No recuerdo cuando volví a Stonehaven, Supongo que Clay me metió en el Explorer. Luego colocó el cuerpo de Logan en el compartimiento de atrás y nos llevó a casa. Recuerdo vagamente haber entrado a la casa por la puerta del garaje y ser recibidos por Jeremy en el corredor preguntando lo qué había pasado con el callejero. Debe de haber visto algo en mi rostro porque no terminó la pregunta. Pasé junto a él. Detrás de mi escuché a Clay decir algo, escuché la maldición de Jeremy, oí correr a los demás que habían escuchado y comenzaron a aparecer de los lugares donde habían estado esperándonos. Yo seguí hacia la escalera. Nadie trató de detenerme. O quizás si y no l recuerdo. Fui a mi cuarto, cerré la puerta, descorrí la cortina de mi cama y me metí en su santuario oscuro y silencios.
No sé cuánto tiempo pasó. Tal vez horas. Probablemente fueran minutos, el tiempo que necesitó Clay para explicar el asunto a los demás luego escuché los pasos de él en la escalera. Se detuvo frente a mi puerta y golpeó. Como no respondí, golpeó más fuerte.
– ¿ Elena? -me llamó.
– Vete.
La puerta se quejó como si él se apoyara en ella.
– Quiero verte.
– No.
– Déjame entrar a hablar contigo. Sé cuánto te duele…
Me levanté y grité:
– No tienes idea de lo que me duele. ¿Por qué habrías de tenerla? probablemente estés contento de que no esté más. Un obstáculoo menos para que te preste atención. Es todo lo que era para ti, ¿verdad? Un obstáculo para tenerme a mí.
Respiró hondo.
– No es verdad. Sabes que no es así. No importa lo que sintiera porque Logan estuviera cerca de ti, no dejaba de quererlo como a un hermano. -La puerta volvió a quejarse. -Déjame entrar, cariño. Quiero estar contigo.
– No.
– Elena, por favor. Quiero…
– ¡No!
Estuvo en silencio un momento. Escuché su respiración, oí que dejaba de respirar un instante para tragar saliva. Luego hizo un sonido bajo de angustia que se transformó en un rugido de dolor. Sus zapatos chirriaron cuando giró de pronto, después estrelló el puño contra la pared del otro lado del corredor. Una lluvia de yeso llegó al suelo. La puerta de su cuarto se cerró de un portazo. Luego otra cosa se estrelló contra la pared, algo más grande esta vez: un velador o una lámpara. En mi cabeza, seguí el alboroto, viendo pedazos del mobiliario que se hacía trizas y deseando poder hacer lo mismo. Quería lanzar cosas, destruirlas, sentir el dolor de mis manos golpeando la pared, golpear todo lo que hubiera alrededor hasta que mi pena y mi furia fueran tragadas por el cansancio. Pero no podía hacerlo. Me detuvo una parte racional de mi cerebro, que me recordó que eso tendría consecuencias. Cuando recuperara el control iba a avergonzarme de haber perdido el control produciendo una destrucción por la que otro tendría que pagar. Miré a las pastorcitas de Dresden sobre mi vestidor y pensé en lanzarlas contra el piso, ver sus rostros insípidos en medio de vidrios rotos. Sería una sensación maravillosa, pero no lo iba a hacer. Recordé cuánto costaron, el tiempo que Jeremy había dedicado a escogerlas para mí, lo que lo lastimaría si destruía su regalo.
Por más que quisiera explotar, no podía hacerlo. No me podía dar ese lujo. Y odié a Clay porque él sí podía hacerlo.
Incapaz de descargar mi dolor; pasé las horas que siguieron acurrucada sobre la cama, sin moverme hasta que se me acalambraron los músculos de las piernas y me rogaron que cambiara de posición. Mantuve la mirada fija en las cortinas de la cama. la mente lo más en blanco que podía, con miedo a pensar o a sentir alguna cosa. Horas más tarde seguía así cuando Jeremy golpeó a mi puerta. No respondí. La puerta se abrió, luego se cerró. Las cortinas susurraron y el colchón se hundió cuando Jeremy se sentó junto a mí. Su mano descansaba sobre mi hombro. Cerré los ojos y sentí el calor de sus dedos que atravesaba mi camisa. Durante varios minutos no dijo nada. Luego sacó una hebra de pelo de mi rostro y la metió detrás de mi oreja.
