Capítulo 24

Era una pareja de lo más variopinta la del despacho de Carl. Yrsa con los labios encarnados, y Assad con una belicosa barba de días, un arma temible en caso de abrazo.

Assad parecía muy descontento. De hecho, Carl no recordaba haberlo visto nunca mostrar tanta reprobación como en aquel momento.

– ¡Esperemos, o sea, que no sea verdad lo que dice Yrsa! ¿No vamos a traer a ese Tryggve a Copenhague, Carl? ¿Y el informe, entonces?

Carl guiñó los ojos. La imagen de Mona abriendo la puerta del dormitorio se deslizó por su retina y lo arrancó de la realidad. De hecho, llevaba toda la mañana sin poder pensar en otra cosa. Tryggve y la locura del mundo tendrían que esperar hasta que volviera a estar listo.

– Esto… ¿qué? -Carl se enderezó en la silla del despacho. Hacía bastante tiempo que no sentía el cuerpo tan dolorido-. ¿Tryggve? No, sigue en Blekinge. Le pedí que viniera a Copenhague, de hecho le ofrecí traerlo en coche, pero no se veía con fuerzas para ello, me dijo, y tampoco podía obligarlo. Recuerda que vive en Suecia, Assad. Si no quiere venir por propia voluntad no podremos traerlo sin ayuda de la Policía sueca, y estamos en el principio del caso, ¿no?

Había esperado que Assad le hiciera un gesto afirmativo, pero no lo hizo.

– Voy a escribir un informe para Marcus, ¿vale? Después ya veremos. Y aparte de eso, no sé qué podemos hacer en este momento. Se trata de un caso de hace trece años que nunca ha sido investigado. Tenemos que dejar que Marcus Jacobsen decida de quién es el caso.

Assad frunció las cejas e Yrsa hizo lo propio. ¿Iba a llevarse el Departamento A la gloria por el trabajo que habían hecho ellos? ¿Lo decía en serio?

Assad consultó su reloj.

– Podemos subir ahora mismo a aclararlo, entonces. Jacobsen empieza a trabajar temprano los lunes.

– Vale, Assad -concedió Carl, enderezándose-. Pero antes debemos hablar.

Miró a Yrsa, que meneaba las caderas llena de expectación por lo que iba a desvelarse.

– Solo Assad y yo, Yrsa -advirtió Carl-. Tengo que hablar con él a solas.

– Oh…

Parpadeó un par de veces.

– Cosas de hombres -dijo, dejándoles un vaho de perfume.

Miró a Assad con las cejas arqueadas. Tal vez bastara para que el hombre le diera alguna explicación; pero Assad se limitó a mirarlo como si justo después fuera a ofrecerle una pastilla contra la acidez.

– Ayer estuve en tu casa, Assad. En el 62 de Heimdalsgade. No estabas.

En la mejilla de Assad se formó una fina arruga que, de forma prodigiosa, se convirtió al instante en una sonrisa.

– Qué lástima. Deberías haber llamado antes.

– Intenté llamar, pero no cogiste el móvil, Assad.

– Podría haber estado bien. Bueno, otra vez será.

– Ya, pero entonces tendrá que ser en otro sitio, ¿no?

Assad asintió con la cabeza. Trató de alegrar la cara.

– Te refieres a citarnos en el centro, o sea. Podría ser divertido.

– Entonces trae a tu mujer, Assad. Tengo muchas ganas de conocerla. Y a tus hijas.

Uno de los ojos de Assad se entornó un poco. Como si su mujer fuera lo último que quisiera llevar a un lugar público.

– Hablé con algunas personas en Heimdalsgade, Assad.

El otro ojo se entornó también.

– No vives allí, hace tiempo que no lo haces. Y en cuanto a tu familia, nunca ha vivido allí. ¿Dónde vives, entonces?

Assad hizo un amplio gesto con los brazos.

– Era un piso muy pequeño, Carl. No cabíamos allí.

– ¿No deberías haberme comunicado la mudanza y cancelar el alquiler del pisito?

