El nombre completo de la viuda de Winston era Ana María Luisa Paoletti Piazzolla y había venido al mundo hacía treinta y seis años en la ciudad de Mar del Plata, un célebre centro balneario y puerto argentino del sudeste de la provincia de Buenos Aires. Aunque nunca había podido demostrarlo, Anita presumía de estar emparentada con el gran Astor Piazzolla, el compositor y bandoneonista argentino que había revolucionado el tango en la segunda mitad del siglo xx.
Durante el corto paseo hasta el hotel, donde les estaba esperando Villanueva, junto a varios coches Zeta de la Policía Nacional, Perdomo le explicó a Anita en pocas palabras quién era Ivo y por qué estaba en busca y captura.
– La noche en que su marido fue asesinado -dijo-, el búlgaro entró al estadio donde se desarrollaba el concierto y casi acaba con la vida de uno de mis hombres. ¿Había oído hablar de él?
– Jamás -respondió muy convencida la mujer. Su rostro, circunspecto y altivo, fascinó inmediatamente a Perdomo. Anita parecía una máscara fúnebre de enigmática belleza, una especie de Nefertiti del Cono Sur.
El policía comenzó a cojear ostensiblemente -se le estaba empezando a enfriar la contusión de la pierna-, por lo que la mujer le preguntó si no quería acudir a un servicio de urgencías. Perdomo le respondió que sólo necesitaba un analgésico y luego se interesó por la ceremonia de cremación.
– Ha sido muy breve y entrañable -le explicó la mujer, con voz grave y sensual-; un acto estrictamente privado en el que no ha habido ni discursos ni rezos, sólo la voz grabada de John en una versión maravillosaa cappella de Ocean Child. Como hizo Yoko con John Lennon, no se celebrará funeral, ni ningún otro tipo de ceremonia que pueda dar pie a que la muerte de mi marido degenere en un circo mediático.
Perdomo, recordando cómo se había eternizado la ceremonia de cremación de su propia esposa, hizo un breve comentario al respecto, que fue apostillado por Anita:
– En el caso de John, el proceso ha sido más breve aún, porque mi marido no ha pasado por el cremulador.
Perdomo le confesó que era la primera vez que escuchaba ese término.
– Yo tampoco lo conocía, hasta el año pasado -le aclaró la mujer-. Lo que sale del horno, después de horas de combustión, no son las cenizas propiamente dichas, sino un montón de huesecillos chamuscados, que hay que reducir a polvo en una máquina trituradora llamada cremulador. John había tenido sueños terribles con su propia muerte el año pasado, pero como tampoco quería ser inhumado, se le ocurrió esta solución, que es habitual en algunas culturas orientales.
– ¿Sueños terribles? -preguntó el inspector-. ¿Qué clase de sueños?