Tras su conversación con la relaciones públicas, John y Anita decidieron salir del hotel para dejar atrás aquel inquietante fantasma e iniciaron un paseo que les llevó hasta L'Etoile. Nadie volvió a humillar a Winston, confundiéndole con su doble cinematográfico (mucho más famoso que él), y ambos evitaron deliberadamente pasar junto a quioscos de periódicos, para no toparse con más diarios y revistas vaticinando la muerte del músico. Cuando les venció el cansancio, tomaron un taxi que les condujo hasta el restaurante donde habían planeado celebrar el cumpleaños de John. Los recién casados pudieron paladear algunos de los deliciosos platos que la comida francesa ofrece al gourmet, rematados con dos postres de excepción: hojaldre caramelizado con fresas y vainilla para ella y suflé de cacao amargo con crema chantillí de vainilla para él. La buena comida no sólo estimuló los jugos gástricos de John, sino también los creativos. El músico creía ver cada vez más potencial en el epitafio de Morrison y estuvo comentando con su mujer las distintas posibilidades que ofrecían aquellas palabras en griego, para crear una canción.
– Ya tengo claro -aseguró- que«Kata ton daimona eaytoy» será la única frase del estribillo, como hizo Lennon con Lucy in the sky with diamonds.
– Bien, pero ¿de qué va a hablar? -le preguntó Anita-. ¿Es una canción sobre Jim Morrison? ¿O es sobre ti mismo?.
– Siempre es sobre uno mismo, cariño -respondió John-. Digamos que es acerca del Jim Morrison que llevo dentro.
A Winston siempre le gustaba decir, cuando le preguntaban si tal o cual canción era autobiográfica, que su personalidad estaba formada por varios quesitos de colores, como en las cajitas redondas del Trivial Pursuit. Cada canción hablaba de un quesito en particular, lo cual no quería decir que reflejase toda su forma de ser, sino solamente un aspecto de la misma, en un momento concreto.
– ¿En qué consiste «el Morrison que llevas dentro»? -preguntó Anita, llena de curiosidad.
– Hay dos cosas en las que me siento especialmente cercano a Jim -respondió John-. Una es su pasión por la poesía. ¿A que no sabías que el propio nombre del grupo, The Doors, está inspirado en un verso de William Blake? ¿Cómo era? Algo así como «si las puertas de la percepción se purificaran, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito».
– ¿Y cuál es tu otro punto en común con Jim?
– A Morrison le gustaba nadar a contracorriente, como a mí. En una época en la que todo el mundo estaba hablando de amor libre y de flores en el pelo, llegaron los Doors con un mensaje nihilista, de muerte y destrucción. Es como si le estuvieran diciendo a la gente: «¡Eh, tíos, basta de flores y de porritos! ¡Abrid los ojos, que están palmando a miles en Vietnam! ¡Nuestro gobierno está llevando a cabo un auténtico genocidio en Indochina!». Por eso Coppola empleó la canciónThis is the end, en Apocalypse now.
– Si reconoces que vas a contracorriente -le sermoneó Anita-, admite la posibilidad de que no te hagan caso, John. Estás corriendo un riesgo y debes asumir que tu experimento puede acabar en fracaso. ¡No tienes derecho a lamentarte por no ser número uno!
A John le hicieron gracia las palabras de su mujer, a la que dedicó una seductora sonrisa antes de responder.
– No estoy haciendo experimento alguno, cariño. Escribo las únicas canciones que puedo escribir, que son las que escribiría John Lennon si siguiera con vida. Es lo malo de hacer música después de haber escuchado a los Beatles, que resulta imposible escapar de su influencia. Los raperos de hoy en día ni siquiera saben que existen joyas como elAlbum Blanco o Abbey Road porque no han hecho el esfuerzo de preguntarse qué había antes de que ellos llegaran.
Una vez en la sobremesa, John le pidió prestada la cámara de fotos a su mujer.
– Aquí no -le suplicó Anita-. He comido demasiado y me siento más hinchada que un pez globo.
– No es para hacerte una foto, cielo -le aclaró John, mientras encendía la cámara-. Me han dado ganas de volver a ver la foto de esta mañana en el Pére-Lachaise.
– Por favor, deja ya la historia del fantasma, ¿quieres? Es tan ridicula que no sé ni cómo le hemos dedicado tanto tiempo en el hotel.
Anita le miró. John se había puesto pálido.
– ¿Qué te pasa, mi amor? -le preguntó su mujer-. ¡Tienes la cara del color del mantel! -Pero presentía que la respuesta no le iba a gustar.
– ¡No es mi cara la que está en la foto! -dijo el músico con un hilo de voz-. ¡La persona que aparece junto a ti en el Pére-Lachaise es… Jim Morrison!