Assad pareció reflexionar.

– Sí, tienes razón. Lo haré.

– ¿Y dónde vives ahora, entonces?

– Hemos alquilado una casa, ahora es barato. Ahora muchos tienen dos casas a la vez. Ya sabes, el mercado inmobiliario.

– Bien, suena estupendo. Pero ¿dónde, Assad? Me hace falta una dirección.

Assad inclinó la cabeza un poco.

– Oye, Carl, hemos alquilado la casa en negro, si no sale demasiado caro. ¿No podemos guardar la vieja dirección como domicilio postal, entonces?

– ¿Dónde está, Assad?

– Pues en Holte. Es una casita de Kongevejen. Pero ¿llamarás antes, Carl? A mi mujer no le gusta que la gente se presente sin más.

Carl asintió en silencio. Ya volverían a tratar de todo aquello otro día.

– Otra cosa. ¿Por qué has dicho en Heimdalsgade que eras musulmán chiita? ¿No decías que eras sirio?

El asistente sacó hacia abajo su labio carnoso.

– Sí. ¿Y…?

– ¿En Siria hay musulmanes chiitas?

Las cejas pobladas de Assad dieron un salto hasta media frente.

– Oye, Carl -dijo sonriendo-, musulmanes chiitas los hay en todas partes.

Media hora más tarde estaban en la sala de reuniones con quince compañeros malhumorados por ser lunes, con Lars Bjørn y Marcus Jacobsen, el jefe de Homicidios, en medio del círculo.

Era evidente que nadie estaba allí por diversión.

Fue Marcus Jacobsen quien reprodujo lo que Carl había contado, porque así funcionaban las cosas en el Departamento A. Si había alguna duda, no había más que preguntar.

– El hermano pequeño del asesinado Poul Holt, Tryggve Holt, ha contado a Carl Mørck que la familia conocía al secuestrador, o quizá debiéramos decir al asesino -dijo Marcus Jacobsen algo más adelante en su presentación del caso-. El asesino frecuentó en una época las sesiones de rezos que el padre, Martin Holt, celebraba para los miembros locales de los Testigos de Jehová, y todos esperaban que aquel hombre pidiera ingresar en la comunidad.

– ¿Tenemos fotografías del hombre? -preguntó la subcomisaria Bente Hansen, una de las viejas compañeras de grupo de Carl. El subinspector Bjørn sacudió la cabeza.

– No, pero tenemos una descripción de su aspecto, y tenemos un nombre: Freddy Brink. Seguramente falso, el Departamento A ya lo ha mirado, y en la pantalla no aparece nadie que se ajuste a la edad descrita. Hemos logrado que unos compañeros de Karlshamn enviaran un dibujante de la Policía donde Tryggve Holt; veremos qué sale de ahí.

El inspector jefe de Homicidios se colocó frente a la pizarra blanca y escribió las palabras clave.

– O sea, que secuestra a los niños el 16 de febrero de 1996. Es viernes, el día que Poul ha invitado a su hermano pequeño Tryggve a visitar la Escuela de Ingenieros de Ballerup. El supuesto Freddy Brink pasa junto a ellos en su furgoneta azul celeste y bromea porque se hayan encontrado tan lejos de Græsted. Les ofrece llevarlos a casa. Por desgracia, Tryggve no pudo dar más detalles del coche, aparte de que era redondo por delante y cuadrado por detrás.

»Los jóvenes se sientan en el asiento delantero, y algo más tarde el hombre se detiene en un área de descanso vacía y los paraliza con una descarga eléctrica. No tenemos ninguna descripción de cómo lo hace, pero probablemente con algún tipo de arma de electrochoque. Después los mete en la parte trasera y les restriega la cara con un trapo, lo más seguro empapado con cloroformo o éter.

– Déjame añadir que Tryggve Holt no estaba seguro del curso de los acontecimientos -intercaló Carl-. Estaba semiinconsciente por la descarga eléctrica, y después su hermano mayor no pudo decirle gran cosa, ya que tenían la boca tapada con cinta adhesiva.

