tienes que estar en cama.

– No podía dejarte ir. No hasta que hablara contigo.

Miré el equipaje a mis pies y advertí que él debía de pensar que yo estaba por entrar al departamento en vez de salir de él. Humm. Que no se diga que dejo pasar la oportunidad de sacarle todo el jugo a las cosas. Si, puedo ser cruel, incluso sádica a veces.

– ¿Y qué querías decirme? -pregunté.

Dio un paso hacia delante, me tomó del codo y se me acercó tanto que pude sentir los latidos de su corazón. Latía aprisa, pero eso podía ser por el esfuerzo, por el viaje

– Te amo. Sí, ya lo oíste un millón de veces, pero no sé qué que más decir -Alzó la mano y tocó mi mejilla. -Te necesito, cariño. Este año en que no estuviste fue un martirio. Decidí que cuando volvieras haría cualquier cosa para retenerte conmigo. Sin trucos. Sin escenas. Sé que no lo hice muy bien. Carajo, probablemente ni siquiera notaste el cambio. Pero lo intenté. Y lo seguiré intentando. Vuelve a casa conmigo. Por favor.

Lo miré a los ojos.

– ¿Por qué volviste al departamento?

Parpadeó.

– ¿Como?

– El día que te atacaron. Viste a Daniel y a Le Blanc subir al departamento, ¿verdad?

– Sí.

– Sabías que yo no estaba allí. Acababas de hablar por teléfono conmigo.

– Sí…

– Así que sabías que la única persona que estaba en el departamento era Philip. Pero subiste a tratar de protegerlo. ¿Por qué?

Clay vaciló y dijo luego:

– Porque sabía que era lo que tú querías que hiciera. -Me acarició la mejilla con el pulgar. -Sé que no es la repuesta que deseas. Sé que quieres que diga que tuve un ataque de conciencia y subí a salvar a Philip. Pero no puedo mentir. No puedo sentir lo que tú quieres que sienta. Hay cosas que no puedo cambiar. No me importaba que Philip muriera. Lo salvé porque sabía que si le pasaba algo, ibas a sentirte muy mal.

– Gracias -dije, besándolo.

– ¿Fue una buena respuesta? -apareció un esbozo de su vieja sonrisa sardónica en su voz y en sus ojos.

– Es lo mejor que puedo esperar. Ahora lo sé.

– ¿Te quedarás conmigo?

Le sonreí

– No pensaba dejarte, cosa que sabrías si te hubieras molestado en leer mi nota antes de venir corriendo hasta aquí para detenerme.

– Tú… -Se detuvo, lanzó la cabeza hacia atrás y se rió. Entonces me tomó en un abrazo y un beso que casi me matan. -Supongo que me lo merecía.

– Eso y más. -Sonreí y lo besé, luego me retiré para mirarlo un momento.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

– Cuando te tenían secuestrado pensaba que esta historia no tendría un final del tipo "vivieron felices para siempre". Tal vez me equivoqué.

– ¿Felices para siempre? -sonrió-. ¿Para siempre?

– Bueno, quizá no para siempre. Quizá, felices para siempre por un tiempito.

– Podría aceptar eso.

– Felices para siempre por un día o dos. Como mínimo.

– ¿Un día o dos? -Hizo una mueca. -Yo pensaba un poco más. Por supuesto que no para siempre. Quizá sólo ocho o tal vez nueve décadas.

– No fuerces la cosa.

Rió y me alzó en otro abrazo.

– Vamos a trabajar en el asunto.

– Sí -dije, sonriéndole-. Estoy preparada para trabajar en eso.

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