Capítulo 72

La pierna le dolía muchísimo. Las llamas se habían extinguido en su mayor parte. Tully permanecía sentado a una distancia prudencial, pero el calor le hacía bien. Alguien le había echado una manta sobre los hombros, aunque no lo recordaba. Tampoco recordaba que estuviera lloviendo hasta que descubrió que tenía la ropa mojada y el pelo pegado a la frente. De algún modo, el agente Alvando había conseguido que la ambulancia pasara la puerta electrónica y llegara hasta la casa.

– Tu carroza está aquí -la agente O'Dell apareció tras él.

– Que se lleven primero a McGowan. Yo puedo esperar.

Ella lo observó como si debiera juzgar si esperaba o no.

– ¿Estás seguro? Quizá os puedan llevar a los dos.

Él miró más allá de O'Dell para examinar a Tess McGowan. Estaba sentada en uno de los furgones de las fuerzas especiales. Por lo que podía ver de ella, parecía encontrarse en un estado lamentable. Tenía el pelo enredado y salvaje, como Medusa. Su cuerpo, envuelto en una manta, estaba cubierto de cortes y arañazos sanguinolentos. Apenas podía sostenerse en pie. Los hombres de Alvando la habían encontrado encerrada en un cobertizo de madera, no muy lejos de la casa. Estaba atada a un catre, desnuda y magullada. Les había dicho a los agentes que su agresor se había ido sólo unos segundos antes de que la encontraran.

– Ya no sangro -dijo Tully-. Ella habrá pasado por Dios sabe qué. Sacadla de aquí y metedla en una buena cama, en alguna parte.

O'Dell se dio la vuelta y le hizo señas a uno de los hombres. Él parecía saber exactamente qué quería y se dirigió directamente al furgón para acompañar aTess a la ambulancia.

– Además -dijo Tully-, quiero estar aquí cuando lo saquen.

Los hombres habían encontrado una boca de riego en la parte de atrás, seguramente un vestigio de cuando la finca pertenecía al gobierno. Estaban rociando la casa entera con gruesos chorros de agua, mucho más eficaces que la ligera llovizna. Los bomberos de un pueblo cercano se habían abierto paso por el monte hacía más de una hora, pero su camión se había atascado en el barro a un kilómetro y medio de la casa. En ese momento estaban penetrando con determinación en el cascarón quemado de la casa. Habían descubierto dos cuerpos calcinados en el bunker del sótano.

Tully se limpió la ceniza de la cara y de los ojos. O'Dell se sentó en el suelo, a su lado. Alzó las rodillas hasta el pecho, se abrazó las piernas y apoyó la barbilla sobre ellas.

– No sabemos con seguridad si son ellos -dijo sin mirarlo.

– No, pero ¿quién puede ser, si no?

– Stucky no parece de los que se suicidan.

– Tal vez creyera que el bunker era a prueba de fuego.

Ella lo miró sin cambiar de postura.

– No lo había pensado -parecía casi convencida. Casi.

Los bomberos salieron de la casa derruida, llevando un cuerpo en una camilla. Una lona negra lo cubría. Otros dos bomberos salieron con otra camilla. O'Dell se sentó muy erguida. Tully oyó que boqueaba, y pensó que estaba conteniendo el aliento. La segunda camilla se acercaba al furgón del FBI cuando, de pronto, el brazo del hombre muerto se deslizó por debajo de la lona y quedó colgando, enfundado en lo que parecía una chaqueta de cuero negro. Tully notó que O'Dell se crispaba. Luego, finalmente, la oyó exhalar un profundo suspiro de alivio.

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