– Eso es -continuó Marcus Jacobsen-. Pero si he entendido bien, Poul dio a su hermano pequeño la impresión de que habían conducido una hora más o menos, claro que no es un dato fiable al cien por cien. Poul padecía un tipo de autismo y no captaba bien la realidad, pese a ser un superdotado.

– ¿Síndrome de Asperger, tal vez? Lo digo por el texto del mensaje, y porque Poul llegó a escribir la fecha exacta en aquella situación espantosa. Eso ¿no es sintomático? -preguntó Bente Hansen con el rotulador preparado.

– Sí, tal vez.

El inspector jefe asintió en silencio.

– Después del viaje en coche metió a los chicos en una caseta de botes que apestaba a alquitrán y agua podrida. Era una caseta bastante pequeña donde se podía estar justo de pie con la espalda muy encorvada. No era para botes de remo o veleros, sino más bien para canoas y kayaks. Y estuvieron encerrados allí cuatro o cinco días antes de que Poul fuera asesinado. Las indicaciones temporales son de Tryggve, pero no olvidemos que en aquella época tenía trece años y mucho miedo. Por eso pasó casi todo el tiempo dormido.

– ¿Tenemos alguna pista para reconocer el lugar? -preguntó Peter Vestervig, uno de los chicos del grupo de Viggo.

– No -respondió el inspector jefe de Homicidios-. Los chicos tenían los ojos vendados al entrar en la casa. Pero, aunque no vieron nada del exterior, Tryggve dijo que oían un ronroneo grave, que sonaba como los molinos de viento. Oían el sonido a menudo, pero otras veces no tan alto. Seguramente dependía de la dirección del viento y de las condiciones meteorológicas.

El inspector jefe fijó la vista un momento en el paquete de cigarrillos que tenía en la mesa. Últimamente le bastaba con eso para recuperar la energía. Suerte que tenía.

– Sabemos -continuó- que la caseta estaba al borde del agua, puede que estuviera construida sobre estacas, porque se oía el chapoteo de las olas justo debajo del suelo de tablas. La puerta debía de estar a medio metro por encima del suelo, así que había que trepar para entrar a la estancia de techo bajo. Tryggve es de la opinión de que debieron de construirla para guardar kayaks o canoas, porque dentro había pagayas. Y también cree que no estaba hecha con un tipo de madera que se asocia normalmente con la tradición escandinava, porque era de color marrón más claro y de diferente veta, pero luego sabremos más sobre eso. Laursen, nuestro viejo amigo de la Científica, encontró en el papel del mensaje una astilla, procedente del pedazo de madera que usó Poul a modo de pizarrín. En estos momentos está en manos de los expertos. Tal vez pueda ayudarnos a identificar de qué clase de madera estaba hecha la caseta.

– ¿Cómo mataron a Poul? -preguntó alguien en la parte de atrás.

– Tryggve no lo sabe. El secuestrador le había cubierto la cabeza con un saco de tela. Oyó algo de alboroto, y cuando le quitaron el saco su hermano había desaparecido.

– ¿Cómo sabe, entonces, que su hermano está muerto? -insistió el que había hecho la pregunta.

Marcus aspiró hondo.

– Los sonidos no dejaban lugar a dudas.

– ¿Qué sonidos?

– Jadeos, alboroto, un golpe sordo y nada más.

– ¿Un golpe con un objeto romo?

– Es posible, sí. ¿Te importa seguir, Carl?

Todos lo miraron. Aquello fue un gesto por parte del inspector jefe de Homicidios, que no aprobaban muchos de los reunidos. Si de ellos dependiera, Carl debería salir de la sala sin hacer ruido y perderse en algún rincón lejano.

Llevaban años bastante hartos de él.

A Carl le daba igual. En medio de su hipófisis aún bullía el oleaje hormonal de una noche salvaje. Eran sensaciones placenteras que, a juzgar por la expresión amuermada de los reunidos, era el único en experimentar.

Se aclaró la garganta.

