CAOS

Corrí a la sala principal. No había gritos. No de inmediato. Los primeros sonidos que escuché eran voces, más enojadas que alarmadas. “Qué carajo…" "¿Has visto…?" "Cuidado". Cuando di vuela a la esquina del corredor vi una sucesión de sillas y mesas caídas, en un semicírculo que iba desde el depósito hasta la pista de baile. Había gente en torno de las mesas, recogiendo sus abrigos y carteras y copas rotas. Un chico, claramente menor de edad, estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo y sostenía su brazo roto. Una mujer estaba parada sobre una silla, apuntando con una copa vacía hacia el camino que había abierto Brandon en la pista y reclamando que el "maldito hijo de puta" le pagara su trago desperdiciado, como si de algún modo no hubiera notado que el "maldito hijo de puta" en cuestión tenía colmillos, y ningún lugar a la vista donde guardar una billetera.

Estaba yendo hacia la pista cuando escuché el rugido de Brandon. luego el primer chillido. Luego el trueno de cien personas en estampida hacia la salida.

La estampida complicó las cosas. Especialmente porque mi objetivo se encontraba en dirección opuesta al flujo humano. Al principio fui amable. De veras. Dije “perdón", traté de pasar entre la i gente, incluso pedí disculpas por pisar algunos callos. Qué puedo decir, soy canadiense. Luego de unos cuantos codazos en el pecho y unas cuantas obscenidades gritadas en mi oído, me di por vencida y me abrí camino a codazos yo también. Cuando un pesado trató de empujarme hacia atrás, lo tomé del cuello y le di salida por vía rápida. A partir de allí la cosa se puso un poco mejor.

Si bien ya no estaba en peligro inmediato de que me pisotearan, avanzaba de a centímetros. No podía ver nada. Mido un metro ochenta pero incluso una superestrella de la NBA probablemente no hubiera podido ver a través de esa masa de humanidad. Por lo poco que podía ver, no había manera de esquivar la multitud. Si había puerta de atrás o salida de emergencia, nadie parecía darse cuenta. Todos iban hacia la entrada principal, amontonándose en el estrecho corredor.

No sólo no podía ver. Tampoco podía oír otra cosa que el ruido de la multitud, las maldiciones y gritos y exclamaciones, en una torre de Babel de ruido, nada claro excepto el lenguaje universal del pánico. La gente se empujaba y golpeaba, como si estar un paso más cerca de la puerta significara la diferencia entre la vida y la muerte. Otros parecían no moverse por propia voluntad, sino que los arrastraba la multitud. Miré rostros y no vi nada. Se veían tan en blanco y sin expresión como máscaras de yeso. Sólo los ojos decían la verdad, enloquecidos, dominados por el instinto de supervivencia. La mayoría probablemente no sabía de qué escapaba. No importaba. Podían oler el temor surgiendo de la multitud tan bien como cualquier licántropo y se les metía en el cerebro infectándolos con su poder Lo olían, lo sentían y huían. Le daban a Brandon exactamente lo que quería.

Estaba a mitad de la pista de baile cuando tropecé con una mujer en el suelo. La sangre aún salía de su garganta a borbotones salpicando a todo el que pasaba cerca. La gente la pisoteaba y se resbalaba en su Sangre. Ni uno se molestó en mirar hacia abajo. Yo tampoco debí mirar. Pero lo hice. Sus Ojos se encontraron con los míos por un instante. De sus labios salía una baba sanguinolenta. Su mano se convulsionó en el suelo como si tratara de tomarme. Luego se detuvo en el aire y cayó en el charco de sangre. Sus ojos murieron. La sangre había dejado de salir a chorros. Ahora salía un pequeño hilo. Un hombre se tropezó con ella miró hacia abajo. Maldijo y la pateó a un lado. Dejé de mirarla v seguí adelante.

Cuando pasaba sobre el cuerpo, escuché un estallido de vidrios. Alzando la mirada divisé los pies de Clay atravesando una ventana cerca del bar. Se descolgó y cayó al piso Fue una caída de cerca de siete metros, algo que Jeremy no nos hubiera alentado a hacer delante de una multitud, pero cuando nadie prestaba atención a un cadáver bajo sus pies, seguramente nadie advertiría que un hombre se lanzaba a través de una ventana. Clay se subió al bar y estudió a la multitud. Al verme, me indicó que fuera junto a él. Señalé al interior de la multitud, donde Supuse que estaba Brandon. Clay sacudió la cabeza y me llamó nuevamente. Escogí un ángulo que me permitiera Seguir el movimiento de la gente y me le acerqué.

