Epílogo

Trasladaron a Henry en ambulancia al St. Terry. Se recuperó sin percances de aquella penosa experiencia. Creo que se avergonzaba de haberse dejado engañar por Solana, pero yo habría hecho lo mismo en su lugar. Los dos nos protegemos más el uno al otro que a nosotros mismos.

El juicio de los Fredrickson contra Lisa Ray fue sobreseído. Casi me dio pena Hetty Buckwald, que estaba convencida de que su demanda era legítima. Cuando pude ir a la lavandería para decirle a Melvin que ya no corría peligro, la camioneta de repartidor de leche había desaparecido y él también. Rellené una declaración jurada de «Entrega de orden de comparecencia no realizada» y se la di al secretario del juzgado, lo cual puso fin a mi relación con aquel hombre. No me sorprendió que se hubiera ido, pero me costaba creer que hubiese renunciado a velar por su nieto más pequeño. Deseé encontrar una manera de ponerme en contacto con él, pero desconocía el nombre y el apellido de su hija. Ignoraba dónde vivía y a qué colegio iba el hijo menor. Podía ser la guardería cercana al City College o cualquier otra que había visto a seis manzanas de allí.

Incluso ahora, a veces, caigo de pronto en la cuenta de que estoy dando vueltas con el coche por el barrio donde trabajaba Melvin, mirando las guarderías, escrutando a los niños en el patio. Paso al lado de los parques de la zona pensando que tal vez llegue a ver a un hombre de pelo cano con una cazadora de cuero marrón. Cada vez que veo a un niño con una piruleta, observo a los adultos en las inmediaciones, preguntándome si alguno de ellos ha ofrecido al pequeño un caramelo en ese primer intento de establecer contacto. En la piscina infantil, me detengo junto a la valla y contemplo jugar a los niños, salpicándose unos a otros, deslizándose sobre el vientre en la piscina poco profunda mientras avanzan por el fondo apoyándose en las manos para simular que nadan. Son tan monos, tan tiernos. No concibo que alguien haga daño voluntariamente a un niño. Y sin embargo hay quien lo hace. Existen miles de delincuentes sexuales condenados sólo en el estado de California. De ésos, se desconoce el paradero de un grupo pequeño pero alarmante.

No quiero pensar en los depredadores. Me consta que existen, pero prefiero centrarme en lo mejor de la naturaleza humana: la compasión, la generosidad, la voluntad de acudir en ayuda de los necesitados. Este sentimiento puede parecer absurdo, dada nuestra ración diaria de noticias que nos cuentan con todo lujo de detalles robos, agresiones, violaciones, asesinatos y otras fechorías. A los cínicos de este mundo debo de parecerles una idiota, pero me aferró a la bondad y procuro, siempre que puedo, separar a los malvados de aquello de lo que puedan sacar beneficios. Siempre habrá alguien dispuesto a aprovecharse de los vulnerables: los más jóvenes, los más viejos y los inocentes de cualquier edad. Si bien esto lo sé por una larga experiencia, me niego a caer en el desaliento. A mi modesta manera, sé que mi aportación sirve de algo. También la de ustedes.

Con todos mis respetos.

Kinsey Millhone

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