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La cena fue extraordinaria. Hasta Peter con sus escasos conocimientos de gastrónomo pudo darse cuenta de que Lundberg sabía lo que hacía cuando se ponía a cocinar. Le había preparado unos cangrejos de mar con una salsa que sabía a gloria y para acompañar habían bebido una botella de vino blanco de Alsacia. Peter leyó en la etiqueta que el vino era de 1979 y se sorprendió de que tuviera la misma edad que su recuerdo de Susanne.

Se sentía un poco mareado pero la embriaguez era agradable y le llenó de una tranquilidad poco habitual.

No habían hablado mucho durante la cena. Peter había disfrutado de la comida y no se había sentido en absoluto incómodo durante los largos momentos de silencio que hubo.

Lundberg se inclinó sobre el plato y comenzó a juguetear con el caparazón vacío de un cangrejo. Sin levantar la mirada preguntó:

– ¿Por qué no quería ir a la comisaría?

Peter aún seguía tranquilo. Aquí se sentía seguro. La puerta que Lundberg había abierto al confiar en él le había proporcionado una tímida sensación de confianza.

– Si le soy sincero no lo sé -respondió-. Ahora mismo tengo un asunto pendiente con el S-E-Banken. Creo que eso fue lo que me asustó.

– ¡Por lo menos es una tranquilidad saber que no le buscan por asesinato! Me intranquilizó un poco. Usted no es precisamente de esos que hablan constantemente de sus intimidades.

Lundberg le sonrió.

– ¿Hay algo que deba saber? -continuó, y miró a Peter-. Quiero decir, ¿no estaré protegiendo de la justicia a un estafador?

Aún sonreía, pero Peter vio que deseaba saber cómo estaban las cosas.

El propio Peter se sorprendió de su reacción. Sin escatimar ni un detalle comenzó a hablarle de su negocio, de las deudas y de las irregularidades de Bengtsson con el IVA. Incluso habló de sus problemas de ansiedad, aunque sin especificar su gravedad.

En mitad de su relato notó de repente cómo le caían las lágrimas por las mejillas y rápidamente ocultó el rostro entre sus manos. Cuando acabó de hablar estaba completamente agotado. Su cuerpo apenas podía mantenerse erguido en la silla, pero después de compartir sus problemas sintió el ánimo mucho más ligero.

Lundberg lo observaba. Peter quizá había esperado encontrar desprecio en su mirada pero, en cambio, vio una especie de cariñosa simpatía. Peter intentó adelantársele.

– Comprenderé perfectamente que a partir de ahora prefiera que la policía se encargue del trabajo -dijo-. Quiero decir, ahora que conoce al fracasado con el que ha tropezado.

No había hablado ni con autocompasión ni para pedir ayuda, simplemente había ocupado el lugar que solía escoger: el más bajo, el que permitía que fuera más fácil pisarle.

Lundberg lo miró un buen rato. Peter bajó la vista al suelo. Comenzaba a faltarle la confianza que Lundberg le había hecho sentir. Estaba sentado al borde de un abismo mientras Lundberg tenía ambos pies seguros sobre el suelo.

Las vacaciones se habían terminado.

– Una vez tuve un amigo -comenzó Lundberg-. Se llamaba Janne Ousbäck. Estábamos muy unidos. Nos hicimos amigos el primer día de clase y continuamos siéndolo durante toda la adolescencia, con todo lo que eso significa. Lo sabíamos todo el uno del otro.

Hizo una pausa y rió ligeramente como si acabara de recordar algo divertido.

– En fin. Después del bachillerato nos separamos durante un par de años pues yo me fui a estudiar a Uppsala y él se quedó aquí en la ciudad. Cuando regresé, abrí mi propia empresa que fue cada vez mejor; debo reconocer que entonces la amistad no era lo más importante de mi vida. Janne me llamó un par de veces, manteníamos largas charlas por teléfono y siempre me pedía que nos viéramos. Yo nunca tenía tiempo. O mejor dicho: nunca me lo tomé. Tenía ocupaciones más lucrativas en las que emplear mi tiempo, o personas más importantes con las que estar y ser visto en el bar Opera.

Lundberg cruzó los brazos sobre el pecho.

– Medio año más tarde me llamó su padre y me dijo que lo habían encontrado en el desván. Estuvo colgado ahí arriba una semana antes de que encontraran su nota de suicidio traspapelada en una pila de periódicos. Resultó que tenía graves problemas económicos y al final no aguantó más.

Lundberg bebió un trago de vino.

– Me quedé completamente conmocionado. Fue la primera vez en mi vida que comprendí que todos nos moriremos algún día. Que el tiempo es algo que puede acabarse. Cogí todos los beneficios de ese año y pagué sus deudas; desde entonces he intentado ocuparme más de mis amigos. Uno no puede esperar siempre a la siguiente vez pues quizá nunca llegue. Siempre se puede ganar más dinero.

Permaneció un rato en silencio.

– Pero claro -continuó con su autocrítica-, es fácil decirlo cuando uno ya ha ganado más de lo que puede gastar.

Lundberg se había puesto de pie mientras hablaba; ahora estaba junto al armario chino y se sirvió un whisky. Peter cabeceó para indicar que a él no le apetecía.

– No sé qué tienes, Peter Brolin. Quizá me recuerdes a Janne. Quizá solo sea que eres un soplo de aire fresco en mi demasiado homogéneo grupo de amigos. Tienes una autenticidad a la que uno no está acostumbrado en el círculo en que me muevo. No te dejas impresionar, siempre eres tú mismo. No creo que haya conocido a una persona más íntegra que tú. Me doy cuenta de que con lo que me has contado esta noche has hecho lo que hace el perro que descubre su cuello a su contendiente en señal de sometimiento.

Permanecieron en silencio unos segundos. Lundberg dio un largo trago a su whisky y prosiguió:

– No te voy a dejar escapar tan fácilmente. No voy a dejar que abandones. Quiero que prosigas con tu trabajo como habíamos acordado y, joder, no pienso aceptar tu fracaso. Tienes que mostrarme a mí, a ti mismo y sobre todo a esa prepotente policía que no te rindes, que puedes resolver esto. Tienes mi apoyo al cien por cien. Pero hasta que no nos demuestres a todos lo que vales no pienso ayudarte en tus problemas económicos. Tú mismo tienes que luchar para arreglarlos. No deseo echar a perder nuestra amistad porque tengas que pasar el resto de tu vida estándome agradecido; nunca sabría si estás conmigo porque lo deseas o por agradecimiento. ¡Eres más listo de lo que crees, Peter Brolin! Ya lo has demostrado. Lo único que ocurre es que hasta ahora nadie más lo ha visto. Tú menos que nadie.

Peter había dejado de llorar. Estaba sentado completamente quieto y miraba a Lundberg que tomó de un trago las últimas gotas del whisky.

En la habitación reinaba un completo silencio.

La puerta en el interior de Peter estaba abierta de par en par y todo su cuerpo miró sorprendido hacia la fuerte luz que brillaba en su interior. Cada pequeña parte de él era consciente de que algo fantástico había ocurrido.

Había conseguido un amigo de verdad.

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