62 FBI

Una de las auxiliares de vuelo ancló el carrito de la comida a la altura de la pareja y Perdomo se dio cuenta de que a Amanda le suponía un verdadero sacrificio renunciar incluso a los platos precongelados y de escasa calidad con que las compañías aéreas suelen obsequiar a sus pasajeros. Pero la periodista necesitaba su mesita desplegable para impartir la clase de póquer y se vio forzada a dejar pasar aquel regalo envenenado.

– La esencia del Texas Hold'em -comenzó a decir Amanda, mientras mezclaba las cartas con gran virtuosismo- es la agresión selectiva. Esto quiere decir que cuando te reparten buenas cartas hay que ir a muerte con la jugada, y el resto del tiempo, renunciar al bote. Las dos maneras más seguras de perder al Texas son la agresión incontrolada (me refiero a esos zumbados que se juegan todo su resto en cada mano, aunque lleven un siete y un dos, que es la combinación más débil que puede haber) y la timidez en las apuestas.

– ¿Y qué se consideran buenas jugadas en el Texas? -preguntó Perdomo, mirando las dos cartas que le acababa de repartir la periodista. Las sujetaba en alto, como si estuviera jugando al bridge, hecho por el que fue reprendido de inmediato por la periodista.

– ¡Meeeeec! -La reportera imitó la alarma de un concurso de televisión-. ¡Error número uno,my darling, que te delataría en el acto como lo que eres, un pobre novato! En el Texas, las cartas no se despegan de la mesa. Se levantan por un extremo, para verlas, y no se vuelven a tocar hasta el desenlace final.

– Muy bien -dijo Perdomo, dejando las cartas sobre su mesita-. Pero no me has contestado a la pregunta: ¿cuáles son las manos fuertes en este juego?

– Existen ciento sesenta y nueve combinaciones posibles -dijo la mujer- que te puede repartir el crupier al inicio de cada mano. En un tiempo llegué a sabérmelas todas de memoria, ahora sólo manejo las cincuenta primeras. A ti te bastará con memorizar sólo diez, lo cual quiere decir que si el repartidor te sirve alguna de las otras ciento cincuenta y nueve, mi consejo es que no vayas. Las combinaciones con las que debes entrar en el juego son, por orden de importancia: dos ases, dos reyes, dos reinas, as y rey de color, dos jotas, as y reina de color, rey y reina de color, as y jota de color, rey y jota de color y as y diez de color.

– Por lo que veo -observó el policía-, el color es la jugada clave.

Amanda sacudió la cabeza en gesto de desaprobación.

– El que tu pareja inicial sea del mismo color -explicó- aumenta las posibilidades de ligar jugada, pero no te equivoques: el Texas es un juego de cartas altas; el que sean del mismo color es un extra, que añade probabilidades combinatorias, pero nada más. Te recuerdo que, a diferencia de lo que ocurre en el póquer cerrado (ese que sale siempre en las películas del Oeste) en el Texas el full vale más que el color.

Amanda mostró a continuación a Perdomo, con gran detalle, de qué manera la posición de cada jugador en la mesa era clave a la hora de decidir cuánto apostar en cada mano. Los primeros en hablar estaban en desventaja respecto a los últimos, ya que, lo quisieran o no, siempre proporcionaban algún tipo de información sobre su jugada. La periodista aconsejó al inspector que, cuando ocupara la última posición, jugara de manera más alegre que en primera, siempre y cuando las apuestas iniciales hubieran sido moderadas. En cambio le recomendó encarecidamente que jugara de manera muy conservadora cuando, por turno, le correspondiera una de las primeras posiciones de la mesa. Finalmente, ensayaron varias rondas de prueba, con las cartas descubiertas, para que Perdomo pudiera ir asimilando los conceptos que acababa de exponerle de palabra. En la primera de estas manos, al inspector le tocaron un as y un tres en primera posición, y realizó una apuesta muy fuerte, que Amanda censuró con dureza.

– ¡Meeeec! Otro error de principiante. Movido por el entusiasmo que te ha provocado tener un as en la mano, has metido mucho dinero en el bote, que podrías perder a la primera de cambio. Ten en cuenta que te sientas en una mesa de nueve jugadores, y es probable que alguno de ellos tenga otro as, pero acompañado con una carta más alta que la tuya. Esa carta, que llamamoskicker, es clave en caso de que ambos liguéis la misma jugada. Grábate esto a fuego, honey: en caso de empate, el que tiene el kicker o carta de apoyo más alta, se lleva el bote. Mi consejo, con as y kicker bajo, es que te limites a ver la ciega inicial y te retires sin dudarlo en cuanto haya una subida fuerte.

Otra de las manos de prueba, en las que Amanda se despachó a gusto, fue aquella en la que a Perdomo le tocaron un siete y un dos de color. La periodista le había informado de que la combinación siete-dos era, de todas las posibles, la más débil de todas, puesto que no sólo el valor de las cartas era bajo, sino que además resultaba imposible ligar escalera. En cuanto vio las cartas que le habían repartido, el inspector se deshizo de ellas, ante la mirada reprobatoria de su profesora, que las recogió de la mesita y se las colocó de nuevo en la mano.

