Esto iba a ser una catástrofe.
Al ganar altura el avión, mi ánimo cayó a pique. ¿Por qué le permitía a Jeremy hacerme esto? ¿Sabía cuánto iba a arruinar mi vida? ¿Le importaba? ¿Cómo podía llevar a Clay al departamento que yo compartía con Philip? ¿Cómo podía hacerle eso a Philip? Iba a llevar al hombre con el que me había estado acostando al hogar del hombre con el que me había comprometido. Cuando escuchaba de gente que había hecho algo así, meter a un amante de contrabando en sus hogares como ama de llaves, niñera, jardinero, siempre me había provocado repulsión y desprecio. El que hiciera eso era una basura en bancarrota moral… lo cual era una buena descripción de cómo me veía yo a mí misma en ese momento.
Llamé a Philip esa mañana y le dije que llevaba a un invitado. le expliqué que Clay era mi primo, hermano del que había sufrido el accidente, y le interesaba mudarse a Toronte, así que había aceptado alojarlo una semana mientras buscaba trabajo. Por supuesto que Pihlip se había portado maravillosamente bien, aunque cuando dijo que le gustaría conocer a mis primos sospeché que quería decir invitarlos a cena; no compartir nuestro departamento diminuto.
¿Y Clay, por qué aceptaba esto? Jeremy debía saber cuánto lastimaría esto a Clay. ¿Tampoco le importaba? ¿Cómo debíamos llevarnos Clay y yo en estas circunstancias? Teníamos que convivir en un departamento muy pequeño sin nadie de la Jauría para que actuara de intermediario. No habíamos hablado una palabra desde que Clay salió del garaje esa mañana. Estábamos a treinta minutos de Toronto y seguíamos sentados codo con codo como completos extraños.
– ¿Dónde vives? -preguntó Clay.
Me sobresalté. Lo miré, pero él miraba hacia delante, como si le hablara al apoyacabezas del asiente de adelante.
– ¿Dónde vives? -repitió.
– Eh… cerca del lago -dije-. Entre el lago y la estación de tren.
– ¿Y dónde trabajas?
– Por Bay-Bloor.
Sonaba como una conversación ociosa, pero yo sabía que no era así. Detrás de los ojos de Clay, su cerebro estaba en pleno funcionamiento, sacando cálculos de la geografía y de las distancias.
– ¿Seguridad? -preguntó.
– Bastante buena. El edificio donde vivo tiene una entrada con llave y portero eléctrico. Tengo cerrojo y cadena en mi puerta.
Clay resoplo. Si un callejero quisiera entrar en el edificio, todas las cerraduras del mundo no podrían detenerlo. Lo sabía, pero poner un sistema de seguridad parecía excesivo. Una vez se lo mencioné a Philip, pero la idea de él era que el único buen sistema de seguridad consistía en una póliza de seguro. No podía decirle que temía que me atacaran. Eso difícilmente se correspondía con la personalidad de una mujer que se iba de caminata a las dos de la madrugada.
– En el trabajo hay un guardia de seguridad en la planta baja- dije-. Y se necesita una tarjeta de identificación para entrar a mi empresa. Además es un lugar concurrido. Si me muevo en el horario de trabajo, nadie me va a atacar allí. En realidad ni siquiera necesito volver a trabajar, realmente…
– Sí, es mejor que lo hagas. Jeremy tiene razón. Mantén tu rutina normal. Clay miró por la ventana. -¿Quién se supone que soy?
– Mi primo segundo. Que estás en la ciudad en busca de trabajo.
– ¿Es necesario?
– Sonó bien. Si eres mi primo, entonces estaría obligada a darte alojamiento…
– Me refería a la parte de “buscar trabajo” No voy a buscar trabajo, Elena, y no quiero tener que andar justificándome con nada complicado. Quiero lo más parecido a la realidad que sea posible. Estoy en la ciudad trabajando en la universidad, mi trabajo normal. Tomaré contacto con alguna gente que conozco allí, iré al departamento de antropología, quizás haga un poco de investigación.
– Seguro, pero sería más fácil decir…
– No. No estoy actuando, Elena. Sólo lo que sea imprescindible.
Se volvió hacia la ventana y no dijo nada más por el resto del vuelo.
Por más que me pasó rumiando durante el vuelo acerca de lo que íbamos a hacer, sólo terminé de recibir el impacto cuando llegamos al aeropuerto. Había buscado el equipaje e íbamos en busca de un taxi cuando me di cuenta de que estaba por llevar a Clay al departamento que yo compartía con Philip. Se me cerraba el pecho, el corazón me retumbaba, y para cuando llegamos a la puerta, ya me encontraba en medio de un ataque de pánico.
