Muchas personas de diferentes partes del país han preguntado a la autora si esta historia es verdadera; para contestar a todos, hará una respuesta general. Los diferentes incidentes que forman la narrativa son, en su mayor parte, auténticos, y muchos de ellos ocurrieron ante sus propios ojos o ante los de sus amigos personales. O ella o sus amigos han observado a personajes parecidos a casi todos los que son presentados aquí; y muchos de los acontecimientos son palabra por palabra como ella misma o sus amigos los oyeron.
La apariencia de Eliza y la personalidad adjudicada a ella son esbozos tomados del natural. La fidelidad, piedad y honradez del tío Tom tuvieron más de un original, conocidos por ella personalmente. Algunos de los incidentes más profundamente trágicos y heroicos y algunos de los más crueles tienen su paralelo en la realidad. El caso de la madre que cruzó el río Ohio sobre el hielo es un hecho conocido por muchos. La historia de «la vieja Prue» del segundo volumen fue un suceso que vio personalmente el hermano de la escritora mientras trabajaba de cobrador para una gran firma mercantil de Nueva Orleáns. El personaje del plantador Legree procedió de la misma fuente. Al hablar de una visita que hizo a su plantación durante un viaje de recaudación, su hermano escribió lo siguiente: «Hasta me obligó a tocarle el puño, que era como el martillo de un herrero o una bola de hierro, y me dijo que estaba "endurecido de derribar a los negros". Cuando abandoné la plantación, suspiré con alivio, sintiéndome como si me hubiera escapado de la madriguera de un ogro.»
Existen testigos vivos que pueden dar fe del trágico sino del tío Tom, que ha tenido paralelo muchas veces en toda nuestra tierra. Recuerden que en todos los estados del sur es un principio de la jurisprudencia que una persona de extracción negra no puede testificar en un juicio contra un blanco, y es fácil ver que un caso así puede ocurrir allí donde haya un hombre cuyas pasiones son más fuertes que sus intereses y un esclavo con hombría suficiente para resistirse a su voluntad. De hecho, no hay nada que proteja la vida del esclavo excepto el carácter de su amo. De vez en cuando llegan a oídos del público hechos demasiado espantosos para contemplarlos, y los comentarios que provocan son a menudo más espantosos aún que el hecho en sí. Se dice: «Es muy probable que tales hechos ocurran de vez en cuando, pero no son una muestra del proceder general.» Si las leyes de Nueva Inglaterra dispusieran que un amo podía de vez en cuando torturar a un esclavo hasta matarlo, ¿serían vistas con la misma compostura? ¿Se diría: «Éstos son casos poco frecuentes, y no una muestra del proceder general»? Esta injusticia es inherente al sistema de esclavitud, que no puede existir sin ellas.
La vergonzosa venta pública de muchachas mulatas y cuarteronas ha adquirido triste fama gracias a los incidentes que siguieron a la captura de la Pearl. Lo siguiente es un extracto de la declaración del honorable Horace Mann, uno de los abogados de la defensa en aquel caso. Dice: «Entre el grupo de setenta y seis personas que en 1848 intentaron escapar del Distrito de Columbia en la goleta Pearl y a cuyos oficiales ayudé a defender, había varias muchachas jóvenes y sanas que tenían esos peculiares atractivos de cuerpo y facciones que tanto aprecian los entendidos. Elizabeth Russel era una de ellas. Cayó inmediatamente en las garras del tratante de esclavos e iba destinada al mercado de Nueva Orleáns. Los corazones de los que la vieron se conmovieron de pena por su suerte. Ofrecieron mil ochocientos dólares para redimirla, y a alguno de los que lo ofrecieron le quedaría poco después de darlo, pero la fiera del tratante era inexorable. Fue despachada a Nueva Orleáns; pero, a mitad de camino hacia allí, Dios se apiadó de ella dándole muerte. Había dos muchachas llamadas Edmundson en el mismo grupo. Cuando estaban a punto de ser enviadas al mismo mercado, la mayor de las hermanas se jugó la vida yendo a suplicar al desgraciado de su amo que, por el amor de Dios, se compadeciera de sus víctimas. Él se burló de ella diciéndole que iban a tener bonitos vestidos y espléndidos muebles. "Sí", dijo ella, "eso está muy bien en esta vida, pero ¿qué será de nosotras en la próxima?". A ellas también las enviaron a Nueva Orleáns pero después fueron redimidas, a un precio exorbitante, y llevadas de vuelta.» ¿No está claro, entonces, que la historia de Cassy y Emmeline puede tener muchas analogías?
