A la mañana siguiente, John entendió qué significaba ser perseguido por los medios de comunicación. No tenía ni idea de cómo era posible que tanta gente conociera su número de móvil, pero el teléfono no paraba de sonar. Lo mismo sucedía con el fijo de la habitación. Otros periodistas, como Cat Douglas, simplemente aparecieron en su puerta.
– Hola, John -dijo, esbozando una amplia sonrisa mientras inclinaba la cabeza. Su cabello castaño se balanceó de una forma que él supuso que ella consideraba atractiva-. Me alegro muchísimo de verte. No tenía ni idea de que estabas…
John le cerró la puerta en las narices. A otros, como a Cecil, les concedió algunos minutos más, pero, como lo que en realidad querían saber era dónde y cómo había conseguido la información, ninguno de ellos se fue satisfecho. El FBI estaba interesado exactamente en lo mismo y le informaron de que o revelaba sus fuentes voluntariamente o lo haría delante de un juez, pero que de cualquiera de las dos maneras tendría que acabar confesando. John no discutió con ellos ni les dijo que le daba igual lo que pensaran hacerle, que él se llevaría los nombres de sus fuentes a la tumba.
Dejar de contestar al teléfono no era una opción, porque esperaba que lo llamaran con los resultados de los análisis del ADN de un momento a otro. Ya se habían pasado del plazo de veinticuatro horas que prometían.
– ¿Sí? -dijo, respondiendo al teléfono por enésima vez. Había llegado a tal punto que tenía el teléfono en la mano constantemente.
– ¿Es usted John Thigpen? -preguntó una mujer con acento inglés. Aunque estaba haciendo una pregunta, acabó la frase con tono descendente.
– Sí. ¿Quién es?
– Me llamo Hilary Pinegar. Creo que le debo dinero. Una chica llamada Celia ha sido tan amable de llamarme para contarme lo que había sucedido.
– ¿Hilary Pinegar? ¿La madre de Nathan? -preguntó John al tiempo que se sentaba en el borde de la cama.
– Sí. Siento muchísimo los problemas que le ha causado. Últimamente está un poco fuera de control. Su padre y yo tenemos la esperanza de que solo sea una fase. Tenemos intención de ir a Lizard para aclarar la situación, pero, aun así, me gustaría devolverle el dinero lo más rápidamente posible.
– Hilary Pinegar -repitió John una vez más.
– Sí -dijo ella sorprendida por tener que confirmarlo por tercera vez.
– ¿Tiene algo que ver con Ginette? Se quedó en silencio.
– No, lo siento.
– No se preocupe -dijo John.
– En fin, si me da su dirección le enviaré un cheque por correo ahora mismo -añadió ella.
Mientras colgaba, John se sintió inexplicablemente vacío. Decepcionado, incluso.