Perdomo y Amanda aterrizaron en el aeropuerto de Copenhague-Kastrup a las tres en punto de la tarde, tras tres horas y quince minutos de un vuelo sin incidencias que la periodista aprovechó para impartir al policía un cursillo acelerado de Texas Hold'em.
– Lo más seguro es que seas el primero en caer eliminado -le había advertido Amanda, después de que hubo sacado la baraja francesa-, porque, en el poco tiempo que nos queda, sólo puedo hacer de ti un jugador mediocre. Pero aun así, O'Rahilly debe tener la sensación de que no eres un completo novato, de lo contrario empezará a hacerse preguntas.
– ¿De qué tipo? -preguntó el inspector.
– ¡C’mon,my love, no seas ingenuo! -exclamó Amanda-. Si te sientas a jugar en una mesa con un buy-in de cien mil euros y ese zorro se percata de que no sabes ni tener las cartas en la mano, pensará que estás en el barco para otra cosa. El tipo es todo menos un idiota. Por otro lado, el hecho de que tengas que levantarte de la mesa a la primera, nos viene de perillas. Eso te dejará libre para fisgonear por el barco y colarte en su camarote.
– Eso ya lo veremos -rezongó Perdomo, preocupado-. Dudo mucho de que, con todos los secretos tecnológicos que hay a bordo de ese velero, los invitados tengan libertad para moverse a sus anchas por elRevenge. Nos tendrán vigilados, incluso cuando vayamos al cuarto de baño.
– ¿Vigilados? -preguntó la mujer con escepticismo-. Ya has visto quiénes son los miembros de la tripulación, ¿no? Sólo hay técnicos, ingenieros y artistas. Ni un sólo gorila. ¿Y sabes por qué? Porque se debe sentir tan seguro a bordo, que cree que no necesita personal de seguridad.
– Si es como dices -respondió Perdomo, poco convencido-, intentaré llegar hasta el camarote de O'Rahilly. Difícil será que en su peine no haya pelos enredados y me basta con que sólo uno de ellos conserve la raíz.
Una niña que viajaba en la fila delantera del avión se puso de rodillas sobre su asiento y empezó a admirar, por encima del respaldo, el virtuosismo con que Amanda era capaz de manejar el mazo de cartas. A pesar de tener manos pequeñas y regordetas, la mujer podía barajar con una sola mano a una velocidad increíble, produciendo un sonido -¡sssssshhhhfloc, sssssshhhfloc!- totalmente convincente, redondo, compacto. Al ver que tenía público, Amanda se creció y desplegó los naipes en cinta sobre la pequeña superficie de la mesa desplegable, haciendo que éstos cambiaran varias veces de orientación, con un simple impulso de su dedo corazón. Seguidamente, volvió a agarrar el mazo con una sola mano y lo desplegó en abanico, para que su espectadora eligiera una carta. La niña dudó durante un rato y cuando fue a coger por fin la que había elegido, Amanda la asustó, imitando con la boca el sonido de una descarga eléctrica. Temerosa de que volviera a tomarle el pelo, la niña renunció a acercar otra vez su mano a las cartas y Amanda optó entonces por hacer entrar a Perdomo en el juego. Éste eligió la reina de corazones y la improvisada prestidigitadora cerró de manera muy vistosa el abanico e invitó al policía a que introdujera la carta seleccionada en el centro del mazo. Luego mezcló los naipes, cortó la baraja, dio un par de golpecitos sobre la carta superior, la dejó a un lado, como si le produjera gran disgusto, y dio la vuelta a la que había debajo, que resultó ser, cómo no, la reina de corazones. Repitió el truco varias veces, adivinando siempre la carta elegida, que se escondía cada vez en un lugar distinto de la baraja. Finalmente, acercó muy despacio su mano desnuda hasta la oreja izquierda de la niña y extrajo de ésta, como por milagro, el naipe elegido por Perdomo. La exhibición se hubiera prolongado seguramente durante algunos minutos más, de no ser por la intervención de la madre de la criatura, que decidió, de forma unilateral, que su hija estaba molestando y la obligó a sentarse de nuevo en el asiento.