La justicia también obliga a la autora a decir que la imparcialidad y la generosidad atribuidas a St. Clare tampoco carecían de parangón, como se puede deducir de esta anécdota. Hace unos años, un joven caballero del sur se encontraba en Cincinnati con un criado favorito, que había sido su asistente personal desde la niñez. El joven esclavo aprovechó la oportunidad para procurar su libertad, huyendo a ponerse bajo la protección de un cuáquero bastante conocido por casos semejantes. El amo se indignó muchísimo. Siempre había tratado al esclavo con tanta indulgencia y tenía tanta confianza en su afecto que creía que alguien le había debido de influir para inducirle a sublevarse contra él. Fue muy airado a visitar al cuáquero, pero, al ser extraordinariamente imparcial y justo, los argumentos y las exposiciones de éste enseguida lo aplacaron. Nunca había oído los argumentos de los otros implicados en el tema de la esclavitud y nunca había pensado en ellos; inmediatamente le dijo al cuáquero que si el esclavo estaba dispuesto a decirle a su propia cara que quería ser libre, lo emanciparía en el acto. Así que se concertó una entrevista y a Nathan le preguntó su joven amo si tenía motivos para quejarse de cualquier aspecto del trato recibido.
– No, amo -dijo Nathan-. Siempre se ha portado usted bien conmigo.
– Entonces, ¿por qué quieres dejarme?
– El amo podría morir, y ¿de quién sería yo entonces? Preferiría ser un hombre libre.
Después de unos minutos de deliberación, el joven amo respondió:
– Nathan, en tu lugar creo que sentiría lo mismo que tú. Eres libre.
Le preparó enseguida los papeles de la manumisión, puso una cantidad de dinero en manos del cuáquero para que lo utilizase juiciosamente para ayudarle a buscarse un futuro y dejó una carta muy sensata y amable con consejos para el joven libre. La autora tuvo en su poder esa carta durante algún tiempo.
La autora espera haber hecho justicia al retratar la nobleza, generosidad y humanidad que caracterizan en muchos casos a individuos del sur. Estos ejemplos nos libran de desesperar absolutamente de nuestros semejantes. Pero, pregunta a cualquier persona que conozca el mundo, ¿tales personajes son corrientes en algún lugar?
Durante muchos años de su vida, la autora evitó toda lectura y alusión al tema de la esclavitud por considerarlo demasiado doloroso para indagar en él y por creer que la ilustración y la civilización crecientes sin duda la abolirían. Pero a partir de la ley de 1850, cuando oyó, con enorme sorpresa y consternación, a personas cristianas y humanitarias recomendar que, como obligación de buenos ciudadanos, se devolvieran a la esclavitud a los esclavos fugados; cuando oyó en todas partes a personas amables y bondadosas de los estados libres del norte deliberar y debatir sobre cuál debía de ser el deber cristiano en esta cuestión, sólo pudo pensar: «Estos hombres cristianos no pueden saber en qué consiste la esclavitud; si lo supieran, esta cuestión no se prestaría a la discusión.» Y de allí nació el deseo de presentarla como una auténtica realidad dramática. Ha intentado mostrarla con justicia, con sus aspectos mejores y peores. En el mejor aspecto, puede que haya tenido éxito; pero, ¡ay!, ¿quién puede decir qué queda sin contar aún en el valle y las tinieblas de la muerte, que están al otro lado?
A vosotros, generosos y nobles hombres y mujeres del sur, a vosotros, cuya virtud, magnanimidad y pureza de carácter son mayores por la terrible prueba por la que han pasado, a vosotros dirige su súplica. En el fondo de vuestras almas, en vuestras conversaciones secretas, ¿no habéis pensado que hay miserias y penas en este maldito sistema que van mucho más allá de lo que aquí se refleja, o de lo que es posible reflejar? ¿Puede ser de otro modo? ¿Se puede confiar al hombre, acaso, un poder totalmente irresponsable? ¿Y no es cierto que el sistema de la esclavitud, al negar al esclavo el derecho de testificar, convierte a cada amo individual en déspota irresponsable? ¿Existe alguien incapaz de darse cuenta de cómo va a acabar? Si es verdad que existe, como lo reconocemos, un sentimiento público entre vosotros, hombres de honor, justicia y humanidad, ¿no hay otro tipo de sentimiento público que existe entre los rufianes, los brutales y los degenerados? Y, según la ley de esclavos, ¿no pueden los rufianes, los brutales y los degenerados poseer a tantos esclavos como los mejores y los más puros? En algún lugar del mundo, ¿son mayoría los honorables, los justos, los nobles y los compasivos?
