Se había sentado en el retrete. El pequeño espacio daba vueltas frente a sus ojos, se reclinó y los cerró. Cayó en un sopor sin sueño.
Alguien tiraba de la puerta. Se sentó completamente derecho. Le dolía todo el cuerpo y la pequeña habitación aún daba vueltas.
– Hola, ¿hay alguien ahí?
Era la voz de un hombre.
Intentó decir algo para darse a conocer pero seguía sin voz. No tenía fuerzas para levantarse. Se apoyó hacia delante y golpeó la puerta.
– Abra la puerta -gritó la voz-. ¡Es la policía! ¡Salga con las manos en alto!
Peter vio borrosamente que la llave estaba junto al retrete y alargó la mano para cogerla. Su cuerpo temblaba. En el mismo instante en que consiguió asirla se cayó hacia delante y se golpeó la cabeza contra el lavabo. Quedó tumbado en el suelo.
– Contaré hasta tres -gritó la voz-. ¡Si no sale tiraremos la puerta abajo!
Uno, dos, tres.
Se oyó un golpe y trozos de madera llovieron sobre él. Intentó protegerse la cabeza y no alcanzó a ver el filo del hacha atravesar la puerta.
Vio que la habitación se iluminaba e intentó girar la cabeza hacia la fuente de luz. Dos rostros le miraban y uno de ellos se acercó.
– Llame a Olof Lundberg en Saltsjö-Duvnäs -susurró Peter. Parecía como si tuviera una herida abierta en la garganta.
Luego todo se oscureció.
Reconoció de nuevo el olor, pero no pudo ubicar el sonido que se introdujo en su conciencia. Le dolía la garganta y aún podía sentir el hierro de las esposas alrededor de su muñeca izquierda. Oyó el sonido de una respiración y comprendió que alguien estaba sentado a su lado.
Abrió los ojos atemorizado.
Era Olof.
Cuando vio que Peter abría los ojos, se levantó y dio un paso hacia la cama. La habitación estaba en penumbra, la única luz venía de una lámpara en la mesilla de la cama vacía a su lado.
– ¿Qué hora es? -susurró.
Olof miró el reloj.
– La una y media -respondió y sonrió.
Peter intentó tragar. Le picó la garganta.
– ¿Qué día es? -preguntó.
– Es domingo. No, ahora es lunes, claro. Es de noche. ¿Quieres beber algo?
Asintió.
Olof cogió un vaso de zumo rojo de la mesilla y le puso la paja en la boca. Le picó la garganta como si el vaso contuviera alcohol puro.
Tosió.
– ¿Dónde estoy?
La garganta le dolía tanto que apenas podía hablar.
– En el Karolinska.
Olof colocó el vaso sobre la mesa y le miró preocupado.
Peter no sabía qué decir. Simplemente se sentía tan sinceramente contento de que Olof estuviera sentado a su lado que podía contentarse con eso por el momento. Alargó la mano hacia Olof que la tomó y la acarició.
La puerta se abrió y entró una enfermera en la habitación.
– Vaya, ya se ha despertado -dijo amablemente-. ¿Cómo se encuentra?
Comprobó la bolsa de suero y la cánula que estaba clavada en su mano izquierda.
– Me duele mucho la garganta -susurró Peter con esfuerzo.
Intentó carraspear pero fue aún peor.
– Voy a ver si puede tomar algo para calmar el dolor -dijo y esbozó una sonrisa-. Pulse el timbre si necesita algo.
Salió por la puerta.
– ¿Puedes hablar? -preguntó Olof.
Peter señaló la garganta y negó con la cabeza.
Permanecieron sentados en silencio, al cabo de un rato se abrió la puerta y regresó la enfermera. Se acercó a la cánula e inyectó algo en su mano.
– Pronto se sentirá mejor -sonrió ella-. Intente beber tanto como pueda. Estaba muy deshidratado al llegar.