– Acabas de perder una oportunidad de oro,honey hunny -dijo la mujer-. Te he puesto el bote muy barato y tienes dos cartas del mismo palo. ¿Y si ligas color en el flop?

– ¡Pero Amanda -protestó Perdomo, en el mismo tono en que un alumno de instituto pediría a la profesora una revisión de examen-, si me has dicho hace diez minutos que no me deje tentar por el color!

– Lo sé, pero he insistido mucho en que en última posición se puede jugar casi con cualquier cosa, siempre que te lo dejen barato. Ir a esta jugada sólo te cuesta mil euros, pero si la suerte te acompaña podrías ganar veinte o treinta mil. No sólo te podrían caer tres cartas de color en elflop, sino dos o tres sietes, dobles parejas de sietes-doses, etc. No es probable, lo sé, pero el póquer es un juego en el que, en cada mano, hay que esforzarse en adoptar la decisión correcta, y aquí lo más sensato es arriesgarse a perder mil para obtener una ganancia infinitamente mayor.

Llegó un momento en que Perdomo se saturó de póquer por completo y reconoció que era incapaz de jugar una sola mano más. Amanda entonces se levantó de su asiento, pidió a una auxiliar de vuelo que le ayudara a abrir el compartimento superior y extrajo de su bolso de mano un pequeño reproductor de DVD.

– Faltan sólo veinticinco minutos para que aterricemos en Copenhague -observó extrañado Perdomo-. ¿Te vas a embarcar a estas horas en una sesión de cine?

– Sólo quiero -dijo la reportera- rematar la clase de hoy, mostrándote el enfrentamiento final de la película de James BondCasino Royale. No te preocupes, ya no te formularé más preguntas, ni te reprenderé por hacer malas jugadas. La he traído únicamente para que la disfrutes.

Amanda buscó el punto exacto de la película que deseaba visionar con el policía y le dio a la teclaplay.

– A diferencia de lo que ocurre en muchas películas de póquer -comentó la reportera- la partida deCasino Royale, aunque tiene algunos fallos, está bastante bien planteada y resulta creíble, incluso para un profesional. Ojalá te sirva de inspiración para esta noche.

Ambos contemplaron la escena hasta su desenlace final, en el que Bond se lleva la partida con una escalera de color, y al terminar el vídeo Perdomo planteó una cuestión que llevaba rondándole la cabeza desde hacía algunos minutos.

– ¿Sabes, Amanda? -dijo pensativo el policía-. Tal vez no llegues a verme hacer el ridículo total esta noche en el barco. Puede que no tenga ni idea de póquer, pero he interrogado a centenares de sospechosos a lo largo de mi vida y me suelo dar cuenta de cuándo miente o dice la verdad un detenido. El FBI, que es la policía que posee las técnicas de interrogatorio más sofisticadas del mundo, nos ha impartido cursos en Quantico, Virginia, en al menos un par de ocasiones y siempre ha insistido en este punto: cuando una persona miente, trata de confundir al otro mirándole fijamente a los ojos, como si anduviera sobrado de confianza en sí mismo. Al que dice la verdad no le hace falta este alarde visual, porque no tiene nada que demostrar. Eso me permitirá apagar bastantes faroles esta noche.

– ¡Qué hijos de puta! -exclamó la periodista, dejando escapar una carcajada que sobresaltó a los pasajeros de las filas contiguas-. ¿De modo que tenéis truquitos para detectar a los mentirosos y los guardáis bajo siete llaves? ¡Con lo bien que nos valdrían las técnicas del FBI a los jugadores de póquer para detectar faroles! Dime una cosa, Perdomo ¿cuándo pensabas contármelo?

– No exageres, Amanda -masculló Perdomo, quitándose importancia-. Cualquier buen jugador de póquer, y no me cabe duda de que tú lo eres, intuye cuándo el contrario le está mintiendo. El FBI lo único que ha hecho es sistematizar una serie de patrones que se repiten, con infinidad de variantes, en todos los mentirosos del mundo. Eso incluye también a los faroleros.

– ¡Ya sabía yo que había algo que me rechinaba en esta escena! -Amanda, visiblemente excitada, rebobinó la película de Bond unos segundos, hasta el momento preciso en que el archienemigo del agente 007 inicia su duelo visual-. ¡El malo debería mostrarse más huidizo con la mirada, puesto que no va de farol! Ha ligado full de ases y está convencido de que tiene la jugada más alta de la mesa,the nuts, como decimos nosotros. Al mirar a Bond de forma tan desafiante, parece que estuviera intentando amedrentarle, ¿no es eso lo que dirían tus chicos del FBI?

