Cinco días antes, Isabel se había pasado la noche del estreno de La casa de los primates pegada a la tele. No le llevó mucho tiempo entender de qué iba el tema. De hecho, a Isabel le costó lo mismo que a Bonzi.
Después de que Bonzi hubiera pulsado varios lexigramas que representaban varios objetos y hubiera visto claramente que sus acciones no estaban teniendo efecto alguno, abandonó el ordenador. Aunque lo que Isabel podía oír a través de la tele era un efecto de sonido (como el resto de la banda sonora), algo real había sucedido dentro de la casa, porque los bonobos estaban reunidos en la sala principal y ladeaban la cabeza con recelo.
– ¡Din, don!
Sam y Mbongo fueron varias veces corriendo hasta la puerta delantera y la aporrearon con las manos y los pies antes de saltar hacia atrás. Luego se quedaron a una distancia prudencial, una docena de pasos atrás. Se les erizó el pelo, lo que les hacía parecer más grandes.
– ¡Din, don!
Sam se acercó a la puerta y pegó un ojo a la mirilla. Tras observar durante un rato, abrió la puerta de golpe y saltó hacia atrás. En el mismo umbral había un montón de cajas repletas con los artículos que Bonzi había pedido.
Se produjo una orgía para celebrarlo con una pista de audio de risas enlatadas. Al sexo le siguió un festín y el acicalamiento mutuo.
Isabel los observó atentamente desde el suelo hasta que los bonobos empezaron a hacerse nidos con las nuevas mantas, rodeados de cajas de fruta vacías, jarras de leche y zumo, papeles de caramelos y otros residuos. Un dolor insoportable se apoderó de su corazón cuando comprobó que Bonzi había reunido exactamente seis mantas y las estaba doblando por las esquinas, como solía hacer. A continuación, llamó a Lola, que estaba inspeccionando las bisagras de una de las alacenas de la cocina con una llave inglesa. Cuando Lola la miró, Bonzi le dijo por señas: ¡BEBÉ VENIR!, y Lola saltó por encima del nido para meterse dentro y dejar que Bonzi la acicalara hasta quedarse dormida. Isabel se preguntaba si alguno de los espectadores tendría la más remota idea de lo que acababa de ver: uno de los descubrimientos más emocionantes que habían llevado a cabo en el Laboratorio de Lenguaje era que, una vez que los bonobos aprendían el lenguaje humano, se lo transmitían a sus bebés, comunicándose con ellos con una combinación de la lengua de signos americana y sus propias vocalizaciones.
Isabel no se movió hasta que todos los bonobos estuvieron dormidos. La frenética banda sonora había sido sustituida por una versión sintetizada de Lullaby and Goodnight, con algunos ronquidos ocasionales o silbidos intercalados. Las cámaras se acercaron a los pechos que subían y bajaban y al puchero de alguna barbilla peluda al exhalar. Entonces Isabel se fue también a la cama, dejando la televisión encendida. A lo largo de la noche se despertó varias veces y se incorporó como un resorte para mirar la pantalla y asegurarse de que no se había inventado todo aquello. Pero allí estaban, echando un sueñecito en los nidos.
Al día siguiente, después de que un informativo de la CNN confirmara que el programa se emitía desde Lizard (Nuevo México), Isabel cogió un avión a El Paso. Alquiló un coche, condujo hasta Lizard y se alojó en el Mohegan Moon, el hotel que estaba al lado del casino principal. Con La casa de los primates sintonizada en la pantalla plana, pulverizó sobre las sábanas un poco de Spirit de Ylang-Ylang -el hotel ponía a disposición de los clientes una serie de aceites esenciales para potenciar la relajación- y se derrumbó sobre la cama, totalmente vestida.
El edredón de plumas era suave y deslizó los brazos bajo las almohadas. No tenía intención de quedarse dormida, pero llegó un momento en el que no solo se dio cuenta de que ya era por la mañana, sino que habían pasado seis horas desde la última vez que les había echado un vistazo a los primates.