No me merecía su bondad. Yo lo sabía. Supongo que era por eso que siempre cuestionaba sus motivos. Al principio, cada vez que él hacía algo amable, trataba de descubrir el mal oculto tras ese gesto, una motivación nefasta. Al fin de cuentas, era un monstruo. Tenía que ser malvado. Cuando advertí que no había nada malo en Jeremy, recurrí a otra excusa; que era bueno conmigo porque no podía quitarme de en medio, porque era un tipo decente e incluso porque sentía cierta responsabilidad por lo que su hijo adoptivo me había hecho. Si me llevaba a ver teatro en Broadway y a cenar a lugares elegantes, era porque me quería tener tranquila y contenta, no porque disfrutara de mi compañía. Quería que disfrutara de mi compañía pero no podía creer en eso porque no veía mucho en mí que lo mereciera. Y no es que creyera que no era merecedora de amor y atenciones, pero no de alguien del calibre moral de Jeremy. Yo no había logrado ganarme el afecto de una docena de padres adoptivos, así que no podía creer que ahora si lo hubiera ganado, de alguien que valía más que todos esos hombres juntos. Aun así hubo momentos en que me permití creer que Jeremy de veras me quería, cuando estaba demasiado dolida como para negarme esa fantasía. Y ésta era una de esas veces. Cerré los ojos, sentí su presencia y me permití creerlo.
Nos quedamos en silencio un rato y luego dijo con suavidad:
– Lo enterramos en el fondo. ¿Hay algo que quieras hacer?
Sabía que me estaba preguntando si había algún rito humano de entierro que pudiera hacerme sentir mejor. Deseé que así fuera. Deseé poder encontrar dentro de mí algún ritual de muerte tranquilizador, pero mis experiencias religiosas juveniles no me habían dado confianza en el poder de un ser todopoderoso. Mi recuerdo más vívido de la iglesia era estar sentada en un banco en medio de una de las parejas que me adoptó, mi madre adoptiva inclinada hacia delante, tratando de oír al pastor y tratando de ignorar el hecho de que la mano de su marido estaba explorando los misterios espirituales ocultos bajo mi pollera. Sólo aprendí a rezar para que se me liberara de ese tormento. Dios debe haber estado ocupado con algo más importante. Me ignoró y yo aprendí a responder del mismo modo.
Aun así, y a pesar de mis creencias, consideré que tenía que hacer algo para marcar la muerte de Logan, por lo menos ir al lugar donde estaba enterrado a despedirlo. Cuando le dije eso a Jeremy; se ofreció a acompañarme, cosa que acepté con un movimiento de cabeza. Me ayudó a levantarme, me tomó del codo y me condujo suavemente escaleras abajo. Si hubiese sido otro o en otro momento, habría rechazado la ayuda. Pero en ese momento se lo agradecí. El suelo parecía moverse y hundirse bajo mis pies. Bajé con cautela los escalones y salimos al corredor de atrás. Se abrió la puerta del estudio y Antonio asomó la cabeza, con una copa de brandy a medio llenar en la mano. Miró a Jeremy, transmitiendo una pregunta silenciosa. Cuando Jeremy sacudió la cabeza Antonio asintió, luego retrocedió al cuarto. Cuando salimos por la puerta, oí que se abría nuevamente. Sin necesidad de mirar sabía quién estaba saliendo. Jeremy miró por sobre su hombro y alzó una mano. No oí que se volviera a cerrar la puerta, ni oí que los pasos de Clay nos siguieran. Lo imaginé en el corredor mirando cómo nos alejábamos, y caminé un poco más aprisa.
Habían enterrado a Logan en medio de una arboleda, en el bosque de atrás de la casa. Era un lugar bonito, donde el sol del mediodía bailaba en las hojas y caía sobre las flores silvestres. Pensé en eso y luego advertí lo absurdo de escoger un lugar agradable para enterrar a los muertos. Logan no podía verlo. No le importaba dónde yacía. El lugar elegido cuidadosamente era sólo reconfortante para los vivos. Y a mí no me reconfortaba.
Me incliné a tomar unas flores blancas diminutas para dejarlas sobre la tierra removida. Tampoco supe por qué hacia eso. A Logan no le importaría. Otro gesto sin sentido que buscaba ofrecer un pequeño grado de consuelo, el consuelo de un ritual realizado sobre los cuerpos de los muertos desde que los seres humanos comenzaron a velar a sus muertos. Parada junto a la tumba, aferrando mi patético ramito de flores, recordé el último y único funeral en el que había estado. El de mis padres. La mejor amiga de mi madre -la que intentó adoptarme- había hecho los arreglos para el pequeño funeral. Más tarde supe que mis padres no tenían seguro de vida, así que estoy segura de que la amiga de mi madre debió costearlo todo. Me llevó al funeral, se quedó junto a mí y me tuvo de la mano. Fue la última vez que la vi. El sistema de adopción imponía como regla la separación total.