– Me encantó la entrada --grité por sobre el clamor, trepándome sobre la barra.

– ¿Has visto la puerta de adelante, cariño? Habría necesitado una antorcha de acetileno para atravesar la multitud. La única otra entrada está sellada con ladrillos.

Miré por sobre la multitud.

– ¿Así que Brandon no está en ese rincón?

– ¿Quién?

– Él callejero. ¿Está allí?

– Sin duda. Pero gastas energías inútilmente tratando de atraparlo.

Finalmente divisé a Brandon. Tal como sospeché, se había cambiado a lobo completamente. Parecía estar rebotando entre las paredes del rincón, saltando y tirando mordiscos en el aire. Estaba por decir que parecía que el callejero se había vuelto loco. Luego la multitud se abrió lo suficiente como para dejarme ver que estaba atacando algo más que el aire. Había un hombre tirado en el suelo, panza arriba, con las rodillas sobre el pecho, la cabeza gacha, las manos protegiendo su nuca. Su ropa estaba hecha jirones y cubierta de sangre. Estaba inmóvil, obviamente muerto, pero Brandon no lo dejaba. Se lanzó contra el hombre, tomó su pie y lo hizo girar, luego bailoteó hacia atrás, con la cola alzada. Se agachó e hizo como que atacaba, lanzándose a un costado. El hombre ahora yacía retorcido y de costado, y alcancé a ver más de sus heridas de lo que habría deseado. Su camisa estaba desgarrada. Su torso cubierto de sangre, su estómago rojo. La punta del cinto caía al suelo. Entonces advertí que no era un cinto, sino el intestino. Cuando me volvía, el cuerpo se movió. El hombre se balanceó, como si tratara de ponerse de cara al suelo para protegerse.

– Por Dios -susurré-. No está muerto.

Brandon volvió a saltar sobre el hombre, hundiéndole los dientes en la cabeza. Lo alzó, lo tiró a un lado y volvió a alejarse bailoteando.

– Ni siquiera trata de matarlo -dije.

– ¿Por qué lo haría? -dijo Clay, retrayendo el labio-. Se está divirtiendo.

Expresaba el desprecio con cada palabra que decía. Esto no era matar por comida o por supervivencia. Clay no podía entenderlo. Esto para él era un rasgo humano incomprensible: matar por placer.

– Mientras está ocupado, voy a inspeccionar -continuó Clay-.dame cinco minutos. Cuando la gente empiece a ralear, puedes actuar… Arréalo hacia el corredor del costado. Estaré esperando.

Clay saltó del bar y desapareció en medio de la multitud. Miré a Brandon torturando a su presa. Y nuevamente no quise ve; no quería pensar en lo que sucedía allí, que un hombre estaba sufriendo una muerte horrible, pero estaba vivo aún y yo no hacía nada al respecto. Me recordé que casi con certeza era demasiado tarde como para salvarlo y, aunque sobreviviera, tendría que ir al hospital, cosa que no podíamos permitir porque, dado que había sido mordido, el hombre ya era licántropo. Aunque racionalmente sabía que no podía arriesgarme a ir en su ayuda, me sentí obligada a hacerlo, aunque más no fuera para acabar con su sufrimiento. A veces pienso que sería mejor que fuera como Clay, capaz de entender que lo que Brandon hacía estaba mal, pero también que no podía evitarlo y darle la espalda sin sentir remordimientos. Pero no quiero ser así, tan dura, tan insensible. Clay tenía una excusa para ser así. Yo no.

Dejé de mirar a Brandon y a su presa. Enfermo hijo de puta, pensé. Ningún animal haría eso. Mientras lo pensaba, algo se movió en mi cerebro, una pieza que cayó con tal resonancia que me sobresalté. El cuarto de pronto estaba en silencio, el rugido de mis oídos ahogaba el de la multitud, lo que me dio un momento de claridad perfecta en medio del caos.

