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Un par de horas más tarde se tomó el Sobril que Olof le había dado y, finalmente, cayó en un sueño liberador.

Cuando se despertó era casi de noche. Necesitó un momento antes de que todas la nuevas experiencias encontraran su lugar y permaneció tumbado con los ojos cerrados intentando ordenar todos los datos en su enorme armario de sentimientos. Deseó no estar tan agotado, pues sabía que eso no mejoraba en nada su capacidad de razonar. Un cerebro tan desconcertado y ofuscado como el suyo en un cuerpo que apenas podía levantarse de la cama no era una buena combinación en una situación como esta. Necesitaba de toda su fuerza y cordura para soportar el examen de su vida que debía realizar, sin rendirse ni entregarse al sentimentalismo o a la autocompasión.

Sería tan sencillo dejarse simplemente arrastrar a la tentadora caída… Salir de la confusión de la forma más sencilla, ahora que había conocido la verdad mientras se encontraba en lo más bajo.

Pero ahora estaba Olof.

Se encontraba en un momento decisivo de su vida. Olof ya había preparado el camino para él. Lo único que necesitaba hacer era seguir respirando, y por primera vez levantar la vista hacia el futuro en lugar de continuar mirando atrás para asegurarse de que los fantasmas le seguían.

Tenía que dejarlos marchar.

Tenía que abandonarlos aquí y, por fin, vivir su propia vida.

Si no estuviera tan cansado.

También tenía sed. Tenía la garganta seca. Giró la cabeza y sonrió al ver que Olof había colocado un recipiente con agua y un vaso en el borde del escritorio junto a la cama.

Decididamente lo olvidaba bien. Alguien había escuchado su plegaria.

Intentó incorporarse sobre un codo y alargó el brazo hacia el vaso.

A mitad de camino dudó y se tumbó inmóvil con el brazo aún estirado.

Había oído un ruido.

Estaba justo a su lado, y en el mismo instante que comprendió lo que era alargó rápidamente la mano y encendió la luz.

Alguien respiraba en la habitación.

Se sentó en la cama y apoyó la espalda contra la pared. Era como si el viento se hubiera llevado todo lo que había pensado y sentido la última hora. Lo único que existía era la enorme amenaza a la que se enfrentaba. El mundo a su alrededor desapareció y la habitación en la que se encontraba se redujo a una diminuta caja.

Volvió cuidadosamente la cabeza y miró de reojo hacia el suelo. La silla del escritorio no estaba fuera en su lugar y de debajo de la mesa donde debería haber estado sobresalían dos pies desnudos.

Dos pies desnudos con las uñas de cada uno de los nueve dedos pintadas de rojo.

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