Un cuarto de hora más tarde el taxi se detuvo en Tyskbagargatan. No sabía adónde se dirigía pero se dio cuenta que se hallaba a solo unas manzanas de Karlavägen.
¿Era tan sencillo como que ella simplemente hubiese visto a Lundberg por la calle y se hubiese enamorado?
Pulsó el timbre de Frid en el portero automático y aunque nadie respondió la puerta zumbó y se abrió.
Miró el tablón y encontró el nombre de Frid entre la lista de inquilinos de uno de los edificios interiores.
Sin dudarlo pasó de largo la escalera y salió a un pequeño patio interior. La casa se erguía en todas direcciones y se preguntó tras cuál de esas ventanas se ocultaba. A la izquierda, en el lado diametralmente opuesto del patio, vio la entrada a los pisos interiores y subió a medio correr la escalera. Cuando vio el nombre en una de las puertas se encontraba en el quinto piso.
Pulsó inmediatamente el timbre de la puerta. Ni siquiera sintió miedo.
Cuando se abrió la puerta se encontró cara a cara con Bodil Andersson. Su pelo rubio corto estaba recién lavado y llevaba una toalla sobre los hombros. No parecía en absoluto sorprendida.
Se observaron. Ninguno se movía de su sitio.
– Has sido más rápido de lo que pensaba -dijo ella al cabo-. Aun cuando una gallina ciega…
Él la interrumpió.
– ¿Dónde está Lundberg? -preguntó incisivamente.
Ella señaló con la mano izquierda hacia el interior del piso y sin pensarlo Peter pasó al recibidor por delante de ella. Continuó sin detenerse y buscó rápidamente por la cocina y las dos habitaciones.
No había nadie.
Regresó al recibidor y pudo ver que ella cerraba con llave y se la guardaba en el bolsillo del pantalón.
Le asaltó una primera sensación de peligro.
– ¿Dónde está? -preguntó de nuevo.
– ¿Quién? -respondió ella con una sonrisa.
– Basta ya -dijo él.
La sensación empezaba a transformarse en un intenso sentimiento y sintió cómo algo le oprimía el pecho y obligaba a su corazón a trabajar a toda máquina. Aún tenía el suficiente control como para no mostrar su miedo. No le derrotaría tan fácilmente.
Ya que al parecer ella no pensaba responder antes de que él repitiese el nombre de Olof volvió a preguntar una vez más dónde estaba.
– Ah, él -dijo y se carcajeó.
Señaló una de las ventanas de cuarto de estar. Había un gran telescopio colocado al otro lado y con un gesto de la mano le invitó a mirar. Se acercó impaciente a la ventana. En el mismo instante que colocaba su ojo para mirar vio entrar a Olof a su despacho. Continuó hasta la mesa y se sentó dándole la espalda.
Peter se irguió y miró fuera. Todas las ventanas del piso daban a Sibyllegatan y la fachada de Lundberg & Co. sobresalía en el cruce de Karlavägen. Con la ayuda del telescopio ella había estado sentada en primera fila.
Se dio la vuelta hacia ella. Todas las señales de alarma sonaban con fuerza pero no comprendía qué ocurría. Solo existía un pensamiento en su cerebro y era que debía abandonar el piso tan pronto como fuera posible.
– Está bien -intentó él-. ¡Entonces no la molesto más!
Comenzó a dirigirse hacia la puerta. Ella no hizo ningún ademán por impedírselo. Bajó el picaporte y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave.
Se volvió y la miró. Ella sonrió. No era una sonrisa agradable. Él tragó saliva.
– ¿Sería tan amable de abrir la puerta? -dijo Peter.
Él mismo oyó que sonaba más como una súplica que como una orden.
Ella aún no dijo nada; lo miró un rato y luego se fue a la cocina. Desapareció de su vista algunos segundos pero después volvió a aparecer en el vano de la puerta.
En la mano derecha sostenía una aguja.
Peter se dio la vuelta y comenzó a golpear la puerta. Intentó gritar para pedir ayuda pero como en una pesadilla no salió ningún sonido de sus labios. Con el rabillo del ojo vio que ella se acercaba, la empujó y corrió dentro de otra habitación. Con un movimiento reflejo miró a su alrededor para intentar encontrar algo con lo que defenderse. Sus ojos se quedaron clavados en una fotografía ampliada que colgaba de la pared opuesta.
Era él.
Era él de adulto, pero la fotografía parecía tener por lo menos cuarenta años.
Oyó cómo ella se le acercaba y sintió cómo le pinchaba en la espalda.
La habitación comenzó a dar vueltas y se desplomó al suelo. Cayó en una profundidad interminable y arriba del todo pudo ver el rostro de ella por entre una niebla acercarse al suyo. Podía oír su voz como a través de un eco en lo más profundo de su cerebro.
– Ahora pequeño Peter. ¡Por fin te tengo!
Solo pudo darse cuenta de que su sueco-finlandés había desaparecido.
Cayó un poco más y luego desapareció.