Una vez fuera del Museo del Prado, frente a la estatua de Velázquez, Villanueva telefoneó a Perdomo para informarle de que el primer interrogatorio había resultado infructuoso y seguidamente se puso en contacto con Sean Lord, más conocido por Tusks, el teclista de The Walrus, a quien citó en una conocida cafetería situada de la plaza de Oriente. Tal como había anticipado Bruce, el teclista había salido del hotel (para pasear por el Madrid de los Austrias) y reservado una mesa en un célebre restaurante de la zona, especializado en cocido madrileño. La vestimenta de Tusks resultó ser tan estrafalaria o más que la de Bruce, como si ambos músicos -tal vez a causa de la conmoción provocada por la muerte de su líder- no fueran ya capaces de distinguir cuándo estaban sobre el escenario y cuándo no. El teclista era un gigantón de ojos saltones, nariz aguileña y bigote vikingo que se había atrevido a salir a la calle con ropa de concierto. Iba ataviado con jubón, calzas y botas de media caña, lo que le daba aspecto de juglar medieval. Al caminar o cambiar de postura, hacía sonar unos cascabeles que llevaba colgados de un enorme cinturón de cuero, cuya hebilla era la inicial de su apodo, la letra T.
Cuando llegó Villanueva, el músico ya hacía unos minutos que estaba en la barra y había consumido al menos un litro de cerveza. Daba muestras de estar bastante achispado y al menos en un par de ocasiones no se recató en eructar, prácticamente en la cara del subinspector.
– No me creo que haya sido Chapman -dijo Tusks con su voz cavernosa y profunda, como de bajo ruso-. Para empezar está en el talego, ¿no? Y encima en Attica, que es una prisión de alta seguridad. Y todo ese rollo del desdoblamiento corporal… ¿por quién nos ha tomado? Se lo dice una persona que cree en platillos volantes y en percepción extrasensorias, pero lo del viaje astral ya es demasiado.
– Si lo hizo Chapman -le explicó Villanueva- debió de ser, como es lógico, con un cómplice en el exterior. ¿Le merece esa hipótesis alguna credibilidad?
– ¡Ninguna! ¿Qué daño le había hecho John a ese chalado? -objetó Tusks-. Chapman con quien la tiene tomada es con Yoko Ono, que es la que no le deja salir. Si quería volver a matar, eran ella o cualquiera de los dos hijos de Lennon las víctimas más indicadas.
– Pero Winston estaba considerado el Lennon del siglo XXI, así que matarle a él sin duda podría significar mucho para Chapman, ¿no le parece?
– Le voy a decir para quién podría significar mucho la muerte de John.
Tusks se tambaleó ligeramente antes de proseguir, como un boxeador sonado esperando a que el arbitro termine la cuenta de protección. Villanueva se preguntó si sería capaz de frenar la caída de aquella mole, en caso de que el exceso de cerveza acabara por tumbarlo al suelo. Pero Tusks -el clásico irlandés capaz de terminar con el contenido de toda una destilería en una sola tarde y de salir incólume de la prueba- recuperó súbitamente el equilibrio y se quedó mirando al policía, como si fuera él quien estuviera esperando una respuesta.
– Le escucho, señor Lord -dijo Villanueva.
– Llámeme Tusks -saltó el otro-. Todo el mundo lo hace. ¿Sabe por qué?.
El subinspector negó con la cabeza. El músico levantó entonces el labio superior y mostró dos enormes caninos amarillentos, que parecían sacados de una película de vampiros de serie B.
– ¡Tusks, colmillos, ja, ja! -exclamó, ahogando un eructo-. En un grupo llamado La Morsa no podían faltar, ¿no le parece?
Villanueva forzó una sonrisa, como si le acabaran de relatar una anécdota encantadora sobre su tía Mimí, y luego volvió a la carga.
– ¿Quién tenía motivos para matar a Winston, Tusks?
– Wayne. Wayne había jurado matarle.
