En cuanto Perdomo cortó la comunicación con Chaparro, reparó en que Guerrero le estaba observando con cara de triunfo.
– Te advertí que el IBIS nunca falla -dijo muy ufano-. Aunque, por supuesto, estaba dispuesto a solicitar esa comprobación que me habías pedido.
Perdomo le dio una palmada amistosa en la espalda. Con profesionales como aquél, trabajar era un privilegio.
– ¿Qué sabemos -preguntó a continuación- de la cásete que encontrasteis en la habitación de Winston? La que me dijiste que tenía una canción grabada.
– La tienen los de Acústica Forense -le informó el de la Científica-. Me he pasado por su laboratorio esta mañana y aún no han redactado el informe oficial, aunque me aseguran que es una especie de maqueta.
– Quiero una copia cuanto antes. He conocido a una persona que…
– Ya me has hablado de ella -se anticipó Guerrero-. Es esa periodista musical, ¿no?
– En efecto -le confirmó Perdomo-. La mujer es como una enciclopedia ambulante del rock y quiero que oiga la canción.
– La tendrás esta misma mañana -aseguró el de la Científica-. ¿Puedo ayudarte en algo más?
– No, muchas gracias, Guerrero.
Cinco minutos más tarde, el subinspector Villanueva informó a su superior de que Anita, la viuda de Winston, se entrevistaría con ellos a media mañana, una vez que concluyera la ceremonia de cremación del músico, que iba a tener lugar en un tanatorio madrileño, en la más absoluta intimidad. Después de eso, el policía dejó solo a Perdomo y éste fue directo al ordenador para tratar de averiguar cuantos datos fuera posible acerca de Mark David Chapman, convertido ya en sospechoso número uno del crimen del Ritz. En internet pudo comprobar que el asesino de Lennon había concedido varias entrevistas durante su larga estancia en la cárcel, y no sólo a Barbara Walters, sino también a Larry King y otros popes de la comunicación audiovisual. Al leer las transcripciones de las mismas, el inspector se enteró de que Chapman, antes del asesinato de Winston, aseguraba sentirse totalmente recuperado de su esquizofrenia y atribuía su curación, no al tratamiento ni a los médicos, sino a Dios: «Llevo transitando por los caminos del Señor desde hace ya muchos años», confesaba a los periodistas. «No me extraña -se dijo Perdomo- que Chapman afirme que es capaz de desdoblarse», acordándose del famoso salmo de la Biblia que afirma que Dios está en todas partes y lo ve todo.
Antes de telefonear a Amanda, a quien quería comunicar las últimas noticias, Perdomo constató que, en todas las entrevistas, Chapman había declarado que, de joven, su nivel de autoestima era nulo. En el año 77 había intentado suicidarse con monóxido de carbono, conectando una manguera al tubo de escape de su vehículo e introduciendo el otro extremo por la ventanilla del coche. La manguera se derritió por el calor del tubo de escape y lo único que logró fue que lo ingresaran en una clínica mental. Fue precisamente para subir su nivel de autoestima por lo que decidió matar a Lennon. «Así su fama pasará a ser mía», pensó el pobre infeliz, a la manera de los caníbales que se comen a sus enemigos para heredar su valor. Perdomo se preguntó cuál sería su nivel de autoestima antes del homicidio de Winston, al constatar que toda la humanidad le despreciaba y que jamás saldría de la cárcel para disfrutar de la siniestra popularidad que le había otorgado el asesinato de John Lennon. «Tal vez por eso ha matado a Winston -se dijo-. Podría haber caído en el mismo pozo mental que le llevó a acabar con Lennon en el 1980 y ahora haya tratado de reforzar su ego moribundo.»
A Perdomo no le dio tiempo a telefonear a Amanda, porque fue la propia periodista la que se adelantó a su llamada.