Se despertó porque sonaba el teléfono; al principio no pudo recordar dónde se encontraba. Las cortinas blancas dejaban pasar tanta luz que la habitación estaba completamente iluminada; no obstante, tardó algunos segundos en situarse. Se levantó y asomó la cabeza por la puerta para llamar a Lundberg, pero dudó sobre el nombre que debía utilizar. Finalmente fue un simple:
– ¡Hola!
Ninguna respuesta.
Se acercó al escritorio y descolgó el auricular. Antes de que pudiera decir nada oyó la voz de Lundberg:
– ¡Soy yo! Venga inmediatamente a la oficina. Esta noche han entrado a robar. Se lo contaré cuando llegue.
Antes de colgar Lundberg le explicó cómo conectar y desconectar la alarma.
Se vistió tan rápidamente como pudo, buscó apresuradamente el cepillo de dientes y se los lavó. Pidió un taxi y entró en la cocina. Había una nota de Lundberg sobre la mesa en la que le informaba de que había ido a la oficina y le invitaba a arrasar la nevera.
No tenía hambre. Sintió instintivamente la necesidad de salir de la casa.
Cuando entró la oficina estaba vacía. El reloj digital del vestíbulo marcaba las 8.13.12. La puerta del despacho de Lundberg estaba abierta y él estaba sentado en uno de los sillones de las visitas enfrente de su escritorio.
Peter miró a su alrededor. No había ninguna duda de que la habitación había recibido una visita inesperada. Las cortinas blancas frente a la pared de cristal estaban arrancadas y colgaban del techo como trapos. El suelo estaba lleno de papeles y de cosas sacadas de los cajones. Un traje rojo estaba extendido sobre la silla del escritorio; las mangas del traje estaban atadas con una cuerda a los reposabrazos.
Lundberg señaló la mesa. Peter se acercó y vio unas letras grabadas sobre la superficie de la mesa. Dio la vuelta a la mesa para ver lo que decía:
EL OJO – LA LENGUA DEL AMOR
Lundberg agitó la cabeza y cogió un papel del suelo. Lo estiró con la mano sobre la rodilla.
– Esto me está volviendo loco.
Parecía totalmente sincero.
En ese mismo instante sonó el teléfono. Lundberg miró a su alrededor y lo encontró en el alféizar de la ventana. Apretó la tecla de manos libres y contestó:
– Agencia de publicidad Lundberg. Lundberg al habla.
– Hola, me llamo Bodil Andersson, y soy la inspectora de policía del distrito de Norrmalm.
Un sonoro sueco-finlandés llenó la habitación.
– Hemos recibido del distrito de Nacka una denuncia por allanamiento de morada y amenazas y desearía hacerle algunas preguntas. Por lo que sé, está siendo acosado por un desconocido y me han dado el caso pues tengo experiencia en asuntos similares.
Lundberg cogió el auricular.
– Estaba a punto de hacer otra denuncia -dijo con su autoritaria voz de oficina-. Estoy en mi despacho; esta noche ha sido saqueado. ¡Le agradecería que viniera tan pronto como le fuera
posible para acabar con esto de una vez! Hasta ahora la policía no se ha matado precisamente trabajando.
Peter no podía oír lo que ella respondía pero supuso que pedía disculpas. Nunca le habían gustado los sueco-finlandeses. Después de haber escuchado de pequeño a los Mumintroll en el tocadiscos y contagiarse de su lenta melancolía se había convertido en un acto reflejo reaccionar con desgana cada vez que oía ese dialecto.
Lundberg finalizó la conversación con la dirección de la oficina y colgó el auricular.
– Llegarán dentro de media hora. Al parecer son especialistas en este tipo de asuntos.
Peter no sabía si estaba agradecido o preocupado por la información.
¿Qué sucedería con su acuerdo?
Como un globo que se deshincha, toda la confianza en sí mismo que había acumulado durante estos últimos días desapareció.
– ¿Quiere que me quede? -preguntó.
Lundberg pareció más bien sorprendido.
– Por supuesto -contestó-. Sigue siendo el único que la ha visto. Además, esta noche he dormido mucho mejor. Joder, uno sigue siendo un crío!
Peter se sintió algo más tranquilo.
Solo pasaron veinte minutos antes de que la inspectora Bodil Andersson entrara por la puerta. A esa hora Lotta ya había llegado pero Lundberg no le había mostrado su despacho devastado.
Andersson los miró a ambos y, después de unos segundos de duda, decidió quién de ellos era Olof Lundberg. Se acercó a él y le dio la mano.
– Bodil Andersson. Mi colega se retrasa un poco pero no tardará en llegar.
Miró a su alrededor y prosiguió:
– Esto no tiene muy buena pinta.
– Este es Peter Brolin -dijo Lundberg-. Me está ayudando a encontrar a la mujer para poner fin a todo esto. Él es el único que ha hablado con ella.
Hablar y hablar, pensó Peter.
Ella se le acercó y le tendió la mano para saludarlo. Él se pasó discretamente la mano derecha sobre la pernera. Ella cogió su mano y saludó pero luego no la soltó.
– Yo le conozco. ¿No nos han presentado?
Peter se sintió incómodo y aún más incómodo al notar que lo estaba. Deseó retirar la mano instintivamente pero se contuvo.
– No lo sé. Quizá -contestó él.
Ella lo escudriñó un rato más y luego soltó la mano.
– ¿Trabaja siempre como detective privado o es una afición temporal?
Sonaba sarcástica.
Él deseaba sobre todo desaparecer, que la tierra se lo tragara. No pudo pronunciar ni una sola palabra.
Lundberg lo rescató.