Clay estaba un paso adelante. Extendí la mano y lo tomé del brazo
– No tienes que hacer esto -dije.
No me miró.
– Si tengo que hacerlo, es lo que quiere Jeremy.
– Pero eso no significa que tienes que hacerlo. Él me quiere a resguardo, ¿verdad? Tiene que haber otra manera de hacerlo,
Clay siguió sin darse vuelta.
– Dije que me quedaría contigo. Y eso es lo que voy a hacer.
– Puedes hacerlo sin ir a mi departamento.
Se detuvo y giró lo suficiente como para que pudiera ver un cuarto de perfil de su rostro.
– ¿Y cómo voy a hacer eso? ¿Dormir en el callejón afuera de tu edificio?
– No, quiero decir que ninguno de los dos tiene que ir a mi departamento. Yo no tengo que ir. Iremos a otro lado. A un hotel.
– ¿Y tú irás conmigo?
– Por supuesto.
– ¿Y te quedarás conmigo?
– Exacto. Lo que quieras.
Podía sentir la desesperación en mi voz y me produjo repugnancia, pero no podía contenerme. Me temblaban tanto las manos que la gente comenzaba a mirarme.
– Lo que quieras -repetí-. Jeremy no lo sabrá. Dijo que no nos contactaría por teléfono, así que no va a saber si estamos en el departamento. Estaré a salvo y tú estarás conmigo. Eso es lo que importa, ¿verdad?
Por casi un minuto, Clay no se movió. Entonces lentamente se volvió hacia mí. Cuando lo hacía, alcancé a ver un destello de algo que parecía esperanza en su mirada, pero desapareció en cuanto vio mi expresión. Apretó los dientes y me miró a los ojos.
– Bien -dijo ¿Lo que quiera? -Fue hacia unos teléfonos públicos y tomó el auricular del más cercano. -Llámalo.
– Dijo que no podíamos llamarlo. Nada de contacto telefónico.
– A Jeremy no. A ese hombre. Llámalo y dile que se acabó. Que se puede quedar con el departamento. Que irás a buscar tus cosas luego.
– Eso no es…
– No es lo que quisiste decir, ¿verdad? Me pareció que no. ¿Entonces cuál es el plan? ¿Ir y volver entre los dos hasta que te hayas decidido?
– Ya me decidí. Todo lo que pasó en Stonehaven fue un error, como siempre. Nunca te engañé. Tú sabías que tenía una pareja y nunca lo oculté. Es la misma maldita cosa que pasa cada vez que voy a ese lugar. Me quedo atrapada. Me pierdo.
– ¿Qué es lo que te atrapa? ¿La casa? ¿Un montón de ladrillos?
– Ese lugar -dije, apretando los dientes. Ese mundo y todo lo que hay allí, incluyéndote a ti. No es lo que quiero, pero cuando llegó allí, no puedo resistirme. Me domina.
Solté una carcajada áspera.
– No digas estupideces. No hay nada en este mundo o aquel mundo o cualquier otro mundo que no puedas enfrentar, Elena. Sabes en qué consiste el encantamiento mágico de ese lugar? En que te hace feliz. Pero no lo admites porque no es la clase de felicidad que quieres permitirte. Para ti la única felicidad aceptable es la del mundo "normal", con amigos «normales» y un hombre "normal». Estás decidida a ser feliz en esa clase de vida, aunque mueras en el intento.
La gente nos miraba, dejando de lado todo disimulo. Tendría que haber escuchado campanas de alarma en mi cabeza, que me advirtieran que estábamos actuando de manera inapropiada para el mundo humano. Pero no era así. No me importaba. Me di vuelta y miré con rabia a dos mujeres mayores que hacían comentarios a mis espaldas. Retrocedieron, con los ojos abiertos. Empecé a alejarme.
– ¿Cuándo fue la última vez que lo llamaste? -me preguntó Clay.
Me detuve. Clay se me acercó y bajó la voz para que nadie más pudiera oír.
– Sin contar esta mañana cuando llamaste para decirle que íbamos a venir -dijo-. ¿Cuándo lo llamaste?
No contesté.
– El domingo -dijo-. Hace tres días.
– Estuve ocupada -dije.