Ese día me quedé parada allí, mirando las tumbas y esperando. Volverían. Lo sabía. Había visto los ataúdes y pude ver a mi madre dentro de uno de ellos, vi a los hombres bajar los cajones y cubrirlos de tierra. No importaba. Volverían. No tenía ninguna experiencia con la muerte real, sólo la cosa ruidosa y chillona que se veía en los dibujos animados los sábados por la mañana, en los que el coyote moría y volvía a morir pero siempre volvía para intentar otro plan idiota antes de que se terminara el asunto. Así funcionaba. La muerte era temporaria, sólo duraba lo suficiente como para provocar la risa en niños vestidos con piyamas, sentados de piernas cruzadas delante del televisor, llenándose de cereales. Hasta había visto un truco cuando mi padre me llevó a un show de magia en la fiesta de Navidad de su oficina. Habían puesto a una mujer en una caja, la cortaron por la mitad e hicieron girar la caja. Cuando reabrieron la puerta, salió de un salto, sonriente y completa, recibiendo los vítores y las risas de la gente. Y mis padres saldrían de sus cajas enterradas del mismo modo, sonrientes y enteros, la cabeza de mi padre donde debía estar. Era una broma. Una broma maravillosa y aterrorizante. Todo lo que tenía que hacer era esperar a que se terminara. Parada junto a las tumbas de mis padres, comencé a reír. El pastor se volvió hacia mí, condenándome con la mirada por ser una niñita sin sentimientos. No me importó. Él no sabia de la broma. Me quedé allí, sonriente y esperando… esperando.
Mirando la tumba de Logan, anhelé que esa fantasía retornara, que me permitiera pensar que él iba a volver, que la muerte era sólo temporaria. Pero ahora sabía la verdad. Muerto es muerto. Enterrado es enterrado. Se fue. Caí de rodillas, aplastando las flores en mis puños. Algo se quebró dentro de mí. Caí hacia delante y aullé mi pena sobre una tierra indiferente. Aullé hasta que mis gritos se transformaron en hipos y gañidos, el único sonido que salía de mi garganta maltrecha. Luego me acurruqué sobre la tierra removida y la sentí bajo el peso de mi cuerpo, como si la tumba se abriera para recibirme. Me cubrí el rostro con los brazos y empecé a sollozar. Pasados unos minutos, una voz logró llegar a mi mente. No era la de Jeremy, que estaba en silencio junto a mí, sabiendo que no debía interferir. Aquél era el único que se atrevía a interferir.
– Ahora! -gritaba Clay-. No puedo escucharla y no…
La voz de Jeremy, palabras dichas en un susurro suave y contenido.
– ¡No! -gritó Clay-. No pueden hacerle eso. A Logan. Ni a ella. No me voy a quedar quieto…
Otro murmullo que lo interrumpió.
– ¡Dios! Cómo puedes… -La voz de Clay se ahogó en su propia furia.
Escuché algo, un roce en las ramas, Jeremy alejando a Clay, llevándoselo al interior del bosque, dejándome con mi dolor. Echada sobre la tierra, los escuché. Clay quería ir en busca del asesino de Logan, ni mañana, ni esta noche. Ahora mismo. Jeremy trataba de disuadirlo, diciéndole que aún era de día, estaba demasiado enojado, necesitaban planificar la cosa. No importaba lo que Jeremy dijera ni si lo que decía tenía sentido. La tormenta de la furia de Clay ahogaba toda lógica. Sabía cuál sería el resultado. Sabía lo que Clay iba a hacer con o sin permiso de Jeremy. Al frotar mis manos llenas de tierra sobre mi rostro húmedo, el miedo superó el dolor. Mientras discutían me levanté, salí silenciosa del bosque y fui rápido a la casa.
Diez minutos más tarde, Clay abrió la puerta de su auto y se dejó caer pesadamente en el asiento detrás del volante.
– ¿A dónde vamos? -pregunté. Mi garganta apenas me permitía susurrar.
Se sobresaltó y volviéndose me vio acurrucada a su lado.
– Vas por él -dije antes de que pudiera decir nada-. Quiero estar allí. Lo necesito.
