Tess apretó los ojos cerrados. Podía hacerlo. Podía fingir que estaba en otro lugar. A fin de cuentas, lo había hecho muchas veces antes. En realidad, no era muy distinto. Tenía que convencerse de ello. ¿Qué más daba que la follara cualquier tipo pagando que un loco?
Debía tranquilizarse o le dolería más. Tenía que dejar de sentir sus empellones, dejar de pensar en sus manos acariciándole los pechos, dejar de oír sus gemidos. Podía hacerlo. Podía sobrevivir a esto.
– Abre los ojos -gruñó él entre dientes.
Ella los apretó más fuerte.
– Abre los putos ojos. Quiero que mires.
Ella se negó. Él le dio una bofetada en la boca, empujando su cabeza tan violentamente hacia un lado que Tess oyó crujir su cuello. Al instante, notó el sabor de la sangre, pero mantuvo los ojos cerrados.
– Maldita zorra. Abre los putos ojos.
Él boqueaba, oscilando adelante y atrás con tanta fuerza que Tess creyó que también la desgarraría por dentro. Sintió su aliento caliente en el cuello y, de pronto, sus dientes se hundieron en la carne. La agarró de los pechos y se echó sobre ella, cabalgándola, raspándola, arañándola y sacudiéndola con todo su cuerpo, devorándola como un perro rabioso.
Ella se mordió el labio inferior. Se obligó a mantener los ojos cerrados. Aquello no podía durar mucho más. Podía hacerlo. Él se correría, y luego se habría acabado. ¿Por qué no se corría de una vez? No podía aguantar mucho más. No podía. Ladeó la cabeza todo lo que pudo y mantuvo los ojos prietamente cerrados.
Por fin, el cuerpo de él se convulsionó, sus dientes se desclavaron, sus manos la apretaron por última vez, y se relajó. Al apartarse de ella, le apoyó la rodilla en la tripa de Tess y la golpeó con el codo en la cabeza. Por fin se había acabado. Ella se quedó quieta, se tragó la sangre y fingió no sentir aquella sustancia pegajosa entre las piernas. Procuró recordar que aún estaba viva.
Él estaba demasiado callado. Tess se preguntó si se habría ido. Abrió los ojos y vio que estaba de pie, sobre ella. El resplandor amarillo de la linterna que había llevado creaba un halo a su alrededor. Al toparse con sus ojos, él torció los labios en una sonrisa. Parecía tan sereno y frío como al entrar en el cobertizo. ¿Cómo era posible? Ella esperaba que estuviera exhausto, agotado, listo para marcharse. Pero él no mostraba signos de fatiga.
– Ahora vas a mirar -le dijo-. Aunque tenga que cortarte los putos párpados -levantó un brillante escalpelo para que lo viera.
Un grito débil, amortiguado, rebasó la garganta en carne viva de Tess, a pesar del dolor.
– Grita lo que quieras -rió él-. Nadie puede oírte. Y, francamente, me gusta.
Oh, Dios santo. El terror inundó sus venas y estalló en su cabeza. Se agitó, tirando de las correas. Entonces, de pronto, notó que él se alejaba, ladeando la cabeza como si escuchara algo fuera del cobertizo.
Tess aguzó el oído más allá del martilleo de su corazón y su pecho. Se quedó quieta, mirándolo, y entonces lo oyó. A menos que se hubiera vuelto loca, aquello parecían voces humanas.