32 Help me to help myself

Mientras Amanda abría una lata de mejillones y servía un buen puñado de patatas fritas en un cuenco, Perdomo estudió detenidamente la cocina, en la que ya se podía disfrutar del delicioso olor de la musaka gratinándose en el horno. Le llamó la atención que la puerta de la nevera estuviera llena de fotos de modelos y actrices famosas, sujetas con distintos imanes.

– ¿Haces algún tipo de régimen? -preguntó.

– Por supuesto, a mis años y con mi peso, resulta inevitable. Hago tres dietas distintas.

– ¿Para no aburrirte?

– No, porque sólo con una, paso hambre.

A Perdomo le hizo gracia aquella salida inesperada, aunque no quiso averiguar si se había tratado de un chiste o de una confesión.

– ¿Y esas fotos?

– ¿No te gustan?

– Claro que sí. Sólo pregunto para qué las tienes ahí.

– Son fotos disuasorias. Cuando entro en pleno vértigo aniquilador con la comida, alternando lo dulce con lo salado frente al televisor, durante horas y sin solución de continuidad, la vista de esos tipazos es lo único que me hace reaccionar. La foto de Eva Mendes, por ejemplo, creo que ya me ha salvado la vida un par de veces.

Amanda colocó los platos de aperitivos sobre la mesa de la cocina y se apoltronó en una de las sillas. El batín naranja estaba ahora tan abierto por la zona del escote que Perdomo trataba de mirar para otra parte, para no demostrar interés.

– Si no te importa,my dear, nos quedamos aquí hasta que esté horneada la musaka. Así no tengo que estar saliendo y entrando todo el rato a la cocina. Luego podemos cenar en esta misma mesa o en el salón, como prefieras.

– Esta tarde he presenciando la autopsia de Winston -dijo Perdomo, mientras se lanzaba hacia las patatas fritas.

– ¡No me des detalles, por favor! -exclamó la periodista-. Esas cosas me espantan, no las puedo ni escuchar.

– Sólo quería comentarte un par de observaciones que ha hecho la forense. ¿Puedo?

– Si no salen higadillos, por supuesto -concedió Amanda.

– Lo primero que le ha llamado la atención es que Winston no tuviera tatuajes ni piercings en el cuerpo. ¿Eso es normal? Te lo digo porque en estos tiempos resulta difícil ver a alguien con menos de treinta años que no lleve uno. Especialmente en el mundo del rock.

– Los tatuajes y los piercings -aclaró la reportera- se han puesto de moda en los últimos quince años; antes eran algo muy raro de ver, excepto entre los marineros y los presidiarios. Winston era muy sesentero, y en los sesenta ningún músico que se preciara llevaba piercings ni tatuajes, así que no hay nada anormal en eso. ¿Cuál es el otro punto?

– En el corazón de Winston, que sostuve en mis propias manos, había señales de infarto. La forense asegura que Winston sufrió un ataque al corazón poco antes de morir, tal vez causado por una fuerte impresión. Si no lo llegan a matar antes las balas, se hubiera muerto, literalmente, de miedo.

– ¿Qué hay de extraño en eso? -dijo la mujer-. Si ves que alguien te está encañonando con un arma de fuego y que te quedan segundos de vida, lo normal es que te infartes, ¿no crees?

– Sí, tienes razón -admitió el policía-. A veces uno olvida lo terroríficas que pueden llegar a ser las armas de fuego, cuando no se está acostumbrado a ellas.

– Dicen que la mayoría de los músicos de rock (menos Winston, claro) se han vuelto muy miedosos desde que asesinaron a Lennon -continuó Amanda-, pero lo cierto es que ya el propio John pareció presagiar su propia muerte. ¿Conoces la canciónHelp me to help myself?

– Sólo me sé un par de temas de los Beatles, lo siento.

– Lennon iba a incluirla en su último disco, aunque al final se quedó en maqueta y hubo que esperar hasta elremix del año 2000 para escucharla. Tiene una letra muy, muy inquietante. Los dos primeros versos dicen:

He luchado con todas mis fuerzas por permanecer con vida pero el ángel de la destrucción me anda rondando.

»¿Qué te parece? -preguntó Amanda.

– Es increíble -reconoció Perdomo.

– Escalofriante, diría yo, porque es la letra de un clarividente. ¿Sabes cuándo fue compuesto este tema? Data de pocas semanas antes de su muerte, y John quería incluirlo en el disco que su asesino le pidió que le firmara. Supongo que no conoces los detalles, pero el día en que mató a Lennon, Chapman estuvo varias horas merodeando por los alrededores del Edificio Dakota. Cuando Lennon salió a la calle la tarde del 8 de diciembre, nuestro hombre se acercó a él con el LPDouble Fantasy en la mano y John se lo firmó. Por la noche, cuando regresó del estudio, Chapman disparó contra él para agradecérselo. Él era su ángel exterminador, pero Lennon lo había presentido ya con semanas de antelación, y esa visión le horrorizó hasta tal punto que en el estribillo escribió:

Help me, Lord, oh help me Lord.

