– ¿A que no adivinas desde dónde te llamo? -le preguntó Perdomo a una somnolienta Amanda.
Habían transcurrido un par de horas desde que el inspector fue agredido en plena calle por una mujer que afirmaba ser la novia de la periodista. Después de conseguir reducirla, Perdomo la había conducido hasta la comisaría más próxima. Y había llegado el momento de averiguar algo más sobre su verdadera identidad.
– ¿Perdomo? -balbuceó la periodista, medio dormida-. ¿Eres tú,my dear? Por la hora pensé que podía tratarse de alguno de mis novios mexicanos. A veces se les olvida el desfase horario y me levantan de la cama a las tres de la mañana.
– ¡Claro que soy yo! -bramó el policía-. ¡Y por poco pierdo un ojo a manos de una señora llamada -el policía rebuscó en su libreta, para no equivocarse al decir el nombre completo- María Teresa Montero Llanos! ¿Te suena de algo?
– ¡La madre que la parió! -exclamó Amanda en cuanto escuchó el nombre de la agresora.
– ¡De modo que no se lo ha inventado! -exclamó indignado Perdomo-. ¡Se ha pasado las últimas dos horas asegurando que es tu novia y que yo me estaba interponiendo entre ella y tú!
– ¡La madre que la requeteparió! -volvió a vocear Amanda. Acto seguido preguntó, asustada-: ¿Dices que has estado a punto de perder un ojo?
– ¡Me ha atacado esta noche, nada más salir de tu casa, con un spray de pimienta! -dijo Perdomo-. ¿Quién cono es esta tía? ¿Y de dónde ha salido?
– Es una larga historia -respondió la periodista-. ¿Por qué no te vienes para acá y te lo cuento con calma?
– No tengo la menor intención de dejarme ver a estas horas por tu siniestro barrio. Dame ahora el grueso de la información y mañana me contarás los detalles.
Perdomo oyó un suspiro de impotencia y resignación al otro lado del teléfono.
– María Teresa -dijo Amanda- es una vigilante jurado que conocí en el Casino.
– ¿En el Casino? ¿No decías que ya no jugabas?
– Al póquer, Perdomo, al póquer. Tengo derecho a una ruletita o a un blackjack de vez en cuando, ¿no? Pero como son dos juegos que me aburren enseguida, suelo acabar siempre comiéndome un pepito de ternera en la cafetería y allí es donde la conocí.
– ¿Por qué dice ella que es tu novia? ¿Y qué pinto yo en todo esto?
– Nos hemos acostado una vez. Y en cuanto a tu papel…
– Espera, Amanda -la interrumpió el policía-. ¿Os habéis acostado? Estaba convencido de que eras heterosexual.
– Lo era,my love, lo era. Lo que pasa es que a mi edad y con los kilitos que me sobran, ya no me es tan fácil encontrar pareja, y he tenido que abrir un poco el abanico, if you know what I mean. Como decía no sé quién, lo bueno de la bisexualidad es que duplica tus posibilidades de encontrar plan un viernes por la noche.
A Perdomo le escocía aún demasiado el ojo en el que le habían rociado el spray como para que le divirtiera la cita. En lugar de sonreír, dijo irritado:
– ¿De dónde ha podido sacar esta mujer la ridicula idea de que tú y yo tenemos relaciones?
– No lo sé,my darling. ¿No lo habrás publicado tú en Facebook, para darte importancia?
Aquel comentario terminó de sacar a Perdomo de sus casillas.
– ¡Joder, Amanda, que no estoy para bromas! -tronó-. ¿Qué cono le has dicho a esta tía para que me tome por un rival amoroso?
– ¡Te juro que nada! Es una loca, con la que nunca debí mezclarme, que se ha montado una delirante película en la cabeza acerca de nosotras, de la que no consigo sacarla.
– ¿Nunca le has hablado de mí?
– ¡Nunca! Hacía dos meses que no sabía nada de ella. Me ha debido de estar siguiendo en secreto, porque la última vez que hablamos le monté un número impresionante y casi llegamos a las manos.
– ¿Por qué motivo?
– A la mañana siguiente de nuestro pequeñorendez-vous nocturno, la tipa me explicó que tenía pintores en su casa y que se mareaba con el olor. Como me pilló de buenas, cometí el error de decirle que se podía quedar conmigo un par de días, hasta que se disipase el pestazo a pintura. Pues bien, llegó el fin de semana, yo iba a montar mi timba de póquer y, como no quería tenerla pululando por casa, le dije que se fuera. Me puso cara de pocos amigos, pero se largó a regañadientes. Sin embargo, el lunes la tenía otra vez conmigo, ¡y se traía neceser y una maleta llena de ropa!
«Como Elena», pensó Perdomo. Y colgó el teléfono.