– ¡La mujer de Winston está ya en Madrid! -le informó Amanda muy excitada-. ¡Acabo de verla por televisión, la han sacado lospaparazzi que hay siempre en el aeropuerto! ¡Qué bien le sienta el luto!
– Lo sé -dijo Perdomo-, la vamos a interrogar dentro de una hora. Pero te recuerdo que ya no es la mujer, sino la viuda.
– Quiero acompañarte,meine liebe -le espetó ella.
– Eso está fuera de lugar, Amanda. Eres mi asesora, no mi subinspectora ayudante.
La periodista no se molestó en disimular su irritación ante aquel veto.
– ¡Haces mal! ¡Haces muy mal! -exclamó-. ¡Podría serte de enorme utilidad en el interrogatorio de esa mujer! Se me ocurrirían preguntas que tú no podrías ni imaginar, simplemente porque no conoces el terreno que pisas.
– Denegado -zanjó Perdomo-. Aunque te haré un resumen lo más exhaustivo posible de todo cuanto me diga esa señora. Y ahora agárrate fuerte, ¿me oyes?
– Estoy agarradísima a un donut de chocolate -le aseguró Amanda-. ¿Qué es lo que me tienes que decir?
– Me acaban de confirmar desde Nueva York que el arma con la que mataron a Winston es la misma con la que se cargaron a John Lennon hace treinta años. ¡Lo que hay en Nueva York es un revólver exactamente igual, pero con distinto número de serie!
– ¡Lo hizo Chapman! ¡A través de uncopycat! -gritó entusiasmada Amanda.
Ella había sido la primera en aventurar la hipótesis de que a Winston lo había asesinado un lunático, como a Lennon, para apoderarse de la fama de su víctima y los hechos parecían darle la razón. A Perdomo le faltó tiempo para reconocer lo acertado de su corazonada.
– ¡Es tal como tú me avanzaste, Amanda! -la felicitó-. ¡Al final te voy a tener que llamar de verdad inspectora Torres!
– No sabes el alivio que me produce pensar que el asesino de Winston no es español -manifestó la periodista-. Bastante en crisis está ya el país como para que encima nos echen en cara haber dado muerte al mayor genio musical del siglo XXI
Perdomo trataba de imaginar en su cabeza cómo habría sido la cadena de acontecimientos que había conducido hasta la muerte de Winston.
– Chapman -dijo, casi pensando en voz alta- no ha salido nunca de prisión y el arma estaba en Queens. ¿Cómo se hizo con ella?
– Su marine la robó -aseguró Amanda, totalmente metida en su papel de inspectora Torres-. Debió de sobornar a algún policía de la Forensic División para que lo hiciera.
Perdomo reflexionó durante unos segundos y decidió que no le convencía la respuesta.
– ¿Con qué dinero? -se preguntó-. Chapman es un muerto de hambre.
– Ha concedido muchas entrevistas,my darling -le recordó Amanda-. Seguramente pactó un buen dinero por ellas.
– ¿Y por qué necesitaba hacerlo con el mismo revólver? -continuó el inspector-. Si lo que quería era volver a ser el centro de atención…
– También tengo respuesta para eso, Perdomo -le aseguró la periodista-. Chapman compró ese 38 con su dinero hace treinta años y no le debe caber en la cabeza que todo este tiempo haya estado en poder de la policía. Para él, ese revólver es su propiedad privada: es su fetiche, el objeto que le cambió la vida y le convirtió en un personaje para la historia. Es lógico que quisiera recuperarlo, como intentó con el disco.
– ¿A qué disco te refieres, Amanda? -preguntó el policía.
– ¿A cuál va a ser,meine liebe! -respondió ella con desparpajo-. A Double Fantasy. Lennon se lo autografió horas antes del atentado. John llevaba cinco años retirado de la música porque quería dedicarse plenamente a criar a su hijo Sean y en el verano de 1980 él y Yoko decidieron que ya era hora de volver al trabajo y comenzar a componer. Lo que sacó al mercado fue una joya musical, con canciones que hoy están consideradas auténticos clásicos: Woman, Beautiful Boy yStarting Over. El día que mató a Lennon, Chapman compró ese disco, Double Fantasy, para tener un pretexto con el que acercarse a su ídolo. Cuando salió del Dakota para acudir al estudio de grabación, Chapman se acercó a Lennon y le pidió que le firmara el disco. Hay una foto de ese momento histórico que puedes encontrar fácilmente en Google.
Perdomo puso el móvil en manos libres y mientras seguía escuchando todo lo que la periodista le estaba relatando, buscó la foto en el ordenador. Lo que se veía en ella eran los rostros de Lennon -en primer plano, cabizbajo, en el momento de estampar su firma sobre el disco- y de Chapman -en segundo plano, ligeramente desenfocado, observando con sonrisa bobalicona cómo su víctima atendía su petición-. La contemplación de ese medio rostro (el encuadre de la fotografía había cortado en dos la cara del asesino) hizo que Perdomo se estremeciera. Hacía pocos minutos, mientras investigaba sobre Chapman en la red, había leído sobre su esquizofrenia y de cómo éste había declarado que una parte de él no quería asesinar a Lennon, mientras la otra mitad le ordenaba: «¡Hazlo, hazlo, hazlo!». Sin saber siquiera de quién se trataba, el fotógrafo había retratado a Chapman partido en dos, como estaba su mente en aquel preciso momento. Pero lo más inquietante de todo era que la parte de su rostro que aparecía en la fotografía era -al menos a Perdomo le pareció evidente- aquella que no quería cometer el crimen. Lo visible era sólo el rostro de un pobre desdichado, babeando de felicidad por el hecho de que el dios de la música pop le estuviera dedicando unos minutos de su vida. La cara del verdadero asesino había logrado escapar del implacable ojo de la cámara. Y evidentemente, también había permanecido oculta para Lennon, pues éste, lejos de mostrar una actitud recelosa hacia el muchacho, le había preguntado: «¿Hay algo más que pueda hacer por ti?».