– ¿Tú crees que sabía que lo iban a matar?

– Por lo menos, lo intuía. Tal vez Winston también llevaba presagiándolo desde hacía un tiempo y eso le hizo más proclive al infarto.

– Averiguaré si tenía antecentes coronarios -le aseguró Perdomo.

– No sé si estarás de acuerdo conmigo, pero yo tengo la teoría de que los músicos (me refiero a los buenos) están hechos de una pasta especial -afirmó Amanda-. No te voy a decir que sean seres de otro mundo, pero sí que comparten ciertos rasgos de hipersensibilidad con los animales. Los perros, por ejemplo, pueden presentir los terremotos.

– Lo sé, pero es un caso distinto -objetó el inspector-. Los animales advierten que algo va a ocurrir a través de sensaciones táctiles u olfativas. He oído que son capaces de detectar los microtemblores que preceden a un gran cataclismo y eso les hace darse cuenta de lo que se avecina. Pero en el caso de Lennon o de Winston, me estás hablando de otro tipo de sensibilidad. Percepción extrasensorial, ¿no?

– No necesariamente -respondió Amanda-, aunque yo creo que la percepción extrasensorial existe. ¿Tú no?

La periodista no obtuvo respuesta. Perdomo acababa de extraer el teléfono móvil para atender una llamada y le hizo un gesto con la mano a la mujer, para que guardara silencio.

– ¿Gregorio? -dijo el inspector con voz muy tranquila-. ¿Qué tal te desenvuelves en tu segunda noche en solitario, hijo mío?

Amanda podía oír el sonido de la voz del muchacho a través del auricular, pero sin llegar a identificar las palabras, aunque le resultó fácil completar el diálogo en su cabeza.

– ¿Que ha ido Elena? ¿Y se ha presentado, así, sin avisar? Claro que has hecho bien en llamarme. ¿Su neceser? Entiendo. ¿Y no ha dicho nada más? Ah, que está ahí todavía contigo. No lo sé. ¿Quiere ella hablar conmigo? No, si no quiere, no me la pases. Que se lleve lo que es suyo y ya está. ¿Qué dices? ¡No te entiendo una sola palabra! ¡Masticas tan cerca del auricular que me están llegando trocitos dechop suey a través de la línea del teléfono! ¿Cuánto tardaré? ¿Y a ti qué te importa? Tú termina de cenar, ensaya tu Chacona y a la piltra, ¿de acuerdo?

Cuando Perdomo colgó el teléfono se dio cuenta de que Amanda le observaba con gesto zumbón.

– Primero una forense atractiva, ahora una ex que no me esperaba. ¿Qué ocurre,honey? ¿Otra vez en el escaparate?

– No creo que sea asunto tuyo, ¿no crees?

– ¡Por supuesto que es asunto mío, Perdomo! -se rebeló la reportera-. No estaba segura de si debía insinuarme esta noche, pero si ya me dejas claro que te has peleado con tu novia y que se me puede anticipar una forense, no me va a quedar más remedio que poner música romántica y servirte otro gin-tonic.

Las palabras de Amanda provocaron tal estado de ansiedad en Perdomo, que éste se levantó alarmado de la silla, pretextando que debía ir urgentemente al aseo.

– ¡Es una broma, hombre, no te asustes! -le tranquilizó la mujer-. ¿Cómo iba yo a prepararte una encerrona sexual, después de que me hayas hecho el honor de convertirme en tu ayudante en el caso? Nunca mezclo el placer con el trabajo, ¿sabes?

La periodista se levantó de la silla y abrió la puerta del horno para vigilar la musaka, momento que aprovechó el inspector para realizar otra llamada.

– ¿Villanueva? ¿Te has puesto ya en contacto con el FBI? ¿Que no consigues hablar con nadie? Pues olvídate de ellos de momento y telefonea a la Academia de Policía de Nueva York. Pregunta por el instructor Mike Chaparro. Es amigo mío. Que te diga si alguien ha confirmado que el revólver con el que mataron a John Lennon sigue en su sitio. Claro que es por lo de Chapman, hombre, ¿por qué va a ser si no? ¿Sabemos algo del tercer músico? Perfecto, mañana hablamos.

– Aún le faltan unos minutos -dijo Amanda, señalando hacia el horno. Acto seguido, anunció-: Voy a ponerme algo encima, tener que estar sexy todo el día me va a costar una pulmonía. Mientras tanto, pórtate bien y no te comas todos los berberechos. Los he contado, ¿eh? Quedan siete: cuatro para mí, que estoy creciendo, y tres para ti, que ya has formado una familia. ¿Quieres escuchar mientras algo del último disco de The Walrus?

Sin esperar respuesta, Amanda se acercó a un iPod que tenía sobre la encimera de la cocina, conectado a unos altavoces, y le dio alplay. Perdomo respiró aliviado por el hecho de que su anfitriona hubiera renunciado al fin a la ofensiva erótica y, reclinándose en la silla, cerró los ojos y empezó a prestar atención a la música de John Winston y su banda.

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