– No digas estupideces. Te olvidaste de él. ¿Crees que te hace reliz? ¿Crees que esta vida te hace feliz? Bueno, entonces aquí tienes tu oportunidad. Llévame allí. Muéstrame lo feliz que te hace. Demuéstralo.
– Vete a la mierda -le gruñí y fui hasta la puerta.
Clay me siguió pero llegó tarde. Salí del aeropuerto y subí a un taxi antes de que pudiera alcanzarme. Cerré la puerta y casi le aplasté los dedos. Le di al chofer una dirección. Al alejarnos, me di la pequeña satisfacción de mirar por el espejo del costado y ver a Clay parado en la vereda.
Lástima que no le había dicho con mayor precisión dónde vivía. “cerca del lago” era una zona muy grande… con un montón de edificios de departamentos.
Cuando llegué a mi edificio, toqué el portero eléctrico. Contestó Philip. Sonó un poco sorprendido cuando me anuncié. No había perdido la llave. No me pregunten por qué toqué el timbre para que me dejara pasar. Esperaba que Philip tampoco me lo preguntara.
Cuando llegué arriba, Philip me esperaba junto al ascensor.
– Tendrías que haber llamado desde el aeropuerto -dijo-. Esperaba para irte a buscar. -¿Dónde está nuestro invitado? -preguntó.
– Demorado. Quizá para siempre.
– ¿No vendrá?
Me encogí de hombros y fue un bostezo.
– Vuelo complicado. Mucha turbulencia. Sólo pensaba en llegar aquí y descansar No sabes lo feliz que estoy de haber llegado a casa.
– No tan feliz como estoy yo de tenerte en casa, dulce. -Philip me acompañó al interior del departamento.
– Ve a sentarte, dulce. Compré pollo asado. Voy a calentarlo.
– Gracias.
Ni siquiera me había quitado los zapatos cuando alguien golpeó a la puerta. Pensé en no prestarle atención, pero no serviría de nada. Aunque Philip no escuchara tan bien como yo, sordo no era.
Abrí la puerta de un tirón. Clay estaba allí con nuestro equipaje.
– Cómo encontraste… -empecé a decirle.
Alzó mi bolso. De la manija colgaba una etiqueta con mi nombre y dirección.
– Un chico que vino a entregar pizza me abrió la puerta. Muy buena seguridad.
Entró y dejó las bolsas junto al perchero.
Se abrió la puerta de la cocina a mis espaldas. Me puse tensa y escuché los pasos de Philip. Se me quedó atascada la presentación en la garganta. ¿Qué pasaba si Clay no me seguía el juego? ¿Qué pasaba si había decidido no presentarse como mi primo? Era demasiado tarde para cambiar mi historia? ¿Era demasiado tarde para echarlo?
– Llegaste -dijo Philip, acercándose y tendiendo su mano-. Debes de ser el primo de Elena.
– Clay -logré decir-. Clayton.
Philip sonrió.
– Un gusto. ¿Qué prefieres? ¿Clayton o Clay?
Clay no respondió. Ni siquiera miró a Philip desde que entró al cuarto. En cambio, siguió con sus ojos fijos en los míos. Vi la furia que brillaba allí con la ira y la humillación. Me preparé para un estallido. No sucedió. En vez de eso, se conformé con ser inconcebiblemente mal educado, ignorando a Philip, su saludo, su pregunta y su mano extendida, y pasando directamente al living.
La sonrisa de Philip se alteró sólo un segundo, luego se volvió hacia donde estaba parado Clay frente a la ventana, de espaldas a nosotros.
– El sofá cama está aquí -dijo, señalando donde había dejado una pila de ropa de cama recién lavada-. Espero que no sea demasiado incómodo. Nunca lo hemos usado, ¿verdad, dulce?
Clay apreté los dientes, poro continuó mirando por la ventana
– No -dije. Traté de pensar algo que decir, cambiar de tema, pero no Se me ocurrió nada
– Se supone que tenemos vista al lago -dijo Philip, con una pequeña risa-. Creo que si te ubicas a tres pasos a la izquierda de la ventana, puedes alcanzar a ver una diminuta franja del Lago Ontario. Al menos en teoría.
Clay siguió sin decir nada. Yo tampoco. El silencio puso sordina al cuarto, como si Philip hablara al vacío. Sus palabras no dejaban eco ni impresión.
Philip continuó.
– El otro lado del edificio tiene una mejor vista de Toronto. Es una ciudad maravillosa, realmente. Me puedo tomar unas horas libres mañana por la tarde si quieres que te lleve a conocerla antes de que vuelva Elena a casa.
