– Soy todo oídos -respondió escéptico Perdomo.
– Rami me ha dicho que, desde hace meses, elRevenge nunca se acerca a la costa. El abastecimiento se hace mediante barcos nodriza, que les proveen de combustible, agua y comida. La vida a bordo se ha hecho extraordinariamente aburrida, y para compensarlo, O'Rahilly organiza, semanalmente, partidas de póquer Texas. Como a los tripulantes ya los ha pelado, el irlandés se ha visto obligado a traer jugadores de fuera. Todos los sábados por la noche sale una lancha de Helsingor (la ciudad danesa, situada en la boca misma del estrecho) con ocho o nueve jugadores y los acerca hasta el barco. Las partidas suelen durar hasta las cinco o seis de la mañana, y al terminar, los pobres incautos que habían creído que podían derrotar a mister Download, regresan a Malmó o a Copenhague con el rabo entre las piernas.
– Pero yo no sé jugar al póquer -confesó impotente Perdomo.
– Ojalá fuera ésa la única dificultad a la que nos enfrentamos -repuso Amanda-. Las partidas están montadas en forma de torneo. Cada jugador recibe el mismo número de fichas y juega hasta que le limpian todo elstack y se tiene que levantar de la mesa. Al final quedan sólo dos jugadores y el que sale vencedor se lleva todo el dinero.
– ¿De cuánto estamos hablando? -preguntó Perdomo procurando disimular su ansiedad.
– De una barbaridad -dijo Amanda-. Elbuy-in, o cantidad que hay que depositar al comienzo de la partida para poder sentarse a la mesa, era hasta la semana pasada de cincuenta mil euros. Como su torneo está empezando a ponerse de moda, O'Rahilly lo acaba de doblar a cien mil. Dado que las partidas son de nueve jugadores, el ganador se lleva casi un millón.
– ¡Cien mil euros sólo por sentarse a jugar! -exclamó Perdomo, casi sin aliento. Parecía como si la cifra que le acababa de dar Amanda le hubiera golpeado en la boca del estómago-. ¿Tú sabes a cuánto se reduce el sueldo de un policía?
– Yo tampoco los tengo -admitió Amanda-. Pero puesto que no nos vamos a sentar a esa mesa con ánimo de lucro, sino para intentar resolver un homicidio, yo que tú pediría ayuda a la única persona que conozco para la que cien mil euros son, en este momento, poco menos que calderilla, y que además tiene más interés que nadie en encontrar al culpable.
Perdomo comprendió al instante que Amanda estaba hablando de Anita, la viuda de John Winston.