– ¿Piensas poner en juego tus malas artes durante la partida? -preguntó Perdomo, todavía boquiabierto por la pequeña exhibición de magia de Amanda.
– ¿Te refieres a hacer trampas? -replicó la reportera con expresión picara-. No podría ni aunque quisiera,my sweetheart. En una partida de este nivel, siempre se cuenta con un repartidor profesional (un crupier) para que el juego sea más ágil y más aséptico. Nosotros nunca llegaremos a tocar el mazo de naipes, lo más que tendremos en la mano, en cada ronda, serán dos cartas, y eso da muy poca libertad de movimientos. Pero incluso aunque no hubiera crupier, jamás me atrevería a ejecutar estos trucos de colegial ante jugadores experimentados como los que veremos esta noche. Me cazarían a la menor ocasión.
– ¿Te ha dicho Rami qué otros participantes en el torneo se sentarán a la mesa?
– ¡Espero que ninguno de ellos se llame Gus Hansen! -suplicó Amanda, dejando escapar una risita nerviosa-. Es uno de los mejores jugadores de todos los tiempos y es danés. De hecho, el apodo con el que se conoce en los circuitos es el Gran Danés. Me haría trizas en cuanto se lo propusiera.
Perdomo frunció el ceño.
– ¡De modo que no sabemos nada! ¡Esto me gusta cada vez menos!
– Easy, querido, easy -le tranquilizó Amanda-. Rami no me ha dado nombres, pero sí me ha dicho que suelen acudir, sobre todo, ricachos de la zona, gente a la que le sobra la pasta y que quiere presumir de haber jugado con mister Download. ¿Y con qué hace la gente dinero en Escandinavia?
– ¿Con las galletas? -preguntó con inseguridad Perdomo.
– Por ejemplo -asintió Amanda-. Podría haber desde fabricantes dedanish cookies hasta empresarios del mueble. Quién sabe, igual hasta nos sentamos a jugar con algún Kamprad.
– ¿Kamprad?
– Los dueños de Ikea,my love, ¿cómo no los conoces? Claro -se respondió a sí misma-, se trata de una familia muy discreta que no se prodiga en el Hola. Pues entérate, inspector. La palabra Ikea está formada por las iniciales de su fundador, Ingvar Kamprad, más la primera letra de Elmtaryd y Agunnaryd, la granja y la aldea donde creció.
Perdomo giró la cabeza al otro lado del pasillo y observó que la mujer que se sentaba a su altura estaba leyendo la revistaRonda Iberia. Debido a su venida a España, le habían dedicado la portada a John Winston, quien posaba descalzo, con su ya mítico traje de lino blanco y el puro en la mano, sentado en la escalinata de piedra de la villa que había adquirido junto al lago de Como. El titular decía: «Me gustaría vivir en España». El inspector llamó la atención de Amanda sobre la entrevista y ambos se precipitaron sobre su ejemplar respectivo de Ronda Iberia, para leer el reportaje en su integridad. Había una pregunta sobre el Club 27 y lo mucho que le habían martirizado los tabloides británicos con la posibilidad de una muerte prematura. Winston afirmaba que era un hecho evidente que la maldición existía, dado que habían fallecido gran cantidad de músicos a esa edad, pero que creía que él nunca llegaría a formar parte del mismo, por no reunir el talento suficiente. También había muchas referencias a España, país en el que su idolatrado John Lennon había contraído matrimonio -en realidad se había casado en Gibraltar- y en el que había incluso rodado una película a las órdenes de Richard Lester. Finalmente, Winston señalaba (Perdomo se acordó de Curro, el camarero del Ritz) que una de las mejores canciones de Lennon, Strawberry Fields Forever, había sido compuesta en Almería. ¿Compondría él también una canción en España? Winston respondía que dependía del tiempo que permaneciera en nuestro país, ya que escribir una buena canción requería mucho más esfuerzo de lo que la gente creía. Las fotos que acompañaban el reportaje mostraban a un Winston luminoso, pletórico de vitalidad y de proyectos, la antítesis misma de la mortaja macilenta que Perdomo había contemplado sobre la mesa de autopsias de Tania. El destino había dispuesto que un hombre deseoso de vivir en España se hubiera visto abocado finalmente a morir en ella.