67 Full House

El reencuentro entre Amanda y Rami, tras más de diez años de separación, fue uno de los más emotivos a los que Perdomo había asistido en mucho tiempo. El venerable cocinero tunecino abrazó a la periodista como si fuera una especie de hija pródiga y la colmó de bendiciones en árabe y francés. Tanto tenían que contarse el uno al otro, que la casi siempre voraz Amanda apenas tuvo tiempo de probar el suculento bufet que había preparado aquel auténtico mago de la cocina. Perdomo, en cambio, sí pudo dar buena cuenta de las calabacitas rellenas, la empanada de carne y la extraordinaria ensalada de tabulé que Rami había colocado sobre la mesa y sobre la que se abalanzaron con ansia todos los jugadores. O'Rahilly puso fin al efusivo encuentro entre la periodista y el cocinero al ordenarle a su empleado, con un pequeño pero enérgico gesto de la cabeza, que regresara a la cocina. Luego le dijo a Amanda, con mal disimulada envidia:

– Ha acumulado usted un buen montón de fichas en mi ausencia. La felicito.

– Y mi marido y yo -respondió al instante la mujer- le felicitamos a usted por la gran tarea que está llevando a cabo desde elRevenge, en pro del libre acceso de los ciudadanos a la cultura.

El irlandés se quedó un momento callado, sopesando si el comentario de Amanda encerraba alguna carga irónica. Pero como vio que la periodista persistía en sus elogios, tuvo que aceptar que estaba en presencia de una auténtica simpatizante del Partido Pirata.

– Los dos somos españoles -continuó Amanda, mirando a Perdomo-, y me honro en afirmar que, en mi país, la piratería cultural está ocho puntos por encima de la media europea.

– ¿En serio? -dijo O'Rahilly, con genuino asombro-. ¡No sabía que fuera para tanto!

– Y eso -precisó la periodista- que la sociedad privada que maneja los derechos de autor en España es especialmente voraz y codiciosa. ¡Han llegado a intentar recaudar dinero incluso por la música empleada en actos benéficos!

Las palabras de Amanda tuvieron la virtud de estimular la locuacidad del irlandés.

– Todas las personas que asisten a mis partidas privadas -dijo- simpatizan, en mayor o menor medida, con la causa que yo abandero. Tengo datos que demuestran que cada vez somos más numerosos, y que si nos mantenemos unidos, lograremos acabar con los auténticos buitres de la cultura, que son los legisladores europeos. La música, el cine y los programas informáticos no son más que un bien común, a cuyo acceso todos tienen derecho. ¿Por qué un rico puede comprarse, entonces, toda la música que le da la gana y el pobre tiene que andar pasando apuros a final de mes, para enriquecerse espiritualmente? El libre intercambio de productos audiovisuales es la forma más justa y eficaz de potenciar el disfrute de la cultura. Yo no comercio con pornografía, sino que trato de poner a disposición de la gente música, libros y películas de primera calidad. Me honro en ser el puente que está acercando al pueblo los bienes culturales a los que tiene legítimo derecho.

– Me imagino -dijo Amanda, tratando de mostrarse lo más empática posible- que la lucha titánica en la que está usted embarcado resulta una tarea ingrata y solitaria. ¿No ha pensado alguna vez en tirar la toalla?

O'Rahilly se tomó tiempo para contestar, al darse cuenta de que ya no estaba hablando sólo para Amanda. Su arenga ideológica había logrado acaparar la atención de todos sus invitados, que en esos momentos le escuchaban, más que con respetuoso interés, con auténtico embeleso.

– He atravesado momentos muy duros -dijo- y todos ustedes saben a qué me refiero, porque la prensa, que pareciera que está al servicio de las grandes multinacionales, se refociló en airear mis dificultades. El cierre de mi primer portal de descargas, The Snip, liderado por ese músico al que han asesinado recientemente… ¿cómo se llama?

– John Winston -dijo Perdomo.

– Un gran artista -reconoció O'Rahilly-, pero me temo que muy mal informado y aún peor asesorado. Ese cierre no fue sólo un duro golpe para la cultura, sino un zarpazo bestial a mis depauperadas finanzas y a la tranquilidad de mi familia, pues como saben me libré de milagro de una severa condena carcelaria. Mis enemigos me acusan de ser una especie de terrorista cultural -continuó el irlandés, que se iba enardeciendo cada vez más-, un delincuente disfrazado de Mesías informático, que sólo persigue su enriquecimiento personal. Es cierto que ahora está entrando mucho dinero en este barco gracias a mi nuevo portal de descargas, pero que nadie se equivoque: todo lo recaudado a través de The Snip II lo estamos reinvirtiendo en un proyecto tecnológico que verá la luz este mismo año y que acabará de poner la cultura, de una vez por todas, al alcance de todos los ciudadanos.

Los invitados de O'Rahilly se estaban preguntando, en un silencioso unísono, a qué proyecto se estaría refiriendo su anfitrión, pero ninguno osó entrar en más averiguaciones. Sin embargo, la afirmación del irlandés fue lo suficientemente explícita como para que Perdomo confirmara lo que le habían contado los músicos de Winston en Madrid: el último bastión de los artistas, las actuaciones en directo, estaba a punto de ser tomado al asalto por aquel irlandés sin escrúpulos. Los músicos habían podido sobrevivir hasta la fecha a la piratería del disco porque podían ganarse la vida mediante los conciertos en vivo. Pero si a partir de aquel momento también los recitalesUve iban a poder ser copiados y distribuidos ilegalmente, ¿cómo se las arreglarían los creadores para ganarse la vida?