Sabía dónde había visto el rostro de Brandon y escuchado su nombre, y no había sido en el archivo de licántropos de la Jauría. La televisión. Inside Scoop. La historia del asesino en Carolina del Norte. Volví a ver en mi imaginación la entrevista de la policía, la imagen granulosa que cobraba vida con una sonrisa malévola. Quería que alguien muriera". Scott Brandon. Sacudí la cabeza. No, no podía ser. No tenía sentido. Un licántropo no podía sobrevivir en prisión sin que lo descubrieran. Entonces recordé nuevamente el olor de Brandon, un matiz que registre en su departamento aquella noche. "Es nuevo", le había dicho a Clay. Podía olerlo y también supe que era un licántropo joven y hereditario. Pero no lo era. Había sido mordido.

Nuevamente mi cerebro rechazó la idea. Brandon sólo había escapado hacía un par de meses. A un licántropo le llevaba más tiempo recuperarse del shock de haber sido cambiado. ¿O no? ¿Era imposible que se hubiese recuperado tan rápido? Tenía que admitir que no. Mi propia recuperación se había visto dificultada por mi negativa a aceptar lo que me había sucedido. ¿Y qué pasaba si no era así? ¿Qué pasaba si alguien quería la maldición, estaba preparado, la anhelaba? Ahí podía estar la diferencia.

Pero había algo más que no tenía sentido. ¿Qué hacía Brandon allí? Si era un licántropo hereditario, eso explicaría por qué sabía de Bear Valley, la Jauría y Stonehaven. ¿Cómo podía saber acerca de eso un licántropo recién convertido? Pero Brandon sabía. Sabía mucho. Me había llamado por mi nombre. Más de una vez, dijo haber oído cosas sobre mí. ¿De quién? De otro licántropo, por supuesto. Un licántropo experimentado. Pero los callejeros no hacían eso. No permitían vivir a los licántropos mordidos y mucho menos les hablaban o los ayudaban. Era imposible. No, me corregí. Imposible no. Sólo tan increíblemente improbable que mi cerebro se negaba a pensar en las implicancias.

No podía pensar en eso ahora. Teníamos un problema más serio entro manos que descubrir los porqué y los cómo de la existencia de Brandon. Bastaba con su existencia. Terminar con ella no sería tan sencillo. No era un chico descuidado, sino algo más peligroso: un asesino. Giré y busqué a Clay, con la intención de alertarlo. Entonces advertí que no serviría de nada. Brandon era un asesino del mundo humano. Si le decía a Clay que Brandon era contador diplomado hubiese tenido el mismo efecto. No lo entendería.

Salté del extremo de la barra y avancé en medio de los rezagados de la multitud. En el fondo, Brandon seguía jugando con su comida que de vez en cuando daba un respingo. Para cuando llegué atrás la multitud ya estaba afuera de la sala y apretujada en el corredor. Seguí avanzando. Brandon volvió a jugar con su presa y saltó. Tenía los colmillos hundidos en el antebrazo del hombre, cuando advirtió mi presencia. Gruñó con incertidumbre, su cerebro ahogado en sangre tardó en reconocerme.

Me detuve. Nos miramos. Pensé en lo peligroso que era enfrentarlo así. Pensé en los ojos de Brandon que brillaban con deseo casi carnal al hablar de matar. Pensé en lo que podría hacerme antes de que Caly llegara en mi ayuda. Funcionó. Comencé a oler a temor. Lo que llamó la atención de Brandon. Dejó su presa y se lanzó contra mí. Esperé hasta que estuviera en el aire, luego giré y corrí. Por supuesto que me siguió. La presa que se escapa es mucho más divertida que la variedad casi comatosa.

Di la vuelta hacia el muro de atrás para evitar que Brandon fuera hacia la salida. Corrí detrás de la barra y me dirigí hacia las escaleras del tablado. Cuando estaba por pisar el primer escalón, viré y corrí hacia el corredor que llevaba a los baños. Allí estaba Clay. Lo pasé y me detuve resbalando. Detrás de mí, Brandon hizo lo mismo, con sus uñas chillando en el linóleo. Al girar, vi a Brandon parado frente a Clay. Movía la cabeza de lado a lado, con las aletas de la nariz abiertas, nuevamente dudando. Su nariz le decía que Clay era un licántropo y una parte de su cerebro que apenas funcionaba le indicaba que era motivo de preocupación. Gruñó tentativamente. El pie de Clay le dio bajo el hocico y lo lanzó de espaldas. Antes de que Clay pudiera acercársele nuevamente, Brandon se puso de pie, giró y huyó. Clay corrió detrás de él y desaparecieron rumbo al cuarto principal. Para cuando llegué allí, Clay ya había arrinconado a Brandon en el escenario.