– Tras el asesinato de su hermano mayor, Tryggve recibió instrucciones sobre lo que debía decir a sus padres: que Poul estaba muerto y que el hombre no dudaría en golpear de nuevo si contaban a alguien lo que había ocurrido.

Captó la mirada de Bente Hansen. Fue la única de la sala que reaccionó. La saludó con la cabeza. Siempre había sido una tía legal.

– Debió de ser un trauma terrible para un chico de trece años -dijo Carl dirigiéndose directamente a ella-. Después, cuando Tryggve volvió a casa, le dijeron que el asesino se había puesto en contacto con los padres antes del asesinato, exigiendo un millón de rescate. Dinero que de hecho pagaron.

– ¿Pagaron? -quiso saber Bente Hansen-. ¿Antes o después del asesinato?

– Que yo sepa, antes del asesinato.

– No entiendo nada de todo esto, Carl. ¿Puedes explicarlo en pocas palabras? -preguntó Vestervig. En aquella casa la gente muy pocas veces decía con tal franqueza que no entendía algo. Tenía su mérito.

– Con mucho gusto. La familia conocía la fisonomía del asesino, al fin y al cabo había participado en sus reuniones. Es probable que pudieran identificar con bastante seguridad al hombre, el coche y muchas otras cosas. Pero el asesino se prevenía para evitar que acudieran a la Policía, y el método era simple y atroz.

Algunos de los presentes se apoyaron en la pared. Sus mentes estaban ya en los casos que tenían sobre sus mesas de trabajo. Los moteros y las bandas de inmigrantes parecían estar de la olla. En las últimas horas había habido otro tiroteo en Nørrebro, el tercero en una semana, así que a la gente del Departamento no le faltaba trabajo. Ahora ni las ambulancias se atrevían a entrar en la zona. Había amenazas continuas. Algunos de los compañeros habían invertido en chalecos antibala ligeros, y en aquel momento había un par que lo llevaban puesto debajo del jersey.

Carl los entendía hasta cierto punto. ¿Qué coño les importaba un mensaje en una botella de 1996 cuando estaban hasta el cuello con tantas otras cosas? Pero el exceso de trabajo ¿no era acaso culpa suya? La mitad de la gente reunida allí ¿no había votado acaso a los partidos que habían arrojado el país a aquel cenagal? Una reforma policial y una política de integración desafortunada. Qué carajo, ellos se lo habían buscado. A saber si lo recordaban en el coche patrulla a las dos de la mañana mientras su mujer soñaba con tener un hombre a su lado.

– El secuestrador escoge una familia con muchos hijos -continuó Carl mientras buscaba rostros a quienes mereciera la pena dirigirse-. Una familia que en muchos sentidos vive aislada de la sociedad. Una familia con costumbres muy arraigadas y un régimen de vida muy estricto. En este caso, una familia acaudalada miembro de los Testigos de Jehová. No muy acaudalada, pero sí lo bastante. Entonces el asesino elige a dos de los hijos de la familia que por alguna razón ocupan una posición especial. Secuestra a los dos y, después de que se pague el rescate, asesina a uno de ellos. Para que la familia sepa que está dispuesto a todo. Después el asesino los amenaza con que en lo sucesivo está dispuesto a matar a otro de los hijos sin más aviso en caso de tener la menor sospecha de que se han aliado con la Policía o la comunidad, o de que intentan descubrirlo. La familia recupera al otro hijo. Son un millón de coronas más pobres, pero el resto de los hijos está a salvo. Y la familia calla su desdicha. Callan para evitar que las amenazas del asesino se materialicen. Callan a fin de poder vivir una vida más o menos normal.

– ¡Pero un niño ha desaparecido para siempre! -interrumpió Bente Hansen-. ¿Y sus vecinos? Alguien debería darse cuenta de que de pronto falta el niño, ¿no?