Ahora, según la ley americana, el tráfico de esclavos se considera piratería. Pero el tráfico de esclavos tan sistemático como el que se llevaba a cabo en las costas de África es un resultado y concomitante inevitable de la esclavitud norteamericana. ¿Es posible contar sus penas y horrores?
La autora sólo ha reflejado una leve sombra, un dibujo borroso de la angustia y el desespero que rompe, en estos momentos, miles de corazones y destroza a miles de familias y vuelve loca de desesperación a una raza desamparada y sensible. Hay personas vivas que conocen a madres a las que este maldito tráfico ha inducido a matar a sus hijos y a buscar la muerte ellas mismas como refugio de aflicciones peores que la muerte. No se puede escribir, ni relatar, ni concebir ninguna tragedia que iguale la terrible realidad de las escenas que transcurren cada día y a cada hora en nuestras orillas, bajo la sombra de las leyes americanas y la sombra de la cruz de Cristo.
Ahora bien, hombres y mujeres de América, ¿es éste un tema que se pueda tratar con ligereza, disculpándose por ello y pasando después en silencio a otra cosa? Labradores de Massachusetts, de New Hampshire, de Vermont, de Connecticut, que leéis este libro junto a las llamas de vuestro fuego en una tarde de invierno, resueltos y generosos marineros y armadores de buques de Maine, ¿es una cosa que podáis apoyar y alentar? Valientes y generosos hombres de Nueva York, granjeros del fértil y alegre Ohio, y vosotros, habitantes de los amplios estados llanos, responded, ¿es una cosa que podáis defender y apoyar? Y vosotras, madres de América, que habéis aprendido junto a las cunas de vuestros propios hijos a amar y proteger a toda la humanidad, por el amor sagrado que sentís por vuestros hijos, por vuestro regocijo en su preciosa infancia inmaculada, por la simpatía y ternura maternales con las que guiáis sus años de desarrollo, por la ansiedad que sufrís por su educación, por las oraciones que rezáis por el bien de sus almas eternas, os ruego que os compadezcáis de la madre que merece todo vuestro afecto y que no tiene ni el más mínimo derecho legal a proteger, guiar o educar al hijo de sus entrañas. Por las horas de enfermedad de vuestros hijos, por los ojos moribundos que no podéis olvidar, por los últimos gritos que atormentaron vuestros corazones cuando ya no podíais ni aliviar ni salvar, por la desolación de aquella cuna vacía, aquel dormitorio silencioso, os ruego que os compadezcáis de las madres que se quedan constantemente sin hijos por culpa del tráfico de esclavos americano. Decidme, madres de América, ¿es ésta una cosa que se pueda defender, apoyar y olvidar en silencio?
¿Decís que los ciudadanos de los estados libres no tienen nada que ver con esto y que no pueden hacer nada? ¡Ojalá fuera verdad! Pero no es verdad. Los ciudadanos de los estados libres han defendido, alentado y participado en la esclavitud, y son más culpables ante Dios que los del sur porque no tienen la disculpa de la educación y la costumbre.
Si las madres de los estados libres hubieran sentido como debieran en épocas pasadas, los hijos de los estados libres no habrían sido los dueños, y según dicen, los amos más severos de los esclavos; los hijos de los estados libres no habrían comerciado como lo hacen en sus negocios con las almas y los cuerpos de los hombres como si fueran el equivalente del dinero. Multitud de esclavos son comprados y revendidos por comerciantes de las ciudades del norte; entonces, ¿toda la culpa y la infamia de la esclavitud debe recaer sólo sobre el sur? Los hombres, las madres y los cristianos del norte tienen algo más que hacer que denunciar a sus hermanos del sur: deben mirar el mal que hay en ellos mismos.
Pero, ¿qué puede hacer un individuo cualquiera? Debe decidir eso cada individuo por sí mismo. Hay una cosa que cada individuo puede hacer: puede procurar tener sentimientos buenos. Cada ser humano está rodeado por una atmósfera de influencia compasiva, y el hombre o la mujer que tiene sentimientos fuertes, sanos y justos sobre las grandes cuestiones de la humanidades un gran benefactor para la raza humana. ¡Atended, por lo tanto, a vuestros sentimientos en este asunto! ¿Están en armonía con los de Cristo o se dejan regir y pervertir por los sofismas de la política mundana?