Yo estaba casi en el escalón más alto que daba al escenario cuando Brandon saltó sobre el borde, seguido de un resonante: “¡Carajo!" Clay saltó al borde y luego al suelo antes de que pudiera darme vuelta. Bajé corriendo la escalera y corrí a la salida para impedir que Brandon saliera por allí. El corredor seguía atestado. Nadie salía ni entraba.

Brandon no fue hacia la salida. Hizo una curva hacia el rincón posterior del cuarto. Clay lo seguía de cerca. Contuve el impulso de seguirlo y me quedé en mi puesto junto a la salida. Brandon corrió hacia el rincón, quizá porque le resultaba vagamente familiar. Cuando llegó, casi choca contra el muro. Giró e hizo una vuelta cerrada, tropezándose con el cuerpo en el suelo. Esta vez, el hombre no se movió. Sus ojos muertos miraban el techo. Recuperándose del tropezón, Brandon volvió hacia el rincón esperando que allí se materializara una puerta. Finalmente advirtió que estaba atrapado y se volvió para enfrentar a Clay.

Por varios segundos Clay y Brandon se miraron. Sentí por primera vez ansiedad. Ni siquiera Clay estaba a salvo frente a un licántropo en forma de lobo. Sentí la tensión que zumbaba en mi cuerpo. El instinto me decía que protegiera a Clay mientras que el sentido común me indicaba que cuidara la salida.

Brandon quebró el impasse con un gruñido. Se agachó, alzando las caderas. Clay no se movió. Brandon volvió a gruñir como si lo estuviera alertando. Luego saltó. Clay se dejó caer y rodó a un costado. Brandon cayó de golpe y patinó sobre el linóleo. Antes de que pudiera recuperarse Clay se le echó encima. Tomó a Brandon de la piel suelta de atrás de la cabeza y puso su pierna sobre la espalda de Brandon. Luego aplastó la cabeza de Brandon contra el suelo, inmovilizándolo.

Brandon se debatió enfurecido. Sus patas rasparon el suelo sin poder afirmarse. Gruño y resopló, tirando mordiscos, tratando de agarrar las manos de Clay. Clay puso su rodilla izquierda en la espalda de Brandon y lo tomó de la garganta. Cuando Clay empezaba a apretar, Brandon dio un tremendo corcovo. El pie derecho de Clay se separó del suelo, lo suficiente como para hacerlo cambiar de posición. Cuando volvía a bajarlo, vi que su pie caería en un charco de la sangre del hombre muerto.

– ¡Clay! -grité.

Demasiado tarde. Su pie dio en la sangre y su tobillo se torció, deslizándose a un costado. Brandon se lanzó hacia delante en el instante justo y se sacó a Clay de encima. En ese instante Brandon vio la salida y se lanzó hacia allí.

No intenté cerrarle el paso. Podría haberme hecho a un lado sin esfuerzo. En vez de ello, cuando pasaba, me lancé hacia él y tome su piel con las dos manos. Caímos juntos. Al rodar, tiró un mordiscón a mi brazo. Traté de evitarlo, pero no con suficiente rapidez. Uno de sus caninos enganchó la piel de mi antebrazo, abriéndola hasta el codo y reabriendo la herida de la mañana. Me quedé sin aire al sentir el dolor en el brazo. No lo solté, pero aflojé mi mano izquierda. A Brandon le bastó para liberarse. Clay llegó un segundo tarde. Brandon ya corría por el corredor. El otro extremo seguía congestionado de gente, pero de algún modo lograron abrir paso al ver venir a Brandon.

Clay iba a perseguir a Brandon, pero yo extendí la mano y lo tomé de la camisa.

– No. Dije- No debemos salir juntos.

– Cierto… Tú síguelo. Yo saldré de nuevo por la ventana.

