Peter estaba tumbado en la cama y tenía la cartera en su mano izquierda. Eran las ocho y una suave paz se había apoderado de él.
Sintió que estaba preparado.
Desdobló rápidamente la carta mientras el valor aún le asistía.
No alcanzó a leer más que las primeras palabras antes de sentir crecer en su garganta una bola dolorosa y después de un par de frases esta se soltó y se transformó en un torrente de lágrimas liberadoras que se precipitaron por sus mejillas. Leyó la carta cuatro veces e intentó llorar tan silenciosamente como le fue posible. En ese momento no deseaba compañía.
Aturdido guardó la carta de nuevo en la cartera.
Los pensamientos y los recuerdos se entrelazaban en su cabeza e intentaban componer un todo. Había dado el paso hacia el abismo y aún no sabía si volaría o caería.
Toda su vida había resultado estar basada en una mentira, o por lo menos en una verdad omitida. Ahora, cuando por fin había conseguido la clave secreta y la llave para librarse del peso que siempre le había impedido continuar adelante y dejar atrás el pasado, no podía aceptar la explicación. No se sentía ni triste ni enfadado, pero tampoco contento o aliviado.
Estaba completamente vacío.
Pensó en su madre.
Cuando murió el piso ya había sido limpiado y todo lo que había en él había sido empaquetado. Había preparado su partida hasta el más mínimo detalle. Toda la ropa estaba guardada en bolsas negras de plástico y la mayor parte de las cosas de la casa en cajas de cartón. Ella había llamado a Lions y les había pedido que fueran a buscarlo.
Toda la vida de una persona reducida a cajas de cartón cerradas y bolsas negras de plástico.
En cuatro de las cajas estaba escrito el nombre de Peter y Eva; había repartido democráticamente entre ambos todas las cosas de valor y las fotografías. Debajo del todo, en uno de los cartones de Peter, había un montón de libros anuales del Cuerpo de Bomberos, pero no había dejado ningún mensaje personal; solo había una escueta nota sobre la mesa de la cocina en la que les recomendaba la manera más sencilla de deshacerse de los muebles. Junto a la nota había dejado la llave de su caja de seguridad del banco; había dividido su dinero en dos mitades y las había colocado en un sobre para cada uno sin ningún saludo. Él creyó que ella había hecho todo esto en un desafortunado intento por evitarles problemas, pero hubiera estado más que encantado de poder pasar un par de días ordenando y limpiando la casa de sus padres. Se sintió despojado de la oportunidad de, solo y en paz, poder moverse entre las cosas del Tiempo anterior e intentar aliviar su pena.
Ahora comprendía que ella había sentido miedo. Miedo a que él encontrase papeles u otras señales que ella había procurado ocultar toda la vida.
Después de acabar de limpiar y de haber ordenado su vida ella se tumbó en su cama para, finalmente, poder reunirse con su amado.
Durante la autopsia no encontraron ni rastro de somníferos u otras señales de suicidio. Simplemente se había tumbado y había dejado de respirar.