– Oiga -dijo con su voz de oficina más autoritaria-. No puede aparecer por aquí y comportarse con esa arrogancia, como si todo el cuerpo de policía se hubiera dejado el culo trabajando para ayudarme. ¡Debería estar agradecida de que Peter haya echado una mano y haya hecho su trabajo! Hace seis meses que les llamé por primera vez y desde entonces he puesto dos denuncias más. ¿Y qué ha pasado mientras tanto? ¡Ni una puta mierda! ¡Si la gente se corta los dedos de los pies quizá solo sea de su incumbencia, pero cuando los envuelven en asquerosos pequeños paquetes y los envían junto con desagradables cartas de amor, entran en mi casa y saquean mi oficina, entonces me parece que uno puede esperar que la policía reaccione!
Estaba rojo de ira.
Ella lo estudió en silencio.
No era una mujer fácil de asustar.
– Ahora estoy aquí, ¿no? -dijo tranquilamente con su parsimonioso acento.
Hizo un movimiento envolvente con la mano.
– ¿Cuándo descubrieron esto?
Lundberg aún estaba irritado pero intentó calmarse. Posiblemente intuyó que solo empeoraría las cosas siendo su enemigo.
– Llegué a la oficina a las ocho menos cuarto más o menos. Fui el primero. La mayoría tiene horario flexible y prefiere empezar más tarde. Lo único que he tocado ha sido el teléfono.
Respiró hondo para tranquilizarse aún más.
– También ha dejado una nota sobre la mesa.
Ella se acercó y la leyó.
– ¿Tiene alguna carta o algo por el estilo que pueda mirar?
– Al principio lo tiraba casi todo pero he guardado las dos últimas cartas. Las tiene Peter.
– ¿Y el dedo? Se mencionaba en la denuncia del distrito de Nacka. ¿Lo ha entregado como prueba?
– No, no lo he hecho.
Ella arqueó las cejas.
– ¿Y por qué no?
– Porque ningún cabrón me lo ha pedido, y ya que tengo pruebas de sobra de su increíble eficacia, Peter se ha ocupado de ello. Lo ha enviado a un laboratorio de Goteborg para ser analizado. Hoy recibiremos los resultados, ¿no es cierto, Peter?
Estaba claro que Lundberg ahora utilizaba todo el autocontrol de que era capaz para no mandarla a tomar por culo.
– Sí, claro -contestó Peter. Se acercó a la ventana. Deseaba marcharse de allí tan pronto como fuera posible.
– Estaría bien si pudiéramos ver las cartas y lo todo demás lo más pronto posible -dijo ella y miró a su alrededor-. Parece ser que esta mujer se está volviendo más y más audaz. ¿Nos podemos sentar en algún sitio tranquilo para que me puedan contar todos los detalles?
Lundberg los dirigió a una sala de reuniones y pidió a Lotta que llevara café. Los únicos muebles de la habitación eran una gran mesa oval con sillas alrededor. Sonó el móvil de Bodil Andersson; cuando terminó de hablar sobre algo que ellos pensaron era otra investigación en curso ella les explicó que tendrían que pasar sin su colega. Se encontraba al otro lado del puente levadizo de Liljeholm.
Peter y Lundberg intentaron contar la historia con tanto detalle como les fue posible. Ella escuchaba interesada y cuando acabaron miró de nuevo a Peter y preguntó:
– ¿No trabajará para una empresa que se dedica a rejas para ventanas y cosas por el estilo?
Lundberg también lo miró. Primero ligeramente sorprendido pero luego con interés. Al parecer se dio cuenta entonces de que no conocía la auténtica ocupación de Peter.
– Sí -contestó Peter.
– Entonces ya sé dónde nos hemos visto. Usted hizo un trabajo hace medio año en la empresa de mi hermano en Upplands Väsby. Yo estuve allí y le ayudé con la alarma.
Era cierto, había hecho un trabajo en Upplands Väsby pero eso fue hace, más o menos, doscientos años.
– Sí, es cierto -respondió él.
Deseó que no le preguntaran más sobre su negocio.
– ¿Cuándo podré tener las cosas? -preguntó ella.
– Si el correo funciona como es debido, recibiré el dedo hoy; las cartas están en casa.
– ¿Nos podemos ver esta tarde? Me gustaría tener todo eso lo más rápidamente posible.
– Claro -dijo él.
– ¿Puede llevarlo esta tarde a las dos y media a la comisaría de Agnegatan 33?
Peter dudó. Resultó patente para todos los de la habitación que Peter no deseaba ir a la comisaría. Él mismo no sabía por qué.
Quizá el banco había dictado una orden de busca y captura. ¿Qué sabía él de los procedimientos que utilizaban?
– De acuerdo -dijo Bodil Andersson-. Nos podemos ver en Nybroplan. Junto a Tornbergsuret. A las dos y media.
Todos en la habitación fueron conscientes de que con eso había hecho una concesión, como una especie de disculpa por su comportamiento de hacía un rato. Lundberg parecía satisfecho. Peter, sobre todo, se sentía confuso.
– Bueno, ahora les dejo todo esto y espero que ocurra algo tan pronto como sea posible -dijo Lundberg.
– Haremos lo que podamos -prometió ella-. Les daré mis números de teléfono. Este es el número directo de mi oficina en la comisaría pero es más fácil localizarme en el móvil. Desearía llevarme el traje y la cuerda, si es posible.
– Sí, claro -asintió Lundberg-. Preferiría no tener que ocuparme de esto. Estaría bien si por una vez pudiera trabajar con un poco de tranquilidad. Puede utilizar a Peter como contacto. Últimamente tenemos un trato muy íntimo.
Sonrió a Peter, que se sonrojó.
Lundberg, con su evidente masculinidad, podía gastar ese tipo de bromas.
Peter no podía.