No sabía cómo podría lograrlo, a menos que hubiese desarrollado la capacidad de escalar muros, pero no había tiempo de debatir la cuestión. Asentí y corrí por el corredor. Al salir por la puerta me encontré en medio de un caos mucho peor que el que había habido dentro del local. La multitud se había detenido a la salida. Alguna gente se veía conmocionada. El resto no se movía porque no quería perderse nada. Además había llegado toda la fuerza policial de Bear Valley y un batallón de agentes del estado, la mayoría de los policías seguían medio dormidos, dando vueltas en confusión. Aullaban las sirenas. Los policías ladraban instrucciones. Nadie los escuchaba. No había señal de Brandon.

Me quedé allí un minuto, orientándome. Finalmente pude filtrar los necesarios centrarme en las pistas. A mi izquierda había una barricada volcada. Uno de los de la fiesta señalaba el camino. Tres policías corrían hasta él. Los seguí. Cuando logré pasar la barricada caída encontré que otro grupo de policías ya lo perseguía. Cubrían el camino, gritando instrucciones y señalando un callejón. Cuando dos agentes comenzaron a correr hacia allí, alguien los detuvo, diciendo que no había por qué correr, era un callejón sin salida. Brandon estaba atrapado.

Yo estaba estudiando la zona, viendo si podría llegar a Brandon antes que los policías y preferentemente sin interceptar ninguna bala suelta. Cuando bajé del cordón, alguien me tomó del brazo. Me volví para ver un agente del estado, cuarentón.

– Vuelva detrás de la línea, señorita. No hay nada para ven

– Gracias a Dios -suspiré-. He estado tratando de encontrar a alguien. Nadie presta atención… todos… -Me detuve a respirar -Adentro. hay… hay un perro, un perro inmenso. Gente lastimada. Mi novio…

El agente maldijo y dejó caer mi brazo. Se volvió al grupo más cercano de policías que se dirigían hacia el camino.

– ¡Hay gente adentro! – gritó – ¿Alguien se fijó si hay heridos?

Un policía se volvió y dijo algo que no escuché. Me deslicé hacia atrás mientras los dos agentes gritaban y gesticulaban. Aparentemente. Ninguno de los dos sabía quién estaba a cargo o si habían pedido ambulancias o si alguien había entrado. Otros más sumaron sus opiniones. Varios corrieron hacia el local. Yo crucé la calle. Nadie se dio cuenta.

Aún había suficientes agentes haciendo guardia a la entrada del callejón como para que yo no pudiera meterme allí y enfrentar a Brandon. Busqué una salida. Avanzaba por un callejón cercano, cuando escuché sonar un tacho de basura. A la distancia vi movimiento iluminado por la Luna. Una figura de cuatro patas apareció sobre una pared de ladrillo. Se agachó y saltó. Obviamente el callejón no estaba tan bloqueado como esperaban los policías aunque hay que reconocer que por cierto no iban a esperar a que un animal saltara sobre un muro de tres metros de alto.

Iba a correr hacia el muro cuando advertí que Brandon escapaba en dirección opuesta hacia mí. Esperé. Cuando Brandon se acercó lo suficiente como para verme, corrí y salté por sobre su espalda, cayendo a tierra detrás de él con una vuelta de carnero y aterrizando en pose de corredor. Fue un movimiento absolutamente perfecto que no podría repetir jamás. Por supuesto que no había nadie allí para apreciarlo. Calculé correctamente. El deseo de Brandon de perseguirme superó su instinto de supervivencia. Cuando di vuelta a una esquina me siguió. Corrí por los callejones, alejándolo de la calle bloqueada y de la policía. Una o dos veces sentí el olor de Clay. Estaba cerca, a la espera de poder emboscarlo, pero el lugar no era apropiado. Finalmente miré a lo largo de un callejón que salía a un camino. Al otro lado, la sección industrial se abría a un parque con árboles. Perfecto. Un lugar para Cambiar y emboscar a Brandon sin peligro y luego sacar su cuerpo.