En el recuadro central de la televisión, Makena y Bonzi llevaban a cabo un rápido frotamiento de genitales mutuo antes de compartir un plátano. Makena llevaba puesta una camisa de forro polar del revés y sujetaba una muñeca con el brazo doblado. Pronto daría a luz, e Isabel sintió una punzada de pánico: no había razón alguna para pensar que los productores supieran siquiera que Makena estaba embarazada. No era como ver a una mujer en el octavo mes de embarazo: para alguien inexperto, el embarazo de una bonobo podía pasar fácilmente desapercibido.
Isabel se levantó inmediatamente y, sin molestarse en cambiarse de ropa, se cubrió la calva con una boina de angora de color azul claro. A continuación le preguntó al conserje dónde estaban filmando La casa de los primates.
El lugar estaba atestado de manifestantes, muchas de cuyas inquietudes tenían solo una mínima conexión con los primates. Por supuesto, los grupos defensores de los derechos de los animales y los activistas estaban representados, pero también había manifestantes de la derecha cristiana, antibélicos, partidarios del diseño inteligente, grupos del orgullo gay, de apoyo a las tropas, gente de ambos bandos en relación al aborto y una comunidad particularmente grande y odiosa que se hacía llamar Iglesia Baptista de Eastborough, que pedía la muerte de todos los homosexuales, humanos o no. Equipos de televisión reconocían el perímetro, captando los diferentes grupos como si fueran dim sum. Isabel escuchó fragmentos de las consignas, meticulosamente ensayadas:
– ¡Haz el amor y no la guerra! ¡Encuentra tu bonobo interior! ¡Aprovecha el placer para generar paz y la paz para…!
– … Demostrar una vez más que la homosexualidad es un fenómeno natural en el reino animal y desacreditar las bases de todas las motivaciones políticas y religiosas que…
– … Puede que vosotros sí estéis emparentados con los monos, pero desde luego yo no. La Biblia dice claramente que el hombre fue creado a imagen de Dios y por eso tenemos dominio sobre todas las criaturas de Dios, incluidos los simios. El los puso sobre la tierra para que los utilizáramos y nos entretuviéramos, sea cual sea la forma…
– … No es más que pornografía en horario de máxima audiencia. Eso es típico de los denominados «entretenimientos» que corrompen las mentes y la moral de los jóvenes. Te rogamos, oh Dios, por las almas de los pecadores y los pornógrafos que exponen deliberadamente a los hijos de nuestra nación y a la gente joven a la fornicación gratuita y a los actos inconscientes de…
– … Unos animales inteligentes, curiosos y sumamente sociales que merecen ser tratados con la misma dignidad y respeto que exigimos para nuestro…
Isabel se abrió paso entre la multitud. Cuando uno de los cuerpos se movía, ella se colaba en el hueco, y así fue avanzando hasta que finalmente pudo ver el edificio. Se detuvo y contuvo el aliento, consciente de que estaba a menos de cien metros de los bonobos. Sintió como si un puño le oprimiera el corazón.
La verdadera casa de los primates no se parecía en nada a la de los dibujos animados. Era un edificio de un solo piso, con el tejado plano y sin ventanas, como una versión en miniatura de la Fundación Corston. Tenía las paredes de hormigón y nada las interrumpía salvo la puerta principal, que era lo suficientemente ancha como para que un vehículo pequeño pudiera pasar por ella, un pensamiento que Isabel corroboró tres veces en cercana sucesión: todo lo que los bonobos encargaban era entregado en cajas que llegaban encaramadas en la horquilla de una carretilla elevadora. La multitud siempre se volvía como si fuera una sola persona para ponerse de puntillas e intentar ver a los primates, pero nunca lo conseguían. La carretilla descargaba los artículos en una antesala, que cerraban antes de que los primates accedieran a ella por medio de una puerta interior. Las especulaciones sobre qué contendrían las cajas solían amansar a la multitud temporalmente y casi todos se reían cuando aparecía una piscina infantil. Pero cuando la puerta delantera se cerraba y la carretilla elevadora se retiraba, la lucha por llamar la atención y conseguir salir en antena se reanudaba.