El teclista acababa de mencionar a uno de los músicos de más talento del momento, un afroamericano afincado en Londres llamado Dana W. Wayne. Villanueva supuso que se refería a él, pero prefirió confirmarlo.
– Se refiere al autor deShaken, ¿verdad?
– ¿Y qué otro Wayne puede ser? -La voz del teclista sonó por primera vez sarcástica y desagradable-. ¡John Wayne lleva criando malvas desde finales de los setenta, amigo mío!
Villanueva, que era aficionado al rock, empezó a hacer memoria. El artista aludido pesaba ciento ochenta kilos, razón por la cual se había dado a conocer hacía pocos meses en el mundo de la música como Big Wayne. Su primer gran éxito había sidoShaken, un divertido calipso que más tarde había versionado John Winston con su banda, convirtiéndolo en mundialmente famoso. La canción original empezaba con unos pasos misteriosos con eco y una cita musical del tema principal de James Bond, pero no a la guitarra eléctrica, como en la versión de cine, sino cantada en falsete por el propio Wayne. Shaken -Villanueva recordó haber escuchado el tema en la versión de The Walrus, en el Bernabéu- era una canción dedicada al martini, tal como el agente 007 lo pedía siempre en las novelas de Ian Fleming: shaken, not stirred, es decir, agitado (en la coctelera) y no revuelto (con la cuchara). Big Wayne interpretaba tres papeles en la canción, asignándoles tres voces distintas: el del propio James Bond (en realidad, Sean Connery, ya que Wayne ponía acento escocés en esa parte), el del Doctor No, con voz aterciopelada de chino multimillonario, y el de narrador, con su propia voz. Pero lo más extraordinario de todo era que la canción estaba construida sobre un solo acorde y a pesar de que duraba casi cuatro minutos, mantenía el interés del oyente hasta el final.
– Nosotros le robamos el tema -dijo el teclista- y ese negrata por fin se ha vengado. Cuando vio que la canción que supuestamente iba a catapultarle a la fama se la apropiaba John, para dar su propio salto al estrellato, Wayne enloqueció. Se puso tan furioso como cuando Pat Boone le robóTutti Frutti a Little Richard. Dijo que mataría a John por haberle robado su canción.
– Ah, entonces ¿le amenazó? -preguntó exultante Villanueva, que por fin iba a poder comunicar a Perdomo la existencia de un claro sospechoso.
– ¡Joder, que si le amenazó! -vociferó el irlandés-. Ese negrata hasta lo soltó por la radio. Wayne no se corta un pelo, ¿sabe?, y lo dijo bien clarito en no sé qué emisora: «¡Escocés hijo de puta, me has robado mi canción y voy a meterte seis balas en tu lechoso cuerpo!». La verdad es que tenía motivos para estar enfadado, porqueShaken era su criatura, pero de repente llegamos nosotros, transformamos el calipso en un rock y todo el mundo empezó a pensar que el tema era nuestro. Wayne quedó relegado al olvido y a nosotros nos catapultó al estrellato. Fue una putada, pero son gajes del oficio.
– ¿Dónde puedo encontrar a Wayne?
– No tengo ni puñetera idea -dijo Tusks, con una voz tan rica en armónicos que parecía la de un actor de doblaje-. Con semejantes antecedentes, lo más lógico es que ya lo haya detenido la policía inglesa, ¿no le parece?.
Al salir de la cafetería, Villanueva volvió a ponerse en contacto con Perdomo, que aún seguía en casa de Amanda. Le resumió la declaración de Tusks y le informó de que el tercer miembro de la banda, el batería Charlie Moon, estaba en paradero desconocido. Luego telefoneó a Scotland Yard, para enterarse de si los detectives ingleses estaban realizando pesquisas sobre el paradero de Big Wayne, y finalmente encargó a los hombres de la UDEV que iniciaran un barrido por todos los hoteles de Madrid, en busca del batería desaparecido.