¡Hombres y mujeres cristianos del norte, tenéis también otro poder: podéis rezar! ¿Creéis en la oración o se ha convertido en una confusa tradición apostólica? Rezáis por el pagano de otras tierras; rezad también por el pagano de casa. Y rezad por los afligidos cristianos cuya única posibilidad de superación religiosa depende del comercio y la venta y cuya adherencia a la moral cristiana es en muchos casos imposible a no ser que el cielo les haya dotado del valor y la gracia del martirio.
Pero aún hay más. En las orillas de nuestros estados libres emergen los pobres restos de familias destrozadas, hombres y mujeres fugados por una providencia milagrosa de la marea de la esclavitud, con escasos conocimientos y, en muchos casos, una débil base moral, por culpa de un sistema que tergiversa todos los principios morales y cristianos. Vienen en busca de asilo entre vosotros; vienen en busca de educación, conocimientos y cristianismo.
¿Qué debéis vosotros, oh cristianos, a estos pobres desgraciados? ¿No debemos todos los estadounidenses a la raza africana por lo menos un intento de reparación por los males infligidos a ellos por el pueblo estadounidense? ¿Las puertas de las iglesias y las escuelas han de cerrarse ante ellos? ¿Los estados han de levantarse para echarlos? ¿La iglesia de Cristo ha de escuchar en silencio las burlas que se les dirigen, apartarse de la mano desamparada que tienden y alentar con su silencio la crueldad que pretende echarlos de nuestras fronteras? Si tiene que ser así, será un triste espectáculo. Si tiene que ser así, el país tendrá motivos para temblar cuando recuerde que el destino de las naciones está en manos de Aquél que es misericordioso y compasivo.
¿Decís: «No los queremos aquí; que se vayan a África»? Es un hecho grandioso y extraordinario que la providencia de Dios les haya proporcionado un refugio en África; pero no es motivo para que la iglesia de Cristo rehuya la responsabilidad hacia esta raza desterrada que le exige su oficio. Llenar Liberia de una raza ignorante, inexperta y casi bárbara, recién liberada de las cadenas de la esclavitud, sólo sería prolongar durante siglos el período de lucha y conflicto que acompaña el inicio de cualquier nueva empresa. Que la iglesia del norte reciba a estos pobres dolientes con el espíritu de Cristo; que les depare las ventajas educativas de la sociedad y las escuelas republicanas cristianas hasta que alcancen una madurez moral e intelectual y que les ayude luego en su pasaje a aquellas tierras para que pongan en práctica las lecciones aprendidas en Estados Unidos.
Existe un grupo comparativamente pequeño de hombres en el sur que ya hace esto, y, como resultado, este país ya conoce ejemplos de antiguos esclavos que rápidamente han adquirido propiedades, reputación y educación. Han desarrollado talento, lo que es realmente extraordinario en vista de las circunstancias; y en las virtudes morales de honradez, bondad y sensibilidad, en su abnegación y sus esfuerzos heroicos, soportados por redimir a sus hermanos y amigos aun en las garras de la esclavitud, han sido sobresalientes hasta un grado sorprendente, teniendo en cuenta el ambiente en el que nacieron.
La autora ha vivido durante muchos años en la frontera de estados esclavistas y ha tenido muchas oportunidades de observar a antiguos esclavos. Han estado con su familia como criados, y, a falta de otra escuela donde educarlos, en muchos casos los ha hecho instruir en una escuela familiar con sus propios hijos. También ha oído el testimonio de misioneros que han trabajado con los fugitivos en Canadá, que coincidía con su propia experiencia, y sus conclusiones sobre las capacidades de la raza son altamente alentadoras.
El primer deseo del esclavo emancipado suele ser la educación. No hay nada que no estén dispuestos a dar o hacer por educarse ellos o porque se eduque a sus hijos; y, por lo que la autora ha podido ver por sí misma y lo que le han contado sus profesores, son muy inteligentes y aprenden rápidamente. Los resultados que obtienen en las escuelas fundadas para ellos por personas caritativas de Cincinnati dan fe de este hecho.
La autora aporta la siguiente declaración de hechos relacionados con esclavos emancipados que residen ahora en Cincinnati, con la sanción del profesor C. E. Stowe [61], que pertenecía entonces al Seminario Lane de Ohio, para dar fe de la capacidad de la raza, incluso sin ayuda ni apoyo.
Sólo se dan las letras iniciales. Todos residen en Cincinnati.
»B. Ebanista; veinte años en la ciudad; ahorros: diez mil dólares, todo ganado con su trabajo; baptista.
»C. Negro puro; raptado en África; vendido en Nueva Orleans; libre desde hace quince años; se redimió a sí mismo por seiscientos dólares; granjero; dueño de varias granjas de Indiana; presbiteriano; probable fortuna: quince o veinte mil dólares, todo ganancias de su trabajo.