– Exacto, alguien debería darse cuenta. Pero no muchos reaccionarían en unos círculos tan restringidos como esos si se les dice que han rechazado a un hijo por motivos religiosos, pese a que una decisión así suele tomarla un comité especial nombrado para tal función. La explicación de la expulsión es suficiente en ciertas sectas religiosas. De hecho, en muchas de ellas está prohibido tener contacto con un expulsado, y por eso suele evitarse. La comunidad se muestra siempre solidaria en esa cuestión. Tras su asesinato, Poul Holt fue declarado como expulsado por sus padres. Lo habían enviado lejos para que reflexionara; y entonces cesaron las preguntas.

– Ya, pero ¿y fuera de la comunidad? Debe de haber habido alguien.

– Sí, sería lo lógico. Pero a menudo no suelen tener ningún contacto con nadie que no sea de la comunidad. Ahí está el lado diabólico del asesino cuando elige víctimas así. De hecho, solo la tutora de Poul se puso en contacto con la familia, pero en vano. No puede obligarse a un estudiante a que vuelva a las aulas si él no quiere, ¿verdad?

Se podía oír el vuelo de una mosca. Todos lo habían comprendido.

– Sí, ya sabemos lo que pensáis, y también nosotros pensamos lo mismo.

El subinspector Lars Bjørn paseó la mirada por el grupo. Como siempre, trató de aparentar más trascendencia de la que tenía.

– Como este grave delito nunca se denuncia, y como sucede en ambientes tan herméticos, podría haber sucedido más veces.

– Es nauseabundo -comentó uno de los nuevos.

– Pues sí; bienvenido a Jefatura -repuso Vestervig, pero se arrepintió en el instante en que la mirada de Jacobsen lo partió en dos.

– Insisto en que todavía no podemos sacar conclusiones drásticas -dijo el inspector jefe de Homicidios-, pero de todas formas no diremos nada a la prensa hasta que sepamos más, ¿de acuerdo?

Todos asintieron en silencio, sobre todo Assad.

– Lo que sucedió después con la familia muestra a las claras el control que ejercía el asesino sobre ella -afirmó Marcus Jacobsen-. ¿Sigues, Carl?

– Bien. Según Tryggve Holt, la familia emigró a Suecia, a Lund, una semana después de que Tryggve fuera liberado. Luego todos los miembros de la familia recibieron la orden de no mencionar nunca más a Poul.

– No debió de ser fácil para el hermano pequeño -intercaló Bente Hansen.

Carl vio ante sí el rostro de Tryggve. Seguro que no lo fue.

– La paranoia de la familia por la amenaza del asesino se ponía de relieve cada vez que oían a alguien hablar danés. Y se marcharon de Escania a Blekinge, y volvieron a mudarse otras dos veces hasta que encontraron el sosiego en su casa actual de Hallabro. Pero todos los miembros de la familia recibieron instrucciones del padre para no dejar entrar en su casa a nadie que hablase danés y para no mantener relación alguna con nadie que no fuera Testigo de Jehová.

– Y Tryggve ¿protestó por ello? -preguntó Bente Hansen.

– Sí, y lo hizo por dos razones. Para empezar, no quería dejar de hablar de Poul, a quien quería mucho y de quien, por alguna razón, creía que había sacrificado su vida por salvarlo. Y en segundo lugar, porque estaba perdidamente enamorado de una chica que no era Testigo.

– Así que lo expulsaron -añadió Lars Bjørn. Habían pasado varios segundos desde que había oído su molesta voz.

– Sí, Tryggve fue expulsado -concedió Carl-. Y lleva expulsado tres años. Se mudó unos kilómetros al sur, su relación con la chica se afianzó y empezó a trabajar de ayudante en un almacén de madera de Belganet. La familia y la comunidad no le dirigían la palabra, pese a que el almacén estaba cerca de la casa de sus padres. Solo han hablado una vez, después de haberme puesto yo en contacto con la familia. Y su padre hizo todo lo posible por presionar a Tryggve para que cerrase el pico, y a Tryggve le pareció bien, por lo que he oído. Y no habló hasta que le enseñé el mensaje de la botella. Aquello lo dejó noqueado. O tal vez justo lo contrario. Lo obligó a volver a la realidad, por así decir.