Eso era cierto en parte. Necesitaba exorcizar de alguna manera mi dolor y, al igual que Clay, sólo conocía una manera de hacerlo. La venganza. Cuando pensaba en que un callejero había matado a Logan, la furia que me llenaba casi me daba miedo. Se retorcía dentro de mi cuerpo como una víbora demoníaca, incitando a cada parte de mi cuerpo a sentir la furia, moviéndose tan rápido y tan sin control que tuve que apretar los puños y contenerme para evitar golpear algo. Había pasado por momentos de furia así desde la niñez. Entonces me había sentido frustrada por mi incapacidad de usarla, de actuar de algún modo efectivo. Hoy podía usar la furia más de lo que jamás creí posible. Lo que la hacia aún más aterrorizante. Ni siquiera sabía qué pasaría si me entregaba a ella. Saber que estaba poniéndome en acción al salir en busca del asesino me ayudaba a controlar mi ira.
Había otro motivo para ir con Clay. Temía dejarlo solo, temía que si yo no estaba allí para cuidarlo habría otra tumba en el bosque. Esa idea me hizo sentir cosas que ni siquiera podía admitir.
– ¿Estás segura? -preguntó, girando la cabeza hacia mí-. No tienes que venir.
– Sí, tengo que hacerlo. No trates de detenerme o le diré a Jeremy que te has ido. Le diré que te lo prohíba. Y si ya te has ido, lo llevaré hasta ti.
Clay extendió la mano para tomarme, pero yo miré por la ventana. Luego de un momento de silencio, se abrió la puerta automática del garage con un chirrido y el motor del auto se encendió con un rugido. Retrocedió por el camino de salida a toda velocidad y ya estábamos en la ruta hacia Bear Valley.
Camino de Bear Valley, la bruma de dolor y furia que giraba en mi cerebro se disipó ante la perspectiva de acción: acción clara y definitiva. Centré mi mente en eso. Cualquier impulso de correr a Bear Valley y buscar enloquecidamente al asesino de Logan se disipó bajo el peso frío de la realidad. Necesitábamos un plan. Al entrar en Bear Valley, quedamos en medio del tráfico y tuvimos que esperar todo un cambio de luces en el semáforo antes de poder girar a la izquierda de una calle principal a otra.
Cuando el segundo semáforo se puso rojo, Clay lo pasó, ignorando los bocinazos.
– ¿Sabes a dónde vas? -le pregunté.
– A estacionar.
– ¿Y luego…?
– A encontrar al hijo de puta que mató a Logan.
– Buena idea. Un plan preciso. -Me tomé de la manija de la puerta cuando Clay giró en la entrada del único estacionamiento público del centro del pueblo. -No podemos cazarlo ahora. Es de día. Y si encontramos al callejero, no podemos hacer nada.
– ¿Qué sugieres? ¿Disfrutar de la cena mientras el asesino de Logan anda suelto?
Aunque no había comido desde la noche anterior, mi estómago rechazó la idea de comer. Quería ir en busca del asesino de Logan tanto como Clay, pero debía ser cautelosa. Por más que me repeliera la idea de que algo pudiera distraernos de vengar a Logan, eso era lo que teníamos que hacer. Distraernos unas horas.
– Debemos investigar lo que pasó anoche.
Clay se metió en un espacio para estacionar.
– ¿Qué?
– Descubrir cómo reacciona el pueblo ante lo que sucedió en la fiesta de anoche. Evaluar el daño. Aún buscan más perros salvajes? ¿Van a hacer algo con el cuerpo de Brandon? ¿Té vio alguien saltar desde la ventana de un piso alto? ¿Alguien me vio con el callejero?
– Por Dios, ¿a quién le importa lo que vieron o pensaron?
– ¿A ti no? ¿No te preocupa que estudien lo que queda de Scott Brandon y encuentren algo un poco extraño? Es tu patio trasero Clay. Tu hogar. No te puedes dar el lujo de que no te importe.
Clay hizo un ruido, mezcla de suspiro y gruñido de frustración.
– Bueno. ¿Qué sugieres?
Me di un respiro, ya que aún no lo había pensado. La imagen de Logan aún inundaba mi cerebro. La hice a un lado para concentrarme en los siguientes pasos. Luego de unos minutos dije:
– Compramos el diario, vamos al café y leemos escuchando hablar a la gente. Luego planeamos cómo rastrear el callejero. Y cuando anochece lo hacemos.
– Leer un diario no nos va a ayudar a encontrar al asesino de Logan. Mejor comemos.
– ¿Tienes hambre?
Apagó el motor y se quedó en silencio un momento.
– No.
– Entonces a menos que tengas una manera más productiva de pasar un par de horas, ése es el plan.