El detective Rosen había llamado al departamento de policía de Newburgh Heights al saber que Hannah Messinger quizá hubiera sido secuestrada en la licorería del centro del pueblo. O'Dell se había apresurado a acompañar al doctor Holmes, y Rosen se había quedado en la parada de camiones recogiendo pruebas, de modo que Tully decidió acompañar a Manx y a sus hombres. Tras hablar con el detective Manx, y como no acababan de convencerlo sus maniobras de dilación en el caso McGowan, sabía que debía estar allí por si aparecía algún indicio.
Mientras esperaba a que uno de los agentes abriera el cierre de la puerta trasera de la licorería, se encontró preguntándose si el aviso había sorprendido al detective Manx en un club nocturno. Manx iba vestido con unos pantalones chinos, una chaqueta naranja y una corbata azul. Bueno, tal vez la chaqueta pudiera pasar por marrón. Era difícil de saber, a la luz de las farolas. Pero Tully estaba seguro de que la corbata tenía pequeños delfines estampados. Echó una mirada de reojo a Manx. Parecía tener su edad. El corte de pelo engominado enfatizaba sus rasgos cuadrados, pero Tully imaginaba que seguramente las mujeres encontraban en él un cierto tosco atractivo. Aunque, en realidad, él ya no sabía qué encontraban atractivo las mujeres.
Desde su lugar en el callejón, Tully reconoció la parte trasera de la pizzería Mamma Mia, en la esquina. Un contenedor nuevo y brillante había reemplazado a aquél en el que había sido hallado el cuerpo de Jessica Beckwith. Tal vez el dueño hubiera pretendido librarse de ese modo de una vez por todas de su recuerdo. ¿Qué pensaría la gente cuando supiera que otra mujer había sido raptada y asesinada sólo unas tiendas más allá?
Tully se subió la solapa de la chaqueta para protegerse del súbito frío nocturno. O quizá el frío procediera del recuerdo de aquella hermosa joven enterrada en una maraña de basura. Pensar en Jessica Beckwith le recordaba a Emma. ¿Cómo podía hacerle entender que sólo quería protegerla? Que no era una cuestión de tacañería. Aunque ella, naturalmente, no quería explicaciones. Ni siquiera iba a dirigirle la palabra ahora que le había prohibido ir al baile de promoción con Josh Reynolds.
– Hemos intentado localizar al dueño -dijo Manx, sacándolo de sus pensamientos-. Está de viaje. No puede volver hasta mañana por la noche. Su mujer dice que Messinger se encargaba de todo.
Tully agarró sus gafas y advirtió que el agente estaba destrozando la cerradura de la puerta. Finalmente, se oyó un chasquido, y el picaporte se soltó y cayó al suelo.
Manx dio con el interruptor de la luz y no sólo se iluminó la trastienda, sino el local entero, pasillo por pasillo. Tardaron poco en inspeccionar la pequeña tienda y comprender que nada parecía fuera de su sitio. La caja registradora estaba cerrada con llave. Incluso estaba puesto el cartel de «cerrado». No había ningún indicio de que hubieran entrado por la fuerza.
– Tuvo que llevársela cuando iba hacia su coche -dijo Manx, rascándose la cabeza.
Un policía salió a revisar el callejón, mientras el otro empezaba a inspeccionar el almacén.
– Rosen me lo ha contado. Me dijo lo de O'Dell.
Tully se detuvo y volvió la cabeza hacia Manx desde detrás del mostrador. Los rasgos de bulldog del detective se suavizaron. Incluso parecía haber en ellos una expresión compasiva, si ello era posible. Tully decidió que, definitivamente, la chaqueta era naranja. A la luz brillante de la tienda, no había duda.
– Ahora puede que entienda -dijo Tully- por qué insistía tanto en que investigara la desaparición de McGowan.
– En fin, supongo que también hay motivos para reconsiderar el caso Endicott -Manx vaciló, como si estuviera haciendo una concesión sumamente penosa para él-. Tengo copias del archivo del caso para ustedes en el coche.
– Detective -llamó el agente que estaba inspeccionando el almacén, apareciendo en la puerta, con la cara pálida y los ojos inmensos-. Hay una bodega debajo del almacén. Creo que será mejor que eche un vistazo.
Tully siguió a Manx y ambos comenzaron a bajar los estrechos escalones. Sólo una bombilla pelada iluminaba desde el techo sus pasos. Pero Tully no necesitaba ver nada para saber que habían encontrado el lugar del crimen. No más allá del tercer o el cuarto escalón, comenzó a sentir el olor de la sangre, y supo que su corazón no estaba preparado para lo que había más abajo.