Esa noche me quedé a dormir en casa de Walter Cole y su mujer, Lee; Walter fue mi antiguo compañero y mentor en el Departamento de Policía de Nueva York, por quien puse el nombre de Walter a mi perro. Cenamos juntos y hablamos de amigos comunes, libros y películas, y de cómo empleaba Walter su vida de jubilado, que por lo visto transcurría de siesta en siesta, y dedicando el resto del tiempo a estorbar a su mujer. A las diez, Lee, que no era precisamente un ave nocturna, me dio un beso en la mejilla y se fue a dormir, dejándonos solos a Walter y a mí. Walter echó otro tronco al fuego y, tras llenarse la copa con el vino que quedaba, me preguntó qué me había llevado a la ciudad.
Le hablé del Coleccionista, un hombre andrajoso que se consideraba instrumento de la justicia, un individuo repulsivo que mataba a quienes, a su juicio, habían echado a perder su alma con sus actos. Recordé el hedor a nicotina en su aliento cuando hizo referencia a mis padres, la satisfacción en sus ojos cuando mencionó los grupos sanguíneos, ciertas cosas que no podía saber pero sabía, y recordé asimismo cómo todo lo que yo había creído acerca de mí empezó a desmoronarse en ese momento. Le hablé de los historiales médicos, de mi encuentro ese mismo día con Jimmy Gallagher, y de mi impresión de que sabía algo que se negaba a compartir conmigo. Le hablé también de algo que no le había comentado a Jimmy. Cuando mi madre murió de cáncer, el hospital conservó muestras de sus órganos. Por mediación de mi abogada, pedí una prueba de ADN y comparé un frotis del interior de mi mejilla con tejidos de mi madre. No coincidió. No pude llevar a cabo una prueba similar con el ADN de mi padre. No había muestras disponibles. Para realizar esa prueba se requeriría una orden de exhumación, y yo aún no estaba dispuesto a llegar tan lejos. Quizá me asustaba lo que pudiese encontrar. Al descubrir la verdad sobre mi madre, lloré. No sabía hasta qué punto quería sacrificar a mi padre en el mismo altar que a la mujer a quien había llamado madre.
Walter tomó un sorbo de vino y fijó la mirada en el fuego sin despegar los labios hasta que terminé.
– ¿Por qué te dijo ese hombre, ese «Coleccionista», todas esas verdades y medias verdades ya de entrada? -preguntó. Era una maniobra característica de un policía: no vayas directo al punto central, rodéalo. Sondea. Gana tiempo para empezar a relacionar los detalles menores con los aspectos principales.
– Porque le divertía -contesté-. Porque su crueldad llega a límites que ni siquiera alcanzamos a imaginar.
– No parece la clase de persona que deja caer insinuaciones así como así.
– No.
– Lo que significa que estaba incitándote a actuar. Sabía que te sería imposible pasarlo por alto.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que, por lo que me has contado, ya ha utilizado antes a otra gente para alcanzar sus fines. Por Dios, incluso te ha utilizado a ti. Ten cuidado, porque puede que esté utilizándote otra vez para sacar a alguien de su madriguera.
Walter tenía razón. El Coleccionista me había utilizado para determinar las identidades de hombres depravados a quienes buscaba con la intención de castigarlos por sus flaquezas. Era artero, y no conocía ni remotamente la misericordia. Ahora había vuelto a esconderse, y yo no sentía el menor deseo de encontrarlo.
– Pero si eso es verdad, ¿a quién busca?
Walter se encogió de hombros y dijo:
– Por lo que me has contado, siempre busca a alguien. -Ése era el quid de la cuestión-. En cuanto a los grupos sanguíneos…, en fin, no sé qué decir. ¿Cuáles son las opciones? O bien eres hijo adoptivo de Will y Elaine Parker, y ellos te lo ocultaron por sus propias razones, o eres hijo de Will Parker y otra mujer, y él y Elaine te criaron como a un hijo. No hay más. Ésas son las posibilidades.
No podía discrepar. El Coleccionista me había dicho que yo no era hijo de mi padre, pero el Coleccionista, como yo sabía por mi experiencia pasada, nunca decía la verdad, no íntegramente. Para él todo era un juego, un medio para alcanzar sus propios fines, fueran cuales fuesen, pero siempre sazonado con un poco de crueldad. Aunque también era posible que sencillamente no supiera toda la verdad, sino sólo que había algo en mi concepción que no cuadraba. Aún me resistía a creer que no existiesen lazos de sangre entre mi padre y yo. Todo en mí se rebelaba contra eso. Yo me había visto a mí mismo en él. Recordé cómo me hablaba, cómo me miraba. No ocurría lo mismo con la mujer a quien yo había conocido como mi madre. Quizás era sólo que me negaba a admitir la posibilidad de que todo fuese mentira, y eso no lo aceptaría hasta tener una prueba irrefutable.