– ¿La familia volvió a tener noticias del asesino después del secuestro? -preguntó alguien.

Carl sacudió la cabeza.

– No, y no creo que vuelvan a tenerlas.

– ¿Por qué no?

– Han pasado trece años. Tendrán otras cosas que hacer, ¿no?

Un extraño silencio volvió a reinar en la estancia. Lo único que se oía era el parloteo sistemático de Lis en la antesala. Alguien tenía que ocuparse de hablar por teléfono.

– ¿Hay algo que indique la existencia de otros casos como ese, Carl? ¿Lo habéis investigado?

Carl miró agradecido a Bente Hansen. Era la única de la sala con quien no había tenido serias discusiones a lo largo del tiempo y, seguramente, la única del grupo que nunca había tenido necesidad de alardear de nada. Era un hacha, ni más ni menos.

– He puesto a Assad y a Yrsa, la sustituta de Rose, a buscar grupos de apoyo a los renegados de las diversas sectas. Puede que así consigamos saber algo de los niños expulsados o que han escapado de algunas comunidades. Es una pista débil, pero si nos dirigimos a las diversas comunidades no llegaremos a saber nada.

Algunos de los presentes miraron a Assad, que parecía recién salido de la cama. Con la ropa puesta, claro.

– Tendréis que dejarnos el caso a los profesionales que entendemos de esas cosas, ¿no? -dijo uno.

Carl levantó la mano.

– ¿Quién ha dicho eso?

Uno de los tipos dio un paso adelante. Se llamaba Pasgård y era un bruto. Macanudo en el trabajo, pero era de los que se abrían paso a codazos y empujones para chupar cámara cuando la gente de la tele andaba cerca. Probablemente se veía en la silla del jefe en poco tiempo. Pues sería pasando por encima de su cadáver.

Carl entornó los ojos.

– Vale. Entonces, como eres tan listo, quizá tengas la amabilidad de hacernos partícipes de tu extraordinario conocimiento de sectas y grupos afines en Dinamarca que pudieran ser objeto del ataque de un hombre como el que mató a Poul Holt. ¿Puedes nombrar alguna? ¿Unas cinco, digamos?

El tipo protestó, pero la sonrisa irónica de Jacobsen lo presionaba.

– ¡Hmm! -rezongó, y miró a la sala-. Testigos de Jehová. Los baptistas no deben de ser una secta, pero la familia Tongil… La Cienciología… los satanistas y… la Casa del Padre.

Miró victorioso a Carl y buscó la aprobación de los demás.

Carl trató de simular que estaba impresionado.

– Bien, Pasgård. Desde luego, no puede decirse que los baptistas sean una secta, pero tampoco puede decirse de los satanistas, a menos que estés pensando justo en el movimiento Church of Satan. O sea que tienes que buscar un sustituto; ¿lo tienes?

El hombre torció el gesto mientras todos lo miraban. Le pasaron por la mente las grandes religiones del mundo, y las rechazó todas. Se veía cómo movía los labios en silencio. Y por fin llegó.

– Los Niños de Dios -propuso, desencadenando aplausos dispersos.

Carl hizo lo propio y aplaudió un poco.

– Muy bien, Pasgård, así que enterremos el hacha de guerra. Hay muchas sectas, e iglesias libres parecidas a sectas, en Dinamarca, y nadie puede acordarse de todas. Por supuesto que no.

Se volvió hacia Assad.

– ¿Verdad, Assad?

El hombrecillo sacudió la cabeza.

– No, primero hay que, o sea, aprenderse la lección.

– Y tú, ¿la has aprendido?

– No del todo, pero puedo mencionar algunas más, entonces. ¿Las nombro? -Assad miró al inspector jefe, que hizo un breve movimiento de aprobación.