»K. Negro puro; agente inmobiliario; fortuna: treinta mil dólares; pagó mil ochocientos dólares por su familia; miembro de la iglesia baptista; heredó un legado de su amo, que ha utilizado bien y aumentado.
»G. Negro puro; marchante de carbón; unos treinta años; fortuna: unos dieciocho mil dólares; pagó su emancipación dos veces, siendo timado la primera vez por una cantidad de mil seiscientos dólares; ganó todo su dinero por su propio esfuerzo, gran parte mientras era esclavo, trabajando en su tiempo libre y realizando negocios; un tipo caballeroso y simpático.
»W. Tres cuartas partes negro; barbero y camarero; de Kentucky; diecinueve años emancipado; pagó más de tres mil dólares por sí mismo y su familia; diácono de la iglesia baptista.
»G. D. Tres cuartas partes negro; enjalbegador; de Kentucky; nueve años de libertad; pagó mil quinientos dólares por sí mismo y su familia; murió hace poco, a la edad de sesenta años; dejó seis mil dólares.»
El profesor Stowe dice: «Conozco personalmente a todos éstos con excepción de G. desde hace años y esta declaración es por mi propio conocimiento.»
La autora se acuerda bien de una anciana negra empleada como lavandera por la familia de su padre. La hija de esta mujer se casó con un esclavo. Era una joven extraordinariamente activa y capacitada y, gracias a su laboriosidad y economías y la más absoluta abnegación, consiguió juntar novecientos dólares para pagar la libertad de su marido, que iba entregando a su amo según lo iba ganando. Le faltaban aún cien dólares cuando él murió. Nunca recuperó ni un centavo del dinero.
Éstos son unos cuantos hechos de los muchísimos que se podrían alegar para mostrar la abnegación, energía, paciencia y honradez que han exhibido los negros en estado libre.
Y que no se olvide que estos individuos han conseguido ganar por sí mismos con gran valor una relativa riqueza y posición social, venciendo desventajas y desalientos. El hombre negro, según las leyes de Ohio, no tiene derecho al voto y, hasta hace pocos años, incluso se le negaba el derecho a testificar en pleitos contra los blancos. Y estos hechos no se limitan al estado de Ohio. En todos los estados de la Unión vemos a hombres que se acaban de sacudir los grilletes de la esclavitud y que, con un deseo de superación que nunca será suficientemente admirado, se han elevado a puestos muy respetables en la sociedad. Pennington, entre los clérigos, y Douglas y Ward, entre los editores, son ejemplos conocidos.
Si esta raza perseguida, con todos los desalientos y desventajas, ha conseguido tanto, ¿cuánto no conseguirían si la iglesia cristiana se comportara con ellos con el espíritu del Señor?
Ésta es una época del mundo en el que las naciones tiemblan y se convulsionan. Hay una poderosa fuerza que mueve y sacude el mundo como un terremoto. ¿Está a salvo América? Cada nación que lleva en su seno grandes injusticias sin enmendar contiene los elementos de esta última convulsión.
Porque ¿cuál es esta tremenda fuerza que despierta en todas las naciones y lenguas unos lamentos que no pueden pronunciarse a favor de la libertad y la igualdad de los hombres?
¡Oh, iglesia de Cristo, lee los signos de la época! ¿No es esta fuerza el espíritu de Aquél cuyo reino aún ha de venir y cuya voluntad se ha de cumplir en la tierra así como en el Cielo?
Pero, ¿quién puede esperar el día de su llegada? «porque ese día arderá como un horno: y Él aparecerá como eficaz testigo contra aquéllos que oprimen al asalariado, la viuda y el huérfano y que niegan los derechos al forastero; y Él romperá en pedazos a ese opresor».
¿No son éstas palabras espantosas para una nación que lleva en su seno una injusticia tan grande? Cristianos, cada vez que rezáis para que venga el reino de Cristo, ¿olvidáis que la profecía asocia en pavorosa hermandad el día de la venganza con el año de los redimidos?
Aún se nos ofrece un día de gracia. Tanto el Norte como el Sur han sido culpables a los ojos de Dios, y la iglesia cristiana tiene que satisfacer una larga cuenta. Esta Unión no se va a salvar juntándose para proteger la injusticia y la crueldad y haciendo del pecado un bien común sino por medio del arrepentimiento, la justicia y la misericordia. ¡Porque no es más implacable la ley por la que una piedra de molino se hunde en el océano que aquella otra por la que la injusticia y la crueldad atraerán sobre las naciones la ira de Dios Todopoderoso!