El irlandés miró nervioso el reloj y decidió que era hora de volver a la partida. Las cartas favorecieron descaradamente a Perdomo durante la primera media hora de juego, hasta el punto de que su montón de fichas empezó a crecer a un ritmo considerable, lo que provocó un ácido comentario por parte del irlandés acerca de la suerte del principiante. Puesto que Amanda había dado por supuesto que el inspector iba a ser apeado del torneo en el primer tramo de la partida, Perdomo entró en un estado de euforia al poder demostrar, en presencia de grandes jugadores, que era un hueso duro de roer. Como les suele ocurrir a aquellos que están en racha ganadora, la calidad de su juego fue aumentando en cada mano. Al padre Hughes le apagó un farol en elriver, con una pareja de cuatros, que le reportó cerca de 25.000 euros. Al propio O'Rahilly le propinó un zarpazo de 40.000 chips con un color al as que descompuso al irlandés, quien sólo lo llevaba a la dama. Pero lo más celebrado de la noche fue la manera en que apeó del torneo a la divorciada de Bang & Olufsen. Cuando en la cuarta carta comunitaria salió un tercer trébol y la divorciada se jugó todo su resto, Perdomo se convenció de que la mujer, que no había faroleado en toda la noche, llevaba color. Sobre la mesa reposaban las cartas siguientes:

El policía -la crupier había servido un as y una jota de corazones- había ligado una pareja de ases desdeel flop. Pero una simple pareja, por más alta que fuera, no justificaba aceptar un envite tan fuerte como aquél: ni siquiera ligando escalera con un diez en el river hubiera podido batir al color. Pero justo en el instante en que Perdomo iba a deshacerse de sus cartas, la mujer se delató, con un pequeño gesto que le costó la apuesta y la partida, ya que fue a protegerse la garganta con la palma de la mano. Hacía tan sólo unas horas, Perdomo le había explicado a Amanda que ese gesto es característico en las mujeres cuando se encuentran incómodas en una determinada situación. La divorciada estaba tensa porque iba de farol y además no estaba acostumbrada a mentir en la mesa. El inspector no se lo pensó dos veces y dijo:

– Voy.

La crupier destapó una jota de corazones y antes siquiera de que Perdomo pudiera mostrar sus dobles parejas, la mujer enterró sus cartas en el mazo y admitió su derrota. Se sentía tan avergonzada por haber sido cogida en una mentira que se levantó de la mesa y solicitó que la acompañaran hasta uno de los camarotes VIP. El guardaespaldas de O'Rahilly fue el encargado de conducirla hasta su aposento, mientras Perdomo, que no cabía en sí de gozo, ordenaba el considerable montón de fichas que acababa de arrebatarle a la divorciada. No era el dinero ganado lo que le había puesto eufórico, sino el hecho de que todos los jugadores que quedaban en la mesa hubieran aplaudido su manera de jugar. Tan metido estaba en la partida, que tardó varios minutos en darse cuenta del desastre en que acabaría su misión si seguía ganando una mano tras otra: tendría que permanecer en la mesa hasta el desenlace final y no podría bajar a los camarotes para tratar de conseguir el ADN de O'Rahilly.

Consciente de su situación, Perdomo jugó las manos siguientes de manera muy temeraria, con la esperanza de que alguno de sus rivales le sorprendiera con una buena mano y le arrebatara todos suschips. Pero el inspector ya se había ganado tal reputación en la mesa, que el resto de los jugadores empezó a sentir miedo ante sus envites.

– ¿No me había dicho que era su esposa la que sabía jugar al póquer? -preguntó O'Rahilly desconcertado-. Ha empezado usted a exhibir su indudable talento justo en el momento más peligroso de la partida, cuando ya no es posible recomprar fichas. ¡Si no andamos con cuidado, nos barrerá de la mesa en un abrir y cerrar de ojos!

Fue Amanda la que intuyó lo que estaba ocurriendo. Por eso, la tercera vez que el inspector anuncióall in, aceptó la apuesta con una raquítica pareja de doses.

Fueron momentos dramáticos, porque las tres primeras cartas volvieron a colocar como favorito a Perdomo, que necesitaba perderlo todo a cualquier precio. El inspector llevaba un cinco de diamantes y un dos de tréboles, una de las peores jugada posibles, pero Amanda tenía pareja de doses, y Perdomo le acababa de privar de uno de ellos.

En elflop salieron:

Esto dio a Perdomo trío de cincos y le otorgó una ventaja apabullante sobre la periodista. Ni siquiera si hubiera salido el cuarto dos las cosas se hubieran puesto mejor para Amanda, que hubiera ligado full de 222-55, frente el full de 555-22 del inspector. Pero las cartas, que llevaban un largo rato favoreciendo al policía, decidieron en ese momento que su racha de buena suerte había finalizado. Los dos naipes que quedaban por salir fueron un as de diamantes y un cuatro de picas, lo que dejó a Perdomo con el trío inicial de cincos y permitió a Amanda ligar escalera mínima. Perdomo lo perdió todo en un instante, pero quedó con las manos libres para intentar la jugada más peligrosa de la noche.

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