Perdomo había intentado seguir escuchando lo que le contaba Amanda por teléfono mientras estudiaba la foto, pero la imagen le había causado tal impacto que había terminado por desconectar. Al volver a la conversación, oyó cómo la periodista concluía su perorata diciendo:
– … y ésa fue la manera como el tal Philip Michael entró en posesión del disco.
– Perdona, Amanda -se disculpó el policía-, me he distraído contemplando la última foto de John Lennon vivo y no he prestado atención a lo último que me decías. ¿Podrías hacerme un resumen?
La periodista no sólo no se molestó con la petición, sino que se alegró de que el inspector hubiera perdido el hilo.
– ¡Para que luego digan -exclamó- que no es cierto que los hombres os bloqueáis al hacer dos cosas al mismo tiempo! Pero no importa,darling -bromeó la periodista-, yo cobro por horas, como los abogados americanos, y cuanto más tiempo me tengas al teléfono, más abultada será mi factura. Te decía que, tras disparar contra Lennon, Chapman abandonó el disco que éste le había firmado junto a la garita del vigilante del Edificio Dakota. Unas horas después, un tipo de New Jersey, llamado Philip Michael, advirtió por azar que el disco estaba ahí y al cogerlo comprobó con estupor que estaba firmado por Lennon.
– ¿Y se lo quedó? -preguntó Perdomo, lleno de curiosidad.
– No,honey -dijo la reportera-, se lo entregó al fiscal de distrito. Si Chapman no se hubiera declarado culpable motu propio, el disco podría haberse convertido en una prueba importante en el juicio. Pero no se llegó a la sala de audiencias y el fiscal le devolvió el disco a Michael unos meses más tarde. Éste lo conservó en su casa, como recuerdo, durante diecisiete años, hasta que un buen día, supongo que acuciado por las necesidades económicas, decidió sacar el disco firmado por Lennon a pública subasta.
– ¿Cómo afectó la muerte de Lennon a las ventas de sus discos? -preguntó el inspector.
– No recuerdo las cifras exactas,meine liebe -dijo la periodista-, pero sé que Double Fantasy alcanzó el número uno en muchos países, entre ellos, el Reino Unido. Lo mismo que está empezando a ocurrir ya con la discografía de The Walrus.
– ¿En serio? -Perdomo estaba estupefacto-. ¿Ya hay cifras?
– Aún no, sólo rumores -le explicó su interlocutora-, pero ya verás cómo Anita se va a convertir, en muy pocas semanas, en una viuda muy, muy rica. Pasó con Lennon, pasó con Michael Jackson y volverá a ocurrir con John Winston.
– Tendré en cuenta tus palabras cuando interrogue a la viuda.
– Chapman quería su revólver con la misma fuerza que deseaba su disco -continuó Amanda-. Cinco años después de su ingreso en prisión, le empezó a picar la codicia y escribió a un experto, para preguntarle cuánto podría valer suDouble Fantasy, autografiado por Lennon. La carta la puedes encontrar en internet, pero no la busques mientras hablas conmigo, porque si no te cortocircuitarás, ¿ok?
– Tranquila, ya he apagado el ordenador -mintió Perdomo, mientras empezaba a buscar el documento con verdadera avidez.
– Chapman ni siquiera tenía el disco en su poder, pero al enterarse de que podría obtener mucho dinero con él en una de esas subastas de coleccionistas, entabló una batalla jurídica para recuperar el álbum. Que al igual que el revólver, con el que ha cometido su nuevo crimen, era de su propiedad, todo hay que decirlo.
– ¿Obtuvo algún resultado?
– Ninguno -le informó la mujer-. El disco ha sido subastado en dos ocasiones, siempre a través de la misma empresa. La segunda vez el comprador (cuya identidad ha permanecido en secreto) pujó por la bonita cantidad de quinientos veinticinco mil dólares. Es el disco más caro de la historia.
Perdomo no quiso ni imaginar cuánto podría valer en ese momento, para un coleccionista morboso, el revólver que había servido para asesinar a Lennon y a Winston.
– ¿En qué año sucedió eso? -preguntó, antes de colgar.
– En 2003 -dijo Amanda-. La cantidad es astronómica, pero ten presente que además de la firma de Lennon, el disco tiene, en el interior de la carpeta, las huellas dactilares de Chapman, perfectamente visibles gracias a los reveladores que emplearon los forenses.
Cuando Perdomo salió del despacho para ir a entrevistarse con la viuda de Winston, una voz dentro de su cabeza no cesaba de recordarle que la auténtica fortuna de John Winston podía empezar a originarse una vez que ya había muerto.