Corrí hacia el camino. Desgraciadamente, olvidé la norma más elemental del jardín de infantes. Salí al camino sin mirar. Cruce directamente delante de un camión, tan cerca que el viento me hizo caer. Rodé a un costado del camino y me puse de pie de un salto. Al girar, escuché un disparo. Brandon cruzaba el camino cuando el disparo lo alcanzó. Su cabeza estalló en una explosión de sangre y cerebro. La fuerza del estallido lo lanzó a un costado, delante de un auto. El auto lo golpeó, produciendo un ruido enfermante, luego se salió de control, con el cuerpo de Brandon incrustado en la parrilla. No necesitaba ver más. Brandon había muerto en cuanto le dio la bala. Las balas de plata eran un buen toque gótico, pero no hacían falta para matar a un licántropo. Cualquier cosa que mate a un ser humano o un lobo nos puede liquidar también a nosotros.

Se juntaba una multitud en torno del cuerpo maltrecho de Brandon. Todo lo que podían ver era un canino marrón muy grande y muy muerto. No se volvería humano. Esa era otra falsedad respecto de los licántropos. De acuerdo al mito, los licántropos se vuelven humanos cuando son heridos. Hay millones de leyendas de granjeros o cazadores que matan un lobo, pero cuando rastrean a la bestia herida se encuentran -¡ay Dios!- con huellas humanas ensangrentadas. Lindo truco, pero no funciona así. Lo que es bastante bueno, porque de lo contrario estaríamos cambiando de forma cada vez que unn hermano de la Jauría nos pellizca un poco fuerte. En realidad sería muy inconveniente. La verdad es que si mueres siendo lobo mejor te olvidas de los planes para un funeral de cuerpo presente. Los restos de Brandon serían llevados a la Sociedad Protectora de Animales de Bear Valley y se desharían de ellos sin ceremonia ni autopsia. Jamás encontrarían a Scott Brandon, el asesino escapado de Carolina del Norte.

– Carajo, espero que le den un entierro apropiado – dijo una voz detrás de mí-. El pobre bastardo desorientado seguro que merece un buen entierro, ¿no le parece?

Me volví hacia Clay y sacudí la cabeza.

– Hice un desastre.

– No. Está muerto. Ese era el objetivo. Hiciste las cosas bien, cariño.

Puso su brazo en torno de mi cintura y se inclinó para besarme. Me le escapé.

– Tenemos que irnos. dije- A Jeremy no le gustaría que nos quedáramos.

Clay intentó tomarme nuevamente, tratando de decir algo. Giré rápidamente y caminé calle ~ Él vino enseguida trotando detrás de mí. La caminata hasta el estacionamiento fue silenciosa.


Dimos la vuelta a la esquina del almacén, donde habíamos dejado el Exploren. El estacionamiento estaba oscuro, las luces se apagaban al cerrar los negocios: Bear Valley era la clase de lugar en donde la luz aún se usaba para los clientes y no pensando en la seguridad. El Explorer estaba estacionado en el fondo del lote, junto a una verja de cadenas. Había algunos autos más cuando llegamos pero ahora no, dado que los bares legales habían cerrado hacía rato. Saqué las llaves de la cartera. Sonaron fuerte en el silencio.

– Hijo de puta -murmuró Clay.

Me di vuelta, pensando que el sonido de las llaves lo había sobresaltado, pero miraba al Explorer. Anduvo más lento y sacudió la cabeza.

– Parece que alguien logró tomar el vuelo de la noche – dijo. Seguí su mirada. Había un joven de pelo claro y barbado sentado en el asfalto, apoyado en la rueda delantera del Explorer con los tobillos cruzados. Un bolsón a su lado. Logan. Sonreí y empecé a correr. Detrás de mí, Clay gritó. Lo ignoré. Había esperado un año paro ver a Logan. Clay podía meterse los celos en el culo. Mejor aún, podía irse caminando a Stonehaven, maldiciendo. Al fin de cuentas, yo tenía las llaves.

– ¡Ey! -exclamé-. Llegas una hora tarde. Te perdiste el entretenimiento.

Ahora podía oír a Clay corriendo, gritando mi nombre. Me detuve delante de Logan y le sonreí.

– Te vas a quedar sentado o…

Me detuve. Los ojos de Logan miraban al otro lado del estacionamiento. En blanco. Sin ver. Muertos.

– No -susurré-. No.

Escuché apenas a Clay que me alcanzaba corriendo y sentí sus brazos tomándome cuando caía hacia atrás. Un aullido ensordecedor partió el silencio de la noche. Alguien aullaba. Era yo.

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