»Bueno, pues creo que hay que mencionar a los cuáqueros, la Sociedad de Martinus, la Iglesia de Pentecostés, Sathya Sai Baba, la Iglesia Madre, los evangelistas, la Casa de Cristo, los ovni-cosmólogos, los teósofos, Hare Krishna, Meditación Transcendental, los chamanistas, la Fundación Emin, los Guardianes del Pecado, Ananda Marga, el movimiento Jes Bertelsen, los que apoyan a Brahma Kumaris, la Cuarta Vía, la Palabra de Vida, Osho, New Age, tal vez la Iglesia de la Glorificación, los Nuevos Paganos, A la Luz del Maestro, el Círculo Dorado y puede que también la Misión Interna -dicho lo cual hizo una honda inspiración para recuperar el aliento.

Esta vez nadie aplaudió. Habían comprendido que ser experto era algo muy relativo.

– Sí -Carl esbozó una sonrisa-. Hay muchas comunidades religiosas. Y muchas de ellas rinden culto a un líder o colectividad, de modo que al cabo del tiempo se convierten automáticamente en unidades cerradas. Si se dan las condiciones adecuadas, existen desde luego unos cuantos territorios de caza bien surtidos para un psicópata como el que asesinó a Poul Holt.

El inspector jefe de Homicidios dio un paso adelante.

– Lo que habéis oído es un caso que terminó en asesinato. No ocurrió en nuestro distrito policial, pero casi. Y nadie ha sabido nada de lo ocurrido. Voy a decir la última palabra por esta vez. Carl y sus ayudantes se encargarán del caso.

Se volvió hacia Carl.

– Pedid ayuda cuando la necesitéis.

Jacobsen se volvió hacia Pasgård, cuyos pesados párpados colgaban indiferentes ante sus ojos fríos.

– Y en cuanto a ti, Pasgård, déjame decirte que tu entusiasmo es digno de alabanza. Es magnífico que pienses que estamos mejor capacitados para resolver este caso, pero en Homicidios debemos intentar seguir con lo que tenemos entre manos. Que tampoco es moco de pavo, ¿verdad? ¿Qué te parece?

El payaso hizo un gesto afirmativo. Cualquier otro comentario habría supuesto una nueva estupidez.

– Pero, de todas formas, te diré que si crees que estamos más capacitados que el Departamento Q para resolver el caso, tal vez debiéramos reflexionar sobre ello. Digamos, pues, que podemos prescindir de un hombre para ese caso. Y ese has de ser tú, Pasgård, puesto que muestras tanto interés.

Carl notó que se le caía la mandíbula y el aire de los pulmones se le bloqueaba. No era posible, ¿iban a tener que trabajar con aquel inútil?

A Marcus Jacobsen le bastó una sola mirada para darse cuenta del dilema.

– Tengo entendido que se ha encontrado una escama de pez en el papel donde se escribió el mensaje. Entonces, Pasgård, ¿puedes encargarte, por una parte, de averiguar de qué pez se trata y, por otra, de saber si esa clase de pez vive en aguas que estén a una hora en coche de Ballerup?

El inspector jefe de Homicidios no hizo caso a los ojos abiertos como platos de Carl.

– Y para terminar, Pasgård: recuerda que podría haber molinos de viento cerca del lugar, o algo que suene como ellos, y que lo que provoca ese sonido debía estar allí ya en 1996. ¿Lo has entendido?

Carl respiró aliviado. No tenía ningún inconveniente en que Pasgård se encargara de aquellas tareas.

– No tengo tiempo -dijo Pasgård-. Jørgen y yo estamos yendo casa por casa en Sundby.

Jacobsen miró al mocetón que estaba en un rincón asintiendo con la cabeza. Sí, era verdad.

– Pues durante un par de días Jørgen deberá trabajar solo -decidió Jacobsen-. ¿De acuerdo, Jørgen?

El hombrachón se encogió de hombros. No estaba entusiasmado. Y seguro que la familia que deseaba aclarar el ataque a su hijo tampoco lo estaría.

Jacobsen se volvió hacia Pasgård.

– No es gran cosa, podrás hacerlo en dos días, ¿verdad?

Con ello el inspector jefe de Homicidios daba un castigo ejemplar.

Si has de mear a alguien, no lo hagas contra viento.

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