– Más o menos -concedió el inspector. Amanda explotaba de curiosidad.

– ¿Qué más cosas os han contado los del FBI? -dijo llevándose una mano a la boca, en actitud confidencial.

– El seminario duró tres días -respondió el inspector-. ¡Si te empiezo a contar cosas, podríamos estar aquí hasta mañana!

Amanda se quedó mirando a Perdomo con un gesto de ofendida desconfianza.

– ¡Estás lleno de recursos para afrontar la partida de esta noche y no quieres compartirlos conmigo! ¿Por qué?

– Digamos que soy muy competitivo -confesó el policía- y me ha molestado el comentario que has hecho antes, de que me iban a eliminar a la primera de cambio. Como te he dicho hace un momento, yo también tengo mi pequeño arsenal de trucos, ¿sabes? Lo cual me lleva a plantearte una pregunta, que no había surgido hasta el momento. ¿Cómo debemos comportarnos si tú y yo llegamos a enfrentarnos en la mesa?

Amanda parecía haber previsto ya esta contingencia, porque no dudó ni un instante en la respuesta.

– Si el enfremamiento es entre nosotros dos -dijo- deberás aceptar mi envite, por más alto que sea, para al final, sea cual sea tu jugada, anunciar que todo era un farol y que has perdido la mano.

Perdomo se agitó, molesto, en la butaca del avión.

– ¿Por qué razón habría de hacer eso?

– De nosotros dos, no te ofendas de nuevo, yo soy la que más posibilidades tiene de llegar a la final. Por tanto, deberemos aprovechar cualquier ocasión que surja para que mi posición en la mesa se fortalezca.

– Creí que habías dicho que no debía parecer un pardillo, para evitar que O'Rahilly sospechara.

– Excepto si nos enfrentamos solos, uno contra uno,my beloved inspector. En ese caso, deberás entregarme tus fichas sin titubear y luego simular que te avergüenzas públicamente por tu mala jugada.

Perdomo hizo un gesto de resignación y a continuación planteó otra situación conflictiva, que podría llegar a producirse en la mesa.

– ¿Qué debemos hacer si nos vemos envueltos en un choque en el que participa, además, un tercer jugador? -preguntó.

– En tal caso, uno de los dos habrá de retirarse discretamente, antes de haber puesto una cantidad sustancial de dinero en el por. ¡Sólo faltaría que O'Rahillly o cualquiera de los jugadores en liza acabaran con los dos al tiempo, en una sola jugada! Yo te haré un gesto: si ves que me llevo la mano al escote, significa que debes ser tú el que vaya hasta el final. En caso contrario, tengas las cartas que tengas, prométeme que arrojarás los naipes al mazo.

Perdomo volvió a asentir con resignación. El inspector había advertido que, durante el visionado de la película, la periodista había pulsado varias veces el botón con el que se llama a las azafatas. Cuando al cabo de cinco minutos acudió, finalmente, una de ellas, Amanda le solicitó una bandeja de comida. La auxiliar de vuelo le informó que quedaban tan sólo diez minutos para el aterrizaje y que era imposible atender su pedido. La periodista empezó a contarle entonces, ante los oídos atónito de Perdomo, que padecía hipoglucemia aguda y que tenía su vehículo estacionado en el parking del aeropuerto. Ella sería responsable de lo que pudiera sobrevenirle si, como consecuencia de un bajón de tensión al volante, en el camino de Kastrup a Copenhague, perdía el control de su vehículo y se salía de la calzada. La azafata no pareció impresionada con aquella hipótesis tan catastrofista y sugirió a Amanda que tomara unsnack en cualquiera de las cafeterías del aeropuerto. ¿Sabía la señora que el aeropuerto danés estaba considerado uno de los mejores del mundo y que había recibido numerosos premios internacionales por la calidad de sus instalaciones, incluidos restaurantes y cafeterías? Amanda afirmó que conocía de sobra las excelencias de Kastrup, pero que no disponía de tiempo para detenerse a almorzar en el aeropuerto, ya que su profesión era la de cirujana y le habían programado una operación a corazón abierto para aquella misma tarde. ¿Sería mucho pedir que le trajera al menos un zumo de frutas antes del aterrizaje? ¿O acaso quería hacerse responsable también de que una niñita, a la que tenía que implantar una válvula mitral dentro de dos horas, sufriera las consecuencias de su visión borrosa y de su pulso inestable, ocasionado por su bajo nivel de azúcar en sangre? Incapaz de concebir que ningún ser humano fuera capaz de inventar tal sarta de mentiras con tal de conseguir un snack en un avión, la azafata desapareció durante unos segundos y regresó al poco con un zumo de pina, de un sospechoso color gris perla, y un infame bocadillo de jamón y queso, envuelto en papel de celofán, que Amanda estuvo masticando como si fuera un chicle (pues el pan parecía de goma) hasta que el avión tomó tierra en Kastrup.

Faltaban tan sólo siete horas para la gran partida.

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