Abandonó la habitación y Peter vislumbró la espalda de un policía a través de la puerta abierta. Se recostó y se sintió completamente seguro.
El medicamento actuó casi inmediatamente.
– Fue ella -dijo cuando sintió que la voz respondía.
– ¿Quién?
– Bodil Andersson.
– ¿Qué?
– Fue ella todo el tiempo. Te llamé pero tú habías ido a reunirte con ella. Le dejó un mensaje a Lotta para mí, entonces comprendí que era ella.
– Pero…
– Con la ayuda de la lista de Beckomberga conseguí adivinar quién era y me lancé a un taxi. Pensé que quizá quería herirte, así que no me lo pensé demasiado antes de entrar en su piso. Caí en una trampa. ¿Dónde está ella ahora? ¿La maté a golpes?
El dolor casi había desaparecido, pero sintió cómo se le desgarraba la garganta al hablar. Quería contar lo más importante antes de que el medicamento dejara de actuar.
– No estaba en el piso -dijo Olof-. Solo te encontraron a ti.
Peter miró a su alrededor.
– ¡Tienes que encontrarla! Está loca de remate. Me tuvo atado a la cama todo el tiempo y…
La voz le falló.
– ¿La policía? -susurró y cabeceó hacia la puerta.
Olof bajó la vista.
– Están aquí para interrogarte… Yo tampoco comprendí lo que había pasado, así que no supe realmente qué debía decir. El nombre de Anja Frid no me decía nada. Pero tu hermana consiguió localizarme ayer y entonces comprendí que había pasado algo, de modo que denuncié tu desaparición a la policía. No conseguí localizar a Bodil Andersson y ahora sé por qué.
Agitó desconfiado la cabeza.
– ¡Qué loca de mierda! ¿Fue realmente ella? Pero…
Siguió con sus cavilaciones. Solo la habían llamado a su número directo o a su móvil. La información que aseguró haber recibido de la policía de Nacka la tenía ella misma. Y a su colega, que nunca llegaba a tiempo, no lo habían visto nunca. Olof agitó la cabeza de nuevo al comprender que era posible, aunque bastante increíble.
– ¿Qué quería? -preguntó.
La puerta se abrió y dos policías entraron en la habitación. Cabecearon al reconocer a Olof; cada uno acercó una silla a la cama de Peter.
– Bosse Eriksson, de la brigada criminal -dijo uno de ellos y alargó la mano-. ¿Cree que puede responder a unas preguntas?
Señaló a su colega.
– Éste es Magnus Dahlberg.
Dahlberg cabeceó hacia él y sacó un pequeño bloc y un bolígrafo del bolsillo interior de su chaqueta.
– Primero quizá deberíamos liberarle de eso -prosiguió y señaló la esposa alrededor de su mano izquierda.
Sacó una llave que resultó funcionar. Peter miró sorprendido.
– Modelo universal -explicó Eriksson.
Peter se volvió hacia Olof.
– Me imagino que se habrán identificado.
Olof sonrió y asintió. Eriksson y Dahlberg se miraron desconcertados y luego a Peter.
– Olof, quizá podrías comenzar tú -pidió él.
Señaló su garganta y tragó con dificultad.
Olof contó la historia desde el principio y los policías escucharon atentos. En un par de ocasiones le interrumpieron e hicieron alguna pregunta; Peter levantó la mano dos veces para indicar que se había olvidado de algún detalle. Cuando Olof llegó a la última conversación telefónica con Bodil Andersson se encogió de hombros y dijo que eso era todo lo que sabía. El resto de la información la había vivido Peter por su cuenta desde el jueves. Finalizó su exposición relatando la conversación del jueves en la oficina.
– Me dijo por teléfono que debía ir corriendo al piso de Falugatan, pero ahí no había nadie, tampoco había ni rastro de que tuviera lugar una investigación policial.
Suspiró.