Isabel estaba a punto de volver al hotel cuando comenzó el zumbido. Al principio creyó que lo tenía en la cabeza, ya que se sentía abrumada por la multitud y tenía náuseas como si hubiera tomado demasiado el sol. Pero cuando oirás personas empezaron a volver la cabeza y las bocas que se abrían y se cerraban perdían el hilo a medio sermón, se dio cuenta de que el ruido procedía del exterior. El zumbido pronto se convirtió en un golpeteo y en una vibración tan fuerte que Isabel la sintió por todo el cuerpo. Los guardas de seguridad vestidos de negro, que llevaban cascos para amortiguar el ruido, echaron a la multitud hacia atrás como si fuera ganado y levantaron barreras hechas con caballetes a lo largo de parte de la pared. Un helicóptero apareció y colgado de él un enorme y desproporcionado objeto que giraba desde los extremos de los cables. Isabel levantó la vista hacia él, entornando los ojos por el cegador brillo del cielo de Nuevo México. Aquella cosa estaba hecha de madera, cuerdas y tuberías amarillas de plástico y todo ello giraba y se balanceaba. El helicóptero se sostuvo en el aire justo encima de la casa de los primates y fue bajando lentamente la estructura de juego dentro de las paredes. A continuación la soltaron y recogieron los cables, y el helicóptero se alejó en vertical.
La multitud, la mayoría de la cual se había agachado y se había tapado los oídos, se quedó momentáneamente en silencio. Se fueron levantando uno por uno, protegiéndose los ojos con las manos. Cuando el helicóptero desapareció de la vista, los reporteros empezaron una vez más a dirigirse muy serios a los cámaras, y los manifestantes, como si se acabaran de despertar, volvieron a agitar las pancartas y las banderas en el aire. Unas cuantas personas se reunían alrededor de ordenadores y BlackBerries intentando enterarse por medio de Internet de qué era lo que acababan de ver.
Isabel llegó a la conclusión de que tenían razón: se enteraría de muchas más cosas viendo lo que retransmitían del interior de la casa de los primates que quedándose allí fuera.
El bar del hotel estaba abarrotado y el restaurante vacío, lo que Isabel atribuyó al hecho de que en el primero tenían puesto La casa de los primates en las televisiones que había en lo alto de las paredes y en el segundo no.
Divisó el último taburete disponible entre dos corpulentos hombres y se deslizó entre ellos. Ambos tenían en la mano sendas cervezas mientras mantenían la vista clavada en la televisión, donde los primates retozaban en la nueva estructura de juego que les habían instalado en el jardín. Mbongo se retiró con una erección y dos naranjas. Bonzi se acercó, frotó las caderas contra él y se fue con ambas piezas de fruta.
– Yo los metí ahí dentro -dijo el hombre que estaba a la derecha de Isabel.
No sabía con quién estaba hablando, porque seguía mirando hacia delante. Tenía las mejillas coloradas hasta tal punto que tenía manchas y la base de la nariz rodeada de venas de color ciruela.
Cuando vio que nadie respondía, Isabel preguntó:
– ¿A quiénes? ¿A los primates?
– Sí -respondió él. A continuación se miró los dedos, que parecían morcillas-. Yo mismo los metí ahí dentro con mi carretilla elevadora. ¡La que liaron!. El trabajo de las entregas también podía haber sido mío, pero a mi mujer, que es la hermana de Ray, no le hacía ni pizca de gracia. No quiere que lo ponga en la tele en casa, así que tengo que venir aquí a verlo.
– ¿De verdad? -dijo Isabel-. ¿No lo aprueba?
– Es por culpa de las otras cosas en las que Ray está metido. -Echó un vistazo rápido a su alrededor y su cara de patata adquirió un aspecto inusitadamente infantil y tímido. Bajó la voz hasta que se convirtió en un susurro-: Porno. Trabaja en películas con Ken Faulks. Él no hace eso, ya sabe, pero ayuda en los rodajes. Se ocupa de los efectos especiales: nieve carbónica, pirotecnia y esas cosas.
Isabel se inclinó para acercarse más, sintiéndose inmensamente agradecida por haberse puesto un gorro aquella mañana. Sonrió con la boca púdicamente cerrada porque, si bien era cierto que llevaba los dientes, era solo gracias a que se había quedado dormida sin darse cuenta con ellos puestos.