El irlandés había dispuesto que Amanda y Perdomo se sentaran a un mismo lado de la mesa -que tenía forma de O alargada-, pero separados por dos jugadores. De esa forma, evitaba que establecieran contacto visual y también que pudieran tocarse por debajo del tablero, para intercambiar consignas durante la partida.
La periodista demostró la pasta de la que estaba hecha ya desde la primera mano. El directivo de aire acondicionado se jugó el resto enel preflop con un par de jotas y Amanda fue la única de la mesa que se atrevió a aceptar aquel formidable envite de cien mil euros (que podría haberla apeado del torneo en ese mismo instante) con as y rey de corazones. Las probabilidades estaban ligeramente a favor del directivo de Danfoss, pero la periodista se había hecho el firme propósito de no jugar de manera timorata. Puesto que ambos jugadores iban all in y ya no podían realizar más apuestas, la crupier les animó a descubrir las cartas.
– ¡Salen todas! -anunció a continuación, para indicar que iba a proceder a destapar las cinco cartas comunitarias, que decidirían quién sería el vencedor de aquel bote de doscientos mil euros. Las tres cartas delflop resultaron ser un diez de corazones, un dos de picas y un dos de tréboles.
– ¡Dobles parejas! -exclamó exultante el danés, que había pasado a ser el claro favorito.
– Esto no es cómo empieza -replicó Amanda-, sino cómo acaba.
Pero aunque la frase intentó sonar desafiante, Perdomo, que no podía ver la cara de su compañera, se dio cuenta, por el tono de voz, de que ésta estaba completamente desolada. El danés no sólo tenía ya la mejor jugada del tablero, sino que sus posibilidades de mejorar eran cada vez mayores.
La cuarta carta, un siete de diamantes, no benefició a ninguno de los dos contrincantes, pero la quinta, una K de tréboles, dio la victoria a la periodista.
– Dobles parejas de KK-22 -proclamó con voz aséptica la crupier-. Gana la señora.
El ejecutivo de Danloss no se tomó el varapalo con demasiada deportividad. Ni siquiera tuvo la cortesía de responder a la crupier, cuando ésta le preguntó si quería recomprar otrobuy-in. Con gesto airado, se levantó de su silla, se puso la americana con grandes aspavientos, para hacer ver a todos que abandonaba de inmediato el barco, y finalmente, recriminó a Amanda en tono desabrido.
– ¡Usted no tendría que haber ido! -gritó-. ¡Era evidente que yo llevaba una pareja alta y que mi probabilidad de victoria era de más del cincuenta por ciento! ¡Y en elflop ya era del setenta y cinco!
La periodista se recreó varios segundos en apilar, en torres gemelas, la ingente cantidad dechips que acaba de arrebatarle a su rival. Luego, sin mirarle a la cara, respondió:
– Tiene razón, ha sido una temeridad. Pero como le dijo Edward G. Robinson a Steve McQueen enCincinnati Kid, en eso consiste el póquer: «en cometer el error apropiado en el momento oportuno».
Aquella cita acabó por sacar de quicio al de Danloss, hasta el punto de que O'Rahilly se sintió en la obligación de levantarse de la mesa y acompañar personalmente al hombre hasta tierra firme.
– No estaré fuera más de treinta minutos -anunció al resto de los jugadores-. Mientras tanto, la crupier me servirá las cartas y pondrá mis ciegas, como si estuviera sentado a la mesa.
La ausencia temporal del anfitrión tuvo el efecto de destensar a los jugadores, y esto se tradujo a su vez en un juego más alegre y despreocupado. Muchos de ellos empezaron a arriesgar grandes cantidades de dinero en la mesa, con jugadas mucho más débiles de lo que el sentido común hubiera recomendado. Esto acarreó funestas consecuencias para dos de ellos, que perdieron la totalidad de sus fichas en la media hora larga que O'Rahilly se demoró en volver. Cuando el irlandés se sentó de nuevo a la mesa, la situación, enumerada en sentido contrario a las agujas del reloj, era la siguiente:
Jugador n.° 1 (a la derecha de la crupier) eliminado (accionista de Carlsberg).
Jugador n.° 2 (en uno de los extremos cortos de la mesa) en juego con 250.000 euros (misteriosa mujer de la lancha).
Jugador n.° 3 (junto al anterior, en el mismo extremo) eliminado (directivo de aire acondicionado).
Jugador n.° 4 (lado opuesto a la crupier) en juego, con 25.000 euros (Perdomo).
Jugador n.° 5 (en el mismo lado) en juego, con 150.000 euros (padre Hughes).
Jugador n.° 6 (en el mismo lado) en juego, con 350.000 euros (Amanda).
Jugador n.° 7 (en el otro extremo corto) eliminado (accionista de Carlsberg).
Jugador n.° 8 (en el mismo extremo) en juego, 35.000 euros (divorciada de Bang & Olufsen).
Jugador n.° 9 (a la izquierda de la crupier) en juego, 90.000 euros (O'Rahilly).
El padre Hughes -que se lanzó a bendecir las cartas antes de eliminar a uno de los dos directivos de Carlsberg- estaba demostrando ser un jugador de póquer verdaderamente notable. No sólo atrapó a su rival con un trío de ases, que supo esconder hasta la última carta, sino que se permitió pronunciar una de las frases más celebradas de la noche: «Carlsberg, posiblemente los peores jugadores del mundo».
Antes de soltar la chanza, el sacerdote tuvo el buen criterio de esperar a que los dos aludidos se encontraran a cierta distancia, aunque por la cara de fastidio que exhibieron durante las horas siguientes, resultó evidente que aquel hiriente retruécano había llegado a sus oídos.
La partida se estancó hasta la hora del descanso, ya que el regreso de O'Rahilly provocó que el miedo se apoderara nuevamente de la mesa. Si hasta el instante anterior, los jugadores se habían animado a realizar cuantiosas apuestas con cartas muy bajas, ya incluso una pareja de damas parecía poca cosa para arriesgar un puñado de fichas. El resultado fue que cuando llegó elbreak de la comida, los chips apenas se habían movido de sitio, ninguno de los jugadores eliminados había ejercido su opción a recompra y todos se habían levantado de la mesa con la sensación de que la verdadera partida no había comenzado todavía.