– Quizá entonces tendría que haber sospechado, pero ella nos engañó por completo. Debió de confiar que, al dejar las iniciales en la carta, sospecharíamos de Elisabet Gustavsson; luego se fue a su casa, la mató y dejó allí todas las pruebas. El sobre, mi fotografía y la bolsa con los aerosoles de pintura.
Como si por primera vez comprendiera realmente lo que las palabras que pronunciaba significaban añadió:
Es una locura. ¡Esa mujer tiene que estar completamente loca!
Olof enmudeció.
– ¿Y usted no la ha visto desde entonces? -preguntó Eriksson.
Olof agitó la cabeza; parecía como si aún analizara lo que acababa de decir.
Eriksson se volvió hacia Peter.
– ¿Pero usted sí lo ha hecho?
Él asintió. Empezó a hablar en voz baja y con cuidado. Sentía que cada articulación abría profundas heridas en su garganta.
– Cuando Olof se fue a Falugatan yo llamé a su oficina. Bodil Andersson, o quizá deberíamos llamarla Anja Frid, me había dejado un mensaje que hizo que comprendiera que ella era la diabla.
– ¿Diabla? -preguntó Dahlberg.
– Una especie de mote.
Bajó la vista.
– Conseguí descubrir, con la ayuda de las pistas que tenía, que la mujer era Anja Frid y me metí en un taxi. Creía que deseaba herir a Olof. Ella abrió la puerta y me dejó entrar, quizá no fui demasiado prudente. Luego cerró la puerta con llave y consiguió ponerme una inyección de modo que me desmayé. Cuando desperté estaba tumbado y atado a la cama, y ahí he estado desde entonces.
Eriksson y Dahlberg se miraron el uno al otro.
– Pero nosotros le encontramos en el cuarto de baño -recordó Eriksson-. Y antes de eso encontramos lo que ahora suponemos es el cuerpo de Elisabet Gustavsson en la acera debajo del piso. ¿Cómo ocurrió?
Peter tragó de nuevo.
– Conseguí soltarme y comprendí que debía llamar la atención tan rápidamente como fuera posible. Anja Frid me había enseñado el cuerpo en el armario. No tengo ni idea de cómo lo llevó hasta allí.
Peter agitó la cabeza con convicción. Los hombres se miraron entre sí.
Olof observó a Peter con los ojos abiertos de par en par.
El dolor de garganta había vuelto. Era imposible continuar la conversación, lo cual le hizo sentirse bastante bien. Había callado a propósito el detalle de la carta. De momento deseaba guardar esa parte de la historia para sí mismo.
– Vaya -dijo Eriksson-. Si esto es cierto tengo que decir que admiro su sangre fría. El cadáver indudablemente llamó la atención.
Olof sonrió, casi parecía orgulloso.
Peter se preparó para superar una última vez el dolor de garganta.
– ¿Saben dónde está? -preguntó-. Nos persigue a Olof y a mí.
Los dos policías volvieron a mirarse.
– No. El piso estaba vacío cuando llegamos.
La habitación quedó en silencio.
– Por último, ¿por qué le duele tanto la garganta? -preguntó Dahlberg.
Peter se encogió de hombros.
Eriksson y Dahlberg se pusieron de pie y dijeron adiós.
– Seguramente regresaremos para hacerle más preguntas. Le pediremos al personal que nos informe cuando le den el alta.
De pronto él se volvió a asustar. Sin preocuparse por el dolor de garganta exclamó:
– No se irán ya, ¿verdad? ¡Ella puede venir aquí!
Los hombres se miraron.
– No tiene por qué preocuparse. Le diremos al vigilante de recepción que tenga los ojos bien abiertos. Adiós.
Abandonaron la habitación.
Peter comprendió que no creían su historia.
Se dio la vuelta hacia Olof.
– ¡Es cierto! -susurró.
– Lo sé -respondió y asintió tranquilizadoramente.
Peter volvió la cabeza y cerró los ojos.
Dentro de poco contaría toda la verdad.
Simplemente él deseaba saberlo primero.