– No hace falta -dijo Clay. Las palabras salieron tan tensas que se perdió su acento. Sonaba como un extraño.
– Clay vivió en Toronto -dije-. Un tiempo. Hace unos años.
– ¿De veras?.dijo Philip- Como Clay no contestó, se forzó a reír. – Volviste, así que supongo no fue una experiencia tan mala.
Clay se volvió y me miró.
– Tengo buenos recuerdos -dijo.
Siguió mirándome un momento, luego rompió el contacto visual y se fue al baño. En pocos segundos escuché la ducha.
– Puedes usar la ducha -murmuré, dirigiendo una mirada de exasperación a Philip-. El campeón de la amabilidad, ¿verdad?
Philip sonrió.
– ¿Así que no es cansancio por el vuelo?
– Por desgracia, no. Debí alertarte. No lo tomes como algo personal. Creo que es un desorden antisocial de la personalidad sin diagnosticar. No tienes que soportarlo. Lo ignoras o le dices que se vaya a la mierda Eso es lo que hago yo.
Philip alzó las cejas. Al principio pensé que era debido a mi descripci6n de Clay, pero mientras Philip me miraba, pensé en lo que acababa de decir y escuché el sarcasmo y la acidez. No era la Elena a la que Philip estaba acostumbrado. Maldito Clay.
– Solo bromeaba -dije-. Fue un largo vuelo. Para cuando llegamos al aeropuerto perdí el control y nos peleamos.
– ¿Perdiste el control? -dijo Philip con una leve sonrisa-. No pensaba que eso fuera posible.
– Clayton me provoca. Si tenemos suerte, no estará mucho aquí. Pero es de la familia, así que tengo que soportarlo -me volví hacia la cocina e hice como si olfateara-. Parece que el pollo está listo.
– ¿No tendríamos que esperar a tu primo?
– Él no nos esperaría -dije y me dirigí a la cocina.
Lo único bueno que puedo decir de esa velada es que fue corta. Clay salió de la ducha (por suerte vestido), vino al living y sacó un libro de la biblioteca. Nosotros estábamos comiendo así que fui al living y se lo dije. Gruñó que comería más tarde y yo no insistí.
Para cuando terminamos de comer y limpiar, ya era lo suficientemente tarde como para decir que estaba cansada e irme a la cama. Phílip me siguió y rápidamente advertí que había olvidado un pequeño detalle acerca del arreglo. Sexo.
Me estaba poniendo el camisónn cuando entró Philip. A mí no me interesa la moda nocturna, siempre dormí en ropa interior hasta los dieciocho, pero cuando Philip se mudó conmigo, vi que se ponía pantalones pijama para dormir y supuse que yo también debía ponerme algo. Probé todas esas cosas sensuales que se ven en las revistas femeninas. Pero los condenados encajes me picaban en lugares donde nunca antes había tenido picazón y el elástico me pinchaba y los breteles se retorcían, y decidí que tales cosas sólo se usaban cuando una tenía relaciones sexuales. Como a Philip no lo excitaba la puntilla negra y el satín rojo, tiré todo y me acostumbré a usar remeras grandes. Para Navidad, Philip me había comprado un camisón blanco, bonito y largo hasta las rodillas. Era muy femenino y anticuado y un poco demasiado virginal para mi gusto. Pero a él parecía gustarle así que lo usaba
Philip esperó a que empezara a cepillarme el pelo, entonces se acercó, se indiné y me besó en el cuello.
– Te extrañé – murmuró contra mi piel-. No quería quejarme pero fue una separación más larga de lo que esperaba. Si tardabas unos días más, habrías tenido una visita inesperada.
Oculté un ataque de tos con una risa. Philip en Bear Valley. Ése era un cuadro aún peor que el que estaba soportando ahora.
Los labios de Philip se fueron hacia mi nuca. Se apretó contra mí. Una mano se metió debajo de mi camisón y llegó hasta mi cadera. Me puse rígida- Sin pensarlo, miré la puerta del cuarto la mirada de Philip siguió la mía
– Ah -dijo, riendo- olvidé a nuestro huésped. Podríamos no hacer ruido, pero si prefieres esperar Un momento más privado…
Asentí. Philip volvió a besarme el cuello, suspiró, bromeando, y se dirigió a la cama. Yo sabía que tenía que reunirme con él en la cama, acariciarlo, hablar. Pero no podía.
Esto iba a ser una catástrofe.