Walter se acercó al fuego y se agachó para avivarlo con el atizador.
– Llevo treinta y nueve años casado con Lee. Si la hubiera engañado, y otra mujer se hubiese quedado embarazada, dudo mucho que Lee hubiese visto con buenos ojos la propuesta de criar a ese niño junto con nuestras hijas.
– ¿Incluso si le hubiese ocurrido algo a la madre?
Walter se detuvo a pensarlo.
– Insisto en que sólo puedo hablar por propia experiencia, pero la tensión que algo así introduciría en un matrimonio sería casi insostenible. Ya me entiendes, encontrarse un día tras otro cara a cara ante el resultado de la infidelidad de tu marido, tener que fingir que ese hijo es tan querido como los otros, tratarlo de la misma manera que a tu propio hijo. -Cabeceó-. No, demasiado difícil. Sigo decantándome por la primera posibilidad: la adopción.
Pero no tuvieron más hijos, pensé. ¿Eso habría cambiado las cosas? Dejando esta idea de lado, pregunté:
– ¿Y por qué me lo ocultaron? No tiene nada de vergonzoso.
– No lo sé. Quizá no fue una adopción oficial y temían perderte. En ese caso habría sido más conveniente mantenerlo en secreto hasta que fueras adulto.
– Yo estaba en la universidad cuando mi madre murió. A esas alturas ya había pasado tiempo más que suficiente para contármelo.
– Sí, pero piensa en lo que ya había sufrido. Su marido, acusado de asesinato, se quita la vida. Ella se marcha del estado, se lleva a su hijo de vuelta a Maine; luego contrae cáncer. Tú eras lo único que le quedaba, y quizá temía perderte como hijo, al margen de cuál fuese la verdad.
Se puso de pie ante la chimenea y volvió a su asiento. Walter me llevaba casi veinte años, y en ese momento la relación entre nosotros parecía más la de un padre y un hijo que la de dos hombres que habían servido juntos.
– Pero ahí está la cuestión, Charlie: al margen de lo que descubras, ellos fueron tu madre y tu padre. Fueron quienes te criaron, quienes te dieron cobijo, quienes te amaron. Lo que buscas es una especie de definición médica de un padre, y lo entiendo. Para ti tiene sentido. Probablemente yo haría lo mismo. Pero no confundas eso con la realidad: Will y Elaine Parker fueron tu padre y tu madre, y al margen de lo que descubras, no permitas que nada enturbie ese hecho. -Me dio un apretón en el brazo, con fuerza, y me soltó-. Y ahora ¿qué?
– Mi abogada tiene a punto los papeles para solicitar la orden de exhumación -expliqué-. Podría comparar mi ADN con el de mi padre.
– Podrías, pero no lo has hecho. Aún no estás preparado para eso, ¿verdad?
Admití que así era.
– ¿Cuándo vuelves a Maine?
– Mañana por la tarde, después de hablar con Eddie Grace.
– ¿Con quién?
– Otro policía amigo de mi padre. Está enfermo, pero su hija dice que quizá pueda atenderme unos minutos si no lo canso demasiado.
– ¿Y si no averiguas nada a través de él?
– Apretaré las tuercas a Jimmy un poco más.
– Si Jimmy esconde algo, lo tiene bien escondido. Los policías chismorrean. Ya lo sabes. Son como pescaderas: en cuanto alguien se va de la lengua es difícil mantener un secreto. Incluso ahora sé quién está pegándosela a su mujer, quién ha vuelto a darse a la bebida, quién toma coca o se deja untar por fulanas y camellos. Así son las cosas. Y después de la muerte de esos dos chicos, Asuntos Internos examinó con lupa la vida y la trayectoria profesional de tu padre para averiguar por qué ocurrió aquello.
– La investigación oficial no descubrió nada.
– A la mierda la investigación oficial. Tú precisamente deberías saber cómo van estas cosas. Debió de hacerse una investigación oficial, y otra en la sombra: una documentada y abierta a examen; otra llevada a cabo con discreción y luego enterrada en un hoyo.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que preguntaré por ahí. Aún me deben favores. Veamos si hay algún cabo suelto del que poder tirar. Mientras tanto, haz lo que tengas que hacer.
Apuró el vino.
– Ahora demos el día por concluido. Por la mañana te llevaré a Pearl River. Siempre me ha gustado ver cómo viven los irlandeses. Así me alegro de no serlo yo.